Un llamado a vencer.

Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono».

– Apocalipsis 3:21.

Mi carga durante este tiempo es el último llamado a las iglesias. Es un llamado a vencer. Nosotros lo encontramos en el segundo y tercer capítulo del libro de Apocalipsis. Siete veces nuestro Señor ascendido llama a los vencedores en la iglesia.

Nosotros sabemos que cuando éramos todavía pecadores, vino a nosotros un primer llamamiento. El Señor dijo: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar». Y, gracias a Dios, nosotros oímos ese llamado. Estábamos abrumados con pesadas cargas, vinimos a él, y él nos dio descanso. Gracias a Dios por eso. Entonces, tras ese llamado a los pecadores, nosotros oímos el llamado a los creyentes. Él dijo: «Llevad mi yugo … y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas». Este es un llamado al discipulado El Señor nos llama a seguirle, a aprender de él, a ser sus discípulos, a ser como él, y gracias a Dios, muchos han respondido a ese llamado.  Ahora, estos llamados son bastante personales. Pero entonces encontramos que su llamamiento es más que una cosa individual. Él nos llama juntos, corporativamente. Nos llama a ser el cuerpo de Cristo. Somos llamados a un cuerpo, llamados para ser miembros los unos de los otros.

¿Cuál es el último llamado que Dios hace a su pueblo? Hasta donde podemos ver en la palabra de Dios, el último llamado a la iglesia es el llamado a vencer; y es a ese llamado que nosotros debemos responder. Así que ésta es la carga en mi corazón: ¿Qué nos ayudará a responder a este llamado? Es el último, es el presente, es urgente, es el llamado más importante que podemos oír en la vida. ¿Cómo podemos ser ayudados para responder a él?

Creo que hay dos visiones en el libro de Apocalipsis que han sido dadas para ayudarnos a responder a ese llamamiento. El rey Salomón dijo: «Donde no hay visión el pueblo pierde el control». Algunas versiones dicen: «donde no hay visión el pueblo perece», o «el pueblo se desintegra, el pueblo se esparce»1. Nosotros necesitamos la visión. Es la visión celestial que nos fortalece, que nos da el propósito, la fuerza, la paciencia, la dirección, la cohesión para seguir con el Señor. Así que yo siento que el llamado a vencer es un llamado para cada uno de nosotros hoy. Hay mucho por vencer y hemos sido llamados a ser victoriosos. ¿Pero cómo podemos lograrlo? A menudo nos encontramos abatidos, abrumados. Creo que estas dos visiones nos darán la fuerza para triunfar.

La Visión en Apocalipsis 5

La primera visión está en Apocalipsis 5. Hay Uno sentado en el trono. Sabemos que es el propio Dios. En su mano hay un libro sellado con siete sellos. Entonces un ángel fuerte proclamó a gran voz: «¿Quién es digno de tomar el libro y abrir sus sellos?». Su voz era tan fuerte que podía oírse en el cielo, en la tierra, y aun debajo de la tierra. En otras palabras, es un grito para ser oído por cada ser del universo, sean ángeles, hombres o demonios. Y la voz dijo: «¿Quién es digno de tomar el libro de manos del que se sienta en el trono y abrir sus sellos y mirarlo?». Pero no hubo nadie en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra; ni ángel, ni hombre, ni demonio, nadie. Y Juan lloró mucho cuando vio eso. Hermanos y hermanas, esto debe ser de tremenda importancia.

¿Qué es ese libro en la mano de Dios? Creemos que es el título de propiedad de nuestro universo. Dios creó los cielos y la tierra. Él es el dueño del universo y él tiene la propiedad en su mano. Él entregó el dominio de la tierra al hombre, pero Satanás engañó al hombre y le arrebató ese dominio al hombre. En otras palabras, se volvió un usurpador del universo que Dios había dado al hombre para que lo gobernara, pero él no tuvo la propiedad. Dios nunca abandona su propiedad.

Ahora, Dios iba a redimir el universo para sí mismo. Él iba a salvarlo, pero necesitaba a alguien calificado, que fuera digno de ejecutar su derecho. Lamentablemente, no había ninguno. Cuando Juan comprendió esto, lloró mucho porque entendió que si no había nadie que ejecutase la voluntad de Dios, no había salida. No había esperanza. Satanás continuaría usurpando la tierra. El hombre seguiría estando bajo su dominio y todo el universo continuaría corrupto y vacío. No podría cumplirse la voluntad de Dios. Por eso lloraba. Pero uno de los ancianos lo confortó diciéndole: «No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus sellos». Es una cuestión de mérito, es una cuestión de quién vence. Sólo Uno que ha vencido a Satanás, sólo Uno que ha triunfado es digno de ejecutar el propósito de Dios concerniente a nuestro universo.

