Sion representa el testimonio de Dios sobre la tierra.

Lectura: Apocalipsis 14:1-5, Isaías 34:8.

El Cristo de Dios

El libro de Apocalipsis fue escrito en un tiempo de mucho conflicto para la iglesia, aproximadamente en el año 90 ó 95 después de Cristo, porque, entre otras cosas, el Imperio Romano comenzó una serie de persecuciones que iban a durar doscientos años, con el fin de destruir y, si fuese posible aniquilar a la iglesia y quitarla de la faz de la tierra. En aquel tiempo, el emperador Domiciano decretó que la religión que debía oficialmente unir a todos sus súbditos fuera la adoración a su persona. Y para eso, todos los súbditos del imperio debían presentarse una vez al año delante de la imagen, el ídolo, del emperador, y quemar incienso en su honor, declarando con sus labios: ‘César es el Kirios’, el Señor, un título que la Escritura sólo reserva para al Señor Jesucristo. Por esa razón, los hermanos no podían ir ante el ídolo del emperador y declarar que César era el Kirios, pues ya tenían un Dios y Kirios: Jesucristo.

Entonces, vino sobre la iglesia un tiempo de inmenso sufrimiento. Doscientos años de persecuciones. Miles y aún millones de hermanos rindieron sus vidas a la espada, las fieras, las hogueras, y a las cruces romanas por causa de su testimonio: el hecho de que Jesucristo es el Señor.

Ahora bien, el testimonio de que Jesucristo es el Señor tiene una importancia fundamental en la historia de la iglesia. Cuando leemos Apocalipsis 14 en relación con lo que hemos hablado, vemos que nos dice: «Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion». El apóstol Juan, a lo largo del Apocalipsis, se refiere constantemente al Señor Jesucristo como el Cordero de Dios. En la escena celestial de Apocalipsis cinco, cuando el Señor Jesucristo es presentado como el Cordero que fue inmolado, quien avanza, para tomar el libro que está en las manos del Padre y recibir de él todo poder, autoridad y dominio, y ser declarado Rey de reyes y Señor de señores.

Allí, en la mano derecha del Padre, había un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Ese libro representa la voluntad de Dios. En él están contenidos los propósitos eternos de Dios con respecto al hombre, al universo, y a todas las cosas. El capítulo cuatro de Apocalipsis acaba diciendo que por la voluntad de Dios fueron creadas todas las cosas que existen. Pero todas las cosas creadas están en un compás de espera. Porque algo ha ocurrido en el devenir de la historia y en el desarrollo de los planes de Dios, que ha estorbado hasta el momento el cumplimiento de la voluntad eterna de Dios. Y por eso, el libro está sellado.

Nadie puede abrir el libro. Satanás se ha rebelado, y una tercera parte de los ángeles lo ha seguido en su rebelión, y esa rebelión descendió a la tierra. El hombre fue atrapado en esa misma rebelión. La humanidad se unió a Satanás, y entonces la tierra se convirtió en un territorio hostil a Dios. Por ello, la oración que el Señor Jesús enseñó dice: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino». En el cielo, el reino de Dios no es un problema. Hay un trono que gobierna todo. Pero, amados hermanos, ese trono ¿gobierna en la tierra? Las naciones de esta tierra, los reyes de esta tierra, los hombres de esta tierra, ¿obedecen al Rey y al trono que está en los cielos? Por eso, la oración del Señor es: «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra».

El lugar donde se libra la batalla y se decide el destino eterno de las edades, no es el cielo, sino la tierra. Y es en la tierra donde la rebelión se ha instalado, Satanás ha construido su imperio de tinieblas, y la rebelión contra Dios ha crecido. Pero Dios no puede ser vencido; y su propósito eterno no puede ser estorbado para siempre. Por eso, hermanos amados, en el capítulo cinco de Apocalipsis vemos al Cordero presentarse delante de Dios, y avanzar y tomar el libro de las manos del Padre, para abrirlo y desatar sus sellos. Desde ese momento en adelante, él toma la historia en sus manos, para llevarla adelante hasta la consumación de todo. Ahora, nada más puede impedir que el propósito eterno de Dios se cumpla ¡Porque el Cordero de Dios ha abierto el libro! Y por eso, más adelante, él está de pie sobre el monte de Sion.

