Una vindicación del esposo cristiano.

Alice Patricia Hershey

Yo estaba examinando algunos vestidos en una tienda, cuando percibí una discusión a mi lado. Una adolescente se probaba una minifalda; y su madre movía la cabeza, mostrándose indecisa. «Lynn, tú sabes lo que tu padre piensa de esas faldas cortas». «A mí no me importa», replicó la adolescente, «él nunca lo sabrá, a menos que tú se lo digas. Acuérdate de todas las veces que te guardé algún secreto. Además, tú apoyaste a Hill cuando él decidió dejarse crecer el pelo».

Un hogar ejemplar

De repente, por instinto de comparación, vino a mi mente la visita que yo había hecho la tarde anterior. Había estado en el hogar de Katrine, una nueva alumna en mi clase dominical, cuyos padres habían emigrado a nuestro país hacía apenas cinco años.

La madre de Katrine era una persona afectuosa y amable. Su casa también irradiaba hospitalidad. Sin embargo, lo que más me impresionó fue su constante referencia a su esposo. Siempre que había una pausa en la conversación, un niño de cuatro años preguntaba: «¿Falta poco para que llegue papá?»

Más tarde, los otros hijos llegaron de la escuela, me saludaron educadamente y se dirigieron a sus tareas. «Voy a hacer aquellos pastelillos favoritos de papá, para la cena», dijo la hija mayor, dirigiéndose a la cocina.

Cuando me levanté para irme, Katrine preguntó, con ansiedad: «¿No podría esperar sólo un momentito para que conozca a papá?» A esa altura, yo ya me sentía curiosa acerca de aquel hombre notable, que se había ganado el amor y el respeto de toda su familia. Realmente, yo no necesitaba de la segunda invitación de la dueña de casa: «Sí, siéntese por un momento, hasta que Lawrence llegue».

Casi tuve un shock al conocer a Lawrence. En vez de un hombre bien vestido y de conversación brillante, era un hombrecito que saludó a «la maestra de su pequeña Katrine», hablando de manera imperfecta, con el acento de su idioma nativo, y torciendo nerviosamente el bigote.

Todo el día estuve pensando sobre el misterio de la posición de aquel hombre en su hogar. Ahora, sin embargo, oyendo sin querer la conversación de esta madre y su hija a mi lado, surgió la respuesta. No importa quién o qué es el padre como persona, la actitud de la madre para con él es lo que hace la diferencia.

Actitudes confesadas vs. Actos practicados

Los esposos pueden asumir el lugar que les corresponde como cabeza del hogar solamente cuando nosotras, las esposas, respetamos y honramos sus deseos, transmitiendo a nuestros hijos, por medio de esta actitud, el deseo de actuar de manera semejante.

Las esposas establecen el ejemplo de las actitudes de sumisión. Y recibiremos la obediencia que exigimos de nuestros hijos en proporción exacta a la que ofrecemos a nuestro esposo.

«¿Y tengo que hacer eso ahora?», refunfuñó mi pequeño hijo, cuando le pedí que dejase sus juegos para llevar un recado a cierta persona. De alguna manera, aquellas palabras me parecieron familiares. Entonces recordé: en la noche anterior, cuando mi esposo me pidió que hiciese algo para él, yo me quejé: «¿Es preciso hacer eso ahora?».

El libro de Proverbios dice: «Por el camino de la sabiduría te he encaminado, y por veredas derechas te he hecho andar» (4:11). Yo me esfuerzo por enseñar a mi hijo una obediencia estimulante, sin embargo, mi enseñanza y entrenamiento serán eficaces sólo cuando yo lo demuestre por medio del ejemplo. Podemos decir que el papá es el jefe, pero en nuestro corazón sabemos que eso no es verdad, pues, si hay conflicto de opiniones, generalmente hacemos lo que nos agrada. Los hijos observan rápidamente la diferencia entre actitudes confesadas y actos practicados.

Algunos días atrás, cuando tomábamos el café de las mujeres del vecindario, la anfitriona nos mostró, sonriendo, un pequeño cuadro alegremente decorado que estaba sobre el escritorio de su marido. «Vean lo que compré ayer», dijo ella. Todas nos paramos para leer: «Las opiniones del hombre de la casa no son necesariamente las del gerente». «Pienso que eso coloca a Phil en su debido lugar», dijo Marian, con una risita.

Pero Ann le refutó, diciendo: «Dios nos dice: «Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer» (Ef. 5:22-23). Inmediatamente, la sonrisa desapreció. El asunto cambió, y yo pude sentir la incomodidad en el ambiente. ¡Pensábamos que aquellos versículos de la epístola a los efesios no se dirigían a nosotras, que hoy vivimos en una sociedad tan inestable!

