D.L. Moody resolvió, después de ser salvo, que nunca dejaría pasar un día sin hablar por lo menos a una persona sobre la salvación de su alma.

Una noche iba hacia su casa desde su trabajo. Era muy tarde, y de repente recordó que no había hablado a ninguna persona ese día acerca de Cristo. Se dijo: “He aquí un día perdido. Hoy no he hablado a ninguno y no encontraré a nadie a esta hora”. Pero mientras caminaba, vio a un hombre parado bajo un poste de alumbrado. El hombre era completamente desconocido para él, aunque el hombre le conocía a él. Moody caminó hacia el desconocido y le preguntó: “¿Es usted cristiano?”. El hombre contestó: “A usted no le importa si soy cristiano o no. Mire, si no fuera porque es usted alguna clase de predicador, lo tiraría al zanjón por impertinente”.

Moody dijo algunas palabras de todo corazón y se fue. Al día siguiente ese hombre visitó a uno de los más importantes entre los hombres de negocios, amigo de D.L. Moody, y le dijo: “Ese tal Moody de los suyos, está haciendo más mal que bien en el lado norte de Chicago. Tiene entusiasmo sin sabiduría. Vino a mí anoche, un perfecto desconocido, y me insultó. Me preguntó si era cristiano y le dije que eso no le importaba y que si no fuera porque era una clase de predicador, lo hubiera tirado al zanjón por impertinente. Está haciendo más mal que bien; tiene entusiasmo sin sabiduría”. El amigo de Moody lo mandó a buscar y le dijo: “Moody, usted está haciendo más mal que bien; tiene entusiasmo sin sabiduría; anoche insultó a un amigo mío en la calle. Usted fue a él, un perfecto desconocido, y le preguntó si era cristiano, y me cuenta que si no fuera porque usted es una clase de predicador, lo hubiera tirado al zanjón por impertinente. Usted está haciendo más mal que bien; tiene entusiasmo sin sabiduría”.

Moody salió de la oficina de ese hombre un tanto cabizbajo. Se preguntaba si no estaría haciendo más mal que bien, si realmente tenía entusiasmo sin sabiduría. Pasaron las semanas. Una noche Moody estaba durmiendo cuando fue despertado por unos golpes violentos en la puerta de calle. Saltó de la cama y se precipitó hacia la puerta. Pensó que su casa estaría en llamas. Pensó que irían a romper la puerta. Abrió, y allí estaba este hombre. Dijo: “Señor Moody, no pude dormir tranquilo desde que usted me habló debajo del poste de la luz y he venido a esta hora porque no aguanto más; dígame, ¿qué debo hacer para ser salvo?”. Moody lo hizo entrar y le dijo qué debía hacer para ser salvo, y el hombre aceptó a Cristo.

R.A. Torrey en Por qué Dios usó a D.L. Moody