Ha sido paciente el Espíritu Santo, soportando nuestras imperfecciones y pequeñeces; tiernamente, él clama por Su espacio… a nuestro favor.

Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba…».

– Hechos 2:2.

Sin duda, para todos nosotros, el día de Pentecostés marca la historia de la iglesia, pues todo cuanto tenemos –esta fe preciosa, el gozo de vivir en Cristo, la conciencia de nuestro llamamiento celestial– tuvo allí su punto de partida.

Nuestro Señor Jesucristo, resucitado de entre los muertos, ha pasado de la tierra al cielo, ha asumido su posición como Sumo Sacerdote y vive intercediendo por nosotros a la diestra del Padre.

Este es un fundamento muy básico. Tal es la posición actual de nuestro Señor hoy, exaltado en los cielos y, al mismo tiempo, el Espíritu Santo es derramado, como consecuencia y confirmación de este hecho.

Función oficial

A partir del día de Pentecostés, el Espíritu Santo vino a ocupar oficialmente su función en la tierra. El Padre dijo a su Hijo: «Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies» (Heb. 1:13). Este es un hecho espiritual irrefutable, como lo es también el hecho de la presencia real del Espíritu Santo entre los hombres, habitando en la iglesia, en los corazones de los creyentes. Así aconteció en la vida y experiencia de nuestros primeros hermanos y, hoy nos toca a nosotros vivir la misma preciosa realidad.

En la vida de Jesús

¡Cuán refrescante ha sido en estos días oír la palabra de manifestación del Espíritu Santo en la vida  de nuestro Señor Jesucristo! (Hech. 10:38). Tengamos muy presente ese hecho: que todas sus obras fueron hechas por medio del Espíritu Santo. El reino y la autoridad de Dios estuvieron plenamente manifiestas en la vida de Jesús de Nazaret, el hombre.

Hoy, nosotros somos los ungidos, aunque hay una gran diferencia entre él y nosotros, por cuanto él es absolutamente santo. Él es el Verbo que se hizo carne, y el Espíritu no tuvo obstáculo alguno para expresarse a través de su persona, fuese para hablar o para callar. Como vemos en los evangelios, algunos de sus discursos fueron extensos y profundos, como el llamado Sermón del Monte y las parábolas.

Algunas de sus palabras fueron duras, como la reprensión a los escribas y fariseos registrada en Mateo capítulo 23. Frente a Herodes, nada habló (Lucas 23:9), y ante Anás y Pilatos solo respondió lo estrictamente necesario. Ante el endemoniado gadareno habló una sola palabra: «Id», y el efecto fue inmenso.

Todo lo hizo o dejó de hacer mediante el poder y consejo del Espíritu. No hubo impedimento para su manifestación, en lo más grande y en los detalles más pequeños. ¡Qué control, qué mesura, qué equilibrio, qué perfección la de nuestro Maestro!

En corazones imperfectos

Pero la gracia de nuestro Dios es tan grande, que ahora el Espíritu Santo habita en corazones tan imperfectos y deformes como los nuestros. Y en la iglesia, el Espíritu ha tenido que convivir con divisiones, con dolores, con ofensas, con herejías, con situaciones complicadas, con imitaciones y falsedades. Sin embargo, él no se ha ido. Él vino para quedarse; ha sido y será paciente, hasta que su misión sea cumplida.

Nuestro Señor Jesucristo estuvo en la tierra hasta completar su misión. Cuando su obra estuvo consumada, a él solo le quedaba ser recibido de regreso en su gloria. Entonces oró: «Padre, he acabado la obra que me diste que hiciese», y ascendió a la diestra del Padre. Por su parte, el Espíritu Santo ha estado estos dos mil años en la tierra y aun su obra no está concluida. Cuando ese día llegue, ya no será necesario que siga presente en la tierra; entonces será retirado de este mundo, y se dará paso a otra era.

Aún ese día no ha llegado, y el Espíritu Santo está en la tierra, soportando nuestras imperfecciones, nuestra inmadurez, nuestra historia, nuestras pequeñeces como iglesia. Él ha sido paciente cumpliendo su obra, revelándonos al Padre y al Hijo.

Mayor promesa

A. J. Gordon, conocido autor cristiano, dijo que una de las mayores promesas que se le ha hecho al ser humano, es cuando el Señor dijo: «El que me ama, mi palabra guardará, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada con él» (Jn. 14:23).

