Dijo Jehová a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él … Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte».

– Job 1:12; Luc. 22:31-32.

Estos dos pasajes, y sus respectivos contextos, nos ilustran un hecho asombroso: Dios concede permiso a Satanás para que zarandee a los siervos de Dios. Tanto Job como Pedro nos muestran, en sus dolorosas experiencias, que esto es posible.

¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué fueron Job y Pedro los elegidos para esto? ¿Es esta una experiencia común a los hijos de Dios, o es solo para algunos? ¿Cuál es el objetivo que persigue Satanás? ¿Cuál es el objetivo que persigue Dios?

De lo ocurrido con Job y Pedro, podemos deducir algunas cosas importantes: Primero, que ambos se destacaban entre sus iguales; eran personas con ascendiente sobre los demás. Ambos, además, tenían un alto concepto de sí mismos. De hecho, ellos se consideraban mejores que quienes les rodeaban.

El hecho de que se destacaran sobre los demás llamó la atención de Satanás; la justicia de ellos era exhibida, pero no era real. Este hecho hacía que no contara con la cobertura de Dios. Solo lo que Dios produce en el hombre es espiritual, y escapa del ataque del diablo. El diablo se alimenta de polvo, es decir, de la carne, y donde hay obras de la carne, por buena y sofisticada que aparezca, es el alimento que Dios dio a Satanás: «Polvo comerás todos los días de tu vida» (Gén. 3:14).

Dios permitió este zarandeo porque era la manera de que sus siervos se vieran libres de esa deformidad de su carácter, de su vana pretensión de justicia propia. El zarandeo dejaría limpios de aquella fealdad.

Por supuesto, Satanás no tiene objetivos nobles con los hijos de Dios. Él quería destruirles; sin embargo, en ambos casos, Job y Pedro, fueron defendidos por Dios. Dios prohibió a Satanás poner su mano sobre Job; en el caso de Pedro, el Señor Jesús mismo rogó por él para que su fe no faltase.

Job debió cansar a Dios con su justicia exhibida tan neciamente. (Recordemos que hay largos pasajes de sus discursos dedicados exclusivamente a ponderar sus propias virtudes). Lo mismo Pedro, quien interviene en reiteradas ocasiones, como si él fuese el mejor de los hombres, hablando al Señor atrevidamente. La gota que colma el vaso es cuando él asegura que, aunque los demás se escandalicen del Maestro, él nunca lo hará.

He aquí dos hombres que no podían ser sanados de su necedad, de su presunción y de su vanidad de otra manera que no fuera por el zarandeo del diablo. Por eso Dios lo permitió. Su extremo dolor, sus lágrimas amargas, su profunda miseria, demostrada en ese trance, les sanó para siempre. ¡Cuán hermosos en Dios llegaron a ser después de esto! Así, Satanás, sin saberlo –y sin poderlo evitar– sirvió al propósito de Dios; así también los amados de Dios llegaron a lucir como nunca antes, no su propia justicia, sino la de Cristo.

356