Los acuerdos alcanzados en la Cumbre Mundial de Johannesburgo representan tal vez la única esperanza de revertir la desorbitada degradación del ecosistema terrestre.

Johannesburgo (Sudáfrica), 2002. Los ojos de todo el mundo, en especial de los que están preocupados por el tema del medio ambiente, han estado fijos en la capital sudafricana para saber qué salvavidas se le arrojará al planeta y a la humanidad en los próximos años. Se trata de la “Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible”, que se realiza entre el 26 de agosto al 4 de septiembre, para muchos el evento más significativo –tal vez el único—, que puede parar la debacle que se cierne sobre el ecosistema terrestre.

Quienes están al tanto de la degradación del medio ambiente realmente sienten pánico de sólo pensar que las naciones –especialmente las desarrolladas– no logren ponerse de acuerdo, y que el problema siga empeorando. El recalentamiento del clima, la desertificación, la escasez de agua dulce, la desaparición de los bosques, la extinción de cientos de especies animales, la pobreza extrema de un sexto de la población mundial, son algunos de los urgentes problemas que esperan una solución.

Una historia de 30 años

La Cumbre de Johannesburgo no es la primera sobre este asunto. La cronología de las Cumbres se inició en 1972, en Estocolmo, con la Conferencia sobre Medio Ambiente Humano. Allí se concretaron algunos acuerdos sobre problemas ambientales, y se fijaron reuniones cada diez años para analizar el estado del medio ambiente y el impacto del desarrollo sobre la naturaleza. La segunda se realizó en Nairobi (Kenya), en 1982, pero fracasó en el intento de convertirse en la Cumbre oficial de la Tierra. El tercer paso fue la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, Brasil, 1992 –a la larga la más importante de las tres–, en que se adopta un plan de acción para el desarrollo sostenible global, conocido como “Agenda 21”. Allí se diseñó un ambicioso programa para luchar contra el cambio climático, proteger la biodiversidad y erradicar la generación de las sustancias tóxicas.

Sin embargo, a la hora de la verdad, no son alentadores los resultados de estas tres Cumbres. Las medidas propuestas en la “Agenda 21” no han tenido mayores avances en la última década. Peor aun, hay quienes estiman que las condiciones han empeorado en muchos aspectos. “Existe una larga distancia entre las propuestas de Río y las acciones concretas que se han tomado desde entonces”, señalan algunos expertos. 1 Otro antecedente desesperanzador es el fracaso que tuvo recientemente la Conferencia Preparatoria para esta Cumbre, realizada en Bali en el mes de junio recién pasado.

Con todo, la mayoría de los directamente involucra-dos en el tema tiene el deber de alentar esperanzas, porque muchos científicos creen que el mundo está haciendo frente a una gran “onda de extinción”. Klaus Töpfer, Director Ejecutivo de PNUMA (Programa de la ONU para el Medio Ambiente), ha resumido así sus esperanzas con miras a esta Cumbre: “Johannesburgo debe ser la Cumbre para la implementación de las declaraciones existentes. Ya contamos con excelentes declaraciones muy importantes … Ahora ha llegado el momento de implementarlas, con un programa de acción, con objetivos orientados hacia parámetros y una agenda claramente definida.” 2

Un problema de difícil solución

Aunque todos parecen estar conscientes de la gravedad del problema y todos estén dispuestos a suscribir esas “excelentes declaraciones”, no todos parecen estar dispuestos a asumir compromisos concretos. Sobre todo los países más desarrollados. Recordemos que son precisamente éstos los que tienen la mayor incidencia en los problemas medioambientales. “Mientras que treinta países más desarrollados representan el 20% de la población mundial, producen y consumen el 85% de los productos químicos sintéticos, el 80% de la energía no renovable, el 40% del aguadulce. Y sus emisiones de gas con efecto invernadero por habitante son diez veces más elevadas que las de los países del Sur …” 3

Las estadísticas que se conocen sobre la calidad de vida en los países pobres es alarmante: Más de mil millones de personas carecen de agua potable; casi tres mil millones consumen agua de calidad deplorable, por cuya causa mueren cada día unas 30.000 personas en todo el mundo.

Töpfer ha planteado que “las pautas de consumo insostenibles” de las las naciones ricas “son una razón para la pobreza en otras partes del mundo, porque estamos exportando cargas ambientales.” Luego explica que el síntoma más obvio de ello es el cambio climático. “Las emisiones de dióxido de carbono emanan principalmente de países desarrollados, pero sus efectos –tales como la desertificación, el alza del nivel del mar, y las condiciones meteorológicas extremas– se encuentran sobre todo en países en desarrollo. Por ende, el bienestar de las naciones desarrolladas es subsidiado en alto grado por los países en desarrollo”. 4

Y precisamente los países desarrollados son los que tienen más que perder a la hora de asumir compromisos, si se mide la pérdida en términos transables. Aunque si se mira desde una perspectiva global, no hay pérdida, porque se trata de salvar el planeta en que ellos mismos viven. (Si el planeta pierde su salud hasta el extremo de morirse, se va a morir con todos sus habitantes, sean pobres o sean ricos).