Entonces Juan alzó sus ojos, y vio en medio del trono, en medio de los cuatro seres vivientes, en medio de los veinticuatro ancianos, un Cordero. Él esperaba ver un león, pero vio un Cordero; no sólo un Cordero, sino un Cordero como recientemente sacrificado. Cuando un cordero es muerto, cae; pero este Cordero recientemente muerto está en pie. Ha resucitado. Él avanzó y tomó el libro de la mano del que está sentado en el trono y empezó a abrir sus sellos. Y aquí los ancianos y los seres vivientes cantan un nuevo cántico: «Digno es el Cordero que fue inmolado».

Este cuadro es una réplica de la ascensión de nuestro Señor Jesús. Las personas podrían preguntarse si nuestro Señor Jesús realmente alcanzó los cielos, porque los discípulos en el monte de los Olivos lo vieron ascender, pero entonces una nube lo tomó y ya no pudieron verlo. Así que, ¿cómo sabían ellos si nuestro Señor alcanzó los cielos? Aquí tenemos la prueba, una repetición de esa escena. Dios muestra a Juan la ascensión de nuestro Señor Jesús, el Cordero que fue inmolado, resucitado y ascendido al cielo. Y de acuerdo al Salmo 2, él recibió del Padre la autoridad del mundo. Él ha vencido. Ése es el hecho; ése es el principio. Y ha vencido; por consiguiente, él es digno.

El secreto de la victoria

Pero la pregunta es: ¿Cómo él venció? Podríamos pensar que lo logró como un león. Por supuesto, como un león, siendo el rey de las bestias, podía lograrlo. Pero Juan vio un cordero.

En Apocalipsis 12, se describe a Satanás como un dragón y encontramos una batalla entre el dragón y el Cordero. Ahora, humanamente hablando, un dragón devorará a un cordero, pero espiritualmente, vemos que los caminos de Dios siempre son más altos que los nuestros. Sus pensamientos siempre son más altos que los nuestros. No es el dragón que devora al Cordero; es el Cordero quien vence al dragón. Así que nuestro Señor Jesús logra la victoria como el Cordero, manso y humilde; y no sólo como el Cordero, sino como el Cordero inmolado.

Podríamos pensar que ser muerto es una derrota. Cuando nuestro Señor Jesús fue crucificado, el mundo pensó: «Ahora, tú estás acabado». Satanás se reiría y diría: «ahora estás deshecho». Sin embargo, hallamos que nuestro Señor venció siendo inmolado. En la cruz, él venció al pecado y al poder del pecado; venció a la muerte y al que tenía el imperio de la muerte; venció a Satanás. Él venció completamente, y él redimió y reconcilió al mundo con Dios.

Así que, hermanos y hermanas, he aquí el secreto de la victoria. Es muy diferente del entendimiento humano. Nuestro Señor Jesús vence como el Cordero, vence como el Cordero inmolado. Y, por tanto, es digno de tomar el libro y abrir sus sellos.

«Estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra». En la Escritura, los ojos siempre representan el entendimiento espiritual, la percepción espiritual, la visión. Y aquí nuestro Señor Jesús tiene la plenitud de la comprensión espiritual. Él lo sabe todo. Él tiene la visión de todo. Su juicio es verdadero. Los cuernos representan poder, fuerza. Nuestro Señor Jesús no sólo tiene la visión espiritual, él también es todopoderoso. Su poder es ilimitado. Y los siete espíritus enviados al mundo entero, ¿qué van a hacer? Yo creo que el entendimiento y el poder son enviados a aquellos que compartirán la victoria con el Cordero, para transformarnos, para que seamos como él, mansos y humildes, incluso llevando la cruz, por la cual también podemos entrar en su victoria.

La victoria total de nuestro Señor Jesús es el fundamento de la nuestra. No podremos vencer si perdemos de vista a nuestro Señor victorioso. A menudo, la razón por la cual estamos abatidos, oprimidos, defraudados, o agobiados por las cosas que pasan es porque hemos perdido de vista a nuestro Señor en su victoria, al Cordero en el trono. Si mantenemos nuestros ojos fijos en el Cordero en el trono, venceremos. No hay nada que nosotros no podamos superar. Estaremos sobre todos y no estaremos bajo nadie. Esto es lo que el Señor ha prometido a la iglesia. Efesios 1:22-23 dice: «Dios lo dio –a Cristo– por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo».

