Considerando la fuerte degradación ambiental actual de nuestro planeta.

En octubre de 2002 tuve la ocasión de participar en la organización de la IV reunión de la Organización Internacional de Universidades para el Desarrollo Sostenible y el Medio Ambiente (OIUDSMA), realizada en la ciudad de Viña del Mar, Chile. A este congreso Internacional asistieron representantes de 14 países, provenientes de Europa y América. Las temáticas presentadas cubrieron un amplio rango de tópicos ambientales, desde contaminación hasta ética ambiental, pasando por desarrollo sustentable, política ambiental, cambio climático y biodiversidad, entre otros.

Lo novedoso de esta reunión de tres días fue la masiva participación de jóvenes de diferentes carreras relacionadas con ciencias ambientales y recursos naturales, los cuales mostraron un alto interés, participando activamente en los espacios destinados a discusión. Los alumnos preguntaban con inquietud a los académicos expositores por el futuro mediato de los ecosistemas del planeta. La sesión de clausura con las conclusiones del congreso ocurrió a las cinco de la tarde del tercer día, y centenares de alumnos con sus mochilas listas para irse de fin de semana largo a sus hogares, en ciudades fuera de la región, esperaban con sus pasajes ya tomados que terminase el último minuto de trabajo en el congreso. Tal fue el interés demostrado por el estado ambiental del planeta que les tocará vivir en pocos años más.  ¿Es realmente tan preocupante la salud actual de la tierra?

La problemática ambiental de la biosfera

Actualmente, una de las grandes preocupaciones del mundo político de altas esferas y de diversas organizaciones mundiales es la problemática medioambiental global a nivel de la biosfera, la cual corresponde a la tierra en sus divisiones aérea (atmósfera), acuática (hidrosfera) y terrestre (litosfera). Ésta pareciera ir barranco abajo sin posibilidad de revertir los graves procesos de deterioro, en parte debido al fuerte incremento demográfico y al incumplimiento de los tratados ambientales internacionales por parte de las naciones industrializadas.

El prestigioso diario español «La Vanguardia» realizó el 2003, por varias semanas, una encuesta entre sus lectores basándose en una sola pregunta: «De todos los problemas del medio ambiente, ¿cuál le preocupa más?». Las respuestas fueron variadas, pero con un denominador común: una desesperanza respecto al futuro ambiental cercano de nuestro planeta. Este mismo periódico, en su edición del 25 de febrero de 2004, señala que un informe del Pentágono habría advertido al Presidente de Estados Unidos G. W. Bush, que los cambios climáticos que experimentará la tierra en los próximos 20 años serán más peligrosos que el terrorismo. El documento predice que los cambios climáticos abruptos y repentinos, generados fundamentalmente por los gases contaminantes que liberan las industrias, podrían llevar al planeta al borde de la anarquía y la guerra nuclear, ante las dificultades para proveerse de suministros básicos – cada vez más difíciles de conseguir. Prestigiosos científicos, entre los que figuraban 20 premios Nobel, acusaron a la administración Bush de manipular la ciencia para satisfacer su agenda política, silenciando los estudios que no le gustan.

Los informes científicos, en su mayoría, son lapidarios respecto al problema ambiental global, aunque unos pocos muestran algo de moderación. Sin embargo, ni los unos ni los otros pueden afirmar, con alto grado de certeza, qué sucederá realmente, por cuanto la capacidad humana es absolutamente insuficiente para acceder a todas las variables que participan en los múltiples procesos a escala planetaria y llegar a realizar un estudio confiable. Esto último, pensado desde un punto de vista materialista, considerando que la ecología, tanto a nivel local como global, responde a procesos estocásticos (debidos al azar).

No obstante, los principios y leyes que rigen todos los ecosistemas de nuestro planeta tierra no funcionan al azar, pues fueron hechos y diseñados para que su accionar en la tierra permitiese albergar a seres vivos. Leemos en Isaías 45:18: «Porque así dice Jehová que creó los cielos. El es Dios, el que formó la tierra, el que la hizo y la compuso. No la creó en vano, sino para que fuera habitada la creó». No sólo formó e hizo Dios la tierra, sino que estableció los principios reguladores de su funcionamiento. Pero alguien podría pensar: «Sí, es cierto, pero fue al inicio, y hoy la tierra está fuera de control». Afortunadamente para nosotros, la misericordia de Dios es infinita y él aún mantiene el control sobre las leyes de la naturaleza, como se señala en Jeremías 31:35: «Así ha dicho Jehová, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche, que agita el mar y braman sus olas; Jehová de los ejércitos es su nombre: Si llegaran a faltar estas leyes delante de mí dice Jehová, también faltaría la descendencia de Israel».

En el Nuevo Testamento también se muestra su permanente poder controlador sobre su creación. Colosenses 1:16-17 nos dice: «…Todo fue creado por medio de él (Cristo) y para él. Y él es antes que todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten». Y en Hebreos 1: «El (Cristo) que es el resplandor de su gloria, la imagen misma de su sustancia y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder».

