Aunque las Sagradas Escrituras son un relato literal e histórico; con todo, por debajo de la narración, hay un significado espiritual más profundo.

El ensalzamiento de José

Lo súbito del cambio y la trascendente grandeza que acaeció en la vida de José en pocas horas parece casi algo romántico, difícil de creer, pero estas transiciones no son tan súbitas como parece.

José había venido preparándose quietamente para todo ello durante los años precedentes, y había aprendido las lecciones tan bien que las meras circunstancias exteriores de su ascenso fueron mucho menos para él de lo que pareció a otros. Reconoció en su nueva posición una llamada divina a un nuevo servicio, una situación que requería nuevos deberes y apoyo divino, y emprendió el cumplimiento de sus nuevas responsabilidades con la misma fidelidad simple que había mostrado en sus cargos más humildes.

Aunque era virtualmente el gobernante de Egipto, usó este alto cargo como un lugar de servicio y viajó inspeccionando toda la tierra de Egipto con el mismo cuidado y minuciosidad de uno de sus humildes subordinados.

El cambio que acaeció a José fue súbito y completo. Su cárcel fue cambiada por un palacio, su oprobio por el más alto honor, su posición de degradación por otra de autoridad y prominencia, y su vida de soledad y aislamiento cambió en un hogar y la compañía de una esposa y una familia noble.

Al ir pasando los años, todo lo que parecía perdido fue restaurado, los vínculos con el hogar que habían sido rotos fueron reanudados, su padre y su querido hermano le fueron devueltos, y los mismos hermanos que le habían traicionado fueron reconciliados a su afecto y se dieron cuenta de su pecado y la locura de su crimen de una forma tan maravillosa que arrancó el aguijón de sus recuerdos amargos; y las pruebas más tristes que había pasado se convirtieron en las bendiciones más dulces de su vida y de la de otros.

Y la escena termina con lo que para él había de ser el mayor de los goces: el poder devolver bien por mal, el ministrar la felicidad de aquellos a quienes amaba, cuidando y alimentando la casa de su padre y sus hermanos con todas las riquezas de su gloria, y viéndolos a ellos y al mundo salvado mediante el ministerio de su vida. Sin duda, ésta fue una transformación del sufrimiento en gloria y bendición. Todo esto era el tipo de la exaltación de Cristo y la promesa y garantía de nuestra recompensa.

1) Prefigura la exaltación de Jesús, después de la vergüenza y sufrimiento de la cruz, a la vida de resurrección y gloria celestial en la cual ha entrado.

2) La relación de José con Faraón sugiere el oficio de mediador de Jesucristo con el Padre, administrando el gobierno del universo, y teniendo todas las cosas entregadas en sus manos. Faraón contestaba toda petición que le llegaba con: «¡Id a José! », y lo mismo nosotros tenemos acceso al Padre a través de Él y recibimos las riquezas de gracia y bendición que necesitamos y pedimos. Todos los tesoros de Egipto estaban en las manos de José; todo lo almacenado, que salvó y alimentó al pueblo hambriento, era distribuido a sus órdenes; y con ello «agradó al Padre que en él habitase toda plenitud», y «de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia».

3) José era virtualmente el gobernador de la tierra de Egipto y su influencia se extendía a todo el mundo, y lo mismo Cristo ha sido investido de un poder semejante en el cielo y en la tierra. Está establecido «sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia». Recordemos, cuando miramos las fuerzas alrededor de nosotros y nuestras pruebas acerbas, que

Tiene dominio sobre todo
y todo se inclina a su poder;
todo acto suyo es pura bendición.
Su camino es luz inmaculada.

4) El matrimonio de José, después de su exaltación, ha sido aplicado por algunos intérpretes al hecho de reunir la iglesia de Cristo para sí misma en los lugares celestiales. No fue durante su vida de oprobio y sufrimiento, sino después de su ascensión que él estableció la iglesia y su verdadero lugar con él, a saber, en la dispensación presente. El lugar en que ella ha de ser reconocida es el estar sentada junto a él en su gloria. Esto también es parte de la gloria de él y ha de ser su eterno gozo, la iglesia de su amor y asociada con él en su naturaleza y en su trono.

5) Los años de abundancia, y luego los de escasez que siguieron, parecen prefigurar, primero, la dispensación de la gracia que ahora transcurre, y segundo, el tiempo de la tribulación que ha de venir sobre la tierra antes del fin, del cual va a eximir a su pueblo que se unirá antes con él en el aire.