Así que tenga siempre ante usted al Rey victorioso, el Cordero en el trono. Nunca lo pierda de vista. No permita nada que le distraiga de verlo, y si usted lo ve, usted prevalecerá.

La Visión en Apocalipsis 14

Entonces encontramos otra visión, registrada en Apocalipsis 14. Juan vio al Cordero. Nuestro Señor Jesús siempre es el Cordero. Incluso antes de la fundación del mundo, él era el Cordero. Ése es su carácter. Y desde la fundación del mundo, él era el Cordero inmolado. Esa es la obra que él va a realizar. Mientras estuvo en la tierra, él fue el Cordero manso y humilde. En la cruz, él fue el Cordero inmolado. En la resurrección, él fue el Cordero inmolado puesto en pie. En el trono, él es aún el Cordero. Y en la eternidad, él es todavía el Cordero. Ése es el carácter de nuestro Señor Jesús.

En esta visión tenemos al Cordero. Nadie más sino el Señor mismo, en pie sobre el monte de Sion. El monte de Sion aquí no es el monte de Sion en la tierra; es el monte de Sion en el cielo. En otras palabras, Sion en la Escritura es donde David tiene su trono. De pie sobre el monte de Sion significa que el Cordero está en el trono –en el trono de David. Pero él no está solitario allí. Con él hay 144.000 que tienen Su nombre y el nombre de Su Padre en sus frentes. Nosotros creemos que 144.000 no es un número fijo. ¿Sólo 144.000? creemos que este es un número de plenitud.

La Biblia siempre habla de plenitud –la plenitud del tiempo, la plenitud del número. Es un múltiplo de 12 porque 12 es un número perfecto. Y 144.000 es un múltiplo de 12. En otras palabras, en el propósito de Dios hay una plenitud de número. Habrá un número de personas que tendrán Su nombre y el nombre de Su Padre escrito en sus frentes. Yo creo que éstos son los vencedores de los siglos, los vencedores de la iglesia a lo largo de los tiempos. ¿Por qué? Porque ellos tienen el nombre del Señor y el nombre de Su Padre escrito en sus frentes. Cuando usted tiene algo escrito en su frente, es una declaración. Todos sabemos; todos podemos leerlo. Y si usted tiene esa inscripción, significa que usted pertenece a ese nombre. Estos 144.000 tienen el nombre escrito allí.

Cuando nosotros vinimos al Señor Jesús, gracias a Dios, nuestros nombres fueron inscritos en el libro de la vida. ¿Pero ello significa también que los nombres de nuestro Señor Jesús y de Su Padre han sido escritos en nuestras frentes? Personalmente, siento que hay una diferencia aquí. Gracias a Dios, nuestros nombres están inscritos en el libro de la vida, la vida eterna. Eso es seguro.

Pero, hermanos y hermanas, si nosotros negamos su nombre, él nos negará ante el Padre y ante los santos ángeles en su venida. No significa que usted será condenado, pero significa que usted perderá el reino. Pero si nosotros no negamos su nombre, si realmente nos ponemos bajo la autoridad de su nombre, si nosotros honramos su nombre en nuestras vidas, si no traemos deshonra a ese nombre, si no hacemos cosas contradictorias a ese nombre santo, yo creo que el Señor escribirá Su nombre y el nombre de Su Padre en nuestras frentes. Si realmente nos ponemos bajo ese nombre –donde se reúnen dos o tres en su nombre, él está en medio de ellos– si realmente honramos ese nombre, si realmente nos ponemos bajo la majestad de Cristo, el señorío de Cristo, entonces él nos reconocerá. Todos lo verán. Será visto en el mundo invisible.

En el libro de Apocalipsis capítulo 3, vemos la iglesia en Filadelfia. Una razón por la cual ellos son elogiados por el Señor es que no han negado Su nombre. Es más que un simple dicho; es una cuestión de nuestra vida, si nuestra vida honra Su nombre o si nuestra vida lo niega. Y en la frente de aquellos que no niegan Su nombre, se escribe el nombre del Señor y de Su Padre. Ellos son vistos por el mundo invisible. Por consiguiente, yo creo que éstos son los vencedores de la iglesia.

