Para servir al Señor con eficacia se requiere que ciertos principios sean considerados.

1 El hombre no puede hacer la obra de Dios

La obra de Dios sólo la puede hacer Dios mismo. ¿Significa que el hombre no tiene ningún papel en ella? El hombre sólo puede obrar cuando permite que Dios obre primeramente en él revelándole a su Hijo. Entonces, el hombre simplemente testifica, por medio del Espíritu Santo, acerca de lo que Dios ha hecho. Si el Espíritu de Dios no obra, el hombre trabajará en vano.

2 Dios necesita al hombre

En su obra Dios tiene una gran necesidad, que es la cooperación del hombre. En la obra de Dios no hay ni lugar ni tiempo cuando el hombre no participa. Desde el Génesis al Apocalipsis vemos que Dios está siempre buscando, siempre aprehendiendo, siempre guiando y utilizando al hombre como medio para su obra. Dios tuvo que conseguir un hombre como Noé antes del diluvio; y tuvo que conseguir a un Moisés antes de poder sacar a su pueblo de Egipto. Antes de hacer una cosa, primero el Señor consigue al hombre. Y si no puede lograr a su hombre, no puede hacer su obra.

3 Dios ocupa sólo a quienes se inclinan a Él

Dios sólo ocupa en su obra a aquellos que se inclinan hacia Él. Aunque parezca haber pasado mucho tiempo, Dios no se olvida del deseo del corazón de un hombre que anhela servirle. Así pasó con Moisés. Después de 40 años, Dios no lo había olvidado. Ana tuvo un deseo en su corazón delante de Dios, y a su tiempo tuvo a Samuel sirviendo a Dios. Dios concede sus riquezas espirituales a aquellos que anhelan ser utilizados por Él.

4 Consagración es poder

El poder espiritual para servir no es algo meramente externo: es el resultado de un corazón que ha entregado a Dios todos sus deseos y se ha consagrado a Él. Si nuestra consagración es superficial, seremos como un paralítico que no tiene fuerzas. Pero si nuestra consagración es absoluta, entonces encontraremos el poder, y también la luz.

Tal vez tengamos algún tipo de controversia con el Señor. Cuando estemos dispuestos a ceder ante Él, nuestra consagración será más perfecta.

5 Agradar al Señor

La actitud básica para servir al Señor es la de agradar al Señor, lo cual muchas veces significa entrar en pugna con los hombres. Para agradar al Señor no se puede transigir ante los hombres para recibir así su gloria, ni transar la verdad. Pablo dice en Gálatas 1:10: «¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.» Y agrega más adelante: «¿Busco el favor de los hombres, o el de Dios?» (4:16). Si Pablo hubiera cedido ante los hombres, habría sacrificado la verdad de la salvación por la fe. La verdad se compra, pero no se vende (Prov. 23:23). Agradar al Señor implica pagar un precio.

6 Con el espíritu, no con la mente (Juan 4:23-24; 6:63; Rom.1:9)

En el servicio a Dios, todo debe tener su origen en el sentimiento de nuestro espíritu. Sea al orar, al leer la Biblia, al predicar la Palabra de Dios, o en cualquier otra actividad espiritual, todo debe proceder del espíritu y no de la mente. La mente es algo secundario, porque ella está en el plano de lo natural. En cambio, la obra de Dios es espiritual. Mediante el espíritu entramos en los pensamientos de Dios. Para que esto sea posible debemos aceptar la obra de la cruz en nuestro yo.

7 Conscientes de nuestra debilidad (1ª Corintios 2:3; 2ª Cor. 12:9-10)

Cuanto más conscientes estemos de nuestras flaquezas y debilidades al desempeñar un servicio, tanto mayor será nuestra seguridad de que estamos sirviendo a Dios. Quien sirve al Señor está lleno de estos sentimientos todo el tiempo. Por eso, el cristiano deberá echar mano permanentemente a la preciosa sangre de Jesús.

