Los nombres de Cristo

Una palabra latina alternativa para sumo sacerdote es pontifex, que significa constructor de puentes (pontífice). Esto concuerda plenamente con la idea escritural de sacerdocio, que es la función de facilitar la comunión entre Dios y el hombre (Lv. 9:21-22). Cristo es el pontífice perfecto; de hecho él mismo es el puente, y por eso se le llama ‘nuestro gran sumo sacerdote’ (Heb. 10:21-22).

Se requerían dos tipos del Antiguo Testamento para dar la representación completa de esta función santa; por esta razón tenemos a Aarón y Melquisedec.

Al sacerdocio levítico, con Aarón como sumo sacerdote, se le confió la tarea de tratar con el gran obstáculo para la comunión entre Dios y el hombre, que es la maldad y el pecado del hombre. Para este propósito, el sumo sacerdote tenía que estar ocupado constantemente de los sacrificios e intercesiones, porque sólo con ofrendas de sangre era posible la reconciliación entre un Dios santo y un pueblo impío (Heb. 2:17).

Cristo ha cumplido este aspecto de la obra de sumo sacerdote tan satisfactoria-mente, que ya no hay más necesidad de ofrendas por el pecado (Heb. 10:19), ni hay condenación alguna para el creyente por el cual Él intercede (Rom. 8:34). Ningún hombre puede quitar su propio pecado, ni siquiera prometer hacerlo. Ningún creyente es apartado de Dios a causa del fracaso personal. Por el sacrificio de su obra como sumo sacerdote, el Señor Jesús ha satisfecho la ira de Dios y ha obtenido el pleno favor de Dios para todos aquellos que aceptan Sus ministraciones.

De este modo, él no sólo actúa como nuestro vicario delante de Dios, sino que realmente nos introduce en su santa presencia y personalmente nos asegura una bienvenida allí. Si alguna vez su sacrificio perdiese su poder, nosotros caeríamos en seguida desde esa presencia hasta el infierno más tenebroso; pero no debemos temer, pues nuestro gran sumo sacerdote ha obtenido para nosotros eterna redención por su propia sangre (Heb. 9:12).

Hay también otro orden sacerdotal: el orden de Melquisedec. Este sacerdocio habría sido válido aun si el hombre nunca hubiera pecado, y seguirá vigente cuando el pecado y la condenación ya no existan. Porque, en cualquiera de estos casos, necesitamos un puente para atravesar el espacio entre Dios y nosotros. Incluso sin el abismo del pecado, hay todavía una distancia entre el hombre y su Creador; por tanto, la necesidad de la función de conexión de Cristo como sumo sacerdote continuará más allá del tiempo, en la eternidad.

Aún el hombre perdonado necesita la guía y el apoyo de Dios y, más que nunca, él desea acercarse a Dios y brindarle ofrendas de amor. Cristo satisface esta necesidad perfectamente, y así lo hará por la eternidad (Heb. 7:24), trayendo a nosotros el amor y la protección de Dios y llevando nuestra adoración y amor hacia Dios. Él ha sido especialmente escogido por el Padre para esta función de enlace (Heb. 7:21) y en el poder de su vida de resurrección, él obrará como sumo sacerdote para traernos a la más plena experiencia de salvación posible (Hebreos 7:25).

Continuemos acercándonos a Dios por medio de Él.