Un conocimiento específico de Cristo constituye un ministerio específico en el servicio del cuerpo de Cristo.

Individuos vs. miembros

¿Cuántos de los que somos cristianos sabemos que no sólo somos creyentes sino también miembros del cuerpo de Cristo? Hemos de entender que en la vida adámica, no sólo hay lo pecaminoso o lo natural que tiene que ser tratado, sino que el temperamento individualista también tiene que ser tratado. ¿Qué quiere decir el carácter individualista de la vida adámica? Es la actitud de vida que insiste en mantener mi existencia independiente, mi vida independiente, o mi acción individual como si yo fuera el único que vive en el mundo. Este tipo de vida nos estorba la entrada en la realidad del cuerpo de Cristo. Hemos de saber que la antítesis del cuerpo es el individuo. Para que podamos entrar en la realidad del cuerpo tenemos que ser salvados del individualismo.

El cuerpo de Cristo no sólo es una enseñanza. Se necesita entrar en el cuerpo de Cristo por la experiencia propia. Todo el que no ha entrado no sabe lo que hay dentro. El que es salvado puede distinguir fácilmente quien es salvado o no; de manera parecida, el que ya ha entrado en las realidades del cuerpo de Cristo puede también discernir fácilmente si los otros han entrado en la realidad del cuerpo o no. Cuando tú eres salvo no sólo oyes la doctrina de la salvación sino que también ves que Cristo es la vida que vive. En la salvación entras en otra esfera. Y después de haber estado en esta nueva esfera mirando hacia atrás, puedes discernir claramente la situación de los que no son salvados.

Asimismo los que viven verdaderamente en el cuerpo de Cristo pueden darse cuenta de manera vívida de las condiciones de todos los que no han vivido en el cuerpo. Las personas pueden entender el libro de Romanos y no ser salvados; de manera parecida, los hombres pueden apreciar la carta a los Efesios y no conocer el cuerpo de Cristo. Cuando tú dejas el pecado y entras en Cristo, eres salvo. Pero, necesitas ser rescatado de ser individualista para entrar experiencialmente en el cuerpo de Cristo.

Dios nos permite ser individuos, pero no nos permite ser individualistas. Antes de entrar experiencialmente en el cuerpo de Cristo estamos llenos de individualismo. Aún nuestra búsqueda espiritual es motivada por esta característica. ¿Por qué buscamos la santidad? Para que yo mismo pueda ser santo. ¿Por qué deseamos el poder? Para que yo pueda personalmente tener poder. ¿Por qué buscamos los frutos de la labor? Para que yo, como individuo, pueda disfrutar esos frutos. ¿Por qué deseamos el reino? Para que yo mismo pueda poseer el reino. Todo está relacionado con el ‘yo’. Esto no es el cuerpo; esto es individualismo.

De la misma manera que Pedro en el día de Pentecostés salvó en un día a tres mil personas, sueño yo con salvar a tres mil en un día, para que yo también pueda producir mucho fruto. Sin embargo, hemos de recordar que los otros once apóstoles se levantaron con Pedro. ¿Se quejaron envidiosamente los otros apóstoles, diciendo que si Pedro podía salvar a tantas personas también deberían ellos hacer lo mismo? ¿O construyó Pedro jamás una torre de orgullo, diciendo que él podía salvar a personas a quienes los otros no podían salvar? Sabemos que todo esto no ocurrió. Porque Dios no busca un vaso individual sino que busca uno corporativo. Si tú ves verdaderamente el cuerpo de Cristo, ni serás envidioso ni orgulloso. Tanto si la obra realizada es tuya como si es hecha por otros, no importa. Todo esto es asunto del cuerpo, no hay nada que sea puramente individual.

Por lo tanto, hemos de considerarnos no sólo como creyentes, sino considerarnos aún más como miembros. Yo soy miembro; por lo tanto no soy la unidad –ni tan siquiera la mitad– sino sólo una pequeña parte del cuerpo de Cristo. Es innegable que el ver el cuerpo y reconocerse como un miembro más es una gran salvación. Anteriormente muchas cosas estaban centradas en torno a nuestro ser individual. Tanto si era asuntos de trabajo o de la vida normal, todo era muy individualista. El día en que discernimos el cuerpo fuimos rescatados de manera natural de este individualismo. En la salvación, primero vemos a Cristo y luego somos salvados.

De la misma manera primero vemos el cuerpo y luego de manera natural somos rescatados del individualismo y llegamos a ser miembros del cuerpo en la realidad. No en el sentido de que digamos exteriormente que actuaremos conforme al principio del cuerpo cuando la situación se presentara, sino en el sentido de actuar conforme al principio del cuerpo porque hemos recibido la revelación y hemos entrado en el cuerpo de Cristo con la experiencia. Habiendo sido tratada la vida natural, nos damos cuenta espontáneamente que somos miembros.

