Extractos de cartas de Samuel Rutherford.

Camino al palacio, luego de conocer la sentencia

«Mi amado Señor me está concediendo la honra por la cual he orado estos 17 años, esto es, sufrir por mi pobre y majestuoso Rey, Jesús, y por su augusta corona, y por la libertad de su reino, que su Padre le dio».

«Bienvenida, bienvenida, dulce, dulce y gloriosa cruz de Cristo: bienvenido, dulce Jesús, con tu leve cruz; tú ya obtuviste y ahora posees todo mi amor; guarda lo que tú conseguiste».

En dirección al Palacio

«Aunque esta honrosa cruz conquistase en mí algún terreno, y mis íntimas objeciones de conciencia fuesen por algún tiempo agudas, aún así, para aliento de todos ustedes, me atrevo a decir y escribir por mi propia mano: Bienvenida, bienvenida, dulce, dulce cruz de Cristo. Verdaderamente pienso que las cadenas de mi Señor Jesús son todas cubiertas de oro puro, y que su cruz es perfumada con la fragancia de Cristo; y que la victoria será por la sangre del Cordero, y por la palabra de su verdad».

«Las caricias de la tierna mano del Mediador son muy dulces; él ha sido siempre dulce a mi alma, pero desde que sufrí por su causa, su perfume es todavía más dulce que antes para mí. ¡Oh, si cada cabello de mi cabeza, y cada miembro, y cada hueso de mi cuerpo, pudiesen ser un hombre, a fin de presentar al mundo un buen testimonio de él! Todo sería todavía muy poco para él».

«Mis cadenas están cubiertas de oro puro. Apenas el recuerdo de mis agradables días con Cristo en Anworth, y de mi querido rebaño (por el cual mi alma se entristece), es el vinagre en mi vino azucarado, aunque tanto la dulzura como el amargor sean alimento para mi alma. Ninguna pena, ninguna palabra, ninguna inteligencia, puede expresar a ustedes las maravillas de mi único, único Señor Jesús. Así, apresuradamente, yendo a mi palacio en Aberdeem, yo los bendigo».

En el palacio – Las primeras cartas

«A pesar de todas mis tristezas por el Señor, continúo hallándolo dulce, gracioso, amable, tierno; y quiero, tanto con la pluma como con palabras, firmar la maravilla, belleza y dulzura del amor de Cristo, y la honra de esta cruz de Cristo, que es gloriosa para mí, aunque el mundo se avergüence de ella. Pienso realmente que la cruz de Cristo quedaría ruborizada y se avergonzaría de aquellas sensibles personas mundanas que están de tal manera presas de su ambiente, que sienten vergüenza del sufrimiento de Cristo. ¡Oh, la honra de ser rebajado y apedreado con Cristo, y pasar a través de una muerte violenta a la vida eterna! – pero los hombres descubrirían refugios legales donde esconderse de la cruz de Cristo».

«¡Estoy bien, alabado sea Dios! Permaneciendo en esta ciudad extraña, un prisionero de Cristo y su verdad; y no estoy avergonzado por su cruz; mi alma está consolada con el aliento de su dulce presencia, por quien sufro».

«Estoy lleno de alegría y de la consolación de Dios. No obstante que esta ciudad es mi prisión, Cristo hizo de ella mi palacio, un jardín de placeres y huerto de deleites».

Un mes más tarde

«Cristo parecía un extranjero y desconocido para mí cuando llegué aquí; pero creo más en él que en su apariencia. Nunca más discutiré con él por causa de una amargura, ahora que se reveló a mí, diciendo: «Entra en el gozo de tu Señor»; y ¿a qué más puedo aspirar, cuando tengo al gran Dios en mis pequeños brazos? ¡Oh, cuán dulces son los sufrimientos de Cristo!»