Un Rey según Dios

El monte de Sion, es un asunto muy importante en las Escrituras. Representa el corazón y el centro de los pensamientos de Dios con respecto al hombre y a la tierra. Si deseamos entender la Escritura en este asunto, debemos buscar la primera mención del monte de Sion y la última mención del mismo. Entonces tendremos el cuadro completo.

Ya hemos leído la última mención en Apocalipsis 14. Por tanto, vamos a leer ahora la primera mención del monte de Sion:

«Vinieron, pues, todos los ancianos de Israel al rey en Hebrón, y el rey David hizo pacto con ellos en Hebrón delante de Jehová; y ungieron a David por rey sobre Israel. Era David de treinta años cuando comenzó a reinar, y reinó cuarenta años. En Hebrón reinó sobre Judá siete años y seis meses, y en Jerusalén reinó treinta y tres años sobre todo Israel y Judá» (2 Sam. 5:3-5).

Lo que tenemos aquí es el comienzo del reinado de David. Ustedes saben que la Escritura nos dice que David fue un rey conforme al corazón de Dios. Él no fue el primer rey de Israel; el primer rey fue Saúl. Pero Saúl no era un rey conforme al corazón de Dios; sino conforme al corazón del pueblo. La gran diferencia entre David y Saúl está en que el último comenzó a reinar inmediatamente después de ser ungido por el profeta Samuel. A diferencia de Saúl, David, pasó por un tiempo de prueba muy largo antes de ser rey. Doce años de prueba y sufrimiento; doce años de persecuciones, viviendo como un proscrito, perseguido de aquí para allá por el mismo rey Saúl.

David pasó por un tiempo muy largo de formación para ser rey. Y ese tiempo, ese camino que recorrió David para ser rey, es el camino de la cruz. Sin embargo, porque David pasó por el camino de la cruz, pudo luego ser un rey conforme al corazón de Dios. No porque al principio David fuera mejor que Saúl. Al comienzo, si hubiésemos colocado a Saúl y a David juntos a correr la carrera, los dos habrían partido en idénticas condiciones, porque ningún hombre es mejor que otro. Todos hemos caído; nuestro corazón es perverso. Todos somos como Saúl, y también David lo era. Pero Dios lo llevó a través del camino de la cruz, en esos doce años de sufrimiento, cuando parecía que la palabra de Dios nunca se iba a cumplir en su vida. La vida natural de David fue quebrada y su fuerza natural fue deshecha. Así llegó al fin de sus propios recursos, y entonces, en ese punto, se convirtió en un rey según el corazón de Dios.

¿Recuerdan como era Saúl? Iracundo, agresivo y violento. Pero David se convirtió en un hombre manso y humilde, y así llegó a ser rey de Israel. Por eso David es un tipo del Señor Jesucristo. Por supuesto, David no fue un hombre perfecto. El cometió pecados. Pero en cuanto a su corazón para con Dios, él es un tipo del Señor Jesucristo. Un rey manso y humilde. ¿Ha oído usted alguna vez de una contradicción más grande entre ser rey en este mundo, y ser a la vez manso y humilde? Son dos cosas que parecen estar en el extremo opuesto la una de la otra. Ser rey, de acuerdo a este mundo, significa ser fuerte, violento, seguro, certero, y ejercer autoridad con poder.

¿Usted cree que, cuando la gente debe votar por un hombre determinado para ser presidente de su nación, votan por el hombre más manso y humilde? ¡Seguramente no! Pero, hermanos amados, el hombre que Dios escogió para ser rey era el más manso y humilde de Israel. ¡Qué contradicción! Pero ese era el rey según el corazón de Dios, porque era un tipo del Señor Jesucristo. Y, ¿qué dijo el Señor Jesucristo de sí mismo? «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón».