8 Trabajar y aprender

Dios no desea tanto nuestro éxito en su obra como nuestro aprendizaje. Cuanto más completa y profundamente aprendamos nuestras lecciones, tanto mejor. Dios quiere nuestro progreso espiritual, y con tal de lograrlo, bien puede destruir nuestro éxito momentáneo.

Nuestro servicio aquí es en realidad sólo un aprendizaje para servir a Dios en el milenio y en la eternidad. (Mateo 25:21,23). Este aprendizaje es la incorporación de la vida divina en el creyente.

9 La presencia de Dios en el servicio

Al servir en medio de la casa de Dios tenemos no sólo una percepción interna del pecado, y de nuestra impureza, sino también de la presencia del Señor y de su santidad.

10 Abundancia en la escasez

Cuando comparamos las dos veces que el Señor multiplicó los panes y los peces (Mateo 14:13-21; 15:32-38), nos damos cuenta que cuando había menos, el Señor sació a una multitud más grande, y sobró más. ¿Por qué?

Cuando nosotros tenemos poco, le damos la oportunidad al Señor para que haga un milagro mayor. Nuestra escasez y debilidad no son un obstáculo, sino más bien son la ocasión que Él busca para mostrar su poder y su gloria. He aquí la oportunidad para los que somos débiles y limitados. Ninguno de nosotros está excluido de un servicio, si es que nos ponemos en las manos del Señor.

No importa si tienes poco, lo que importa es si lo poco que tú le ofreces al Señor es tu todo. Si tu todo es poco, el Señor recibirá mayor gloria cuando haya mucho fruto.

11 La necesidad de quebrantamiento

Al igual que los panes en las manos del Señor, tú tienes que ser partido. Tu ser interior debe ser quebrantado. Nuestros afectos más íntimos deben ser puestos delante del Señor y ser negados para que haya una verdadera multiplicación.

En el pasaje de Juan 6 se nos dice que los panes eran de cebada, y que los trajo un niño. La cebada vale menos que el trigo, y un niño es muy poca cosa entre tantos hombres. En la pequeñez y humildad de lo que se le ofrece, el Señor encuentra la ocasión para mostrar su gloria.

12 La necesidad de renovación

La luz que recibimos ayer no nos sirve para nuestro servicio hoy. Las experiencias pasadas no nos aseguran un fruto espiritual hoy. Dios no se repite. Cuando el Señor multiplicó los panes para los cinco mil no guardó para los cuatro mil. Cada vez tuvo que obrarse un nuevo milagro. Hoy se requiere de un nuevo acto de consagración si es que queremos que las necesidades de otros sean suplidas a través de nosotros.

13 Dejar, para recibir (Mateo 19:29)

«Cualquiera que haya dejado … recibirá». Muchas veces nos parece que no podemos servir al Señor, porque no tenemos qué poner delante de los demás: nos vemos vacíos. Pero aquí tenemos un principio: Tanto dejas, tanto recibes. Si quieres recibir (para tener qué poner delante de otros), tienes que dejar aquello que ocupa tus manos y tu corazón.

¿Qué hay en tu corazón? ¿Qué afectos? ¿Qué planes? ¿Qué ambiciones secretas? Si estás dispuesto a dejar algo de eso, el Señor podrá poner en su lugar algo que puedas ofrecer a los demás. ¿Qué hay en tus manos? ¿Qué cosas están aferrando? El Señor no puede poner nada en ellas, porque están ocupadas. Si sueltas lo que tienes, Él podrá llenarlas de bendición.

Tal vez haya algo que el Señor te ha demandado desde hace tiempo, y que tú no estás dispuesto a ceder. Argumentas con Él, pero tus muchos argumentos no le han convencido. Tal vez sea éste el día de dejar aquello para que puedas recibir la abundancia del Señor. Nuestra capacidad de servicio equivale a lo que estamos dispuestos a dejar (de lo nuestro) para recibir del Señor.