«Dios perdone a los que hablan mal de la dulce cruz de Cristo; son solamente nuestros ojos débiles y torvos que ven el lado oscuro y nos hacen errar. Los que pueden llevar el humillante madero con gozo sobre sus espaldas, y lo aseguran con cuidado, verán que tal carga tendrá para ellos el mismo peso que las alas tienen para el pájaro o las velas para el navío».

Al comenzar un nuevo año

«Esta prisión es mi casa de banquetes; soy tratado con toda ternura y delicadeza, como si fuese un niño. Veo que, con Cristo, en nada fui perjudicado; pues él puede, en un mes, recuperar las pérdidas de un año».

«¡Oh, cuánto debo a la lima, al martillo y al cincel de mi Señor Jesús! Que me ha mostrado cuán bueno es el trigo de Cristo, que pasa a través de su molino y de su horno, para tornarse pan y ser servido en su propia mesa. La gracia probada es mejor que la simple gracia; y es más que gracia: es la gloria en su comienzo».

«¿Por qué debería sorprenderme ante el arado de mi Señor, que hace profundos surcos en mi alma? Sé que él no es un labrador negligente; él pretende una cosecha. ¡Oh, que esta tierra seca, ya blanca, se tornase fértil para una cosecha suya, por quien es tan dolorosamente preparada; y que esta tierra no cultivada fuese triturada!»

«En verdad, él nada me hizo perder por aquello que sufrí. ¡Él no me debe nada! Porque, en mis esposas, ¡cuán dulce y reconfortante ha sido para mí pensar en él, en quien encuentro recompensa suficiente al contemplar el galardón!».
Sacrificio de alabanza (Hebreos 13:15).

«Consecuentemente, Sr., yo le encargo, en el nombre de mi Señor Jesús, que alabe conmigo y muestre a otros lo que él ha hecho a mi alma. Este es el fruto de mis sufrimientos: mi deseo de que el nombre de Cristo sea divulgado por todo este reino, a mi favor».

«Querido hermano, le suplico, le encargo, en el nombre y por la autoridad del Hijo de Dios, que me ayude a alabar a Su Majestad; y le encargo también de comunicarlo a todos sus conocidos, para que mi Maestro pueda recibir mucha alabanza. ¡Oh, si mis cabellos, todos mis miembros, y todos mis huesos, fuesen lenguas bien afinadas, para cantar las alabanzas de mi gran y glorioso Rey! Ayúdeme a levantar a Cristo sobre su trono, y a alzarlo por encima de los tronos de los reyes de barro, los portadores de cetros moribundos de este mundo».

«No tengo fiestas sin que en ellas se mezcle la tristeza; ni estoy libre de viejos celos; porque él me apartó lejos de mis amados y mis amigos; desoló mi congregación, y llevó mi corona; pero no me atrevo a decir siquiera una palabra, a no ser: «Muy bien, Señor Jesús».

«Soy tentado y atormentado; los catorce Prelados deben haber sido armados por Dios solamente contra mí, mientras que el resto de mis hermanos todavía está predicando; pero nada me atrevo a decir fuera de esto: «Está bien, Señor Jesús, porque tú lo hiciste».

«Yo le ruego, mi querido hermano, que me ayude a alabar y elevar a Cristo sobre su trono por encima de los escudos de la tierra. Estoy estupefacto y desconcertado por la grandeza de su bondad para con tal pecador … Espero que nadie difame a Cristo o su cruz por mi causa: porque tengo muchos motivos para alabarlo, pues me condujo a un grado de comunión con él que jamás había conocido antes».

«Mi cruz es tanto mi cruz como mi galardón. ¡Oh, que los hombres cantasen sus alabanzas! Amo los peores rechazamientos de Cristo, sus tristezas, su cruz, más que toda la gloria superficial del mundo; mi corazón no desea más volver del país de Cristo; es una dulce tierra esta a la cual vine. Yo (de todos en este mundo) tengo una buena razón para hablar muy bien de él.

Como un niño destetado (Salmo 131:2).

«Estoy bajo la tutela de Cristo aquí. Me acostumbré a vivir contento en mi hogar prestado, que me abriga tanto como si fuese el mío propio».

