…nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”.

– Tito 3:5.

Un Cristo pleno es para un pecador vacío, y un pecador vacío para un Cristo pleno. Ambos son moralmente compatibles, el uno para el otro; y cuanto más experimente yo el vacío, tanto más gozaré de la plenitud. Mientras esté lleno de confianza en mi moralidad, mi benevolencia, mi amabilidad, mi religiosidad, mi justicia, no tengo lugar para Cristo.

Todas estas cosas deben ser arrojadas por la borda, antes de que un Cristo pleno pueda ser aprehendido. No puede ser en parte yo y en parte Cristo. Debe ser una cosa o la otra; y una de las razones por las cuales tantos son sacudidos arriba y abajo en oscura incertidumbre es porque todavía se aferran a alguna pequeña porción del yo.

Puede ser muy poco. Quizás no estén confiando en ninguna obra de justicia que hayan hecho; pero aun así hay algo del yo que se está reteniendo y en lo cual se confía. Puede ser el átomo más pequeño posible del hombre – su estado, sus sentimientos, su modo de apropiarse, sus experiencias, una u otra cosa que él retiene y en la cual Cristo es mantenido fuera.

En resumen, debe ser así, porque si se recibiera a un Cristo pleno, se disfrutaría de una paz plena; y si no se disfruta de una paz plena, es solo porque no se ha recibido a un Cristo pleno.

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