Así que, pareciera ser que son las naciones desarrolladas las que tienen ‘el toro por las astas’ en este momento, y las que debieran pronunciarse más generosamente en Johannesburgo.

Sin embargo, muchos creen que no hay razón para estar optimistas. Después de la negativa de Estados Unidos para suscribir el Protocolo de Kioto – siendo el país más contaminante del planeta – ¿se puede esperar que suscriba los acuerdos de Johannesburgo? Según Greenpeace, los tres países mayormente responsables del fracaso de la puesta en práctica de los acuerdos suscritos en Río de Janeiro en 1992, son Estados Unidos, Australia y Canadá, los cuales “han minado no sólo el protocolo de Kioto, sino también la mayoría de las otras convenciones ambientales internacionales”. Esas naciones son, precisamente, las que tienen “un enorme potencial para asumir el protagonismo en la solución de los problemas medioambientales globales, dados sus recursos, capacidad y posición internacional.” (www.greenpeace.es).

Tal vez Estados Unidos esté ahora, después del 11 de septiembre de 2001, más dispuesto que en Kioto a suscribir acuerdos de cooperación, porque tiene mayor necesidad de la comunidad internacional. Pero, ¿bastará esa eventual ‘disposición’ para lograr, por ejemplo, el compromiso de que para el 2007 se haya hecho desaparecer la gasolina con plomo? ¿O, como reclama Greenpeace, el compromiso de que se reduzcan para el 2012 en un 5,2% las emisiones de gases con efecto invernadero, respecto a sus niveles de 1990?

Los países ‘grandes’ –Estados Unidos a la cabeza– deberán demostrar en hechos tan concretos como estos su real compromiso por un mundo más habitable … para todos.

¿Qué tal administrador?

Pero este tema necesita también de un análisis desde otra perspectiva. Desde que Dios entregó a Adán la administración del huerto de Edén, para que lo “cuidara y lo labrase”, el hombre como especie ha hecho lo mismo que su primer padre: ha labrado la tierra, pero no la ha cuidado.

A la manera de unos hijos muy poco hermanables que reciben una gran hacienda de un padre rico, los hombres se han divido el planeta. Cada cuál ha buscado para sí la mejor parte. En ese empeño, el hombre ha derramado mucha sangre inocente, y ha provocado mucho dolor fraterno. Luego, con el paso del tiempo, los más afortunados no sólo han usufructuado de las riquezas de los demás, sino que –en el colmo de su desfachatez– han estado tomando sus propios desechos y los han estado lanzando por encima de la cerca hacia el patio del hermano pobre.

Sin duda, llegará el día en que el hombre tendrá que dar cuentas ante Dios por su administración. Y ese día será de mucha aflicción, porque el hombre no sólo ha malgastado los recursos de la tierra de Dios, sino que ha desechado, como bien sabemos, al Heredero legítimo de esta tierra.

En estos días el hombre esta preocupado por su mundo. No le preocupa, claro está, el haber profanado con su maldad la tierra de Dios, (no está pensando en pedir disculpas) sino le preocupa que la tierra ya no quiera soportarlo más.

El hombre piensa que si tan sólo logra superar este problema coyuntural, ya está todo arreglado; que podrá a la larga transformar el mundo en otro ‘edén’ y eternizarse sobre él. Sin embargo, el hombre necio no cuenta con el factor ‘Dios’ –por decirlo así–. El hombre tiene poco tiempo para arreglar “su” problema, “su verdadero problema”, que no es precisamente disminuir los estragos que él mismo ha causado en su pequeño huerto, sino que es saldar la cuenta que tiene con el Dueño de la tierra, a causa del rechazamiento que ha hecho de su único y legítimo Heredero. La tierra no es nada; el Heredero lo es todo.

El hombre no sabe que, al igual que Adán, su desdichado antecesor, también él va a ser expulsado de este huerto; expulsado de una tierra que no supo administrar, y que será dada a otros que verdaderamente la merecen (Salmo 37:29; Mateo 5:5).

 1 www.cinu.org.mx
2 www.ourplanet.com
3 “Le Monde Diplomatique”, Agosto 2002, p. 3.
4 www.ourplanet.com