Ha sido una constante en las últimas décadas, en que descubrimientos científicos que se perfilan en contra de determinados supuestos de teorías fundamentales de la ciencia, y que de paso muchos de ellos sin proponérselo avalan más bien las tesis bíblicas sobre determinados procesos, encuentren una férrea resistencia en fracciones importantes de la comunidad científica. Posteriormente cuando ya la evidencia no es factible de ser eliminada, estos se ignoran rotundamente, o se terminan aceptando algunas de estas «anomalías» de la teoría, pero adecuándola al paradigma existente, evitando con ello la revolución científica que debiera cambiar o eliminar la teoría (Kuhn, 1962).

Este fenómeno ocurrió con la Teoría de Gaia con la cual James Lovelock postulaba a nuestro planeta como un superorganismo, muy especial y único en el universo, lo que le valió que lo tildasen de místico chiflado, pero con el paso de los años fue aceptado por la comunidad científica, aunque hubo de ser cambiado el nombre de su teoría. Posteriormente ocurrió también con el cúmulo de evidencias que daban cuenta de un surgimiento súbito y explosivo de todas las líneas de los animales en una sólo época de la historia de la Tierra, el denominado Big Bang biológico, que complicaba sobremanera al gradualismo darwiniano. Está ocurriendo parcialmente en la actualidad con la última teoría evolutiva conocida como EVO-DEVO, la que está siendo aceptada sólo en parte de la comunidad científica porque deja sin piso al evolucionismo clásico al señalar que la adaptación, teniendo como base a las mutaciones y la selección natural, no puede explicar la macroevolución o surgimiento de las distintas líneas de animales. Y está por verse qué ocurrirá con los descubrimientos de un gran número de fósiles «jóvenes» de dinosaurios que complicarían enormemente a la teoría evolutiva clásica en su escala temporal, establecida en cientos de millones de años.

Desde el punto de vista de la evolución gradualista darwiniana, estos fósiles debieron formarse lentamente con el paso de muchos millones de años, mostrando en este proceso aumento de complejidad y transición morfológica gradual. Desde la perspectiva bíblica, los fósiles sólo tendrían algunos miles de años; y estos habrían aparecido en la Tierra de forma súbita, en un solo periodo, cuando fueron creados.

La cantidad de datos científicos que han sido recabados sobre el problema del origen de los animales, obtenidos a partir del registro fósil, ha sido enorme en los últimos años: Bengtson, 1992; Briggs et al., 1995; Hou et al., 2004; Caron et al., 2006; Conway Morris & Caron, 2007; Shu, 2008, por nombrar sólo algunos. Todos ellos están apuntando firmemente a que el surgimiento de todas las principales líneas (filos) de los animales ocurrió en un solo periodo de la historia de la Tierra denominado como Cámbrico o muy cercano a su inicio, considerando cierta fauna denominada «ediacarana» (Narbonne, 2005). Este importante antecedente, ya consensuado por la mayoría de los científicos, se ajusta a la propuesta del génesis bíblico en que hubo un periodo de creación de todos los grupos de animales, con aparición súbita en la Tierra y sin ancestros de los cuales descendieran. Lo que no concuerda hasta ahora entre la propuesta científica y la bíblica, es la enorme diferencia de tiempo entre ambas, la cual se traduce en varios órdenes de magnitud numérica. Sin embargo, están surgiendo contundentes evidencias que pueden disminuir fuertemente la brecha temporal, minando más aún la propuesta evolutiva.

En los últimos años la ciencia de la paleontología ha producido un descubrimiento de tal magnitud, que cualquier adjetivo que se use para destacarlo queda corto. En repetidas ocasiones y en distintos estudios, se ha encontrado tejido esponjoso blando al interior de huesos de dinosaurios, dejando atónitos a sus descubridores, puesto que si los dinosaurios se extinguieron hace unos 65 millones de años, sus huesos debieran estar absoluta y totalmente petrificados, sin ningún vestigio de tejido blando. Algunos de los sorprendidos científicos descubridores de estos hechos han comentado lo siguiente: «…estos (tejidos) se ven tan frescos que pareciera que sus cuerpos han yacido muertos sólo unos pocos miles de años».