Un cántico nuevo

Entonces Juan oyó una voz poderosa, como estruendo de muchas aguas y como sonido de un gran trueno. Ésta es la descripción usada en la Escritura para referirse a la voz de Dios. La voz de Dios es como la voz de muchas aguas, como el sonido de un gran trueno. ¿Qué es esa voz que viene del cielo? Es una voz que viene de los 144.000. Ellos estaban cantando con arpas. Tocaban las arpas y cantaban un cántico nuevo.

El arpa es la música del corazón. Cuando usted tañe un arpa, es como si usted la abrazase a su pecho y tocara el manantial del corazón. Así que ellos cantaban una nueva canción que fluía de su manantial. Hay un tono majestuoso, real, en ella y es una canción que nadie puede aprender, ni aun los ángeles. Sólo esos 144.000 aprendieron esa canción en sus vidas. Ellos la componen, ellos la cantan, y ellos la cantan a Dios, al Señor. Hermanos y hermanas, ¿cómo pudieron esos 144.000 venir a conocer tal cántico? ¿Cómo lo aprendieron? Ellos aprendieron esa canción a través de todo tipo de pruebas, así como David.

Recordemos que David era el dulce cantor de Israel. Escribió muchas canciones. ¿Cómo las compuso? A través de muchas pruebas. En su familia él fue desatendido por su padre, despreciado por sus hermanos; en la corte, fue injustamente perseguido por Saúl. ¡Cómo sufrió, cómo vagó sin rumbo, escondido en las cuevas! Y a raíz de todos estos sufrimientos llegó a ser un tañedor de arpa y cantó una nueva canción glorificando a Dios.

Amados hermanos y hermanas, ¿piensan ustedes que nuestra vida cristiana es un tránsito cómodo y tranquilo? Algunas personas dicen que seremos llevados en una floreada silla de manos hacia el cielo. Cuando recién fuimos salvos, teníamos esa impresión errónea de que todos los problemas habían terminado y ahora tendríamos un trayecto directo al cielo. ¡No es así! El Señor Él nos dice: «En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo». ¡Cuánto sufrió él mientras estuvo en la tierra!

Naturalmente, hay un sufrimiento de nuestro Señor con el cual nosotros no podemos tener participación: su sufrimiento vicario, su sufrimiento expiatorio. Cuando él fue crucificado como sustituto por nuestros pecados, desde el mediodía hasta las tres de la tarde, el sol ocultó su faz, el mundo estuvo en tinieblas, y nuestro Señor clamó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me ha desamparado?». En otras palabras, allí él sufrió para expiación por el pecado del mundo, él pisó el lagar solo. Nadie puede compartir eso con él.

Pero hay otro tipo de sufrimiento que nosotros somos llamados a compartir. Él sufrió por causa de la justicia, sufrió por amor, sufrió por compasión. Sufrió por la voluntad del Padre. Él sufrió la oposición del mundo, sufrió los ataques del enemigo. Sufrió siendo incomprendido –ni aun sus discípulos lo entendían. Él sufrió mucho, pero sufrió de buena gana, voluntariamente, pacientemente, y fielmente.

Hermanos y hermanas, nosotros hemos sido llamados para tener comunión con sus sufrimientos. Dios permite que la aflicción, las pruebas, los sufrimientos, la incomprensión, las opresiones y todo tipo de dolores toquen a su pueblo. ¿Por qué? No es la voluntad de Dios que el hombre sufra. Pero sufrimos porque el pecado está en el mundo, y sólo mediante el sufrimiento podemos ser lavados, salvados, santificados y transformados.

Es a través de los muchos sufrimientos que los 144.000 pueden cantar ese cántico nuevo. Y no es una canción acerca de sí mismos: «¡Oh cómo hemos sufrido, cómo hemos sido incomprendidos, cómo hemos sido oprimidos, cómo hemos sido agobiados!». No, no. Ellos cantan de la fidelidad de Dios, cantan de la amorosa bondad y las tiernas misericordias de Dios, cantan la gloria de Dios. Fuera de todos los sufrimientos, Dios nos muestra que su gracia es suficiente. Ellos cantan la canción de esperanza, de fe, de amor: un cántico nuevo. Y esa es una canción que ninguno puede aprender. No es cuestión de habilidad técnica; es una cuestión de experiencia de vida. Usted pasa a través de eso, y usted encuentra que Él pasa con usted por el agua, a través del fuego. Él pasa con usted y Él lo saca a victoria.

