«El hombre no puede ser feliz»

Aunque usted –como muchos– diga esto, el hombre sigue soñando con alcanzar la felicidad. Si a cualquier mortal se le dijera dónde están vendiendo la  felicidad, ¡atravesaría el mundo entero para ir a comprarla! Muchos están haciendo eso ahora mismo. Sin embargo, muy poco tiene que ver la felicidad con el dinero.

Usted dice: “El hombre no puede ser feliz”. Sí, y también lo dicen otros muchos. Y por eso, algunos acaban con su vida. Otros, se siguen esforzando en pos de una quimera. Compran, venden, edifican, destruyen.  Emprenden, y buscan medrar,  a veces grotescamente, otras, más sutilmente.

¡La felicidad! ¡Cuánta sangre ha corrido por tratar de alcanzarla! Hay algunos que se han dedicado a investigar  cuáles son los resortes que gatillan la felicidad. Ellos luego venden los secretos para alcanzarla. Son espiritualistas. Ellos dicen que las cosas no pueden otorgar la felicidad. Entonces procuran que la gente busque la felicidad  en la meditación, en el ascetismo, en la contemplación, en la astrología, en el ejercicio de técnicas de relajación, etc. Ponga ahí lo que usted quiera. Pero, ¡qué decepción!, ahí tampoco está la felicidad.

Hay algunos sutiles que dicen que la felicidad no es un estado de quietud alcanzado conscientemente, sino que se alcanza en la acción, en el proceso de  hacer cosas.  (Es decir, la felicidad como una mera evasión).

Si buscamos la felicidad en las cosas, estamos mal. No la alcanzaremos. Si buscamos la felicidad en lo espiritual, estamos mal. Tampoco la alcanzaremos. La segunda de estas opciones parece ser mejor que la  primera. Pero no es mejor ni peor. ¡No sirve, simplemente!

Los resortes de la felicidad no los conoce ni los maneja  ningún ser humano, porque ningún ser humano es el creador de sí mismo. Sólo Dios conoce qué hace al hombre feliz, y sólo Él tiene aquello que le hace feliz.

El hombre enfrenta una desigual batalla consigo mismo. Él no se conoce. No sabe por qué hace ciertas cosas,  (y no puede hacer mucho para evitarlas). Puede tener las mejores intenciones, pero no las mejores acciones. ¡Él no se conoce, y no puede consigo mismo!

Dios debe llegar a habitar en el corazón del hombre. ¡Esto sí será algo importante! Él vendrá a ser un Amigo fiel, un amoroso Consolador  y poderoso Refugio.

Viviendo Dios en el corazón del hombre, producirá, además, otras cosas tremendas. Dios tratará con las cosas que estorban la felicidad. ¿Cuáles cosas? Una de ellas es la inseguridad. ¿Cómo puede ser vencida? En Dios hay seguridad. ¿Y el temor del mañana? Dios es dueño del mañana. ¿Y la muerte, no es una incógnita temible? Dios tiene control sobre la muerte y sobre lo que hay más  allá de ella.

¿No se siente el hombre a la deriva en un mundo  sin sentido? Pues, Dios conoce el sentido de su creación, y también del  hombre en ella. ¿No se siente acusado por una conciencia  hipersensible? Pues, en Dios hay perdón de pecados por la sangre de Jesucristo.

La felicidad no depende de ninguna circunstancia exterior, ni de una técnica de autoayuda, sino de lo que hay en el corazón, cuando Dios viene a habitar dentro de la persona. Afuera, las circunstancias podrán ser todo lo adversas que quieran, pero adentro, en el corazón, hay paz.

Todo lo que se asocia con la felicidad está disponible para el hombre, hoy. Si usted no la tiene, ahora mismo puede comenzar a disfrutar de ella, porque Dios le está esperando. Ábrale su corazón a Jesucristo, y él vendrá a habitar dentro de usted: “He aquí yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap. 3:20). Entonces sabrá lo que es ser feliz. De verdad.