El conflicto por tanto es colosal. Conocidas las tasas de descomposición de tejido orgánico que es de pocos miles de años como máximo (Sykes, 1991), ¿cómo se ha mantenido este tejido orgánico blando (vasos sanguíneos, proteínas y glóbulos rojos) por 65 millones de años o más sin experimentar degradación por acción química y microbiológica?

Cuando un animal muere, todos los tejidos blandos como musculatura, piel, vasos sanguíneos y otros órganos blandos, son descompuestos por microorganismos y terminan desapareciendo con el paso de los años, en tanto que sus restos se mineralizan. Los tejidos duros como los huesos permanecen y se convierten en fósiles debido al proceso de mineralización y la materia orgánica blanda dentro de los huesos (material celular) también se descompone y sus restos son mineralizados.

Lo que indirectamente estos estudios cuestionan es el supuesto de existencia y desaparición de los dinosaurios en la Tierra, establecido en varias decenas de millones de años sino, llevándolo sólo a algunos miles de años. Esto significa un cambio de escala temporal de varios órdenes de magnitud.

Si sólo hubiese habido un hallazgo de huesos de dinosaurios conteniendo tejido blando en su interior, tal vez tendría sentido el alto rechazo que están soportando estas investigaciones, no obstante se cuentan muchos estudios similares desde 1987, lo cual hace imposible su rechazo, argumentando errores en los métodos de análisis u otras rebuscadas hipótesis como aquella que apunta a «ciertas condiciones ambientales especiales» que habrían preservado el material celular por tantos millones de años sin descomponerse.

La investigadora Mary Schweitzer, a la cabeza de un equipo de connotados científicos se cuenta entre quienes más han investigado sobre la temática de tejidos blandos en el interior de huesos de dinosaurios (Schweitzer et al. 1997, 2005, 2007, 2009) No sólo en un tipo determinado de dinosaurios como son los tiranosaurios, sino también ha encontrado tejidos blandos en hadrosaurios. Estos resultados han sido además corroborados por grupos de investigadores independientes (Bern et al. 2009), los cuales quisieron por si mismos determinar la veracidad de tales hallazgos, a pesar que los artículos publicados por Schweitzer se habían publicado en prestigiosas revistas científicas, lo cual avalaba que los datos recabados correspondían a datos científicos duros. Los resultados por tanto están siendo demasiado contundentes y todo indica que algo ha andado mal en las interpretaciones que asignan millones de años de antigüedad a la existencia de fósiles de dinosaurios. Las conclusiones a las que llegan Schweitzer y su equipo son tajantes; «La explicación más parsimoniosa a los datos es que las moléculas originales persisten como tales en algunos fósiles de dinosaurios cretácicos. Sin embargo químicamente no es posible explicar su preservación». (Schweitzer, et al. 2009) Se entiende por tanto de esta conclusión final que dado que se ha encontrado moléculas y tejido orgánico blando, la escala de millones de años no está bien aplicada para los dinosaurios. Conviene recordar que el periodo cretácico habría concluido hace unos 65 millones de años.

Diversos estudios han mostrado que el material celular blando, como por ejemplo las moléculas de ADN dentro del núcleo, debiera descomponerse totalmente en un lapso no superior a 10.000 años, si los organismos se preservaron en clima temperado (Smith, et al., 2001; Sykes, 1991; Willerslev and Cooper, 2005). Pasada esta fecha aproximada, este material biológico blando sufre deterioro irreversible. Se ha propuesto que la máxima duración que pudiera presentar un tejido biológico blando, antes de descomponerse y mineralizarse es de 30.000 años, siempre que se den las condiciones óptimas de preservación (Bada et al. 1999). Este supuesto teórico apunta a un tejido estructural denominado colágeno, el cual tiene una alta resistencia debido a que se compone de proteínas estructurales. El colágeno es una proteína fibrilar extracelular que está presente en animales cuyos tejidos están sometidos a estiramiento forzado o que soportan peso, ejemplo de ello son la piel, los huesos y los cartílagos. Sin embargo, aunque se cumpliese el supuesto de 30.000 años como plazo máximo de descomposición para el colágeno, es absolutamente obvio que no guarda relación alguna con los 65.000.000 de años que han sido establecidos como fecha de desaparición de los dinosaurios.