El Creador de los cielos y la tierra no ha abandonado su obra, pues a pesar de todo el daño realizado, él no permitirá que colapse su creación – al menos no todavía, si bien el funcionamiento de algunos ecosistemas podrá ser parcial debido al fuerte deterioro. Seguirá el Señor haciendo salir el sol sobre buenos y malos hasta que él en su perfecta voluntad termine el período de gracia que nos toca vivir. En su providencia gloriosa, él nos dice en Génesis 8:22 que no sólo asegurará las condiciones necesarias para que la producción biológica vegetal, que es la base de la cadena alimenticia que nutre a la población animal, se mantenga en la tierra (Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega…), sino que además asegura el mantenimiento y regularidad de los principios y leyes que secundan los diferentes procesos que hacen posible el funcionamiento de los ecosistemas (no cesarán… el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche). Los factores relacionados con la luz, temperatura, con la estacionalidad y con el ritmo circadiano (día-noche) son centrales para la producción biológica, para la reproducción, el desarrollo y mantenimiento de las poblaciones vegetales y animales. Incluso seres aparentemente poco significativos como las bacterias se ven influidos por estas variables.

Lo que la ciencia describe como leyes y principios en la naturaleza no son más que acciones concebidas por nuestro Dios para nuestro propio bienestar y para el sostenimiento de su creación.

El deterioro actual del planeta

El deterioro actual del planeta es evidente, y se encuentra en su mayor parte cuantificado científicamente. Los mayores daños ambientales hoy día se enmarcan principalmente en cuatro áreas (Nebel & Wright 1999):

a) Expansión demográfica y aumento de consumo per cápita. La población del mundo creció en 2.000 millones en los últimos 25 años y continúa aumentando fuertemente. Cada individuo demandará recursos a la tierra más que en ninguna época pasada, estimándose que la población humana alcanzará los 10.000 millones para el 2025.

b) Degradación de los suelos. El fenómeno de erosión de suelo fértil (base del crecimiento vegetal) es mundial, convirtiéndose los pastizales en desiertos, las tierras de regadíos se tornan salobres, y se agotan los suministros de agua dulce. El 45% de los bosques originales ha desaparecido, los desiertos estarían aumentando a una tasa anual de 60.000 km2.

c) Cambios atmosféricos mundiales: El calentamiento global terrestre producido por el efecto invernadero (acumulación de gases en la atmósfera principalmente CO2 y metano) ha calentado la tierra en 0,6 °C promedio desde 1900, llegando hasta 3 grados por sobre lo normal en algunas regiones como Alaska (Appenzeller T. 2004). Las últimas conclusiones del Grupo Intergubernamental sobre el cambio climático (GICC-1995) señalan: «Las actividades humanas, incluyendo la quema de combustibles fósiles… vienen aumentando las concentraciones de gases invernaderos en la atmósfera. Se estima que estos cambios… han de cambiar el clima regional y mundial al igual que parámetros relacionados como temperatura, precipitación, humedad del suelo y nivel del mar». Por otro lado, el debilitamiento de la capa de ozono, principalmente en áreas geográficas cercanas a los polos, está generando como consecuencia una mayor radiación ultravioleta, la que resulta letal para la vida en la tierra, tanto animal como vegetal, al dañar las células a nivel genético provocando mutaciones perjudiciales.

d) Pérdida de biodiversidad (extinción de especies): el fuerte crecimiento humano incrementa el consumo y con ello la destrucción o conversión de bosques, pastizales, pantanos y otros ecosistemas en zonas urbanas o sistemas de cultivos fraccionados. Con lo anterior, sumado a factores como contaminación e introducción de especies foráneas, la tierra pierde alrededor de 17.500 especies por año (Nebel & Wright 1999). Estudios recientes concluyen que la magnitud de la pérdida de especies podría llegar a rangos de entre 15% a 35% anual en una sola generación humana (Balmford et al. 2003).

Estos datos resultan fuertes y desesperanzadores, pero no es más que consecuencia del accionar humano, inducido por la insaciable codicia, con su corazón puesto en la materia, separado de la voluntad de Dios. Y aunque el daño continuará a una velocidad tal vez más rápido de lo que se pueda pensar, él tendrá el control de su creación hasta el último día.

Un gran misterio

De otra manera no se puede entender lo que les está ocurriendo a los científicos que están abocados a medir los volúmenes del flujo de CO2 de la biosfera (Appenzeller T. 2004). Ellos no logran comprender los resultados obtenidos, no les cuadran sus cálculos. Ingresan (principalmente por la quema de combustibles fósiles) alrededor de 8 mil millones de toneladas de CO2 a la atmósfera y sólo un 40% se queda en ella para calentar el planeta; ¿dónde está el carbono que falta? Wofsy, un científico atmosférico de la Universidad de Harvard dice «en verdad es un gran misterio». Si se quedase todo el CO2 producido en la atmósfera, el desequilibrio climático sería caótico a corto plazo. Los vegetales de mar y tierra absorben una parte del carbono desaparecido, pero existen miles de millones de toneladas de CO2 que nadie sabe donde está. Es que en verdad no sólo hay ciclos geoquímicos fríos y materiales funcionando al azar en esta casa habitable, hecha por el Señor para sustento de la vida biológica, sino que detrás de cada ciclo de nutrientes, de cada ciclo energético está su poderoso brazo realizando las regulaciones necesarias para evitar la hecatombe.

