Jesucristo fue instituido sumo sacerdote, no según el orden del judío Aarón, sino según el orden de Melquisedec, el rey gentil de Salem. Esto es muy significativo, pues la ley de Moisés estaba restringida a los israelitas, y si la ley lo estaba, también el sacerdocio aarónico. Pero Melquisedec nada tiene que ver ni con Abraham, ni con Isaac ni Jacob. Ni tampoco con Aarón. Era un rey gentil, superior a Abraham («antes que Abraham fuese, yo soy»; lo cual demuestra la superioridad de Cristo sobre Abraham, no solo su antecedencia temporal), que le ofreció pan y vino y le bendijo. Hebreos nos dice que «sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor» (7:7).

De manera que cuando Dios instituye Sumo Sacerdote a su Hijo, no tiene en mente a Aarón (aunque lo hizo después de Aarón, en pleno tiempo de la ley), sino a Melquisedec. Y con esto, Dios liga su sacerdocio con un gentil, indicando con ello que su ministerio estará abierto para todos los hombres.

La figura de Melquisedec es muy misteriosa en las Escrituras. No tiene genealogía, ni aparecen más datos que los pocos que nos entrega Génesis en aquel incidente con Abraham. Hebreos, citando a los Salmos, nos da un poco más de luz. Todo, en conjunto, nos sugiere que es un grande. ¿Quién, en tiempos de Abraham, podía ser mayor que el patriarca, considerando que Dios había llamado a Abraham para que fuese padre de los creyentes, el primero en la honrosa lista de los justificados por la fe?

La figura de Melquisedec nos inspira mucho respeto, el mismo que siente el autor de Hebreos cuando habla de él. Y lo más significativo es que Cristo se asocia con él, y esta asociación lo señala como superior a Aarón, al sacerdocio aarónico, y a la ley.

«Si, pues, la perfección fuera por el sacerdocio levítico… ¿qué necesidad habría de que se levantase otro sacerdote, según el orden de Melquisedec, y que no fuese llamado según el orden de Aarón?» (Heb. 7:11). Aquí se nos da una importante luz. El sacerdocio aarónico no podía hacer perfectos a los hombres, pues su ministerio era débil e insuficiente. Por eso debía levantarse un sacerdocio superior, «no conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible» (Heb. 7:16).

Debía ser un sacerdote «santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos» y no como aquellos que debían ofrecer sacrificios primero por sus propios pecados. «Porque la ley constituye sumos sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre» (Heb. 7:28).

Melquisedec significa Rey de Justicia, y era rey de Salem, que significa paz. En él se reúnen la justicia y la paz. ¿No es esto lo que Cristo, como sumo sacerdote, nos da? La justicia, porque él entró en el Lugar Santísimo del santuario celestial por su propia sangre (Sumo Sacerdote y ofrenda, a la vez), y la paz, porque «justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Rom. 5:1).

Los cielos se han abierto para los gentiles, en Cristo. Este bendito sumo sacerdote según el orden de Melquisedec nos ha introducido en los cielos, nos menciona en el trono de su Padre cuando intercede por nosotros, y asegura presentarnos perfectos para siempre. ¡Alabado sea su nombre para siempre!

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