Aunque las Sagradas Escrituras son un relato literal e histórico; con todo, por debajo de la narración, hay un significado espiritual más profundo.

Jacob tiene mucho que decirnos, más que ningún otro de los antiguos patriarcas. Está más cerca de nuestra vida, en nuestras flaquezas e imperfecciones humanas, indignidad e inutilidad humana, sufrimiento, pruebas y disciplina humana, y en la gracia de Dios, que quedó engrandecida por todas esas insuficiencias.

El nacimiento de Jacob

El primer símbolo que vemos en la vida de Jacob es su nacimiento. Tenemos aquí una figura de su futuro. Podría parecernos que había en él, ya en la misma matriz de su madre, algo de su espíritu innato: el comienzo de aquella fe que luego se desarrolló tan poderosamente. Por ello Oseas dice: «En el seno materno tomó por el calcañar a su hermano», como si en alguna forma tuviera en él algo de lo que luego le impulsó a reclamar las poderosas promesas de Dios.

Su derecho de primogenitura

El derecho de primogenitura, para los antiguos patriarcas, parece llevar implicado no solo el ser cabeza de la tribu, sino también privilegios espirituales del pacto divino. Indudablemente, su madre le había hablado de las esperanzas enlazadas con su nacimiento y de las promesas que lo habían anunciado, y mirando a las edades venideras, es posible que hubiera visto la venida del Salvador, y, unida a ella, la esperanza de su futuro eterno. Fue esto lo que le hizo obrar reclamando el derecho y que, a pesar de todo lo bajo y egoísta en la forma en que lo obtuvo, es un acto digno de elogio. Si hubiera reclamado esto por los derechos que le correspondían, según las promesas dadas antes de que naciera, habría sido un acto del tipo más elevado. Es el mismo acto que realizamos cuando evaluamos y reclamamos la oferta de nuestra salvación y la filiación en la familia de Dios, y dejamos todo lo demás para asegurárnoslo. Esto le había sido prometido antes de su nacimiento, como sin duda le había sido enseñado por su madre, y él debería haber presentado sus derechos y dejar todo lo demás para asegurárselo. Jacob, sin embargo, mezcló su propia flaqueza con la fe que de otro modo habría sido recta y en su lugar.

Reclamó la recompensa con la tenacidad de la fe, y luego dañó la fe al añadir sus propias obras. Dios consideró la fe, puso a un lado las obras y consumió el pecado con la disciplina y el sufrimiento. Y, con todo, no podemos olvidar que Jacob vio el valor del derecho de primogenitura en tanto que Esaú lo despreció. Esaú dijo: «He aquí, yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura?». Él no tenía sentido del futuro eterno, pues de otro modo le habría dado valor por sobre todos los tesoros materiales, aun en la hora de su muerte. Jacob vio el tesoro y lo reclamó con insistencia y lo hizo suyo. Así que estamos con Jacob cuando reclamamos la primogenitura; cuando echamos mano de los derechos del Evangelio, cuando tomamos con fe firme, no solo el pacto de la misericordia prometida antes de haber nacido nosotros, sino cuando seguimos adelante y echamos mano de toda la herencia de Dios; no solo el ser salvos, sino el ser santificados; no solo el creer, sino el llegar a ser herederos de Dios, príncipes en Israel y participantes de la gloria de nuestro Salvador. Este es el significado del derecho de primogenitura y la fe que lo reclama.

Pero, en tanto que imitamos la fe, evitemos la incredulidad. El que cree entra en el reposo. El que obra, obra porque no cree. Cuando estamos seguros de que Dios nos ha dado la bendición, reposamos. Pero cuando tememos que Dios va a fallar, o Esaú maniobrando se saldrá con la suya, o tratamos de hacer algo que solo servirá para estorbar. Las caídas de Jacob fueron causadas por lo turbio de su propia naturaleza que Dios tenía que clarificar. Dios nos ayude a aprender la lección y a creer de forma que «en quietud y en confianza será vuestra fortaleza», y no solo esperaremos, sino que esperaremos quietos la salvación de Dios.

La visión de Jacob

Sigamos el tercer símbolo de su vida, esto es, la visión de Bet-el.

Llegó en el momento más oscuro de su vida, cuando le circundaban la noche, cuando tenía una piedra por almohada: un símbolo de la suerte dura y triste que parecía aguardarle. Y con todo, fue en esta hora oscura en el desierto, y en esta almohada de piedra, que el Dios del cielo iba a concederle la bendición del pacto. La visión de Betel nos habla de la primera revelación que hace Dios de sí mismo al alma que le ha escogido. Jacob escogió a Dios cuando escogió la primogenitura. Pero Dios no había tenido ningún encuentro con Jacob. Jacob era como nosotros cuando aceptamos la promesa pero no hemos visto todavía al que promete. Te arrodillas ante el altar y reclamas la bendición, la haces tuya por fe, pero Dios siempre hace una realidad de la fe. Pasan los días y cuando parece que Él ha olvidado su promesa, la fe empieza a desfallecer y es entonces que todo el cielo te va rodeando más y más de cerca. Tú confías en Dios. Cuando empieza a oscurecerse y a hacerse peligroso, cuando Esaú amenaza tu vida, cuando te hallas en el yermo y a medianoche con la cabeza sobre una almohada de piedra, entonces viene Dios a tu encuentro, y hace real para tu alma lo que habías aceptado por simple fe antes. Así te ha ocurrido con la revelación del Espíritu de Cristo que te reviste: quizá en la curación de tu cuerpo, o ha sido así en la oración en petición de cosas temporales que habías creído obtendrías. La visión primero; la simple confianza en su Palabra, y luego Dios mismo en toda la plenitud de su bendita realización.