Cuando usted mira hacia el trono del universo, bajo el cual se someten todos los tronos, dominios, principados y potestades y todos los reyes que ha habido y vendrán, encuentra un Cordero. Pues, «…como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca». Él no sólo era un cordero en un sentido sacrificial; también tenía el carácter de un cordero manso y humilde. La profecía de Zacarías 9:9 dice: «Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna». ¿Ha visto usted una escena más paradójica? Así es el Rey según el corazón de Dios. Así es el Señor Jesucristo, y David era un tipo suyo como Rey. Todos sus años de sufrimiento formaron en David el carácter de Cristo, el verdadero Rey según Dios.

Sin embargo, mientras estaba aprendiendo a ser un rey según Dios, no sabía que estaba en la escuela del Señor Jesucristo. En esos años, cuando vivía en aquel permanente sufrimiento, perseguido siempre, ¡cuántas veces se habrá preguntado si era verdad que Dios, algún día, haría de él un rey; si esa era la forma en que un rey tenía que ser preparado! Pero, en esos tiempos, él aprendió a conocer el corazón del verdadero Rey. Aprendió a participar de los padecimientos de Cristo, y escribió aquel salmo maravilloso: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes…». El mismo que estuvo en la boca del Señor Jesucristo el día en que él murió en la cruz. Pero fue David quien escribió ese Salmo en el tiempo que recorría el camino de la cruz.

El conflicto de Sion

Ahora bien, cuando David llegó a ser rey con la mansedumbre y la humildad del Cordero de Dios, ¿cuál fue el primer acto de su reinado?

«Entonces marchó el rey con sus hombres a Jerusalén contra los jebuseos que moraban en aquella tierra; los cuales hablaron a David, diciendo: Tú no entrarás acá, pues aun los ciegos y los cojos te echarán (queriendo decir: David no puede entrar acá). Pero David tomó la fortaleza de Sion, la cual es la ciudad de David» (2 Sam. 5:6-7).

Aquí, hermanos amados, se menciona por primera vez en la Escritura el monte de Sion. Y se menciona en relación con el primer acto del reinado de David. Cuando él subió contra la fortaleza de Sion. Mas, ¿por qué en ese momento? Cuando Israel entró en la tierra prometida, cuatrocientos cincuenta años antes, en la época de Josué, y derrotó a todos los cananeos que habitaban la tierra, solamente una ciudad no pudo ser tomada: Jerusalén, donde estaba la fortaleza de Sion. Es un dato extraño, ¿verdad? Ellos iban con Josué a la cabeza; quisieron tomar la ciudad, pero no pudieron, porque allí estaba la fortaleza de Sion. Después pasaron cuatrocientos años durante lo cuales la ciudad de Jerusalén continuó en manos de los jebuseos.

¿Qué representa todo eso? ¿Por qué el primer acto del reinado de David fue ir y tomar la fortaleza de Sion? Desde un punto de vista estratégico no era algo muy importante. Había otras ciudades más grandes e importantes que ya estaban en poder de los israelitas. La misma ciudad de Hebrón, donde él fue coronado rey, era mucho más grande que Sion.

Pero, ¿por qué tenía que ser Sion? Porque David era un profeta. Cuando él cantaba y componía salmos, él también actuaba como un profeta. Entonces, él entendía los pensamientos de Dios con respecto al rey y al reino. Y esta era la inauguración del reino de Dios en el antiguo pacto con Israel. Es la primera vez que el reino de Dios se presenta en la tierra. Entonces, veamos lo que dice el rey David en el Salmo dos:

«¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas. El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos» (Sal. 2:1-4).

Ahora, hermanos, ¿qué dijo el Señor? «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga». ¿Él es como los reyes de la tierra, que imponen pesados yugos, y atan pesadas cuerdas sobre sus súbditos? No. «Mi yugo es fácil, mi carga ligera. Llevad mi yugo…».