Amados hermanos y hermanas, ¿estamos cantando nosotros ese cántico nuevo? ¿Estamos llorando? Sí, podemos cantar con lágrimas, pero con gozo en nuestro corazón. Aquellos que vencen, no lo hacen como un dragón o un león; ellos vencen como ovejas, siguiendo al Cordero de Dios. Ellos vencen en mansedumbre y humildad, vencen siendo sacrificados, calumniados. Muchas veces son derribados, pero nunca son abatidos. Ellos vuelven a levantarse. Pablo dijo: «Conocemos la consolación de Dios, porque cuando los sufrimientos abundan, la consolación también abunda». Así, ellos aprendieron ese cántico nuevo.

Que nosotros podamos cantar al Señor esa nueva canción, cantar el cántico nuevo: «Digno es el Cordero que fue inmolado».

Desposados como vírgenes

Ahora, ¿quiénes son los 144.000? Son vírgenes. Pablo dice: «Os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo» (2 Cor. 11:2-3).

Los que hemos sido limpios por la sangre preciosa del Cordero somos vírgenes delante de Dios. Hemos sido desposados con nuestro Señor Jesús y esperamos aquí hasta que nuestro Novio venga a reunirse con nosotros. Mientras estamos en la tierra necesitamos permanecer alejados de la corrupción del mundo. Todo nuestro pensamiento, todo nuestro amor, todo nuestro ser, debe estar ocupado con Aquel que está ausente, pero que ha de venir muy pronto.

Con cuánta facilidad dejamos de pensar en nuestro Novio. Nos ocupamos de nosotros mismos, de otras personas, de otras cosas, y no del Señor; y cuando hacemos eso, nos contaminamos. Que el Señor nos guarde puros. Nos complicamos. El mundo es una confusión –así es como Satanás hace que el mundo sea– y nosotros permitimos que la confusión entre en nuestras vidas. La vida moderna es complicada y nosotros nos volvemos complicados.

Hemos perdido la sincera fidelidad a Cristo. Si nuestros ojos, nuestros pensamientos, nuestro ser entero está ocupado con Aquel que viene, no seremos perturbados por nada. Nada podrá distraernos. Nada podrá tocarnos. Será como agua en el lomo del pato: no permanecerá. Todavía hay muchas cosas que se quedan y nos manchan. ¡Oh, que podamos guardar un corazón virgen para nuestro Señor!

Seguidores del Cordero

¿Quiénes son estos 144.000? Son los que siguen al Cordero por dondequiera que él va. Son los seguidores del Cordero; no los seguidores del hombre, no los seguidores de una enseñanza, una doctrina, un sistema, una forma. Ellos siguen al Cordero. Sus ojos están en él. Ellos no escogen su propio camino; sólo siguen al Cordero por dondequiera que él va.

¿Dónde va el Cordero? El Cordero va al pesebre, a Belén. Él, que era igual con Dios, no consideró eso como algo a qué aferrarse. Él, que tenía la forma de Dios, se despojó a sí mismo y asumió la forma de un esclavo. Él nació en un pesebre; fue criado en Nazaret, un lugar despreciado; trabajó en Galilea; fue rechazado; agonizó en Getsemaní; y fue crucificado en el Calvario. Ésa es la senda del Cordero. Allí va él. Va más y más bajo. Pero, gracias a Dios, Dios lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, y ante ese nombre se doblará toda rodilla y toda lengua confesará que Jesús es el Señor.

Amados hermanos y hermanas, la cruz es la que lleva al trono. Por allí va el Cordero. Y aquí encontramos a los 144.000 siguiendo al Cordero por dondequiera que vaya. Si él va al pesebre, ellos van. Si él va a Nazaret, ellos van. Si él va a Galilea, ellos van. Si él va a Getsemaní, ellos van. Si él va al Calvario, ellos van. Debido a eso, cuando él va al trono, ellos también van. El camino de la cruz es el camino del Cordero. El Espíritu del Cordero debe ser nuestro espíritu, pero a menudo nuestro espíritu es como el espíritu de un león, o incluso el de un dragón terrible, temible; no manso y humilde, que no quiere sufrir.

Las primicias del Cordero

¿Quiénes son estas personas, estos 144.000? Ellos fueron tomados del mundo como primicias para el Cordero y para Dios. Las primicias son siempre la mejor fruta. Cuando las primicias del trigo maduraban en el campo, los hijos de Israel tenían que tomarlas y presentarlas a Dios. Las primicias son lo mejor; ellas son para Dios. Y si usted tiene las primicias, garantiza la cosecha. Si usted no tiene las primicias, no tendrá cosecha. En otras palabras, las primicias garantizan la cosecha.

