Lecciones básicas sobre la vida cristiana práctica.

Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”.

– Gálatas 6:1.

Un problema que debe ser resuelto es: ¿qué debemos hacer cuando alguien peca contra nosotros? La pregunta bajo consideración ahora no es lo que debemos hacer nosotros si pecamos contra los demás, sino qué debemos hacer si las personas pecan contra nosotros. Mateo 18:15-35 da instrucción especial sobre el tema.

Este pasaje puede ser dividido en dos partes: el perdón (v. 21-35), y la persuasión (v. 15-20). El Señor nos dice que si nuestro hermano peca contra nosotros, nuestra primera responsabilidad es perdonarlo delante de Dios, y nuestra segunda responsabilidad es persuadirlo delante de Dios. A menudo mencionamos la primera, pero igualmente debemos destacar la segunda responsabilidad, la persuasión.

Primera responsabilidad – El perdón

«Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?» (v. 21). Encontramos esto no solo en Mateo, sino también en Lucas. Y Lucas lo registra un poco diferente.

  1. PERDONAR SIN LÍMITES

«Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale» (Lucas 17:3-4).

Esto es similar al registro de Mateo, pero no exactamente lo mismo. Las palabras en Mateo parecen tener mayor peso. El perdón no es otorgado siete veces, sino setenta veces siete. «Setenta veces siete» significa que el perdón que los hijos de Dios extienden hacia sus hermanos debe ser ilimitado. No hay cuenta del número de veces, ya que no son siete, sino setenta veces siete.

El punto que Lucas subraya es que si el hermano que peca contra nosotros se arrepiente y pide perdón, debemos perdonarle aun hasta siete veces en un día. La pregunta no es si su arrepentimiento es genuino o falso. Hemos de hacer caso omiso de eso. Si él dice que se arrepiente, nosotros perdonamos dejando a él la cuestión del arrepentimiento.

  1. PERDONAR GENEROSAMENTE

El Señor utiliza entonces una parábola en los versículos 23-27. Hay algunos puntos especiales que requieren nuestra atención. Lo que nosotros adeudamos siempre excede lo que podemos pagar. Nosotros debemos a Dios diez mil talentos, más allá de nuestra capacidad para pagar, ya que no tenemos nada con qué pagar.

Todos nosotros necesitamos tener una estimación real de nuestra propia deuda con Dios, para que generosamente podamos condonar la deuda de nuestro hermano. Si olvidamos cuán grande es la gracia que hemos recibido de Dios, entonces nos convertimos en los más ingratos de los hombres. Para ver lo poco que las personas nos deben, tenemos que ver cuánto le debemos nosotros a Dios.

El Señor espera que tú trates a los demás así como él te ha tratado. Así como él no exige justicia de ti, él espera que tú no demandes justicia a los otros. El Señor perdona tus deudas conforme a su misericordia. Él quiere que tú apliques a tus hermanos la misma medida. Él te da «medida buena, apretada, remecida y rebosando» (Luc. 6:38), y su expectativa es que tú hagas lo mismo. Deberías actuar con tu hermano así como el Señor ha obrado contigo.

Es abominable a los ojos de Dios cuando una persona que ha sido perdonada es implacable. Nada puede ser más horrible que, aquel que fue perdonado, no perdone; aquel que ha recibido misericordia, no sea misericordioso, y aquel que recibió gracia, no actúe conforme a la gracia.

Tenemos que aprender ante Dios a tratar a los demás como él nos ha tratado. Que seamos tan humildes por lo que hemos recibido, de manera que tratemos a los demás según el mismo principio.

Segunda responsabilidad – La persuasión

Creo que muchos de los hijos de Dios han aprendido la lección del perdón. Muchos, sin embargo, han olvidado lo que deberíamos hacer después de que alguien ha pecado contra nosotros. Según Mateo 18:15-20, debemos persuadir o exhortar a nuestro hermano. Nosotros no solo debemos perdonar, sino debemos también persuadir.

  1. HABLA CON ÉL

«Por tanto, si tu hermano peca contra ti…» (v. 15). Es muy común que los hijos de Dios pequen uno contra el otro. Aunque tales cosas no deberían suceder muy a menudo, tampoco son demasiado escasas. El Señor nos muestra lo que debemos hacer si alguien peca contra nosotros. «Ve y repréndele estando tú y él solos».

Si alguien peca contra ti, la primero que debes hacer es decírselo a él, no a otros. Esta es una palabra que deberíamos entender correctamente. Muéstrale su falta cuando tú y él están solos.