Y, ¿qué dice aquí el Salmo 2? «…los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido». Ahora, ¿usted recuerda quiénes eran llamados «Ungido del Señor» en el Antiguo Testamento? Los reyes. Porque la palabra ungido en hebreo es Mesías. Entonces, cuando usted lee en el Antiguo Testamento: «He aquí el ungido del Señor», en hebreo es : «He aquí el Mesías del Señor». Después, en el año 200 a. de C., el Antiguo Testamento fue traducido al griego, a una versión que se llamó la Septuaginta. Cuando usted lee en la Septuaginta aquel pasaje, encuentra que el griego dice, «he aquí el Cristo del Señor». Entonces, en el hebreo dice: «contra Jehová y contra su Mesías», y en griego: «…contra Jehová y contra su Cristo». Y así se cita en los Hechos de los apóstoles. El Cristo es, luego, aquel a quien Dios ha ungido para ser rey.

Los hombres tienen sus reyes, las naciones tienen sus reyes. Pero, atención, dice el Salmo dos, ¡Dios tiene un Rey! ¡Escuchad, gobernantes de las naciones, ustedes son reyes, pero Dios tiene su propio Rey! Y él ha dado todo dominio, toda autoridad y todo poder a su Rey. ¿Comprende ahora la naturaleza del conflicto que se presenta en el Salmo dos? Están los reyes de la tierra por un lado, cada uno gobernando por su corazón humano. Pero Dios tiene su Rey para gobernar según Su corazón y ejercer autoridad con el carácter de Su autoridad.

Y entonces, ¿qué ocurre? ¿Qué dicen los reyes? «Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas». ‘No queremos que él reine; no queremos que él gobierne’. Aquí está el punto central del conflicto: «Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte» (Sal. 2:6). Sion es el lugar que Dios eligió para colocar a su Rey. «Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, es el monte Sion, a los lados del norte, la ciudad del gran Rey» (Sal. 48:2). «Porque Jehová ha elegido a Sion; La quiso por habitación para sí» (Sal. 132:3). Sion representa el corazón del pensamiento y el propósito divino para esta tierra. Por ello, mientras Sion esté en manos de sus enemigos, él no puede reinar, no puede tener un rey que represente su autoridad, sus intereses, sus propósitos y su voluntad sobre la tierra. Por eso era necesario que, apenas David fue rey, subiese y tomase la fortaleza de Sion.

El testimonio de Dios sobre la tierra está en Sion. Pero esto, por supuesto, tiene un sentido espiritual. En el Antiguo Testamento, era algo literal. Porque David subió contra la fortaleza de Sion, tomó la fortaleza de Sion, y entonces comenzó a reinar. Y ahí está el Salmo dos: «Yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte». Cuando David subió para tomar la fortaleza de Sion y echó fuera a los jebuseos, estableció allí la ciudad de David, y a partir de allí, desde la cima del monte de Sion hacia abajo, comenzó a edificar la ciudad de Jerusalén. Ese fue el comienzo de Jerusalén en la historia de Israel.

Entonces, hermanos amados, la captura de la fortaleza de Sion nos habla espiritualmente del momento en que el Señor Jesucristo subió por encima de todos los cielos y todos los poderes, los principados, las potestades, y todos los reinos de este mundo fueron puestos bajo sus pies. Hasta que finalmente se sentó en el trono del universo, y desde allí, como Rey del universo, como cabeza de todas las cosas, comenzó a edificar su iglesia sobre la tierra.

Entonces, la iglesia es la expresión de este hecho: Que Dios su Rey sentado en su trono, y que ese Rey ha de reinar para siempre. Que la iglesia esté sobre la tierra significa que el Señor está sentado en su trono en los cielos. Ese es el testimonio de la iglesia; esto es lo que la iglesia representa sobre la tierra: que Cristo está en el trono. Si él no hubiera muerto, no hubiera resucitado, y no hubiera ascendido por encima de todos los cielos, entonces no habría iglesia sobre la tierra. El hombre aún estaría bajo el poder de Satanás. Pero, porque él subió por encima de todos los cielos, porque él tomó el libro de las manos del Padre, entonces, el hombre ha sido redimido para Dios, y Cristo tiene una iglesia que lo representa sobre la tierra. Esto es el monte de Sion.

