No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento…».

– Salmo 32:9.

¡Cuán difícil es para nosotros oír la enseñanza del Señor respecto a nuestras necesidades diarias! Tenemos el ímpetu del caballo y la fuerza de la mula cuando aparece ante nosotros cualquier situación en nuestro día a día, mas no tenemos la mansedumbre de la oveja para oír al Señor, siendo que Dios nos enseña que en la confianza está nuestra fortaleza.«Porque así dijo Jehová el Señor, el Santo de Israel: En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza. Y no quisisteis, sino que dijisteis: No, antes huiremos en caballos; por tanto, vosotros huiréis. Sobre corceles veloces cabalgaremos; por tanto, serán veloces vuestros perseguidores» (Is. 30:15-16).

Es más fácil para nosotros correr de un lado para otro como un caballo, y buscar recursos y socorro en nuestra fuerza en lugar de oír y esperar en el Señor. Mas Dios conoce nuestra debilidad, y es longánime con nosotros. Él siempre nos espera y tiene misericordia de nosotros. «Por tanto, Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto, será exaltado teniendo de vosotros misericordia; porque Jehová es Dios justo; bienaventurados todos los que confían en él» (Is. 30:18).

En los versículos 8 y 9 del Salmo 32 con que comenzamos, el Señor nos dice: «Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos. No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti».

No podemos ser como el caballo o como el mulo. A pesar de su ímpetu y de su fuerza, ellos no se sujetan sin cabestro y sin freno. Ellos no tienen entendimiento, mas Dios nos dio su Espíritu, a fin de que comprendamos las cosas de Dios. «Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido» (1ª Cor. 2:12). Ahora tenemos la mente de Cristo para discernirlo todo.

No somos caballos o mulos, sino ovejas de su rebaño. «Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado» (Sal. 100:3). La oveja no necesita de cabestro, porque ella se sujeta a la voz de su pastor. «Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es. A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños» (Juan 10:2-5). Oigamos su voz, atendamos su enseñanza, porque como un Buen Pastor, él nos tiene muy en cuenta (Sal. 23:1-3).

Necesitamos conocer la mansedumbre del Cordero. Cuando él estuvo bajo sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca, esperando todo del Padre. «Angustiado él y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca» (Is. 53:7).

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