Podría dar varios testimonios personales sobre la cuestión de dar, pero voy a contar sólo mi primera experiencia, que ocurrió en 1923 cuando todavía estaba en la escuela. Fui invitado por mi colega a predicar el evangelio en su ciudad, Chien-Au, que quedaba aproximadamente a 290 kms. de Foochow. Le pregunté cuánto costaba el pasaje y él estimó que alrededor de 70 u 80 dólares para remontar el río en una embarcación. El pasaje de vuelta sería un poco más barato. Le dije que iba a orar para saber si el Señor quería que yo fuese.

En aquella ocasión no tenía nada. Oré al Señor confiando que él proveería el dinero si quería que yo fuese. Después de la oración el Señor comenzó a darme dinero. Aún así, lo que tenía era dos o tres veces menos de lo necesario. Tenía 20 dólares y poco más que 100 monedas de 10 centavos. Pero mi colega me escribió diciendo que todo estaba listo e insistió que yo fuese inmediatamente. Entonces mandé un telegrama respondiendo que yo partiría un cierto viernes.

El jueves anterior a mi partida, quedé impresionado por la palabra de Dios: «Dad y se os dará». Tuve una cierta ansiedad en mi corazón, no porque no estuviese dispuesto a dar todo, sino porque no podría viajar si el Señor no supliese lo que faltaría. No obstante, aquella impresión creció dentro de mí. Sentí que debería dar los veinte dólares y quedarme sólo con las monedas para mi uso particular. Pero ¿a quién daría el dinero? Pensé en darlo a un cierto hermano con familia. Cuando terminé de orar, no me atrevería decir que fui obediente, pero tampoco diría que fuese desobediente. Simplemente dije: «Señor, heme aquí». Me levanté, salí, orando para que yo encontrase a aquel hermano en mi camino. Y he aquí que cuando estaba a medio camino vi a aquel hermano viniendo en mi dirección. Si por un lado mi corazón se sintió apesadumbrado, por otro, yo estaba preparado para darle el dinero, lo que de hecho sucedió. Le dije: «Hermano, el Señor quiere que yo deje este dinero en su mano». Entonces partí. Después de apartarme un poco, las lágrimas corrieron por mi rostro y me dije a mí mismo: «Ya telegrafié a mi hermano diciéndole que iría, y ahora me quedé sin dinero. ¿Podré ir aún?». Por otro lado, sentí gran paz en mi corazón. ¿Acaso el Señor no había prometido «Dad y se os dará»?

Había llegado el momento de que el Señor supliera mi necesidad, pero nada sucedió ni el jueves ni el viernes. Otro hermano me acompañó hasta la embarcación que me llevaría hasta el puente Hong San. De allí tomaría un pequeño barquito a vapor hasta llegar a Swaykow. Estaba de veras aterrado, pues nunca antes había dejado mi ciudad natal Foochow. Como nunca había estado en el interior antes, no conocía a nadie al llegar allá. Después de despedirme del hermano, oré en aquel barquito hasta conciliar el sueño: «Señor, ofrendé a los demás, ahora te corresponde a ti suplir o no». En el mismo día en que llegué al puente Hong San embarqué en el barco a vapor. Caminé a los largo de la cubierta del barco varias veces, creyendo que eso ayudaría a que Dios supliese mi necesidad. Pero no encontré a ningún conocido. Aún así, mi corazón reafirmaba que el Señor supliría debido a que yo había dado lo que tenía.

El barco llegaría a Swaykow a las cuatro o cinco de la tarde del día siguiente. De allí tendría que tomar un barco particular para recorrer el último trecho. Esa era la parte más cara y yo sólo tenía un poco más de 70 monedas de 10 centavos. Estaba viviendo un dilema. Oré: «Señor, ahora me estoy acercando a Swaykow. ¿Debo desistir y comprar un pasaje de regreso a Foochow?». Pero en lo íntimo me surgió el siguiente pensamiento: «¡Tonto! ¿Por qué no pedir a Dios un pasaje más barato para proseguir viaje?». Sentí que había tocado en algo lleno de significado. Entonces oré nuevamente: «Señor, no te pido más dinero, sino te pido que me capacites para llegar hasta Chien-Au». Tuve paz en el corazón.