Es indudable que otras variables a considerar en la tasa de descomposición de material biológico blando son ciertas condiciones ambientales tales como la temperatura y la humedad. Razonablemente la variación debida a estos factores puede enmarcarse en un rango de cientos o miles de años. Pero afirmar que estas variables pueden explicar rangos de variación de varios órdenes de magnitud para llegar a 65 millones de años, es más bien propio de ciencia ficción.

Algunos científicos han tratado de zanjar la discusión señalando que los vasos sanguíneos descubiertos en huesos de dinosaurios serían sustancias bacterianas muy posteriores, que simularían un vaso sanguíneo. Esta rebuscada hipótesis ha sido rápidamente rechazada por cuanto el tejido blando encontrado en dinosaurios presenta también fibras de colágeno, material biológico que las bacterias no producen (Schweitzer et al. 2009). Otros en tanto están planteando como hipótesis que la ciencia de la química orgánica y de la bioquímica no tendrían claro como se produce la descomposición del tejido blando. Pero esto último es muy difícil de sostener porque la química orgánica y la bioquímica son dos de las ciencias que más han avanzado en las últimas décadas, demostrando empíricamente las hipótesis planteadas y sus metodologías de investigación han sido ya largamente probadas. La Paleontología y la Geología en tanto cuentan con más supuestos que pruebas empíricas para establecer la cronología de aparición y desaparición de animales en el tiempo.

Llama la atención que antes de Schweitzer nadie haya reparado sobre la médula ósea de dinosaurios conteniendo células rojas, vasos sanguíneos y otros tejidos blandos, o tal vez sí, pero la férrea convicción del paradigma darwiniano de los millones de años les impedía aceptarlo probablemente. Esto le ocurrió a la propia Mary Schweitzer en sus investigaciones iniciales con tejido óseo de dinosaurios (Morell, 1993). Al examinar un fino corte histológico de este tejido del famoso Tyranosaurus rex al microscopio, ella notó una serie de estructuras pequeñas y redondas al interior de lo que parecía ser un vaso sanguíneo. Sin embargo rápidamente Schweitzer pensó que esto no podía ser, dado que las células sanguíneas y los vasos sanguíneos, en tanto son tejido blando, debieron haber desaparecido hace muchos millones de años. No obstante le comentó al técnico de laboratorio que se le había puesto la «piel de gallina» con lo que acababa de observar al microscopio y agrega «era exactamente como estar mirando un corte de tejido de hueso moderno. Pero por supuesto, yo no puedo creer esto». Sin embargo, en sus estudios posteriores, esta investigadora logra romper el paradigma y termina aceptando esta fuerte realidad que socaba los cimientos de la teoría evolutiva gradualista, la que para muchos constituye la piedra angular de la biología.

Pero estos asombrosos hallazgos de tejido blando en fósiles de dinosaurios, calificados de raros o muy ocasionales por parte de la comunidad científica, en realidad no lo son, porque la situación se repite también con muchos otros animales. En estudios similares llevados a cabo en el Reino Unido, se realizaron excavaciones en lo que habría sido parte de un lecho marino, descubriéndose una alta cantidad de organismos fósiles de distintos grupos (crustáceos, cefalópodos, amonites y peces), los cuales presentaban también tejidos blandos (Wilby et al., 2008). Esta gran cantidad de animales habría muerto de forma rápida por algún fenómeno durante el periodo denominado Jurásico. En parte de esta zona que hoy corresponde a Wiltshire, fue encontrado un calamar fósil al cual se le asignó una edad de 150 millones de años (Wilby, Op cit.). Este calamar fue encontrado cuando una roca se partió, revelando entre otras estructuras, el saco negro de tinta que tienen estos organismos, de una pulgada de largo. La tinta del calamar, compuesta por materia orgánica, habría permanecido intacta todos estos «150 millones de años». Uno de sus descubridores, el Dr Wilby señaló «es difícil imaginar cómo se pudo haber mantenido el saco de tinta dentro de una roca por 150 millones de años» agregando que «(estos fósiles) pueden ser disecados (abiertos y cortados), como si fueran animales vivos, pudiéndose ver las células y fibras musculares». Posteriormente, los paleontólogos dibujaron un borrador de la figura que habría tenido el calamar, y escribieron su nombre científico en latín, utilizando el propio pigmento extraído de la bolsa de tinta del animal fosilizado. Antes de usarse la tinta, se le retornó al estado líquido con una solución de amonio.