No hay promesa más maravillosa que ésta. Y esto solo sería posible si el Espíritu Santo pudiese venir. Las condiciones se dieron –la preciosa sangre del Cordero fue derramada, el Señor fue ascendido– ¡y hoy nosotros somos las personas más privilegiadas de la tierra! Hemos sido llamados a ser la casa de Dios y a ser la esposa del Cordero, y el Señor espera que este propósito suyo se haga real en nosotros.

Esta promesa de venir a hacer morada se cumple en todo aquel que ha invocado de veras el glorioso nombre del Señor. Todos los que somos de Cristo, lavados con su sangre, estamos entre ellos. En el más pequeño y débil de los creyentes habita el Señor. Sin embargo, hay un problema; pues, estando presente por medio del Espíritu Santo, no está manifestado.

La experiencia de Pedro

En Hechos capítulo 10 tenemos el relato de la experiencia de Pedro bajo el gobierno del Espíritu Santo. Él había subido a la azotea para orar, cuando tuvo aquella visión del cielo abierto y del lienzo con los cuadrúpedos.

Es notable el protagonismo del Espíritu en los versículos 19 y 20: «Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende  y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado». El apóstol tuvo el especial privilegio de oír al Padre en el monte de la transfiguración, de oír al Hijo muchas veces y también de oír al Espíritu Santo.

Pedro nada sabía de los hombres que le buscaban, pero el Espíritu estaba haciendo los arreglos para esta trascendental experiencia. El mensaje aquí es muy claro. Pedro fue sensible y obediente a la voz del Espíritu Santo. ¡Cómo se ha perdido esto en la historia de la iglesia y cómo deberíamos suspirar porque se restablezca!

Debemos reconocer que muchos nos hemos desalentado al ver los frutos de quienes presumen haber oído al Espíritu y, pasado el tiempo, comprobar con dolor que aquello no fue sino parte de una «fraseología espiritual», pues los frutos dijeron otra cosa. No obstante, la experiencia de Pedro nos habla de algo genuino, y nosotros debemos aspirar a ver las manifestaciones auténticas del Espíritu, cuyo fruto sea evidente, en mucho provecho y bendición de la obra del Señor.

También debemos llenarnos de esperanza, pues hoy, con la experiencia acumulada de años caminando en el Señor, habrá mayor madurez en la iglesia para discernir estas cosas. Nadie que realmente oiga al Espíritu va a contradecir la sana doctrina revelada en las Escrituras acerca de la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo o acerca de la autoridad de la palabra escrita. El Señor nos dé discernimiento para filtrar cualquier manifestación extraña que pueda traer dolor o confusión a la casa de Dios.

Protagonismo del Espíritu

Regresando al relato de Hechos 10, podemos ver aun con más intensidad el protagonismo del Espíritu Santo. Pedro recién comenzaba su discurso cuando el Espíritu «cayó sobre todos los que oían». Entonces, ya no se pudo impedir el curso de los acontecimientos. Y más tarde, cuando debe dar explicaciones de lo ocurrido, Pedro dice resueltamente: «¿Quién era yo que pudiese estorbar a Dios?» (Hech. 11:17).

Observemos la sujeción de Pedro al Espíritu. Quien tomó la iniciativa desde el primer momento fue Dios mismo; no hay mano ni intención humana en todo esto. Cornelio no hizo más que buscar a Dios de corazón sincero, y la respuesta vino a través de un ángel. Y Pedro, sin saber lo que estaba ocurriendo, fue movido por el Espíritu Santo para orar.

Este es un punto importante: Pedro estaba orando. Su espíritu estaba sensible a las instrucciones del Señor. Aquí hay una lección para nosotros – no veremos el actuar del Espíritu Santo si no venimos en oración delante del Señor.

Luego que Pedro obedece y va con los siervos de Cornelio, allí el Espíritu vuelve a intervenir en forma soberana y acontece algo que nadie esperaba. Contra todo pronóstico, el Espíritu llena  a los oyentes gentiles de la misma manera como lo fueron los discípulos judíos que esperaban la promesa el día de Pentecostés.

El apóstol tenía muy fresca esa experiencia y, por tanto, supo reconocer de inmediato de qué se trataba lo que ocurría. Negar ese hecho o ponerlo en duda habría significado altercar con Dios mismo, y él no podía hacer eso. Entonces Pedro no tuvo nada más que hacer sino ponerse detrás del Espíritu, y ordenó bautizar a los nuevos creyentes, sin importar las consecuencias.

