El náufrago

El único sobreviviente de un naufragio llegó a la playa de una diminuta y deshabitada isla. Pidió fervien-temente a Dios ser rescatado, y cada día escudriñaba el horizonte buscando ayuda, pero no parecía llegar.  Cansado, finalmente optó por construirse una cabaña de madera para protegerse y almacenar sus pocas pertenencias. Entonces, un día, tras merodear por la isla en busca de alimento, regresó a su casa sólo para encontrar su cabañita envuelta en llamas, con el humo ascendiendo hasta el cielo. Lo peor había ocurrido: lo había perdido todo. Quedó anonadado de tristeza y rabia: «Dios mío, ¿Cómo pudiste hacerme esto?» se lamentó.  Sin embargo, al día siguiente fue despertado por el ruido de un barco que se acercaba a la isla. Habían venido a rescatarlo. — ¿Cómo supieron que estaba aquí? – preguntó a sus salvadores. — Vimos su señal de humo – contestaron ellos.  La próxima vez que tu cabaña se vuelva humo, recuerda que puede ser la señal de que la ayuda y gracia de Dios viene en camino.

La otra orilla

¿Por qué miras siempre hacia el otro lado? ¿Por qué piensas siempre que los otros, amigos, conocidos y vecinos, son más dichosos, y dices con ligereza: a los otros les va mucho mejor, y yo, que doy lo mejor de mí, no llego a nada? La otra orilla siempre es más bella. Yace muy lejos.

Como petrificado, miras fijamente hacia la bella claridad. Jamás tuviste en cuenta que también los de la otra orilla te observan y piensan que posees mucha más felicidad, pues ellos sólo ven tu parte agradable. No conocen tus pequeñas y grandes preocupaciones.

La felicidad no está en la otra orilla… ¡está en tu forma de ver tu orilla! Aprecia la orilla donde Dios te puso, y no creas que la otra es la mejor, pues Dios te puso donde debes estar.

No cortes un árbol en invierno

Recuerdo que un invierno mi padre necesitaba leña, así que busqué un árbol muerto y lo corté. Pero luego, en la primavera, vi, desolado, que al tronco marchito de ese árbol le brotaron renuevos.

Mi padre entonces dijo: «Yo estaba seguro de que ese árbol estaba muerto. Había perdido todas las hojas en el invierno. Hacía tanto frío, que las ramas se quebraban y caían como si no le quedara al viejo tronco ni una pizca de vida. Pero ahora advierto que aún alentaba la vida en aquel tronco».

Y volviéndose hacia mí, me aconsejó: «Nunca olvides esta importante lección. Jamás cortes un árbol en invierno. Jamás tomes una decisión negativa en tiempo adverso. Nunca tomes las más importantes decisiones cuando estás en tu peor estado de ánimo. Espera. Sé paciente. La tormenta pasará. Recuerda que la primavera volverá».

Sólo una huella

Una noche, un hombre soñó que caminaba por la playa junto al Señor. En el cielo se veían reflejadas escenas de su vida. Ante cada escena veía en la arena dos pares de huellas: las de él y las del Señor. Luego de que pasara ante él la última escena de su sueño, se volvió a mirar las huellas en la arena. Notó que en muchas ocasiones, a lo largo de su vida, sólo había un par de pisadas. Se dio cuenta de que había sucedido en los momentos más tristes y oscuros de su vida.

Aquello lo turbó mucho, y le inquirió al Señor: «Señor, dijiste que una vez que decidiera seguirte, caminarías conmigo hasta el final. Sin embargo, he notado que en los momentos más difíciles de mi vida sólo se ve las huellas de dos pies. No entiendo por qué me abandonabas cuando más te necesitaba».

El Señor le respondió: «Hijo, mi hijito querido; yo te amo y jamás te abandonaría. En tus momentos de prueba y sufrimiento, cuando viste que sólo había dos pisadas, era porque yo te llevaba en mis brazos».