Exhortación a un cambio de actitud en nuestra tarea como iglesia.

Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”.

– Lucas 19:10.

Queremos insistir con una palabra que hemos estado oyendo en este último tiempo, siguiendo la dirección que el Espíritu Santo quiere darnos. Esta no es una palabra nueva. Y ¿por qué insistir? Porque nosotros no debemos ignorar la voluntad de Dios, así que la enseñanza es muy importante. Pero eso no lo es todo, las cosas no terminan cuando las sabemos. Es una bendición el saber, pero necesitamos hacer lo que sabemos.

No es suficiente la enseñanza; tiene que haber también exhortación. La exhortación busca que hagamos aquello que sabemos y que no estamos haciendo. Y una vez en acción, la exhortación debe permanecer, para que no abandonemos la práctica. La tendencia natural es a dejar de hacerlo después de un tiempo. Por eso, la Escritura nos manda a perseverar, a seguir adelante.

Necesitamos una revolución

Anticipando un poco el tema a compartir, diremos que necesitamos con urgencia una revolución; necesitamos que el Señor nos revolucione, rompiendo la inercia en la cual estamos. Y aunque la palabra viene, pareciera que es tan fuerte esta inercia, que al Señor no le será cosa fácil reordenarnos.

Pido al Señor que nos revolucione y que nos sacuda, porque, si no cambiamos de actitud, estamos destinados a desaparecer como movimiento, con estas riquezas que el Señor ha depositado en nuestras manos. Si no estamos dispuestos a seguirle a donde nos quiere llevar, él no nos confiará más cosas.

Nosotros somos una fracción de la iglesia que tiene como rasgo principal ser un movimiento de restauración. Caminamos recuperando aquello que la iglesia perdió. Estamos abiertos a seguir al Señor hacia la normalidad, somos llamados a recuperar y hacer nuestro todo aquello que pertenece a la iglesia.

Hay un aspecto de esa recuperación que no se ha producido aún, a pesar de los años que llevamos caminando juntos. La exhortación que se nos hace acerca del sentir de Cristo, nos dice que no podemos seguir pensando que todo lo que ocurre aquí, lo que el Señor nos da, solo es para nuestro propio regocijo, beneplácito o edificación, y ahí termina todo. Por eso, insisto, necesitamos una revolución. ¿Estamos realmente dispuestos a oír lo que el Señor nos diga que necesitamos hacer?

Días atrás, hubo un compartir en Brasil donde se habló sobre las marcas de una iglesia madura. Entre ellas, por ejemplo, se mencionó que una iglesia madura tiene fundamentos claros, que los hermanos tienen relaciones firmes y sanas, y se enfatizó el lugar que ocupa Cristo: su centralidad y supremacía.

A ello, podríamos agregar que esa iglesia madura evangeliza, que todos los santos están testificando del Señor frente a las personas que no lo conocen. No podría estar ausente en nosotros esta marca, si hablamos de restaurar la iglesia del Señor y nos definimos como un movimiento de recuperación. El Señor quiere que atendamos hoy a esta dirección, a este soplo del Espíritu, porque necesitamos un giro.

Nuestra realidad

Se sabe que este país se está volviendo viejo. La tasa de natalidad va cayendo, y el país se llenará de personas que van envejeciendo. Si nosotros extrapolamos esto, significa que el país va a desaparecer. Creo que esa es también nuestra realidad espiritual – una tasa de natalidad muy baja.

Somos como presa de una fuerza centrípeta, que nos hace girar en torno a nosotros mismos, aquí en lo interno, bien guardados, pero ajenos del mundo, sin contacto con los perdidos, con la gente que no conoce al Señor.

Cuando una persona recién se convierte, aún tiene todas las redes, todos los contactos. Si se gana a alguien para Cristo, detrás de él hay muchos otros que, si fuéramos sabios, podríamos no solo ganarlos a ellos, sino a toda la red con la cual están relacionados.

