Viviendo cada día a a la luz del Tribunal de Cristo.

¡Cómo anhelamos la venida de nuestro Señor, la presencia de nuestro Señor! ¡Cómo anhelamos ser tomados, ser arrebatados hasta su presencia, y estar con él! Este es el día al cual todos nosotros miramos con expectación, con anticipación. Este es el día de Cristo, como lo menciona Pablo en sus epístolas.

Con regocijo esperamos este día, porque cuando estemos ante él, su presencia estará con nosotros, y todos nosotros estaremos juntos. ¡Qué reunión será ésta! ¡Y él introducirá las bodas del Cordero!

Es la voluntad del Dios que, cuando la venida ocurra, cuando el arrebatamiento suceda, éste sea el día más feliz, un día de gran regocijo. Este es el día en el cual entraremos en posesión de todas las cosas que Dios preparó para los suyos, aun antes de la fundación del mundo, en Cristo Jesús. Eso es lo que representa este día, y lo que debería representar para nosotros.

En la venida del Señor, cuando hayamos sido arrebatados y reunidos en su presencia, en los aires, vendrá entonces el tribunal de Cristo, donde todos seremos manifestados. Allí seremos juzgados de acuerdo con lo que hayamos hecho mientras estuvimos en este cuerpo, después de haber sido salvos, después de haber sido transformados en hijos de Dios, después de haber sido hechos miembros de la familia de Dios.

¿Tú anhelas este día? El tribunal de Cristo debe ser un tiempo de gozo. ¿Por qué? Porque allí habrá recompensa para aquellos que velaron y oraron en todo tiempo, para aquellos que guardaron la palabra de Su paciencia, para aquellos que vencieron por la sangre del Cordero, por la palabra del testimonio de ellos, y que menospreciaron sus vidas (vida del alma) hasta la muerte.

Para aquellos que se negaron a sí mismos, que tomaron su cruz y siguieron al Señor, que recibieron voluntariamente la disciplina del Padre y que fueron guiados por el Espíritu de Dios, el tribunal de Cristo será el día de su vindicación. Todos sus sufrimientos, todo lo que dejaron, todo lo que parecía necio a los ojos de la gente… en ese día, en el juicio de Cristo, ellos serán justificados.

Sin embargo, para aquellos creyentes que no velan, que no oran, que están ansiosos por conseguir todo lo que pueden en este mundo, que no pueden esperar el futuro, que no guardan la palabra de Su paciencia, que insisten en sus derechos aquí y ahora, éstos están derrotados; sus corazones están ocupados en saciarse, en beber, afanados con los cuidados de esta vida. Ellos pueden ser vistos por la gente como sabios, pero en el tribunal de Cristo serán descubiertos, y para ellos habrá lloro y crujir de dientes.

Después de ser salvos, después de tener la vida de Cristo en nosotros – la nueva vida, la nueva naturaleza – es de esperar que esta nueva vida se desarrolle en un nuevo carácter. Porque ya no vivimos más nosotros, sino vive Cristo en nosotros; por lo tanto, debería haber buenas obras. Debemos hacer la voluntad de Dios. Somos salvos por gracia, mediante la fe; pero, después de ser salvos, como miembros de la familia de Dios, nuestro Padre celestial espera que nos comportemos como hijos suyos.

Velad

Esta es la razón por la cual el Señor dijo: «Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor» (Mat. 24:42). Nosotros no sabemos cuándo él vendrá –no conocemos el día ni la hora– pero una cosa sabemos: él dijo: «Pero sabed esto –esto es algo que ustedes no deben ignorar–, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa» (Mat. 24:43).

No sabemos cuándo, solo sabemos que él viene. Por eso debemos velar, estar preparados, listos para su venida en cualquier momento. Si así hacemos, entonces él no nos sorprenderá.

Estad preparados

«Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis» (Mat. 24:44). Estemos preparados. En vista del regreso del Señor, nosotros deberíamos estar preparados siempre, en todo momento.

¿Quién es, pues…?

«¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo?» (Mat. 24:45).

«¿Quién es, pues…?». Subrayen la palabra pues. Ella provee el tiempo. Esta parábola de nuestro Señor Jesús se relaciona con este tiempo particular. Se refiere a su venida. El Señor está regresando y por eso él nos desafía. Él hace una pregunta: «Quién es, pues…?». Al leer esta parábola, no pienses que en ella hay dos siervos. En verdad, allí hay solo uno, y éste nos representa todos nosotros. O tú eres el siervo fiel y prudente, o tú, la misma persona, eres el siervo malo.

Creo que todos sabemos que, en lo que concierne a la gracia de Dios, al don de Dios, a la luz de Dios, todos somos hijos de Dios. Pero, al mismo tiempo, con respecto a nuestra responsabilidad, a nuestro servicio, nosotros somos esclavos. Fuimos todos comprados por un precio. Ya no somos más nuestros, y debemos servir a nuestro Amo.