14 Sirviendo según los talentos

De acuerdo a la parábola de Mateo 25:14-30, el Señor ha repartido sus recursos espirituales de manera desigual (a unos cinco, a otros dos y a otros uno), pero no arbitrariamente. No es porque Él haya querido darle a unos más y a otros menos. Él lo hizo sobre la base de la capacidad de cada uno.

Algunos hijos de Dios creen haber recibido poco, y otros creen haber recibido demasiado. Es bueno y necesario que veamos que el Señor nos ha dado a cada uno la cantidad apropiada.

Tú posees la cantidad de recursos adecuada. Tú no tienes nada menos que lo que el Señor te ha dado. Y no tienes nada más que lo que buenamente tú puedes administrar. No hay lugar para quejas. Todo está bien. Dios es sabio. Ahora tienes que servir lo más fructíferamente posible, según tus recursos.

15 Sirviendo según nuestra ubicación en el Cuerpo (1ª Corintios 12:18)

Todos hemos sido ubicados en un determinado lugar en el cuerpo, para desempeñar una determinada función. Dios colocó los miembros en el cuerpo como Él quiso. Es un asunto de sabiduría divina, no de decisión humana. Es señal de madurez aceptar el lugar que nos corresponde en el cuerpo, como la cantidad de recursos que el Señor nos ha dado. Estamos en el lugar preciso y tenemos la cantidad necesaria de talentos para servir bien. El Señor no se ha equivocado.

16 Asumiendo nuestra responsabilidad y limitaciones

Aunque pensemos que tenemos muy poco – un solo talento – debemos ver que somos responsables de él. No podemos rehuir la responsabilidad, porque tendremos que dar cuenta por lo que hemos recibido.  Si pensamos que tenemos mucho, debemos ver que no somos suficientes para hacer toda la obra de Dios. Debemos hacer lugar para el servicio de los demás. El cuerpo se compone de muchos miembros, no de uno solo.

Así que no debemos retraernos, como tampoco adelantarnos demasiado. No debemos ser ni demasiado tímidos, ni demasiado osados.

Mira a los hermanos que están junto a ti. El Señor los escogió a ellos para que sirvieran contigo, y a ti te escogió para que sirvieses con ellos. Hay una complementación de los unos con los otros. Tú te ves, a veces, muy pobre y necesitado, pero tu hermano tiene una riqueza que tú no posees y que suple tu necesidad.

Tu hermano también piensa a veces que él es muy pobre y necesitado. Y resulta que el Señor te ha dado a ti la riqueza que él necesita. Así que, aunque todos se vean faltos y débiles, lo poco que uno tiene suple perfectamente la necesidad del otro, y el Señor es glorificado.

17 Todos deben servir, también los pequeños

En la iglesia siempre habrá oportunidad para que todos sirvan. Sólo una anormalidad muy grande podría impedir que todos sirvan. Cuando hay anormalidad, sólo unos pocos sirven. Estos son considerados «ungidos», como si los demás no lo fueran. Unos pocos talentosos lo hacen todo, en desmedro de los que no lo son tanto. Eso es una anormalidad. Nadie puede cerrarle el paso a otro para que no sirva, porque el Señor gobierna sobre su casa.

A menudo se oye decir: «Yo no tengo con qué servir. No tengo educación; no sé predicar. Parece que no tuviera ni un solo talento». Son muchos los hijos de Dios que están en esta situación; más, tal vez, que los que sirven públicamente. ¿Qué hacer? ¿Hay esperanza para ellos?

Los pequeños ocupan un lugar muy especial en el corazón de Dios. El capítulo 18 de Mateo tiene un solo y gran tema: los pequeños. Aquí el Señor dedica toda su atención a los pequeños. El juicio a las naciones del que se habla en Mateo 25:31-46 descansa en la conducta que los hombres siguieron con los «hermanos más pequeños» del Señor. Quienes les hicieron misericordia, serán objeto de misericordia; quienes no, serán objeto de su ira.