Nosotros no hacemos eso. Al contrario, a medida que pasa el tiempo, vamos cortando todas nuestras relaciones con los que no conocen al Señor, incluso con nuestros propios familiares inconversos. Nos aislamos y llegamos a ser como bichos raros, fanáticos, desechando a nuestros parientes. Ellos nos invitaron a un par de cumpleaños, y luego ya no fuimos más.

Pareciera que alguien nos enseñó que los hijos de Dios no deben juntarse con los inconversos. Eso hemos hecho en la práctica. Así que necesitamos una revolución.

Buscar y salvar

«Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10). Este es el texto que resume todo el evangelio de Lucas.

Son palabras del propio Señor Jesucristo. Esta es la razón por la cual él vino al mundo – a buscar y a salvar lo que se había perdido. Este versículo aparece también en Mateo 18:11: «Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido». Aquí falta el verbo buscar. Y no es casualidad, porque el énfasis de Lucas es precisamente mostrar ese aspecto.

El Hijo del Hombre vino a salvar lo que se había perdido. Nosotros somos evidencia de eso. Estábamos perdidos, y el Señor nos salvó. Pero lo interesante del testimonio de Lucas es que, antes de salvar o para efectos de salvar, el Señor salió a buscar lo que tenía que ser salvo.

Nosotros oramos diciendo: «¡Que vengan! ¡Las puertas están abiertas; los recibiremos con amor!». Pero ese no es el sentir de Cristo, no es el Espíritu de Cristo. Porque no vendrán, a menos que salgamos a buscarlos. Para nosotros, esto tiene que significar una revolución, tiene que desestructurarnos. Nosotros estamos vueltos hacia adentro, y el Señor quiere que nos volvamos hacia afuera. Él dejó su trono y vino a la tierra. No nos predicó desde arriba con un megáfono celestial. No, él se hizo hombre, y vino a vivir entre nosotros.

Pero eso no es todo. Lucas relata cómo, estando aquí, ya en la tierra, Jesús se vino a introducir entre los pecadores, relacionándose con ellos. En el evangelio, todos sus contactos son con gente pecadora, a la cual nosotros evitamos, porque somos santos y no nos queremos contaminar.

Nosotros estamos llamados a ser conformados a la imagen de Cristo. En este punto, estamos lejos de ser como él, y necesitamos corregir el rumbo. El Señor tiene que hacer una cirugía radical, porque pareciera que aún no estamos entendiendo. Algo deberá ocurrir, porque si no, estamos destinados a desaparecer.

El sentir de Jesús

Hagamos un breve recorrido en el evangelio de Lucas, viendo cómo el Señor Jesús salió a buscar y a salvar lo que se había perdido. Ya hablamos del paso más importante: que él dejó el cielo y vino a la tierra. Pero ahora, estando en la tierra, ¿cómo él salió a buscar? Que, siguiendo el ejemplo del Señor, nosotros podamos ser realmente sacudidos y redireccionados.

Lucas 5:27 relata el llamamiento de Leví, conocido por nosotros como Mateo. Leví era un publicano, la gente más aborrecida en esa época. Eran judíos que trabajaban para el imperio romano, considerados traidores. Además de eso, ellos cobraban impuestos a los judíos para el imperio romano.

«Después de estas cosas salió, y vio a un publicano llamado Leví, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y dejándolo todo, se levantó y le siguió. Y Leví le hizo gran banquete en su casa; y había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos» (Luc. 5:27-29).

El Señor, con una sola palabra: «Sígueme», pudo convertir el corazón de Mateo. Aquel recién convertido, lleno de gozo y de gratitud, hizo un gran banquete en su casa, para celebrar su conversión, e invitó a Jesús y a sus discípulos. Pero, además a todos sus contactos, sus compañeros de trabajo, esta gente rechazada por la sociedad judía, «y de otros que estaban a la mesa con ellos», de seguro también pecadores.

El escándalo del evangelio

¿Usted iría a una fiesta que estará llena de mundanos? El dueño de casa se acaba de convertir; es una buena razón para ir, pero habrá muchos pecadores. Y el Señor Jesús, el hombre más espiritual que ha pisado esta tierra, fue, y fue con sus discípulos.