Recuerden que leímos al comienzo aquel pasaje de Isaías 34:8 donde se nos habla del pleito de Sion. Porque Dios tiene un Rey, y porque ese Rey está sentado en el trono de Dios, y al cual le ha sido dada toda autoridad, desde ese momento en adelante, comienza la lucha, la batalla, la controversia de Sion. En el Antiguo Testamento, mientras el monte de Sion estuvo en manos de los jebuseos, Jerusalén no tuvo ninguna importancia en los acontecimientos de la historia antigua. Pero, desde el momento en que David se sentó a reinar y el arca de Dios fue traída al monte de Sion, comenzó lo que el Antiguo Testamento llama en Isaías el pleito de Sion.

Cuando usted continúa leyendo, va a encontrar que, desde ese momento en adelante, en sucesivas y constantes oleadas, uno y otro imperio se va a levantar en la historia del mundo, y va a venir contra Jerusalén y contra Sion, para intentar destruirla. Es extraño, ¿verdad? Los asirios, los egipcios, los babilonios, los medos persas, los griegos, los romanos; uno tras otro, todos contra Jerusalén, tratando de arrebatar a Sion de las manos del Dios de Israel y del pueblo de Israel. Porque, amados hermanos, la controversia de Sion es la controversia por el gobierno y el dominio de la tierra.

Ustedes saben que Satanás entró en el mundo, y usurpó el reino de Dios; él arrebató el reino de Dios de las manos del hombre. Por eso, en Apocalipsis capítulo 12, aparece un dragón escarlata. Al principio, era sólo una serpiente, pero con el paso de los siglos, se ha convertido un dragón, porque ha crecido. En la medida que el hombre ha crecido y ha construido civilizaciones, imperios y naciones, él ha crecido junto con el hombre sobre la tierra. Entonces, aparece como un gran dragón escarlata que tiene siete cabezas y diez cuernos, y que tiene el dominio sobre todos los reyes de este mundo.

Es precisamente este dragón quien siente amenazado su dominio sobre el mundo, cuando ve aparecer un rey sobre el monte de Sion. Entonces sabe que su dominio sobre el mundo está en peligro mortal. Porque si Dios tiene un rey sobre Sion, es Dios quien gobierna sobre la tierra. La cuestión aquí es quién gobierna: Satanás o Dios. Si Dios tiene un rey sobre Sion, es decir, un rey que expresa su testimonio, y un pueblo sometido a ese rey, entonces, el dominio de Satanás en este mundo llega pronto a su fin. Si el reino de Dios viene a la tierra, Satanás tiene que salir de la tierra. Se acabó su tiempo en esta tierra.

Este es un principio divinamente establecido. Por eso, el diablo no soporta que haya un rey en Sion. Una y otra vez levantó en el pasado poderosos imperios y los arrojó contra la pequeña nación de Israel para –si fuera posible– aniquilar el testimonio de Dios, borrar a Sion de la tierra. En este punto, usted descubre lo que la Escritura llama el pleito de Sion; la lucha, la batalla por el reino, por el dominio, y el gobierno de esta tierra.

Un reino establecido en el corazón

Pero, hermanos amados, no es simplemente el gobierno sobre la tierra; es el gobierno sobre el hombre mismo. ¿Quién va a gobernar, quién va a ganar para sí el corazón del hombre? Esa es la cuestión central. ¿A quién darás tu corazón? ¿A quién daré mi corazón? ¿A quién dará el hombre, finalmente, su corazón? Este es el pleito de Sion.