Fue durante este tiempo de hambre que los hermanos de José acudieron a él y fueron reconciliados. Y así será durante los días de la tribulación que los hermanos de Cristo según la carne, los judíos, le reconocerán, se arrepentirán de sus pecados, y serán restaurados a su amistad y bendición y después compartirán con él, en su vida separada nacional, como en el Egipto de antaño, la bendición de su reino milenial.

Esta ha de ser una de las glorias principales del que fue un Nazareno rechazado, que «mirarán al que taladraron y se lamentarán». Serán reconciliados con el Mesías al cual entregaron a los gentiles, como ocurrió con José. Toda esta historia, pues, es el cuadro de los tiempos mileniales, por lo menos en algún grado, y no hay duda de que el cumplimiento va a mostrar muchas semejanzas y correspondencias que no podemos prever ahora.

La historia de José no solo es un cuadro del ensalzamiento de Cristo, sino que es para nosotros la garantía de que las tribulaciones que sufrimos por Cristo «obran para nosotros un sobremanera grande y eterno peso de gloria». Dentro de poco las tribulaciones presentes serán cambiadas en gloria y gozo, que nos hará avergonzar de haber murmurado o habernos retraído en la breve prueba que fue solo una lección benéfica de Dios para educarnos para su reino.

Esta es la lección más importante de la vida de José: el enseñarnos el resultado de la aflicción sufrida de modo inocente, valeroso y triunfante, conforme a la voluntad de Dios, el cual no puede perjudicarnos, y la recompensa está más allá de lo que podamos imaginarnos.

Un antiguo monarca halló, cuando subió al trono, del cual le había excluido durante largo tiempo un usurpador, que uno de sus fieles partidarios estaba en la cárcel debido a que se había atrevido a disputar las pretensiones del tirano y había sido fiel a su señor exiliado durante los años de su ostracismo. El rey victorioso dio orden de que el noble capitán fuera traído ante su presencia y que le quitaran delante de él las cadenas. Entonces ordenó a un ayudante que las pesara y que trajeran del tesoro del palacio una cantidad de oro que pesara en las balanzas igual que las cadenas. Luego, dirigiéndose a su fiel amigo, le dijo: «Tú has sufrido estas cadenas por mí; ahora tendrás su peso en oro; estuviste en la cárcel por mí, ahora estarás en mi palacio; tus sufrimientos tendrán una recompensa equivalente en riquezas y honor».

Y así es para nosotros. «Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él».

La gracia desplegada en la vida y el carácter de José

Más alto que toda su gloria es el hecho glorioso que esta gloria solo la usó para otros. La mejor joya del carácter de José, como el de su gran antitipo, es el amor. Destaca para siempre como el tipo más elevado de Jesús, nuestro hermano perdonador y sufriente, y nuestro Señor lleno de gracia y benigno.

1) Vemos lo beneficioso del espíritu de José en su bondad, aun en la humillación, hacia todos los que le rodeaban. Ministró a los sufrimientos de sus compañeros de prisión. Y lo mismo, Cristo anduvo constantemente de un lado a otro haciendo bien, y todos los que son como Cristo vivirán para usar su estado como una oportunidad para el servicio, y dejarán en el lugar que ocupen, aunque sea humilde, solo memorias de bendición.

2) Vemos, luego, su gracia en el uso de su poder. No usó el cetro de Egipto para sí mismo, sino para el pueblo al cual servía y salvaba. La abundancia que vino bajo su cuidado fue simplemente considerada como un depósito puesto en sus manos que tenía que administrar durante un tiempo para sus necesidades.

También Cristo fue ensalzado a la diestra de poder, no para su propia magnificencia y goce, sino para poder ser un Príncipe y Salvador. Por ello ha recibido toda la plenitud del Padre para que él pueda darla a la raza por la que murió. Su vida celestial es tan generosa como su vida terrenal, y si pudiéramos contemplarle ahora, le veríamos como un sacerdote ministrante, el siervo ceñido, el benefactor siempre dispuesto para todos los que necesitan ayuda. No es un déspota oriental, sino un amigo amante y accesible; nunca perplejo o abrumado por alguna situación difícil, ni preocupado, sino dispuestos los oídos, el corazón y la mano, para escuchar y ayudar.

«Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro». «Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado».

Como nuestro Señor ensalzado y benéfico, nosotros también hemos de usar nuestros lugares de privilegio y bendición para el servicio y para otros. Somos mayordomos responsables de administrar la múltiple gracia de Dios, y cuanto más recibimos, más plenamente hemos de aprender que «más bienaventurado es dar que recibir», y que la misma condición de conservar nuestra bendición es que nosotros seamos bendición para otros.