En 1ª Corintios 12:22-25 se muestra que en el Cuerpo, que es la iglesia, hay miembros débiles, menos dignos, menos decorosos; sin embargo, éstos son los más necesarios y los que se tratan con mayor honra. En Romanos capítulo 14 se nos exhorta a considerar la conciencia de los hermanos pequeños. Así que, los pequeños en medio de la iglesia han de ser considerados a la hora de servir. De acuerdo a su medida de fe, a su ubicación en el cuerpo y a sus talentos, ellos tienen que poner en ejercicio su don. Que nadie los menosprecie ni los desaliente. ¡Ellos son amados de Dios!

18 Tomando en cuenta a todo el Cuerpo

El servicio del creyente debe tomar en cuenta a todo el Cuerpo de Cristo. Todo personalismo y espíritu sectario debe ser eliminado. Nadie busque una ganancia personal. Cuando el sumo sacerdote se presentaba ante Dios para ministrar, llevaba el pectoral del juicio, en el cual estaban inscritos los nombres de las 12 tribus de Israel. Así, él no estaba ante Dios como un individuo, sino representando a muchos. Él llevaba sobre sus hombros y sobre su corazón a todo el pueblo de Dios. (Exodo 28:6-30). Así también hacía Pablo con las iglesias (2ª Cor. 11:28-29), y también hemos de hacerlo nosotros, si pretendemos servir al Señor con madurez.

19 La necesidad de revelación

Toda obra que realicemos, por pequeña que sea, debe hacerse según el modelo del monte. Esto es, según la revelación que Dios nos ha hecho de su propósito y plan eternos. Esta revelación tiene que ver no sólo con la predicación del evangelio, sino, sobre todo, con la edificación de la iglesia.

20 Las acciones justas son nuestra justicia

En las Escrituras encontramos que para los cristianos hay dos clases de vestido, los que se relacionan, a su vez, con dos tipos de justicia.

El primer vestido es el mismo Señor Jesucristo (Gál.3:27), con el cual nos presentamos ante Dios. Este vestido lo tienen todos los salvados, porque lo recibimos cuando fuimos justificados gratuitamente por la fe, y no depende de nuestro caminar.

El segundo tipo de vestido es de lino (Apocalipsis 19:7-8). Cuando seamos presentados a Cristo, llevaremos este vestido. Este es las acciones justas de los santos y se va confeccionando desde el día en que fuimos salvos. Este vestido nos es dado por el Señor Jesucristo a través del Espíritu Santo.  Las acciones justas son las obras que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Ef.2:10).

Uno suele perder el tiempo cuando no sabe qué es lo que Dios quiere que uno haga, cuál es el don que Dios le ha dado, cuál es su función en el cuerpo, y cuáles son las obras que Dios preparó para uno.  Nos conviene saberlo, porque, sabiéndolo, podremos poner todo nuestro esfuerzo, nuestro tiempo y energías al servicio del Señor, para que tales obras sean cumplidas. Si nosotros no las hacemos, tal vez nadie las hará.

21 Toda obra de amor será recompensada

Hay un hermoso capítulo del Antiguo Testamento en el que se advierte la atención que el Señor presta a todas las cosas que hacemos por amor a su Nombre. Es Nehemías 3. Este capítulo es una muestra de lo que es el libro de memoria que está en los cielos delante de Dios (ver Malaquías 3:16). En él se deja constancia de las personas y de los grupos de personas que tomaron parte en la reconstrucción de los muros y las puertas de Jerusalén. Algunos reedificaron tramos del muro. Otros reedificaron puertas. Y aun otros reedificaron tramos de muros, y puertas.

Aquí quedó todo registrado acuciosamente, no importa si la obra realizada por cada uno fue grande o pequeña. ¿Por qué? Porque «cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor» (1ª Corintios 3:8 b). La reconstrucción de Jerusalén no era una obra de hombres: era la obra del Señor. Así pues, el Señor lleva un libro de memoria exacto, perfecto y completo de toda la obra de amor que los hijos de Dios realizan por amor de su Nombre. ¡Un libro que será consultado el día de las recompensas!