Cuando, en el invierno pasado, yo regresé a casa de una serie de semanas de reuniones en la costa Oeste, mi hijo, entonces de cinco años de edad, se mostró muy feliz de ver de nuevo a su papá. Pero se quedó dentro de la casa apenas unos pocos minutos y salió. Como yo me sentía muy ansioso de estar con él, hallé muy extraño que estuviese tan pronto ocupado en el garage.

Al ir en el auto a la ciudad a la mañana siguiente, descubrí lo que él había estado haciendo. Al descender por las escaleras del Correo tuve una vista del lado del auto que no había visto antes. Se veía bastante extraño, y quedé pensando en lo que había sucedido. En una segunda mirada pude darme cuenta. Allí estaban adheridos diversos papeles y cartones, todos pegados con mi mejor tela adhesiva. ¡Qué desordenado estaba aquello! Tengo que admitir que di una breve ojeada a la calle, para ver cuántos de mis amigos habían notado esa extraña obra de arte. Yo estaba casi a punto de reprender a mi hijo, cuando él percibió mi perplejidad y me dijo: “Pero, papá, ¿no te gustó mi decoración? Yo la hice para ti”.

Y realmente él lo había hecho. ¿Quién podría dudar de que ése era un trabajo de amor? Por supuesto, no era un trabajo del cual yo me pudiese enorgullecer, ni un trabajo que yo hubiese pedido. ¡Mi mejor tela desperdiciada; mi auto necesitando un lavado!

Estaba yo a punto de reprenderlo, cuando vi que Dios venía a hablar conmigo: “Oye, hijo, este es exactamente el problema que he tenido contigo. ¿Recuerdas todas las veces que hiciste cosas que yo no ordené? Tú pensabas que me estabas agradando, cuando sólo estabas desperdiciando el tiempo en un trabajo no ordenado y con un celo mal orientado. En realidad, tú sólo estabas divirtiéndote. Como yo he sido paciente contigo, sé paciente con tu hijo”.

Entonces comprendí qué es lo que ocupaba el tiempo de mi hijo. Él quería mostrarme su amor; sin embargo, en vez de quedarse conmigo, él estuvo trabajando para mí.

Un amigo recientemente llamó mi atención a una frase en 1 Crónicas 4:23, que me ayudó a ver esta diferencia. A pesar de estar, tal vez, un poco fuera de contexto, el principio, sin embargo, es verdadero. Nosotros no somos llamados para ocuparnos con un trabajo para el Rey. Nuestro verdadero llamamiento es como el de aquellos alfareros que moraban “allá con el rey, ocupados en su servicio”. ¿Qué es realmente más importante? ¿El Rey o su obra?

Moisés parece haber conocido este secreto y dejó un ejemplo para nosotros. Una y otra vez él iba al monte para estar con el Señor. De ningún otro hombre leemos: “Se encontró con el Señor cara a cara”. En una ocasión en que estuvo con él cuarenta días, el Señor le dio a Moisés un modelo. Cuando descendió del monte, él construyó el tabernáculo de Dios a la manera de Dios y de acuerdo con sus especificaciones. No hay ningún desperdicio de tiempo, ningún desperdicio de material y de energía o ningún desperdicio personal en morar con Dios primero y sólo entonces trabajar.

DeVern Fromke, en À Maturidade, Nº 21, 1991.