David era un rey conforme al corazón de Dios. Un corazón que era sensible a Dios, un corazón que se inclinaba ante Dios ¿Ha visto una escena más extraña que aquella donde el rey David es confrontado por un profeta? Natán le dice: «Tú eres ese hombre que ha pecado» ¿Usted sabe lo que habría hecho cualquier rey de este mundo ante una amenaza así? Habría mandado matar al profeta, y habría borrado del registro de la historia sus malos actos, como hacían todos los reyes de la antigüedad. Pero no fue así con David, porque él tenía un corazón quebrantado para Dios. Y aunque pecó, cuando vino el profeta reconoció: «Sí, he pecado contra Dios». Y se humilló de todo corazón.

Y aún más, cuando su reino fue amenazado, y su hijo Absalón se levantó contra él, al salir de Jerusalén le salió al encuentro un hombre de la familia de Saúl, que comenzó a acusarlo de ser un hombre malo y sanguinario. David no había tocado ni siquiera un cabello de la cabeza de Saúl, pero aquel hombre lo estaba acusando de haber matado a Saúl y a Jonatán. Y vino Abisai y le dijo: «¿No quiere el señor, mi rey, que vaya y mate a ese perro muerto, porque ¿quién es ese para levantar su voz contra el ungido de Jehová?». No obstante, David respondió: «Déjalo, quizás Jehová mismo le ha dicho que me maldiga. Jehová me puso por rey sobre Israel, y hoy día salgo. Si Jehová quiere, yo volveré; pero si él no quiere, no volveré». Pues, era un rey con el corazón de Dios.

El Señor Jesucristo es el verdadero descendiente de David. Pero también es la raíz de David. Todo lo que David fue delante de Dios, en verdad vino del Señor Jesucristo, porque él es la raíz de David. El carácter de David no era más que la expresión del carácter de Cristo.

Por ello Juan nos dice, «Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion». El Señor Jesucristo es el Rey según Dios. Es el Cordero de Dios que está sentado en el trono. Y ahora está en pie sobre el monte de Sion. Pero, observe bien: No está solo. No sólo él tiene que subir el camino de la cruz, y no sólo él tiene que ascender a reinar; pero con él, se nos dice, hay ciento cuarenta y cuatro mil. Vamos a pensar por ahora, sin entrar en detalles, que es un número simbólico, que representa a la iglesia del Señor Jesucristo.

El deseo del corazón de Dios es que toda la iglesia se siente en el trono del Señor Jesucristo, tal como él ha vencido y se ha sentado en el trono de su Padre. Ese es el propósito de Dios, que la iglesia represente y exprese el reino y la autoridad del Señor Jesucristo. Pero ese reino y esa autoridad son inseparables del carácter del Señor Jesucristo. Por eso es el Cordero quien está de pie en el monte de Sion. Es su carácter lo que debe gobernar todo. No es simplemente autoridad; es la autoridad con un carácter específico: el carácter del Cordero.

Lo que ha de gobernar el universo por los siglos de los siglos es el carácter humilde y manso del Cordero de Dios. Pero además, la iglesia también está llamada a gobernar con él, y para eso tiene que ser conformada de corazón al carácter del Cordero. ¿Cuál fue el camino del Señor Jesucristo hacia el reino? El camino de la cruz. ¿Cuál es el camino de la iglesia para gobernar con Cristo? el mismo camino. No podemos llegar a reinar con él si no recorremos el camino de la cruz hasta el final. Este significa el verdadero seguir a Cristo.

Entonces, hermanos amados, el Cordero de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, subió para sentarse sobre el trono del universo y reinar para siempre. Ahora, también la iglesia está llamada a seguir el camino del Cordero por dondequiera que él va. ¿Por dónde va el Cordero, hermanos amados? ¿Cuál es el camino del Cordero? El camino de la cruz y desde allí hasta la gloria. Por ello se nos habla de los vencedores como aquellos que «siguen al Cordero por dondequiera que va». Pues ellos, siguiendo a Cristo desde la cruz hasta la gloria, permiten que por su intermedio el reino de los cielos descienda a la tierra.

Dios está esperando a estos hombres y mujeres. Para ello hemos de buscar primero el corazón del Rey; sólo entonces podremos expresar la autoridad del Rey y su reino podrá venir a esta tierra. Este es el significado más profundo de Sion y su testimonio en la tierra.