Dios tiene control sobre su creación

Dios tiene las riendas de la historia presente y futura. Y aunque la destrucción ambiental llegue a límites insospechados, el Señor es poderoso para guardar a su pueblo. Baste revisar sólo algunos de los tantos pasajes bíblicos en que su pueblo es protegido de desastres naturales a pesar de encontrarse éstos geográficamente cercanos, como cuando Israel habitaba en Egipto. ¿Qué significado tuvo, desde el punto de vista ambiental, esta protección omnipotente para el pueblo de Dios? Que las plagas con crecimiento poblacional descontrolado de animales (ranas, piojos, moscas, langostas y eventualmente ácaros o parásitos similares que produjeron ulceraciones en la piel) afectaron sólo a los egipcios pero no a los israelitas. (Éx. 9: 23-26). Lo propio se observa en Éxodo 10:22-23 donde por tres días hubo densas tinieblas en la tierra de Egipto «pero todos los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones».

En otras ocasiones a lo largo de la historia de Dios con su pueblo se ha dado exactamente lo contrario: el Señor demuestra su control sobre la naturaleza, pero para castigar a su pueblo. En Rut 1 se nos muestra que «hubo hambre en la tierra». La tierra mencionada se trata la de Palestina, pues para los judíos sólo había una tierra, la prometida, donde fluía leche y miel. Esa misma tierra se presentaba ahora como improductiva y seca. Se desprende del texto bíblico que el hambre era severa y que la sequía fue lo bastante extensa para impulsar a un israelita y su mujer a abandonar esta sagrada tierra de promisión y huir a un pueblo que, si bien estaba emparentado con Israel, no estaba dentro de la tierra de promesa. Los israelitas reconocían en el hambre un castigo divino por la infidelidad y desobediencia (Lev. 26:14-20). Para un judío debe haber sido humillante pedir ayuda a gentiles para satisfacer sus penurias materiales. Pero esta vez Dios quería castigar a su pueblo puesto que curiosamente, si en Palestina había hambre, los idólatras en Moab, a unos 80 kilómetros tenían alimento.

Dios es soberano sobre su creación y la tiene bajo su control. Si bien es cierto la situación actual de nuestro planeta es ambientalmente muy grave, lo cual pinta un sombrío y desesperanzador panorama, especialmente al mundo secular, los cristianos tenemos la inmutable promesa divina de que a sus hijos no les faltará lo necesario para subsistir hasta que él venga, si permanecemos en obediencia y fidelidad a sus mandamientos.

Es posible que algunos cristianos puedan verse desalentados por las negativas noticias que inevitablemente se irán incrementando respecto a la problemática ambiental. Pero antes de caer en actitudes fatalistas y catastrofistas que podrían conducirnos a un debilitamiento de nuestra fe, debiéramos más bien saber esperar en el Señor. En este sentido tenemos la valiosa experiencia del pueblo hebreo, transitando por años en un sequedal con cero recursos disponibles para subsistir. Sin embargo, Dios les saciaba su sed y hambre. En Hebreos se nos dice que a pesar de la maravillosa providencia de Dios, muchos se deslizaron en la fe y, mostrando un corazón incrédulo, le provocaron en el desierto, situación que los dejó excluidos de la tierra prometida. El autor de Hebreos dice que esta situación se puede volver a repetir y, de nuevo, literalmente, la carencia de recursos básicos en una tierra que se está viendo muy afectada, a pesar de todo lo que Dios está haciendo por mantenerla, puede inducir a que algunos tiendan a apostatar de la fe.  El Señor Jesucristo instó a sus discípulos a orar en todo tiempo y con mayor fuerza ante situaciones extremas, como él mismo lo hizo poco antes de su sacrificio.

Ante los hechos ambientales nefastos que inevitablemente ya comenzamos a experimentar, debiéramos también hacer nuestra la sugerencia del Señor Jesús, y orar intensamente como lo hizo Habacuc (3:18-19): «Aunque la higuera no florezca ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo y los labrados no den mantenimiento, aunque las ovejas sean quitadas de la majada y no haya vacas en los corrales, con todo, yo me alegraré en Jehová, me gozaré en el Dios de mi salvación».

Literatura citada
· Appenzeller T. 2004. El caso del carbono desaparecido. National Geographic, Volumen 14, Nº 2.
· Balmford A. R. Green and M. Jenkins. 2003. Measuring the changing state of nature. Trends in ecology and evolution. Vol. 18 Nº 7.
· Nebel, B & R. Wright. 1999. Ciencias ambientales, Ecología y desarrollo sostenible.
· Santa Biblia, Reina-Valera Revisión 1995. Sociedades Bíblicas Unidas.
 
Ricardo Bravo M. es Doctor en Biología y Ciencias del Mar, y académico de la Facultad de Ciencias del Mar de la Universidad de Valparaíso, Chile.