Estas palabras de Efesios 5 nunca fueron fáciles de ser obedecidas. En el siglo XVII, el pastor Byfield dice respecto de las esposas: «La naturaleza las hizo mujeres; la elección, esposas; pero solamente la gracia de Dios puede hacerlas sumisas». Sin embargo, una de las cosas más importantes que la mujer puede hacer, por su familia y por su país, es dar a su esposo el lugar correcto – el lugar de cabeza de su hogar.

Un pastor estaba aconsejando a dos jóvenes que se preparaban para el matrimonio. Él les dijo si ellos tenían alguna pregunta. La novia preguntó: «¿Por qué la palabra ‘obedecer’ no está en los votos del matrimonio?». «Las novias modernas prefieren que esa palabra sea quitada de los votos», respondió sorprendido el pastor.

La joven quedó admirada. «Señor, durante toda mi vida he observado a mi madre obedecer alegremente a mi padre. Él era un hombre contento y feliz; yo, una hija satisfecha. Yo quiero ese tipo de hogar. Quiero que la palabra ‘obedecer’ esté presente en mi ceremonia de casamiento».

Los hijos necesitan un héroe

Actualmente, nos admiramos de la rebeldía de los hijos en muchos hogares. Sin embargo, parte de la respuesta parece estar en los hogares en que las verdades fundamentales de la Biblia han sido despreciadas. La disciplina y la obediencia necesitan ser infundidas en los hijos desde la más tierna edad.

Si menospreciamos la Palabra de Dios en cuanto a este principio tan significativo, las visitas asiduas a la iglesia y la lectura constante de la Biblia no tendrán realmente ningún provecho. Nuestros hijos no sólo tienen que recibir órdenes — necesitamos mostrarles cómo obedecer, pues el ejemplo es la esencia de la enseñanza. ¡Madres, qué inmensa responsabilidad tenemos sobre nuestros hombros!

Si mi esposo es respetado y amado por mí, mis hijos tendrán ese mismo sentimiento para con él. Si mis hijos observan que las palabras del papá y su voluntad son valiosas para mí, no dejarán de sentirse impresionados e influenciados. Nuestros hijos necesitan un héroe. ¿Qué tal si ese héroe es el papá? Saber que él es la persona más importante en la vida de su hijo es un estímulo inconmensurable para cualquier padre. Él hará todo lo que estuviere en su poder para vivir de acuerdo con lo que su hijo cree que él es. Ahora, es la actitud de la madre la que puede hacer del papá un héroe. El hijo necesita de experiencia antes de aprender mejor ciertas cosas. Él no puede ser enseñado verbalmente sobre el lugar del padre en la familia; tenemos que mostrarle los resultados prácticos de esta verdad.

Después que descubrí esta verdad, mi hijo David empezó a esperar con ansias la vuelta de su padre al hogar todas las tardes. Esto es el clímax de su día – y del mío. Desde la mañana comenzamos a hablar sobre las cosas que deseamos contarle al papá. Ponemos el periódico sobre su silla; preparamos para la cena una comida que a él le gusta, guardamos los juegos que estaban en la sala, de modo que la casa le parezca agradable. Todas estas cosas enseñan a David que su padre es importante y que, por amarlo, invertimos una parte de nuestros días procurando agradarlo.

El hombre que posee el privilegio de tener una esposa que le es amablemente sumisa, y que crea en el hogar una atmósfera libre de amargura y críticas injustas, enfrentará las luchas de la vida sin desmayar innecesariamente. Él sentirá paz interior. Es poco probable que él sea alcanzado por problemas nerviosos, pues tiene un lugar donde las tempestades y los malentendidos del mundo exterior pueden ser olvidados. Su futuro tal vez sea incierto, pero el hombre que es la persona más importante de su propio hogar está preparado para enfrentar el mundo.

Hace varios siglos, Shakespeare percibió la importancia del papel que la mujer desempeña en relación a su marido. Él escribió: «Tu marido es tu señor, tu vida, tu protector, tu cabeza, tu soberano; es alguien que cuida de ti y de tu mantenimiento. Él entrega su cuerpo al trabajo arduo, en la tierra o en el mar; vigila en la noche, en medio de las tempestades, y durante el día, en medio del frío; mientras tú permaneces abrigada en el hogar, tranquila y saludable. Él no anhela otro tributo excepto el amor, miradas amables y verdadera obediencia – una paga irrisoria para tan gran deuda. El deber que un súbdito tiene para con su rey, es el mismo deber que tiene la mujer para con su marido».

Tal vez mi esposo no posea talentos que el mundo aplaudiría. Pero él es único en el hecho de que es un regalo de Dios para mí. El esposo tiene que ser recibido y amado por lo que él es en sí mismo. Necesitamos dejar de lamentar aquello que nuestro esposo no es, enfatizando más las virtudes que él posee. En obediencia a Dios, debemos amar, honrar, obedecer y estimular a nuestro esposo, colocándolo en su debido lugar – como cabeza del hogar.

Tomado de «Fé para Hoje»