Ahora, espiritualmente hablando, todos los que somos del Señor somos el trigo, pero habrá algunos que son primicias. ¿Por qué ellos primero? porque ellos reciben el sol y maduran primero. Ellos están primero secos, y son siempre los mejores. Hermanos y hermanas, el Señor está mirando por las primicias. Ese es el llamado a vencer. Los vencedores son las primicias. En otras palabras, son los que están maduros primero, preparados para ser presentados al Señor mismo.

Sin embargo, los vencedores son los vencedores de la iglesia. Es decir, ellos no llegan a ser vencedores como un grupo separado; ellos llegan a ser vencedores en la iglesia, para la iglesia.

Siete llamados para vencer

Hay siete llamados para vencer en Apocalipsis 2 y 3: «Al que venciere…». ¿Quién es el que vence?  Veamos la iglesia en Éfeso. Ha perdido su primer amor pero Dios todavía reconoce a la iglesia como suya, como Su candelero. La luz se apaga, el primer amor se ha perdido. Dios no llama a las personas allí a salir, a abandonar, a separarse, a purificarse. No; el llamado es: «Tú, iglesia en Éfeso, arrepiéntete y restaura ese primer amor. En el ambiente del primer amor perdido, retoma, mantén el amor primero». ahora, eso es vencer. Vencer significa que usted supera algo. Si usted no tiene nada que superar, usted no puede ser un vencedor. En medio de la pérdida del primer amor, usted se arrepiente y se llena con el primer amor. Usted no permitirá que la pérdida del primer amor alrededor suyo sea la causa de que usted mismo pierda su primer amor. Si hace eso, usted está derrotado. Pero a pesar de la frialdad, su corazón está ardiendo para el Señor en la iglesia. Y cuando usted hace eso, usted garantiza la cosecha. El pueblo recibirá ayuda y ellos también madurarán ante Dios.

A la iglesia en Esmirna, una iglesia sufriente, el llamado es a ser fiel hasta la muerte. No porque usted sufra un poco va a decir: «Eso es demasiado. Buscaré un lugar donde yo no sufra». Sufrimiento. El amor es sufrido y es benigno. A la iglesia en Pérgamo, el llamado es a apartarse. Cuando la iglesia y el mundo se han enlazado y ni siquiera se puede definir dónde está el límite entre ambos, cuando el pueblo se ha vuelto mundano, usted se apartará para el Señor, se dispondrá para el Señor, para el testimonio de Jesús. Ése es un vencedor.

A la iglesia en Tiatira, el llamado es a guardar la sincera fidelidad a Cristo. Allí hay toda una complicidad, todo un misterio, el misterio de Satanás; pero no permita que todas estas cosas puedan afectarle. Permanezca en la sincera fidelidad al Señor. A la iglesia en Sardis, que está muerta, el llamado es a cobrar vida. No permita que la muerte lo alcance, sino sea usted vivificado, viva para el Señor y su vida sostendrá el testimonio allí.  A la iglesia en Filadelfia: No permitas que nadie arrebate tu corona. Prosigue hasta el final. Y a la iglesia en Laodicea, orgullosa, arrogante, irreal, el llamado es a ser modesta, mansa y humilde, y auténtica ante Dios.  Éstos son los vencedores.

Amados hermanos y hermanas, el llamado para nosotros hoy es a vencer. No permitamos que nada nos derrote, pues nosotros venceremos porque Él ha vencido.

En sus bocas no hay mentira, pues son sin mancha

¿Quiénes son estas personas? Son aquellos en cuya boca no hay mentira. En otras palabras, son veraces. Ellos guardan la palabra de Dios y no han negado Su nombre. No es porque sean perfectos, sino porque han sido limpios por la sangre del Cordero. Ellos están siendo perfeccionados.

Y finalmente, ellos son libres de culpa. Este es el propósito de Dios para su iglesia. Nosotros fuimos llamados, fuimos predestinados para ser santos y sin mancha delante de él. Él nos santificó por el lavamiento del agua con la palabra que puede santificarnos para ser una iglesia gloriosa, sin mancha y sin arruga ni cosa semejante, totalmente sin culpa, preparados para el Novio. Estos son los vencedores. Así que el llamado está hecho. El que venciere, el que tiene oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.

1 El autor alude a Proverbios 29:18a. La versión Reina-Valera traduce: «sin profecía el pueblo se desenfrena». La Biblia de Jerusalén, en tanto, dice: «Cuando no hay visiones, el pueblo se relaja».