«El diablo intervino y me instigó a discutir con Cristo, y a culparlo como un Maestro muy exigente. Pero ahora esta neblina fue disipada, y yo no solamente me callé, poniendo de lado todas mis discusiones, sino que estoy completamente satisfecho».

«¡Oh, cuán dulce sería si aprendiésemos a aliviarnos de nuestras cargas, amoldando nuestros corazones a ellas, y haciendo de la voluntad de nuestro Señor una ley!».

«Estoy pensando ya en la liberación como no había pensado antes. Mas sé que estoy errado. Es posible que yo no haya llegado a aquella medida de prueba que el Señor busca. Si mis amigos en Galloway hiciesen efectivamente alguna cosa por mi liberación, yo me alegraría muchísimo; pero no sé cosa alguna a no ser que el Señor tiene un medio por el cual él será el único en recibir la alabanza».

«Las esperanzas de mi liberación, aparentemente, son pocas. Mi fe no posee lugar alguno donde descansar, a no ser en la Omnipotencia».

«Aquí me encuentro aguardando esperanzado, para ver lo que mi Señor hará conmigo. Quiero que haga de mí lo que le agrade. Con tal que obtenga gloria para sí mismo en mí, nada más me importa».

«Si mi Señor se agrada, yo desearía que alguien tratase de mi vuelta a Anwoth; pero, si no fuere así, agradezco a Dios por no ser Anwoth el cielo; ni la predicación ser Cristo. Tengo esperanza y continuaré esperando».

Cristo y su amor

«Una visión de lo que mi Señor me ha mostrado en este corto espacio de tiempo, vale como el mejor de los mundos».

«¡Oh, si los hombres abriesen las cortinas y mirasen adentro del arca, y observasen cómo la plenitud de la Deidad subsiste en él corporalmente! Oh! ¿Quién dejaría de decir: «Déjenme morir, déjenme morir diez veces, para tener una visión de él»? Diez mil muertes no serían un precio muy alto para pagar por él».

«Una sonrisa en la faz de Cristo es ahora para mí como un reino».

«Si tal elección pudiese ser hecha, yo jamás cambiaría a Cristo por el mismo cielo».

«No conozco una fuente benéfica a no ser esta: no sé de alguna cosa que valga la pena comprar, a no ser el cielo. Y, en cuanto a mí, si pudiese escoger entre Cristo y el cielo, yo vendería el cielo para comprar a Cristo».

«¡Oh, cuán felices son aquellos que consiguen a Cristo por nada! No es necesario que Dios me mande nada además de Cristo para completar mi parte del paraíso – y ciertamente yo sería bastante rico, y tan dotado cuanto el mejor de ellos, si Cristo fuese mi cielo».

«Estoy feliz en oír que Cristo y usted son uno, y que ha hecho de él vuestra «única cosa», en tanto muchos dolorosamente han procurado muchas cosas, y sus muchas cosas son nada».

«El amor desea la compañía del ser amado: y mi dolor mayor es la ausencia de él, no de sus alegrías y aliento, sino de una unión y comunión más íntimas».

«¡Oh! Si yo pudiese unirme a los ángeles y serafines, y a los santos ahora glorificados, y pudiese elevar un nuevo cántico sobre el amor de Cristo, ante el mundo entero!»

«Estoy seguro de que aún los santos, los mejores de ellos, no pueden calcular el peso y valor de la incomparable dulzura de Cristo. Él es tan nuevo, tan único en excelencia, cada día tan nuevo, para aquellos que lo procuran más y más, como si el cielo pudiese proveernos tantos nuevos Cristos (si es que puedo hablar así) cuantos son los días entre él y nosotros; y con todo, él es el mismo. ¡Oh, amamos un amante desconocido cuando amamos a Cristo!».

«No fue sin razón que fue dicho: «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria». No me satisfaré con ninguna prenda del cielo, sino con el propio Cristo; porque Cristo, poseído por nosotros por la fe, es la esencia del cielo y de la gloria».

