En el cuerpo de Cristo el servicio
es un fruto constante de amor;
es el medio fecundo de vida
que dispensa a su iglesia el Señor.
Siempre es Dios quien destina sus dones,
cada hermano es llamado a servir,
provocando un oasis divino
en los santos unidos en fe.

Puso Dios en el cuerpo de Cristo
al apóstol, maestro y pastor,
al profeta y al evangelista,
que procuren su nombre exaltar.
Es un campo de fucsias la iglesia,
un taller del amor fraternal,
donde abundan los dones primarios
del creyente que anhela servir.

Cada miembro del cuerpo, un heraldo:
todos juntos servimos mejor,
ministerio asumido con gozo,
cada cual según gracia de Dios.
En la magna tarea nos vemos
como cuerpo de nuestro Señor,
y en la obra de paz segaremos
todo el fruto rendido en su honor.