El Señor dice: «Repréndele». Pero ¿cómo? El Señor no sugiere que le escribas una carta, sino que vayas a él. Habla con él, estando ambos solos. Este es el mandato del Señor. Tratando con el pecado personal, los dos son suficientes; un tercero es absolutamente innecesario.

Aprendamos esta lección delante de Dios. Debemos autocontrolarnos y nunca hablar a espaldas del hermano que nos ha ofendido. Tampoco debemos hablar en público contra él. Es solo cuando tú y él están solos, que le puedes señalar su culpa. Esto requiere la gracia de Dios. Cuando te encuentres con él, debes mostrarle su falta; este no es un momento para hablar de otras cosas.

Señalar a otro su falta no es algo fácil de afrontar, pero es preciso hacerlo. Esta es una de las lecciones que los hijos de Dios debemos aprender. Ve a él y dile: «Hermano, tú me has herido haciendo tal cosa. Es malo lo que has hecho. Tú has pecado».

Ganar al hermano

Los hijos de Dios deben aprender a pasar por alto las ofensas. Pero si es necesario abordar una ofensa, hay que tratar directamente con el ofensor. En tal relación, tenemos que recordar este principio fundamental: «Si te oyere, has ganado a tu hermano» (v. 15). Este es el propósito de decirlo. El motivo no es disminuir tu dificultad ni demandar la reparación de parte del ofensor. El propósito es ganar a tu hermano.

  1. TOMA A UNO O DOS MÁS

Si descubres que tu hermano no acepta tu palabra, el Señor dice, «Toma aún contigo a uno o dos» (v. 16). Estos pueden ser los ancianos de la iglesia, u otros hermanos. Incluso en esta instancia, no debes comentarlo a nadie más. Cuéntalo a uno o dos hermanos en el Señor que sean experimentados y tengan peso espiritual. Coloca el asunto delante de ellos y pide su consejo. ¿Es verdad que este hermano está errado? ¿Qué piensan ustedes, hermanos, acerca de él?

Después que estos dos hermanos han considerado el tema en oración delante de Dios y han juzgado de acuerdo con su discernimiento espiritual, podrán determinar que este hermano realmente ha obrado mal. Ahora la cuestión ya no son tus sentimientos heridos. Tú puedes llevar estos dos o tres testigos al hermano y decirle: «Tú has actuado mal en este asunto. Esto obstruirá tu futuro espiritual. Debes arrepentirte y reconocer tu error».

«…para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra» (v.16). Estos dos o tres testigos no pueden ser personas habladoras o que hablen descuidadamente. Si lo son, no serán respetados y honrados. Deben ser personas confiables, con honestidad, peso y experiencia en el Señor. Cada palabra es entonces confirmada en boca de dos o tres testigos.

  1. DILO A LA IGLESIA

¿Cuál es la regla de la iglesia? Es mejor si tú puedes resolver el problema personalmente; de lo contrario, tienes que buscar una forma de pureza. Si la dificultad es menor, simplemente puedes perdonar y olvidar. Pero si afecta a la comunión, debes aprender a enfrentarlo. Si fracasas en tu trato personal con él, puedes recurrir a dos o tres testigos. «Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia» (v. 17).

Creo que la iglesia aquí se refiere a los hermanos responsables de la iglesia, en privado, no en el momento en que se reúne toda la asamblea. Tú debes dar cuenta a los hermanos responsables de las dificultades entre tú y tu hermano, y pedirles consejo.

Si la iglesia concuerda con esto y si la conciencia de la iglesia condena a un hermano, él debe estar errado. Si es un hermano que vive delante de Dios, él dejará de lado su propia opinión y aceptará el testimonio de los dos o tres testigos. Sin embargo, si él se niega a aceptar aquel testimonio, al menos debería aceptar la decisión de la iglesia. «Si todos los hermanos y hermanas juzgan que estoy errado, debo estarlo, no importa lo bien o mal que yo crea estar».

El consenso de la iglesia es la mente del Señor. El Señor está aquí en la iglesia; este es su juicio. ¡Cómo necesitamos aprender a ser suaves y blandos cuando oímos lo que la iglesia tiene que decirnos! No debemos confiar en nuestros propios sentimientos, ni estar seguros de nosotros mismos. Debemos aceptar el sentir de la iglesia.

Spiritual Exercise, Chapter 24.
Christian Fellowship Publishers