«Yo no sé qué hacer con Cristo; su amor me envuelve y me constriñe. Hice de él mi carga, pero oh, ¡cuán dulce y suave es! No puedo guardarlo conmigo: estoy tan envuelto en su amor que si ese amor no estuviese en el cielo, yo no tendría deseo de ir allá. ¡Oh, cuánto valor y significado existe en el amor de Cristo!».

«¡Qué poder y fuerza hay en su amor! Estoy persuadido de que este amor puede subir una montaña empinada con el infierno a sus espaldas; y nadar a través del agua y no ahogarse; y cantar en el fuego sin sentir dolor; y triunfar en las pérdidas, prisiones, tristezas, exilio, desgracia, y hasta reír y alegrarse en la muerte».

La cruz y su gloria
Relato de un espionaje en Canaán: Valles y montañas (Dt. 8:7).

«Mi deseo y esperanza es oír que tú caminas en la verdad, y que estás siguiendo al despreciado pero muy amado Hijo de Dios».

«Considero mejores las aflicciones de Cristo que las alegrías inútiles del mundo. ¡Oh, si toda Escocia fuese como soy, excepto mis cadenas! Mi pérdida es ganancia, mi tristeza, llena de alegría; mis cadenas, libertad; mis lágrimas, confortables. Este mundo no vale un vaso de agua fría. ¡Oh, pero el amor de Cristo emite un gran fuego! El infierno, todo el mar salado, y los ríos de la tierra no lo pueden apagar».

«Mi testimonio está en el cielo: no cambiaría mis cadenas y las esposas que llevo por causa de Cristo, ni mis lamentos, por diez glorias del mundo».

«Su cruz es la carga más dulce que jamás llevé, es una carga como las alas son para el pájaro, o las velas para el barco llevándome en dirección al puerto».

«Alabo su grande nombre que no es mezquino en colocar sus cruces sobre mí, pero aplica abundantemente su vara para salvarme de este mundo que perece. Cuán pródigo es Dios en recursos como este, considerados por muchos como falta de misericordia de su parte, mas la cruz de Cristo no es ni cruel ni inmisericorde; ella significa, eso sí, un testimonio por parte de un Padre amoroso».

«Cuando usted comenzó a seguir a Cristo, espero que haya hecho un pacto con él de que cargaría su cruz. Cumpla su parte del contrato con paciencia y no cancele su pacto con Jesús. Sea honesto, hermano, en su acuerdo con él; pues, ¿quien sabe educar mejor a un niño que nuestro Dios? Él ha tenido oportunidad de educar a sus hijos y herederos durante estos últimos cinco mil años, y sus niños son bien educados, y muchos de ellos son ahora hombres leales … Bien, su método de educar implica el juicio, castigo, corrección, nutrición; y vea si él hace acepción entre sus hijos (Ap. 3:19 y Heb. 12:7-8). No, su Hijo mayor y su heredero, Jesús no es la excepción (Heb. 2:10)».

«Necesitamos sufrir. Dios lo decretó antes de nuestro nacimiento, y es más fácil quejarnos de su decreto que cambiarlo. Es verdad: terrores de conciencia nos abaten, pero sin ellos no podemos ser levantados nuevamente: miedos y dudas nos hacen estremecer, pero sin ellos nos entregaríamos al sueño y perderíamos la seguridad de Cristo; tribulación y tentaciones casi arrancan nuestras raíces, mas sin ellas no podemos crecer, como no crecen las hierbas y el maíz sin la lluvia. El pecado, Satanás y el mundo claman en alta voz a nuestro oído que tenemos duras cuentas para ser juzgadas, pero ninguno de los tres, a no ser que mientan, se atreve a decirnos cara a cara que nuestro pecado puede ser quitado al tenor del Nuevo Pacto. Adelante, pues, querido hermano, y no pierda el control».