A nosotros hoy

Con temor declaramos esto – el Espíritu Santo hoy nos está diciendo: «Déjenme actuar, y verán lo que ocurrirá». Dios nos está diciendo: «Que se recupere en las iglesias locales el protagonismo del Espíritu Santo».

En estos días hemos oído que el Señor quiere hacer las mismas cosas, pues él no ha cambiado. Y depende de nosotros, si prestamos oídos a lo que el Espíritu está hablando en estos días finales de la iglesia. El Espíritu Santo está habitando en una iglesia deforme, una iglesia débil, que con facilidad se acostumbra a ciertas formas –formas de conducir una reunión, formas de gobierno o de administración–, cosas secundarias que suelen ser celosamente defendidas, pero que no son esenciales en la vida de la iglesia.

Hermanos influyentes

Amados hermanos, necesitamos recuperar este protagonismo del Espíritu Santo registrado en Hechos 10. Permita el Señor que sus siervos –obreros, ancianos, diáconos, colaboradores– pongan atención a este llamado.

Es importante enfatizar este punto, pues normalmente quienes son responsables del estado de la iglesia y del rumbo de la obra son los hermanos influyentes en las iglesias locales. Ellos son los hermanos que deben entender, atesorar y aplicar la palabra.

En cada iglesia hay muchos hermanos fieles y sencillos, que están presentes tanto en los buenos tiempos como en los días más duros. No hay problema con ellos. El problema suele estar en los que saben más, los que leen, se instruyen y comprenden más profundamente la voluntad del Señor. Ellos son los responsables del rumbo de las cosas en la casa de Dios. Son ellos quienes deben tomar la palabra y llamar a todos a poner atención: «Hermanos, esta palabra la tenemos que vivir; no desechemos esta oportunidad de agradar al Señor».

No contristéis

El Espíritu está presente en la asamblea de los creyentes. Sabemos también que en el Nuevo Testamento hay al menos tres actitudes negativas con respecto al Espíritu Santo: Resistir, contristar y apagar al Espíritu.

Tal vez resistir al Espíritu no sea algo tan aplicable a nuestra realidad. De hecho, nos reunimos, colaboramos y rendimos culto al Señor. No estamos resistiendo, al menos en forma abierta o decidida. Pero algo que sí hemos hecho es contristarlo y de alguna manera también lo hemos apagado.

Apagar implica que hubo un fuego encendido, y el fuego habla de poder y autoridad. Pero, en cuanto a contristar al Espíritu, está muy claro en Efesios 4:30-32: «Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira maledicencia y toda malicia…».

Amados hermanos, nosotros sabemos en qué punto estamos contristando al Espíritu. No nos engañemos. Aquí solo podemos mencionar algunas cosas generales, pero cada uno es responsable ante el Señor de los detalles más específicos. Cuando guardamos rencor y tardamos en perdonar, cuando no olvidamos ofensas pasadas, cuando no damos vuelta la página y seguimos recordando antiguas rencillas, cuando tenemos juicios y condenación unos contra otros, entonces se contrista el Espíritu y perdemos la sensibilidad a su voz.

Las distracciones del tiempo presente también son cosas en las cuales el Espíritu no está contento. Hoy, conectados a internet, al TV cable, a las redes sociales, hay mucha imagen grotesca que pasa ante nuestros ojos e invade el templo del Espíritu, y entristece al bendito Consolador. Ese tiempo mal invertido, esas horas en internet que traen frustración interior. La presente generación está demasiado entretenida, y es un terreno manejado muy bien desde el infierno, para traer dolor, fracaso y muerte entre los santos.

Tribulación y prosperidad

En el tiempo presente, las mayores dificultades no vienen de los hermanos que sufren enfermedades o diversas tribulaciones. Si usted pone atención, ellos suelen salir fortalecidos; la prueba les apega al Señor y al Cuerpo a donde acuden por auxilio. Otros, en cambio, han sido prosperados en sus estudios y trabajos, están llenos de planes, contentos con las cosas materiales y los logros humanos; pero, tristemente, no se ve mucho de Cristo en ellos, y aun sus conversaciones suelen ser triviales.