Mientras estaba en pie en el barco de vapor, se aproximó un hombre en un barco y me preguntó si estaba yendo para Nanking o para Chien-Au. Le dije que iba a Chien-Au. El hombre afirmó entonces que llevaría allá por siete dólares, ¡un poco menos de lo que yo tenía! Tan luego oí aquella propuesta yo supe que el Señor había provisto. Dejé, entonces, que el hombre llevase mi equipaje para su barco. Debido a que ese trecho del viaje normalmente cuesta 70 u 80 dólares, no logré contenerme y le pregunté por qué su precio estaba tan bajo. Su respuesta fue que el barco había sido arrendado por las autoridades locales y que el oficial que viajaba en la cabina de enfrente le permitió incluir un pasajero más en la cabina de atrás. Por lo tanto, él estaba de hecho ganando un dinero extra. Recuerdo que con el resto del dinero que tenía, incluso conseguí comprar algunas legumbres y carne aquel día. Fue así como llegué a Chien-Au.

El viaje de regreso no fue ni un poco más fácil. Tenía sólo dos monedas de 10 centavos en mi bolsillo. Mis clases se reanudarían en breve, por lo tanto, necesitaba regresar tan luego terminasen las reuniones. Oré continuamente. Tres días antes de mi partida fue invitado por un misionero a comer. Él dijo: «Sr. Nee, fuimos grandemente ayudados por su visita. ¿Me permitiría pagar su viaje de regreso?». Al oír aquello quedé satisfecho, pero incómodo. Entonces respondí: «Ya tengo a Alguien responsable por mí». Me pidió perdón por haber hecho tal petición. Al volver a mi cuarto, me arrepentí de lo que hice. Una vez más yo había perdido la oportunidad. Sin embargo, al orar, sentía paz en el corazón.

Tres días después, el día de mi partida, sólo tenía dos monedas de 10 centavos. Mi equipaje ya había sido llevado al barco y mi colega caminó conmigo hasta el muelle. Yo oraba continuamente: «Señor, tú me trajiste hasta Chien-Au, ¿fallarás en llevarme de vuelta a Foochow? Eres responsable por mí y no permites que nadie tome sobre sí esa responsabilidad. Estaría dispuesto a reconocer si estuviese equivocado, pero no pienso que lo esté. La responsabilidad es tuya. Tú mismo dijiste «dad y se os dará». Casi llegando al barco, recibí una carta del misionero a través de su criado. Ella decía: «Sé que alguien es responsable por usted. Pero Dios me mostró que yo debo participar de su visita a Chien-Au. ¿Permitirá usted que participe un hermano más viejo? Por favor, acepte esta pequeña ofrenda». Al recibir el dinero, agradecí al Señor diciendo: «Oh Dios, este dinero llegó en buena hora». Además de pagar mi pasaje de regreso, recuerdo que gasté el resto imprimiendo un número de la Revista Avivamiento.

Después de mi regreso, fui a visitar a mi co-obrero. Su esposa estaba en casa. Ella me dijo: «Sr. Nee, me gustaría hablar con usted. ¿Puedo saber por qué le dio a mi marido 20 dólares antes de dejar Foochow? Por qué puso ese dinero en su mano y se fue inmediatamente.» Le dije: «Simplemente porque el Señor, después de un día de oración, me mostró que debería darle el dinero. Así, cuando lo encontré en la calle le pasé el dinero». «¿Usted sabía que habíamos tenido nuestra última comida y usado todo el combustible que nos quedaba esa noche? Con el dinero que usted le dio compramos arroz y combustible que duró hasta pocos días atrás, cuando el Señor proveyó una vez más. Habíamos estado esperando delante del Señor por tres días cuando recibimos su dinero». No le conté mi historia, pero al dejar la casa, fui considerando por el camino: «Si me hubiese quedado con aquellos 20 dólares en mi bolsillo habrían sido inútiles, pero al repartirlo, ¡cuán útiles fueron!». Levanté mi cabeza y dije al Señor: «Esta es la primera vez que realmente experimenté Lucas 6». Allí mismo me consagré al Señor. De allí en adelante, yo ofrendaría y no retendría ningún dinero.

Tomado de Administrando sus finanzas.