La comunión y su dulzura
Relato de un espionaje en Canaán: Este monte – Hebrón (Josué 14:12-13).

«Estoy bien. Mi prisión es un palacio para mí y la casa de banquetes de Cristo. Mi Señor Jesús es tan gentil cuanto dicen que es. ¡Oh, que toda Escocia pudiese saber de mi caso y tuviese parte en mi fiesta!».

«¡Oh, la dulce comunión perenne que ha habido entre Cristo y su prisionero! Él no se cansa de ser gentil. Él es la visión más bella que pude contemplar en Aberdeen o en cualquier otra parte donde mis pies hayan pisado».

«Pero nadie es tan gentil como mi singular y noble Rey y Maestro, cuya cruz es mi galardón. El Rey cena con su prisionero y su nardo da su olor. Él me ha llevado a un grado tal de alegría y comunión con su Persona como jamás experimenté antes».

«Tengo tanta y tan dulce comunión con Cristo cuanto un pecador puede tener; sólo siento que él posee tanta belleza y hermosura y yo, poco amor; él posee gran poder y perdón, y yo, ojos ciegos. ¡Oh, que yo le vea en la dulzura de su amor y en sus vestidos nupciales! ¡Ay de mí! ¡Mi copa vacía poco puede contener de Cristo Jesús!».

La fe y su victoria
Relato de un espionaje en Canaán: «Ciertamente prevaleceremos» (Núm. 13:30).

«Él ha hecho de mí un rey sobre el mundo. Príncipes no pueden vencerme. Cristo me ha dado el beso nupcial, y él tiene mi amor nupcial: hicimos un acuerdo perfecto, que no será anulado por ninguna de las partes. ¡Oh, si tú y todos en este país conociesen los suaves términos de perdón que existen entre mí y él!».

«Ahora, en cuanto a mi propia persona: sepa que concuerdo plenamente con mi Señor. Cristo colocó al Padre y a mí en los brazos el uno del otro – muy dulces acuerdos hizo conmigo antes, y éste entre otros. Yo reino como rey sobre mis cruces».

«Por mí, estoy tan bien cuanto un prisionero de Cristo puede estar; por él soy maestro y rey de todas mis cruces; estoy por encima de la prisión y del azote de la lengua de los hombres; Cristo triunfa en mí».

«Mas, ¡sea Dios alabado! Pues Cristo, en sus hijos, puede soportar presiones y tempestades, aunque la frágil naturaleza se caiga a pedazos».

«Cuando nos hayan comido y engullido, quedarán enfermos y nos vomitarán como vivos nuevamente – el estómago del diablo no puede digerir la Iglesia de Dios».

Ven de prisa, amado mío (Cantares 8:14).

«¡Oh, que el tiempo pasase más deprisa, y apresurase nuestra búsqueda de comunión con el más amable de los hijos de los hombres! Oh, que aquel día nos favorezca y llegue, y ponga a Cristo en nuestros brazos y nosotros en los de él».

«¡Oh, Bienamado, corre, corre de prisa! Oh, hermoso día, ¿cuándo amanecerás? ¡Oh, sombras, lejos de aquí! Hallo que la esperanza y el amor, entretejidos, transforman nuestra ausencia de Cristo en un tormento espiritual. Continuar esperando es sufrimiento; pero la esperanza, que no nos avergüenza, amortigua ese dolor. No es la falta de misericordia la que nos mantiene alejados de Cristo por tanto tiempo. ¿Cómo puedo yo corresponder al amor de Cristo?».

«¡Oh, cuándo veré al Novio y la novia encontrarse en las nubes y besarse! Oh, ¿cuándo llegará el día en que nuestro corazón esté satisfecho? ¡Oh, si nos fuese dado mostrar nuestra hambre de aquel amor y nuestro deseo de contemplar a Dios inmediatamente! ¡Cómo tú atormentas las almas de aquellos que serían absorbidos por el amor de Cristo, porque te mueves tan lentamente!».

Extractado de «À Maturidade».