Aquí encontramos la responsabilidad cristiana. Aquellos que recibimos la gracia de Dios, tenemos una responsabilidad para con esta gracia. Él está ausente hoy, pero nos ha confiado su casa, la casa de Dios. Nosotros estamos en la casa de Dios y él, nuestro Amo, está ausente ahora, pero él nos encargó cuidar de los negocios de la casa. Él quiere que nosotros proveamos el alimento en el tiempo debido, que nos nutramos, y que edifiquemos su casa.

El siervo fiel y prudente

¿Qué es la fidelidad? Es cumplir diligentemente la voluntad del Dios, del Amo. Lo que se requiere de un mayordomo es fidelidad. Dios está buscando lealtad entre su pueblo.

¿Qué es ser prudente o sabio? Es conocer la voluntad y el corazón del Amo. Como esclavos, como siervos de Cristo, debemos conocer la mente y el corazón de nuestro Amo. Debemos entender cómo él ama su casa. Él ama la iglesia. Él se entregó por ella, y nosotros necesitamos saber cuáles son sus expectativas para con Su casa – cómo él la sustenta y cuida de ella, cómo la purifica, cómo él espera que esta casa, este cuerpo, crezca hasta la plena madurez, a la plenitud de la estatura de Cristo, de modo que él pueda recibirla como su novia. Él espera una iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga, santa y sin culpa. Este es el corazón del Amo. Nosotros debemos conocer esto, y así ser fieles en realizar esta voluntad.

Como esclavos en la casa de Dios, necesitamos servirle con fidelidad, proveyendo el alimento en el tiempo oportuno. Lógico, el alimento aquí es Cristo. Él es el pan de vida, y nosotros, que tenemos a Cristo, que lo hemos experimentado a él, debemos contribuir, debemos compartir al Cristo que conocemos con los otros de la casa, para nutrirlos, para ayudar a edificarlos. Debemos darles el alimento oportunamente. Esta es nuestra responsabilidad.

Nuestra ambición

«Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables» (2ª Cor. 5:9).

Teniendo presente el hecho de que todos nosotros compareceremos ante el tribunal de Cristo, seamos, por lo tanto, diligentes. En las distintas versiones de la Biblia, son usadas palabras diferentes. Algunas dicen que «nos esforcemos»; otras dicen que «luchemos», o «seamos ambiciosos». Deberíamos ser ambiciosos en vista del retorno del Señor, en vista del tribunal de Cristo.

¿Y cuál es nuestra ambición? Sea presentes o ausentes, es decir, estando vivos o muertos, queremos ser agradables a Cristo. Algunas versiones dicen: «Queremos permanecer agradándole».

El Señor está volviendo; el Rey está volviendo. Viene con gloria, viene con su reino. Viene para juzgar a sus santos. Viene para recompensar a aquellos que sean fieles. Teniendo el conocimiento de este hecho, ¿no deberíamos ser diligentes? No podemos permitirnos ser indiferentes. ¿No deberíamos luchar y esforzarnos? No podemos ser inactivos e indolentes. ¿No deberíamos ser ambiciosos en vez de pasivos o negativos? Debe haber un ardiente deseo dentro de nosotros. Puesto que él está viniendo en gloria, nosotros deseamos vivir agradándole. Deseamos hacer todo que le haga feliz; si así hacemos, entonces cuando nos presentemos delante de él no seremos avergonzados, y él no se avergonzará de nosotros.

Por lo tanto, lo que necesitamos hacer es solo esto: necesitamos vivir diariamente a la luz del tribunal de Cristo. A diario, dejemos que la luz del tribunal de Cristo brille sobre nosotros. No permitamos que pase un solo día con algún retroceso, un pecado no confesado, una desobediencia no tratada, una controversia no solucionada. Vivamos cada día a la luz del tribunal de Cristo como si este tribunal fuese hoy.

Permitamos que esta luz brille sobre nosotros. No somos perfectos, pero cada día dejemos que todos nuestros pecados, faltas y pensamientos sean confesados y sean puestos bajo sangre del Cordero. Todo aquello que haya sido puesto bajo la sangre no será traído a la escena en el tribunal de Cristo, pero todo lo que no estuvo bajo la sangre será anunciado y declarado públicamente allí. ¡Oh, cuánto necesitamos la sangre! «…pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado» (1ª Juan 1:7).

Andemos diariamente a la luz del tribunal de Cristo. Cada día, neguémonos a nosotros mismos, tomemos nuestra cruz y sigámosle. Hagamos a diario su voluntad, no para agradar a otras personas, sino viviendo para agradarle a Él, así como nuestro Señor agradó al Padre todos los días de su carne. Si así procedemos, no hay necesidad de temer al tribunal de Cristo; por el contrario, anhelaremos ese día, porque sabemos que lo hemos agradado, y que todo será reivindicado.

El tribunal de Cristo ocurrirá en este día glorioso de su presencia, cuando estemos reunidos con él.

Tomado de El Rey Está Viniendo.