Un cristiano egoísta es inconsecuente, algo imposible, como un Cristo egoísta. Nosotros también hemos llegado a nuestro reino para un tiempo como éste. Vienen años de hambre a las almas que nos rodean; dentro de poco estarán pereciendo por falta del pan eterno; necesitan nuestras oraciones, nuestra ayuda, y aunque es posible que ellos no lo sepan ahora, nosotros sí lo sabemos, y viene el día en que ellos van a cosechar las bendiciones de nuestra fe y nuestra previsión. Seamos fieles a nuestro depósito y así dignos de estar al lado de José y de su gran Señor, como dispensadores de las bendiciones de Dios a un mundo que perece.

3) Vemos una figura preeminente del corazón de Cristo en la relación de José con sus hermanos, y su amor prudente, pero tierno, su amor perdonador.

En el hermano herido y tratado con injusticia vemos al Salvador, y su rechazo por parte de aquellos para los cuales murió. En los largos años de indiferencia y olvido que siguieron, vemos un cuadro de la paciencia que espera, en tanto que los hombres continúan en su insensibilidad y dureza de corazón. En las tribulaciones que al fin les alcanzaron y que les llevaron, sin saberlo, al hermano a quien habían perjudicado para pedir socorro, vemos la forma en que Dios al fin impulsa al corazón endurecido por medio de pruebas amargas para que vaya a él, aunque él no le conozca.

En la posición de los hermanos a los pies de José, sin saberlo ellos, aunque sabiéndolo José, vemos al pecador a quien Cristo está atrayendo a sí mismo, pero que todavía no sabe que es Él que le atrae, sino que sigue un curso de desesperación y ceguera. En la disciplina prudente y severa por la cual José los llevó poco a poco a que reflexionaran y recordaran su pecado, y despertó en sus pechos la voz de la conciencia adormilada, vemos el proceso delicado por el que el Espíritu Santo redarguye el corazón endurecido del pecador y hace que sus propios recuerdos y convicciones vayan preparándole suavemente para recibir su misericordia. En la profunda ternura que José se abstuvo de expresar durante toda esta larga prueba, vemos el amor que Cristo con frecuencia vela bajo la más severa disciplina, y anhela derramar sobre nuestro pecho cuando estamos preparados para recibirlo.

Por fin llegó la hora de la reconciliación; y como en nuestro caso, lo mismo empezó con José y no con los hermanos culpables. Dios es el primero que viene a nuestro encuentro en la reconciliación, y es su amor que despierta nuestra confianza, y su gracia la que aviva nuestro corazón para la gracia.

José perdona plenamente. Con qué ternura se acerca a estos hombres que le habían tratado sin piedad; con qué generosidad insiste en que ellos lo olvidarán y se perdonarán a sí mismos; cómo procura ahuyentar todo recuerdo penoso; cómo los recibe en su propio corazón y su hogar, y les da un banquete en que no hay otros invitados presentes; y con qué generosidad regia provee para ellos y para los suyos, compartiendo con ellos su riqueza y su gloria, y enviándolos a residir con él, en medio de la abundancia en la mejor región del país.

Todo esto se realiza de modo infinitamente más perfecto en el amor de Jesús, a quien se trató con mayor crueldad e injusticia. Jesús atrae con influencias tiernas de amor y de poder. Es el que dice: «Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia; porque mi ira se apartó de ellos» (Os. 14:4). No solo perdona, sino que olvida; no solo salva de la ira, sino que nos recibe en su amistad, nos banquetea en su mesa, nos alimenta con su propia vida, comparte con nosotros sus riquezas y gloria, y nos lleva consigo para que estemos con él donde están todas las riquezas de su reino y su herencia.

Como ya hemos sugerido, esto va a recibir un cumplimiento literal más adelante en la descendencia real de Jacob, los judíos, hermanos literales de Jesús, pero se cumple también en el perdón y reconciliación de todo corazón que ha aprendido a conocerle como «amigo más unido que un hermano». ¿Hemos aprendido a conocerle con este tierno nombre y con este tipo exquisito? Y, ¿hemos comprendido con dulzura desconocida antes, y reflejada sobre otros por nuestra parte, como hizo él, el significado de estas líneas?

Sí, él me cuida con un amor de hermano;
sí, conmigo comparte toda carga, toda angustia.
Sí, él me observa y me vigila ojo alerta día y noche:
sí, y me saca del peligro que me rodea en la senda.
Sí, es conmigo que reside y yo en él, como él en mí;
mi alma vacía rellena aquí y en la eternidad.