La visión de Jacob era también una prefiguración del camino de su propia vida. Vio una escalera cuyo extremo tocaba el cielo, y Dios apareció en lo alto, como el Dios de sus padres. Esto nos enseña que la única verdadera escalera de la vida es la que alcanza el cielo. La escalera de Jacob llegaba al cielo. Las escaleras de la ambición humana solo llegan a unos pocos años adelante. La máxima ambición del hombre queda satisfecha cuando llega al pináculo de la fama o alcanza el cumplimiento de algún sueño acariciado; conocimiento, amistad, o quizá riqueza. Esta es la longitud de su escalera; solo llega a un trecho del camino. Son cincuenta, sesenta, setenta, o si se quiere, ochenta años, pero la escalera de Jacob, para entonces, apenas ha empezado; llega al cielo. ¡Oh, tú que eres joven y estás mirando al futuro y cuentas tanto con él, ¿estás seguro que te has asegurado de las cosas más importantes de la vida y de la eternidad? Deja que tu escalera llegue al cielo.

Y luego, la escalera de Jacob no solo era larga, sino que se subía peldaño a peldaño; no solo de un salto, sino poco a poco, momento a momento; de este modo también nos conduce a Dios, paso a paso. ¿Estás dispuesto a andar de esta forma, con paciencia, momento tras momento, venciendo y ascendiendo?

Además, la escalera de Jacob empezaba en la hora más oscura de su vida; y lo mismo nuestras bendiciones nacen de nuestras grandes pruebas. ¿Es tu almohada dura? ¿Es tu cielo nublado, oscuro? Busca la escalera; está allí, apoyándose en su extremo en el cielo. La verás si miras hacia arriba. Cierra los ojos y los oídos a todo otro cuidado, duérmete en el seno de Cristo en la confianza de la fe, y tendrás tu visión y en ella, vistas celestiales y sus pactos divinos de promesa.

Pero lo mejor de la escalera de Jacob es que terminaba con Dios, y tenía a Dios en lo alto de la misma, y Dios debajo de la misma, sosteniéndola para que no se deslizara, apoyando al viajero a cada paso. Deja que tu escalera sea guiada por su mano, no apoyándose en alguna torre de nubes de tu ambición sino en las manos que fueron taladradas por ti. ¿Has notado, cuando alguien en tu casa ha de subir una escalera de mano, cómo desea que tú la sostengas? Hay uno, queridos amigos, que te sostiene la escalera mientras tú subes a las alturas, que te harían temblar si no fuera por sus brazos eternos.

Y además, se nos enseña que no solo está Dios en lo alto de la escalera, sino que los ángeles de su providencia están subiendo y bajando por ella, guardando tus pies en los peldaños. Cada paso está bajo tu cuidado. Y así él te dice, como a Jacob: «He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho».

Además, la visión de Jacob es el símbolo no solo del camino de la vida, sino de Jesucristo mismo: la puerta abierta, y el único medio de comunión y comunicación con el cielo. Cristo mismo nos ha dado esta interpretación de la visión de Jacob. Hablando con Natanael, bajo la higuera (que parece había estado leyendo este mismo capítulo), le dice: «De aquí adelante veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre». Era como si le hubiera dicho: «Yo soy la escalera de Jacob; es a través de mí que los cielos estarán abiertos; es como resultado de mi obra que los ángeles de Dios vendrán, y a partir de ahora tendréis comunión con Dios, no en la forma antigua de visiones, sino a través de la carne del Hijo de Dios. De modo que Dios no solo está en lo alto de la escalera, sino a lo largo de toda ella. Jesucristo viene de Dios y llega hasta los hombres, una escalera viva de peldaños humanos, diciendo a cada paso: «Yo soy el camino; Yo soy el pastor; Yo soy el guía; Yo soy la vida; Yo soy el autor y consumador de vuestra fe». ¿Es Jesús tu escalera, querido amigo?, ¿es tu camino?, ¿es tu vida? ¿Das cada paso con Jesús? ¿En Jesús? ¿Andando con Jesús? ¿Andando en Él como también con Él; hallando que Él es algo en ti, esta semana, semana tras semana, algo que no había sido antes? Éste es el sentido bienaventurado de la escalera. Dios está al principio, Dios está al final, Dios está a lo largo del camino, y Dios lo es todo en todo.

No solo vemos el camino y la escalera, sino el pacto y la consagración. Jacob se levantó y en el altar se consagró a sí mismo –con palabra pobres e imperfectas, es verdad–, y si parece una fe que vacila, con todo, Dios la aceptó, y a partir de entonces su vida estuvo enlazada con vínculos tiernos con el amor eterno de Jehová. ¿Has hecho esta consagración y reclamado este pacto? ¿Hay una voz que te dice: «Estoy contigo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho»? ¿No se está seguro cuando se deja todo en estos brazos poderosos? Él te ha dicho: «No cesaré hasta que haya hecho para ti todo lo que te he prometido». ¡Qué terribles son los peligros de la vida sin esto; ¡qué benditos si se tiene! ¿Has dicho como Jacob: «De todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti»?, ¿o bien, lo que has dicho es: «Todo es tuyo, y yo soy tuyo y tú eres mío»? (Continuará).