Amados, es tiempo de reaccionar y levantarse a proclamar que lo único que realmente importa en esta vida, es vivir en Cristo, llenarse de Cristo y esperar la venida del Señor. Todo lo demás es secundario, pasajero. Nosotros estamos aquí para reclamar las promesas de Dios en medio de una generación que se olvidó de Dios y hemos de clamar porque Su eterno propósito tenga entre nosotros pleno cumplimiento.

El Espíritu Santo es contristado cuando ponemos en primer lugar otras cosas y no al Señor Jesucristo. Que aprendamos esta lección. La iglesia no puede girar en torno a pequeñeces. Nuestras oraciones como iglesia deben ser: «Señor, revélanos en qué te estamos contristando».

Un ruego

Roguemos que el Espíritu recupere su protagonismo en medio de las asambleas, que seamos sensibles para reconocer cuándo realmente nos habla él, pues cuando el Espíritu preside ocurren cosas que nadie espera. Los resultados superan con creces lo esperado, como en los días de Pedro y Juan. Ellos no iban tras las señales, iban a orar, y cuando aquel cojo fue sanado y ellos predicaron, miles vinieron a los pies del Señor.

Cuando los primeros cristianos predicaron y vivieron la palabra, lograron influir poderosamente en la sociedad, porque su palabra fue acompañada de milagros irrefutables y porque llevaban una conducta santa, piadosa, justa y misericordiosa que respaldaba el mensaje. El carácter y la santidad que reflejaron aquellos siervos del Señor logró que la gente creyera y la obra de Dios fuera prosperada en medio de una sociedad cruel y despiadada. Aprendamos de los fieles de la historia.

La gloria postrera

En la profecía de Hageo, hay una palabra que todos conocemos: «La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera» (2:9). Por esta razón, nos conviene hablar de la gloria de esta casa, de cómo fueron las cosas en el principio, para luego poder levantarnos y reclamar esta promesa. Para esto, llamamos en especial a la juventud.

Hay entre nosotros una generación de edad algo más avanzada, que vamos a acompañarles con la experiencia, pero ustedes tienen que llegar más lejos y reclamar ante el Señor: «Señor, si en el libro de Hechos aparece esto, tu promesa es que la gloria postrera de la iglesia ha de ser mayor que la primera. Que la experiencia de Jerusalén, Antioquía y otras localidades, se vuelva a vivir entre nosotros, en nuestras localidades».

Pequeños ajustes

El arreglo lo tiene que hacer el Señor en los corazones – el Espíritu Santo necesita recuperar el protagonismo. El Señor Jesús tiene que ocupar el primer lugar en nuestras vidas, entonces el Espíritu Santo estará contento. El Señor nos está desafiando en estos días, como diciendo: «Si ustedes hacen estos pequeños ajustes, verán lo que ocurrirá. Si se arrepienten y abandonan lo oculto, lo vergonzoso y todas aquellas cosas secretas a los ojos de los hombres, pero no ante mis ojos, si las dejan y me dan espacio, verán lo que ocurrirá».

El Espíritu en Antioquía

Veamos Hechos capítulo 13… para leerlo y llorar juntos con esta lección. Tenemos a cinco hombres en la presencia del Señor. Conocemos bien a dos de ellos, Bernabé y Saulo, pero a los otros tres, Simón, Lucio y Manaén, solo se les menciona una vez. Eran hombres fieles y sencillos en la iglesia local. «Ministrando éstos al Señor…». Ellos estaban dedicados al Señor; no se juntaron a tomar algunos acuerdos humanos, sino que le dedicaron tiempo al Señor mismo.

¿Cuándo nos reuniremos solo para estar con el Señor y para orar juntos? Suponemos que cada siervo tiene su tiempo de oración privada; pero el Señor quiere ver siervos orando juntos, inquiriendo por Sus negocios con solicitud. ¡Qué hermoso, hermanos! ¡Qué alegría para las iglesias saber que sus pastores apartan tiempo para consultar ante el Señor!

Proveer el ambiente

«Dijo el Espíritu Santo…». Cuando Pedro oraba, le habló el Espíritu. Y, de nuevo aquí en Antioquía, el Espíritu habló a sus siervos cuando estaban en oración y ayuno. Estando en oración fueron sensibles a la voz del Espíritu. No es casual esta correlación.