Si usted contesta que sí habría ido, entonces prepárese. El versículo 30 dice: «Y los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?».

Así que, si usted se va a juntar con los inconversos, si se va a relacionar con los que no conocen al Señor, prepárese, porque lo van a criticar. ¿Quiénes son hoy el equivalente a los escribas y los fariseos? Es muy fuerte reconocerlo, pero en realidad somos nosotros mismos: «Hermano, usted está llamado a la comunión de los santos. ¡Qué hace juntándose con gente de esa calaña!».

Pero el Señor estaba allí, en la fiesta. Estaba gozoso viendo cómo Mateo atendía. Y qué preciosa es su respuesta: «Respondiendo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento» (v. 31-32).

En otras palabras: «Ustedes, evangélicos fariseos, ¿dónde esperan hallarme? ¿Por qué les escandaliza verme aquí? Si he venido a llamar a los pecadores al arrepentimiento, lo lógico es que me hallen entre ellos. ¿Dónde esperan encontrar a un médico, entre los sanos o entre los enfermos?».

¿Dónde deberían encontrarte a ti? Cuando los hermanos pasan a tu lado, ¿con quién deberían verte hablando y relacionándote? Esto no significa que abandonemos la comunión de los santos. Por supuesto, tenemos tal comunión; pero también tenemos una misión hacia el mundo. Así que sería lo más natural que nos vean hablando con personas que no conocen al Señor, participando con ellos en sus actividades.

La nueva espiritualidad

¿Tendremos la espiritualidad para hacer eso? Podría ser algo peligroso. Cabría pensar: «Yo apenas me estoy salvando entre los hermanos; si me asocio con los incrédulos, tal vez se pierdan ellos y yo». ¿Tendremos la espiritualidad de Cristo? Si no es así, el problema es más grave aún. Quiere decir que el fundamento tampoco está bien puesto, a pesar de permanecer aquí, encerrados y ensimismados.

«Y dijo el Señor: ¿A qué, pues, compararé los hombres de esta generación, y a qué son semejantes? Semejantes son a los muchachos sentados en la plaza, que dan voces unos a otros y dicen: Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no llorasteis. Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y decís: Demonio tiene. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: Este es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores» (Luc. 7:31-34).

Juan el Bautista representa la espiritualidad del Antiguo Testamento, donde el mandato de Dios era separarse de los pueblos paganos. Juan, el último profeta de esa dispensación, vino en ese carácter; por eso, él no comía pan ni bebía vino. Pero Jesús reprocha a los judíos, porque esto tampoco les gustó, y dijeron: «Demonio tiene». Ahora vino él, que representa la espiritualidad del Nuevo Pacto, y fue tildado de «hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores». ¿Quién los entendía?

El Señor no dudó en citar lo que la gente decía de él. Al juntarse con los pecadores, él se ganó esa fama. ¿Querría usted ganarse esos elogios? ¿Y quiénes harán este comentario? ¡Los mismos creyentes! Hermanos, ¿quieren parecerse a Jesús? ¿Estamos entendiendo lo que tenemos que hacer? ¿Es lo que hemos estado haciendo hasta ahora?

En Lucas 7:36-50, Jesús visita la casa de un fariseo. A menudo, el Señor confrontaba a los fariseos. Pero, como él vino a buscar y a salvar lo que se había perdido, un fariseo llamado Simón lo invitó a almorzar, y allí se relata una escena muy singular. Una mujer pecadora entró en casa de Simón y empezó a lavar los pies de Jesús con sus lágrimas y a besarlos. ¡El Señor dejándose besar los pies por una prostituta! ¡Qué escándalo a los ojos de los religiosos!

El atractivo de Jesús

«Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come» (Luc. 15:1-3). Al Señor le ocurría eso; todos se acercaban a él para oírle. ¿Por qué a nosotros no nos ocurre así? ¿Por qué, más bien, huyen de nosotros? ¿Dónde estaba la clave? Él los recibía. ¿Qué significa eso? Recuerden el texto de Romanos 15:7: «Recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios».