¿Cómo vivo en la capacidad de miembro del cuerpo de Cristo? Se necesita tomar al cuerpo como unidad y límite de todo lo que obro y vivo. En la esfera física, cuando la mano trabaja, no es la mano sino el cuerpo el que trabaja; cuando mis pies andan, no son mis pies, sino el cuerpo el que anda. Un miembro físico nunca hace nada para sí, todo cuanto hace es para el cuerpo. También es así en la esfera espiritual. Todas las acciones de un miembro del cuerpo de Cristo son gobernadas por el cuerpo de Cristo, no por el miembro individual. Tanto si Dios me pone en el primer lugar como en el último, no hay diferencia, me es igual. Porque sólo el que no ve, conoce o experimenta el cuerpo de Cristo será orgulloso o envidioso.

Nos hemos de dar cuenta de la relación que existe entre el miembro y el cuerpo. Un miembro no puede ser un sustituto del cuerpo entero; sin embargo, puede afectar al cuerpo entero. La derrota personal y el pecado personal influenciarán el cuerpo. El fracaso secreto de un individuo quizá no sea conocido por los demás, pero es conocido por el diablo. La derrota secreta de una persona quizá no sea percibida por los demás, pero los espíritus malévolos sí lo sabrán.

La derrota de un miembro afecta a toda la iglesia. Por esta razón, hemos de buscar una vida de amor; es para el cuerpo entero. Hemos de buscar una vida santa; es también en beneficio del cuerpo. Hemos de querer el progreso espiritual; también esto es en beneficio del cuerpo.

Preguntémonos con toda franqueza: ¿Soy un individualista independiente, o soy un miembro del cuerpo? ¿Soy sólo un creyente, o soy también un miembro? Sin duda, eres un cristiano, pero si no puedes estar con otros más de cinco minutos sin tener algún tipo de problemas, o sin sentirse incompatible con los demás, ¿cómo puedes demostrar que tú vives como miembro? El Señor no está satisfecho de este tipo de vida. Que Dios nos dé luz para que podamos ver claramente el cuerpo de Cristo. Después de haberlo visto seremos rescatados de modo natural del individualismo y viviremos espontáneamente como miembros.

El servicio de cada miembro

Cada miembro tiene su parte en el servicio del cuerpo de Cristo. Todo el que pertenece al Señor tiene su puesto. Él tiene a Cristo dentro, y lo que él tiene en Cristo tiene una característica propia. Es esta característica la que se vuelve el rasgo distintivo del servicio de uno. El servir a la iglesia es servir con lo que a uno le pertenece a Cristo.

La parte del servicio que tenemos en el cuerpo de Cristo se basa en nuestro conocimiento de él. Sin embargo, este no es un conocimiento común, porque el conocimiento común de Cristo no basta. Sólo un conocimiento específico de él constituye un ministerio específico en el servicio del cuerpo de Cristo. Por lo tanto, el servicio específico se basa en el conocimiento específico del Señor. Al haber aprendido lo que los otros no han aprendido, recibes del Señor una lección específica, y con este conocimiento específico de él puedes servir.

En el cuerpo humano, por ejemplo, los ojos ven, los oídos oyen, y la nariz huele. Todos tienen sus propias funciones, y cada uno tiene su posición. Ocurre de modo parecido con los miembros del cuerpo de Cristo. No puede ver, oír u oler cada miembro; pero cada miembro tiene su habilidad especial. Esto es, pues, el ministerio de aquel miembro.

¿Cuál es tu ministerio especial? El que aprendes especialmente del Señor; el que recibes específicamente de él. Sólo un miembro específico puede servir a la iglesia y hacer que crezca. Sólo lo que viene de arriba puede hacer incrementar el cuerpo. Todo lo que aprendes ante el Señor es lo que puedes transmitir de la vida de la cabeza al cuerpo, y lo que puedes proveer a la iglesia que ella no lo tenga. Así que cada miembro necesita buscar diligentemente del Señor lo que la iglesia no posee para así transmitir esto al cuerpo de Cristo.

Hoy el Señor está buscando a personas a quienes se haya dado vida y por medio de los cuales pueda realizarse la obra del incremento de la vida del cuerpo. Son utilizados para proveer vida a la iglesia que ella no ha conocido nunca, para añadir la medida de la estatura del Señor y son los cauces de la vida para el cuerpo. Es por medio de ellos que la vida que reciben del Señor fluye a la iglesia, y hace aumentar la estatura del cuerpo de Cristo.

El servir al cuerpo de Cristo significa proveerlo con la vida que un miembro recibe de la cabeza; esto es, el miembro provee la vida de la cabeza a la iglesia. Cuando los ojos de un miembro ven, el cuerpo entero puede ver. En otras palabras, aquel miembro del cuerpo de Cristo que tiene visión penetrante en las cosas espirituales se hace los ojos del cuerpo para así dotar de vista al cuerpo.