Es responsabilidad nuestra proveer el ambiente espiritual, en oración, en consagración de tiempo dedicado, para que el Espíritu vuelva a regir los destinos de la obra de Dios. Hay mucho ruido en nuestras vidas, mucha música, muchos compromisos. Hemos de hacer oraciones más simples, menos «discursos espirituales». Digamos al Señor: «Enséñanos a discernir la voz genuina de tu Espíritu. Ayúdanos a ver en qué te estamos contristando, individualmente y como iglesia, para quitar el obstáculo».

Y, ¿qué sucedió? «Dijo el Espíritu Santo…». No tenemos más detalles. ¿Tuvieron un éxtasis? ¿Profetizó alguno de ellos? ¿Hubo un sentir unánime, una paz o un gozo inefable? No lo sabemos, pero el hecho es que el Espíritu Santo se manifestó, y esta experiencia fue real, y ¡cuánto más reales fueron los frutos que sobrevinieron! Luego, ellos salieron enviados por el mismo Espíritu. Lo que no se logró con Jerusalén, se logró con Antioquía. El evangelio se extendió con poder hacia occidente, y llegó hasta nosotros, hasta lo último de la tierra.

Responsables

Nosotros somos responsables de haber quitado protagonismo al Espíritu y de eso debemos arrepentirnos de corazón. Roguemos al Señor que podamos, tanto individual como colectivamente, restaurar esa sensibilidad a la voz de su Espíritu, para que él pueda recuperar esa prioridad que nunca debió perder.

Si tal cosa no ocurre, iremos camino a la muerte espiritual. Todo nuestro servicio está en riesgo de volverse algo externo, formal, insípido, sin la novedad de vida, sin el aroma a Cristo, a cruz, a resurrección, a poder, que son las señales vivas del gobierno y presencia del Señor en su obra y en sus siervos. Que tengamos realidad, algo genuino, frutos y pruebas indubitables del protagonismo del Espíritu.

¡Qué frutos hubo tras aquella gloriosa reunión relatada en Hechos 13! Gracias al Señor, hubo hombres que se humillaron y clamaron: «¿Qué haremos, Señor? ¿Hacia dónde debemos avanzar con tu obra? Dirígenos, Señor; gobierna tú, ve tú delante de nosotros abriendo camino. ¿A quién quieres usar Señor? Envíanos, capacítanos, abre tú las puertas».

Una iglesia normal

¿No deseará el Espíritu Santo hallar de nuevo, en nuestros días, hombres y mujeres bien dispuestos, para traer vida, aliento y nuevas fuerzas a muchos cristianos necesitados y a un mundo que desfallece por el engaño de las tinieblas?

Por Su misericordia, algo de esto hemos probado cuando el Señor nos ha llevado a distintos lugares y hemos sido recibidos y valorados por los que de Cristo llevamos; pero hay que avanzar más, hay que llegar más lejos, y ser más efectivos en las manos del Señor. Hemos de llevar una palabra renovada, un evangelio con poder y abundante gracia del Señor. Necesitamos ser una iglesia normal, dirigida por el Espíritu Santo, una iglesia gloriosa. Sea que hoy estemos experimentando dolores, o sea que estemos siendo prosperados, que nada nos detenga, ni la tribulación ni la entretención.

Lo único que tiene verdadero valor en esta vida es que busquemos al Señor y nos llenemos de él, para que el Señor llegue a tener una iglesia gloriosa y para que él regrese pronto.

El Señor está cerca. ¿En qué estamos invirtiendo nuestras energías? ¿Qué cosas nos apasionan hoy? Si tenemos este llamamiento celestial y tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo habitando en nuestro ser, nosotros somos los responsables de que su Espíritu se manifieste o no. De nosotros depende que la gente venga y se encuentre con Cristo en nosotros, que los enfermos se sanen y los endemoniados sean liberados, y todos digan: «Iremos con ustedes pues realmente Dios está con ustedes» (Zac. 8:23).

Amados, la iglesia no es la entretención del día domingo, no son solo momentos gratos de camaradería. La iglesia gloriosa es la protagonista de los hechos mundiales. Ella traerá el reino de Dios a la tierra. Necesitamos hoy una actitud militante, de lucha, de compromiso, como aquellos siervos del principio. Eso no puede perderse nunca. Que seamos esa iglesia encendida, llena del Espíritu Santo, que con autoridad pueda hablarle a quien sea, sin temor, pero con sabiduría, con gracia del Señor, con conocimiento, con profundidad… con Cristo en el corazón.

Que el Señor nos ayude.

Mensaje impartido en campamento El Trébol, Chile, enero de 2014.