Jesús recibía a los pecadores, porque se interesaba por ellos. Él los amaba, sentía compasión por ellos, porque los veía desamparados y quería ayudarles. Por eso, se sentaba a comer con ellos.

¿Usted iría a comer a la casa de aquellos que no conocen al Señor? «Yo no soporto a esta persona, que fuma y dice palabras soeces; prefiero compartir con los hermanos». Claro, esto tiene su tiempo y su lugar. Pero el Señor recibía a los pecadores y comía con ellos; con razón querían oírlo.

En el capítulo 15, el Señor refiere tres parábolas: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo, para tratar de corregir la hipocresía de los escribas y fariseos. En las tres parábolas, cuando lo perdido es hallado, hay gozo. «Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento» (v. 7).

Con eso, el Señor les está diciendo a los fariseos que deberían alegrarse de verlo con los pecadores. Ellos deberían estar contentos al ver cómo él buscaba salvarlos. Deberías llenarte de alegría cuando veas a un hermano haciendo eso. Y en la última parábola, Jesús representó a los escribas y fariseos en el hermano mayor. Éste, cuando el hijo fue hallado y el padre hizo fiesta, se enojó. ¿Usted quiere parecerse a Cristo? ¿Está dispuesto a ser criticado?

Lucas 19 registra la conocida historia de Zaqueo, jefe de los publicanos. ¡El Señor fue a su casa, y Zaqueo fue salvo! «Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador». Y Jesús dice: «Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido».

Si nosotros hubiésemos vivido en aquella época, ¿en qué grupo estaríamos? ¿En el grupo de los discípulos que seguían al Señor y a todos sus contactos y relaciones, o entre los escribas y fariseos? ¿Entre los que andaban con Jesús o entre los que murmuraban contra él? Si Jesús hubiese pertenecido a una iglesia de nuestro tiempo, es seguro que, si no lo expulsan, ya lo habrían puesto en disciplina.

Contado con los inicuos

En Lucas 22, el Señor está a punto de ser arrestado. Él sabe que ya viene la turba, encabezada por Judas, que le entregará con un beso. «Y les dijo: Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y el que no tiene espada, venda su capa y compre una» (v. 36). ¡El Señor arma a sus discípulos! «Porque os digo que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos; porque lo que está escrito de mí, tiene cumplimiento» (v. 37).

O sea, él fue hallado como si fuera un inicuo más, junto a otros inicuos. «Entonces ellos dijeron: Señor, aquí hay dos espadas. Y él les dijo: Basta» (v. 38). ¿Qué significa esto? En forma deliberada, Jesús está diciendo: «Quiero que se sepa que fui preso andando en medio de pandilleros armados».

Es como si un titular de nuestros días dijese: «El hermano Tal fue arrestado junto a un grupo de jóvenes que se estaban drogando en la calle». Creo que el Señor hizo esto para nosotros, para que por la eternidad quede claro a los ángeles y a todos los hombres, que él no les hizo asco a los pecadores, los amó, se interesó en ellos, estuvo cerca y comió con ellos, para rescatarlos, para salvarlos, para liberarlos.

¡Qué impresionante! Es como para llorar. ¡Qué diferente a nosotros! Es una actitud y una conducta tan distinta. ¿Somos más santos que el Señor? Él es el más santo y espiritual. ¿Qué somos nosotros, entonces, con una actitud tan farisaica?

Por último, ¿cómo murió el Señor? Lucas 23. Esto también nos conmueve. Aquí están llevando al Señor al Calvario. «Llevaban también con él a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos» (v. 32). Hasta en la muerte, sigue junto con ellos.

«Yo quiero morir en mi casa, entre los hermanos. En mis últimos momentos, quisiera que llegaran los hermanos y cantaran». Pero, ¿cómo eligió morir el Señor? Entre dos malhechores, uno a su izquierda y otro a su derecha. Los otros evangelios dicen que en ese momento se cumplió la Escritura que dice: «Fue contado entre los inicuos». Lucas lo puso antes.

