La araña y la maledicencia

Walter Wangerin, en su recopilación de cuentos cortos “El ropavejero y otros pregones de fe”, recurre a la naturaleza para una espeluznante metáfora en cuanto al poder de la lengua. Dice que la araña hembra es por lo general viuda debido a una razón desconcertante: devora siempre a los que atrapa. Sus pretendientes solitarios así como los que la visitan, se convierten de inmediato en cadáveres, y su comedor es una morgue. La mosca que la visita, después de quedar cautiva, parecerá estar completa, pero la araña le habrá chupado todo lo que tenía adentro, convirtiéndola en un féretro hueco.

La razón de ese macabro procedimiento es que la araña no tiene estómago y por eso no puede digerir nada dentro de su cuerpo. Mediante diminutos pinchazos, ella inyecta sus jugos digestivos en el cuerpo de la mosca de modo que las entrañas de ésta se desgarran, convirtiéndose en una tibia sopa. “Esta sopa es engullida vorazmente –dice Wangerin–, de la misma manera que la mayoría de nosotros engulle las almas ajenas después de haberlas cocinado en los diversos fermentos de: sentimientos de culpa, humillaciones, subjetividades y amor cruel; toda una gama de combinaciones agrias. Y algunos de nosotros somos tan expertos con la palabra hipodérmica que nuestros seres queridos continúan sentados y sonrientes, después del pinchazo, como si todavía siguieran vivos.”

En R. Kent Hughes en Disciplinas de un hombre piadoso

Muñecos mecánicos

Hay una esquina de Nueva York donde un vendedor callejero vende muñequitos mecánicos. Les da cuerda, los pone en la acera y marchan como pequeños seres humanos. A veces pienso que cuando el mundo mira a los cristianos, todo lo que ve es un puñado de autómatas, a los que se les ha dado cuerda y se les ha alimentado con tarjetas IBM para que, como papagayos, repitan versículos como: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo.” No hay ningún sentimiento de amor genuino, ningún interés personal por otro individuo, simplemente la compulsión mecánica que puede aliviar la conciencia de algunos: “Debo testificar a esta persona; es mi deber.”

David Wilkerson en ¡Hombre, sí que tengo problemas!

Dos pájaros diferentes

Según la revista «Quote», los buitres y los chupamirtos vuelan sobre el desierto. La única cosa que los buitres «ven» es carne podrida porque es lo que andan buscando. A los buitres le encanta este tipo de dieta. Pero los chupamirtos ignoran el olor de carne muerta. En vez de esto, ellos buscan las flores llenas de color de las plantas del desierto. Los buitres viven de la vida que era. Ellos viven del pasado, se llenan con lo muerto y con cosas que ya pasaron. Pero los chupamirtos viven de cosas del presente. Ellos buscan nueva vida. Se llenan de cosas frescas y cosas que tienen vida. Cada pájaro encuentra lo que anda buscando. Así es también con nosotros los cristianos.

El tabernáculo

La vida del creyente tiene una semejanza con el antiguo tabernáculo de Dios. En él, el atrio es un lugar de intensa actividad, mientras que el interior del santuario es un lugar de quietud. Para preparar los muchos sacrificios era necesaria la actividad de un gran número de levitas que llenaban el atrio de la mañana al atardecer. En el Lugar Santísimo no había un solo hombre. Las cortinas de acceso al atrio constantemente se abrían para permitir la entrada o salida de las personas. El velo del Lugar Santísimo pendía quieto, intacto, pues nadie podía entrar allí. Afuera los movimientos y los ruidos evidenciaban el intenso servicio ritual. En el interior todo era quietud.

Así es la vida cristiana. Exteriormente podemos estar en contacto constante con las personas y, sin embargo, en nuestro interior permanecer imperturbables. La actividad exterior no tiene por qué provocar inquietud interior. Al vivir delante de Dios en constante comunión espiritual tendremos todo lo que es necesario para hacer frente a la ocupación exterior de servir a los hombres que le buscan y necesitan.

Watchman Nee, en Aguas refrescantes

La obediencia del perro

Leslie Dunkin contó de un perro que tenía cuando era muchacho. Su padre, de vez en cuando, probaba la obediencia del perro. Colocaba un tentador trozo de carne en el piso y daba esta orden: «¡No!». El perro, que debe haber tenido una fuerte urgencia de tomar la carne, terminaba en una posición muy difícil: obedecer o desobedecer la orden de su amo.

Dunkin dijo: «El perro nunca miraba la carne. Parecía que pensaba que si lo hacía, la tentación de desobedecer sería demasiado grande. Así que miraba fijamente a la cara de mi padre.» Dunkin, entonces, hizo esta aplicación espiritual: «Hay una lección en eso para todos nosotros. Siempre mira el rostro del Maestro».

Richard De Haan

Seguir las pisadas

Andrés Bonar solía decir que siempre es fácil observar y seguir las pisadas de una persona si andamos muy cerca por detrás de ella, pero que si nos quedamos un poco lejos, resulta más difícil. De la misma manera, si seguimos de cerca al Maestro nos será fácil ver el camino, pero si tratamos de seguirle de lejos muy difícil nos será conocer cuál sea el sendero de su voluntad.