Razonable es decirte que te quiero
por llenar de razón mi vida entera;
razonable es, mi Dios, que yo te quiera,
porque tú me has querido primero,
dejando que en la afrenta de un madero
la sangre de tu Hijo se vertiera
y alumbrara una nueva primavera
de amor y de perdón al mundo entero.
Viniste a mí, Señor, calladamente;
tebniéndote cerrada yo mi puerta,
mas no me fue tu voz indiferente;
que murieras por mí siendo tú inocente,
es la grandeza de mi vida incierta
y razón para amarte suficiente.
J. González Durán