Las manos no pueden con su sentido del tacto discernir el olor de algo; pero la nariz sí; sirve al cuerpo con su habilidad del olfato. Así que el olfato se hace el ministerio específico de la nariz al cuerpo. También los oídos sirven al cuerpo, pero con la audición. Así que la audición es el ministerio específico de aquel miembro del cuerpo de Cristo y hace de oído al cuerpo. Y el resultado de la función de cada servicio será el incremento de la fuerza del cuerpo, ocasionándole mayor conocimiento de Cristo. Así que el servicio o ministerio del miembro es servir a la iglesia con Cristo, y así impartir a Cristo a los demás.

El servicio al cuerpo de Cristo se basa en el conocimiento de Cristo; y este conocimiento viene de la experiencia de la vida, no de la doctrina. El hombre reemplaza a menudo la vida con la doctrina o las enseñanzas. Esto es una gran equivocación, puesto que la doctrina por sí sola no es de valor. Las personas pueden haber oído una enseñanza, recitarla y hasta predicar sobre ella, pero su entendimiento no ha sido abierto porque realmente no ven. El conocer una enseñanza no ayuda a las personas. El conocer una enseñanza da a lo más, más pensamiento al cerebro.

Dios quiere mostrar una doctrina con la vida. Por lo tanto da primero vida y después la doctrina. Esto es verdad desde el Antiguo Testamento al Nuevo. Por ejemplo, Dios consiguió que Abraham fuera el padre de la fe. Todo el que estudia la vida de Abraham, ve la doctrina de la fe. O para dar otro ejemplo, Abel se dio cuenta de que sin la sangre no se podía acercar a Dios. Así que la vida de Abel representa la enseñanza de ser justificado por la sangre de Cristo (Rom. 5:9).

En el Nuevo Testamento, vemos que ocurre lo mismo. Fijaos en que los Evangelios preceden a las Epístolas. Los Evangelios cuentan primero lo que Cristo ha hecho, y sólo después explican las Epístolas lo que verdaderamente sale de ello. Primero la experiencia de Cristo, luego la doctrina de Cristo. Primero la vida de Cristo, luego las enseñanzas de Cristo.

Primero la vida, luego la doctrina. Primero un problema, luego la solución. Primero una experiencia, luego la enseñanza. Martín Lutero pasó y sufrió muchas tribulaciones; sin embargo, no conseguía la justificación. Hasta que un día Dios le mostró que la justificación es por la fe. Sólo por la fe era justificado; y desde entonces presentó la enseñanza de la justificación por la fe. Primero la fe, luego la doctrina correspondiente.

No nos detengamos examinando, analizando e investigando la doctrina. Todas estas actividades no son sino cañas que no te sostendrán cuando te enfrentes con las dificultades de la vida real. Es Dios el que te llevará. Primero la experiencia, luego la doctrina.

Si una persona no tiene un conocimiento experimental de Cristo, esta persona no tiene ministerio. Es por haber recibido en vida algo particular de él que se forma un ministerio. La característica de un miembro es el ministerio o servicio de este miembro. La mano, por ejemplo, tiene su característica particular; por lo tanto, es esta característica la que pasa a ser su ministerio al cuerpo. Todo el sufrimiento, la disciplina o las pruebas son utilizadas por Dios para incorporar su palabra en nosotros, para que podamos tener algo que ofrecer a la iglesia.

Aparte de Cristo, aparte de la vida, no hay nada de servicio para el cuerpo de Cristo. Cristo es la vida; es con él que proveemos a la iglesia lo que edifica. El que no tiene vida lleva la muerte a una reunión de oración, aunque sólo diga «amén». El sentarse con una persona con vida hará que los demás sientan la vida que está en él. La medida en que uno conoce a Cristo establece la proporción de vida que este miembro puede proporcionar a la iglesia.

Hoy día, Dios busca a personas en que depositar una cantidad abundante de la vida de Cristo para que ellas la pasen a otros. La vida necesita un cauce. Y Dios quiere que el hombre sea este cauce de vida. Él utilizará al hombre para trasmitir vida al cuerpo. Si la vida no pasa más allá de ti o de mí, no podremos proveer de vida a los demás, y la iglesia se quedará sin ella.
Porque en vez de proveer de vida extendemos muerte en la iglesia. No hay nunca una derrota personal que no afecte adversamente a la iglesia. En consecuencia, en el cuerpo de Cristo, cuando sufre un miembro, todos los miembros sufren con este miembro. Aunque un miembro sea derrotado en su propia habitación, por ejemplo, si descuida la oración, el cuerpo sufrirá.

Cada miembro puede influir a los demás. Así, no vivamos para nosotros mismos. Mantengámonos adheridos firmemente a la cabeza y busquemos la comunión. Antes de tomar ciertas decisiones, tengamos comunión. Todo está en el cuerpo, por medio del cuerpo y para el cuerpo; no en el individuo, ni por medio del individuo, ni para el individuo. ¡Que Dios haga que veamos su cuerpo! Que utilice también nuestro ministerio para servir a la iglesia conforme a nuestro conocimiento verdadero de Cristo.

Tomado de «El Cuerpo de Cristo: La Realidad».