Jesús está muriendo en la cruz como un malhechor más, en medio de dos pecadores que están siendo justamente castigados. Hasta en su muerte, él estuvo relacionado con los pecadores. Y él no perdió aun esa oportunidad: de los dos, salvó a uno. «Hoy estarás conmigo en el paraíso». ¡Aleluya!

Jesús salió a buscar lo que se había perdido. Y nosotros, ¿estamos saliendo a buscar? Entonces, hay que empezar por algo. El hacer algunas reuniones esporádicas de evangelismo no es la normalidad en la iglesia. No. La normalidad en la iglesia la alcanzaremos si cambiamos de actitud. Si el Señor derriba nuestro fariseísmo, si verdaderamente somos santos y espirituales, entonces tendremos la actitud de Jesús. Eso nos transformará en una iglesia normal.

En este aspecto, necesitamos recuperar una iglesia normal, donde cada hermano tiene la actitud correcta hacia los perdidos, y ésta significa ir y acercarse a los inconversos. Asiste a sus celebraciones cuando te inviten. Claro, a nosotros ya, después de tantos años distanciados, ya no nos toman en cuenta, ni para avisarnos que falleció el tío. No será fácil retomar aquello.

Un cambio de actitud

¿Tenemos la espiritualidad para hacer esto? La idea es que, si te arrestan con una banda de drogadictos, tú no estabas drogándote con ellos. Tú estabas allí hablándoles del Señor. ¿Tendremos la espiritualidad para actuar como Jesús? Si no es así, quedémonos aquí encerrados, seguros. Pero, si queremos ser como el Maestro, hemos de tener una actitud totalmente diferente con los pecadores, que no la tenemos hoy, y por eso ellos no quieren oír lo que tenemos para decirles.

Reitero, necesitamos una revolución. Hay que desarmar esto, pero hay que actuar. No podemos seguir así. Por mucho que sigamos predicando, yo creo que esto no cambiará sin una medida radical que, es obvio, tiene que hacerla el Señor. Tiene que provocar un giro en 180 grados. Nosotros estamos vueltos hacia adentro, presa de una fuerza centrípeta, y tenemos que salir enviados hacia afuera.

Entonces no habrá necesidad de traer invitados. ¿Saben cuándo ellos llegarán aquí? Cuando ya vengan convertidos, sumándose a la comunión. Mientras tanto, les sugiero lo siguiente: Si van a hacer una reunión evangelística donde traerán gente que no conoce al Señor, el culto debe ser breve, a lo más de una hora y cuarto. Si queremos ganarlos para el Señor, y les damos una lata de dos horas y media, no volverán nunca más, porque ellos no han nacido de nuevo, y no entienden.

Si alguien llega convertido, es otra cosa. Si cambia nuestra actitud, y nosotros lo ganamos en el trabajo o en el vecindario, si nosotros mismos lo fuimos atendiendo y discipulando dos semanas antes de que llegara acá, eso sería otra cosa.

Pero si los vamos a traer, me parece bien. Debemos empezar con algo, y hagámoslo con sabiduría. Los cultos deben ser breves. Quizás más que predicaciones, un par de testimonios. Ahora, si queremos tenerlos después para hablarles, tengámosles un ágape, y mientras compartimos una bebida y un bocadillo, hablémosles del Señor en una conversación coloquial, informal, que les deje deseos de volver. Pero si se les predica largamente, no volverán más, a menos que se conviertan ese día por esa palabra.

Espero, en la misericordia del Señor, haberlos incomodado y aun haber-los ofendido un poquito. Y si no pueden dormir esta noche, me alegraría mucho. Que su palabra nos deje inquietos, pidiéndole perdón al Señor y diciendo: «Revoluciónanos, Señor. Rompe nuestros esquemas culturales, farisaicos, y envíanos a los que están afuera». Amén.

Síntesis de un mensaje oral impartido en Temuco (Chile), en Octubre de 2018.