Lo curioso de este fenómeno de fósiles frescos, es que determinados científicos le han denominado el «efecto medusa», queriendo decir con ello que se trata de una fosilización casi instantánea, en que el animal muere en forma muy rápida y queda también rápidamente inserto en la roca sedimentaria. El nombre del fenómeno es atractivo y recuerda precisamente la fosilización de las medusas. El problema es que se trata de un círculo vicioso dado que tampoco es posible explicar cómo fosilizan las medusas, cuyo cuerpo está constituido esencialmente de agua. Precisamente uno de sus nombres comunes es «aguas vivas». Estos invertebrados tienen solo unos pocos tipos celulares y una gran matriz acuosa denominada mesoglea. No obstante existen importantes registros fósiles datados del periodo Cámbrico, que han sido muy bien preservados como compresiones orgánicas en sedimentos marinos de grano muy fino, que es posible compararlos claramente a algunas especies actuales (Cartwright, 2007). La pregunta que cabe hacerse aquí, es ¿cómo llegaron a ser fósiles estas medusas si se supone que ese proceso es de muy largo tiempo y estos animales son sólo agua con unas pocas células blandas, las que entran en descomposición en un breve tiempo? La respuesta obvia es que la conversión en fósiles de estas medusas debió haber sido muy rápida. Nuevamente esta es una fuerte evidencia en contra del modelo de millones de años.

En otros estudios un grupo de científicos extrajeron tejido muscular blando de un fósil de salamandra, datado con una edad de 18 millones de años. El descubrimiento fue realizado por un equipo de investigadores del University College de Dublín, el Reino Unido y España, publicado en las Actas de la Royal Society B (Mc-Namara, 2010). Según los geólogos de la Universidad College de Dublín, el tejido muscular blando, extraído del costado de la columna vertebral de la salamandra, está extraordinariamente bien preservado en tres dimensiones, con los vasos sanguíneos llenos de sangre. Vasos sanguíneos y células sanguíneas en excelente estado, factibles de ser estudiadas bajo microscopio, que no han sido descompuestas en los supuestos 18 millones de años que tendría la salamandra.

Las implicancias que trae aparejadas este descubrimiento de fósiles «frescos» con tejido blando de distintos animales son múltiples, especialmente considerando los datos de dinosaurios, que son los más antiguos de esta serie de fósiles jóvenes. Por largo tiempo y de distintas ramas de la ciencia (Geología, Paleontología y Biología) se ha asegurado que estos reptiles gigantes habrían desaparecido hace 65 millones de años. Todas ellas debieran revisar profundamente sus supuestos a la luz de estos categóricos antecedentes. La datación o determinación cronológica de fósiles queda en muy mal pie con estos hallazgos y cobran fuerza los trabajos de escasos científicos que se han atrevido a cuestionar en parte estos métodos (Turney et al., 2006; Whitfield, 2007). Por otra parte las bases del gradualismo evolutivo quedan también fuertemente cuestionadas, dado que ésta depende en último término de la asignación de millones de años para sustentar la evolución biológica.

La extraordinaria preservación de tejidos orgánicos blandos de una gran cantidad y variedad de animales encontrados en rocas sedimentarias de distintas partes del mundo, están hablando fuertemente, que sólo son miles de años y no millones de años que habrían pasado desde que estos animales murieron, produciéndose además una fosilización de forma muy repentina, tanto que incluso las medusas pudieron quedar preservadas. Ambos procesos sugieren fuertemente un entierro rápido en sedimento blando, producto de una catastrófica inundación, algo así como aquella que se señala en el relato bíblico del Génesis.

Bibliografía citada.

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