El rol de la iglesia en medio de una sociedad hostil a la fe.

En Jehová he confiado; ¿cómo decís a mi alma, que escape al monte cual ave? Porque he aquí, los malos tienden el arco, disponen sus saetas sobre la cuerda, para asaetear en oculto a los rectos de corazón. Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el justo?”.

– Sal. 11:1-3.

Un mundo en crisis

La sociedad se ha ido alejando cada vez más de Dios, de los principios morales y de las verdades reveladas por el Señor. Vivimos en una sociedad cada vez más hostil al cristianismo. Esto es un cambio en la historia del mundo.

Hoy nos enfrentamos a una sociedad que ya no ve el mundo con los ojos de la fe, ni cree en los valores fundamentales del cristianismo. Es un mundo distinto, y estamos siendo confrontados por él. Hay un misterio de iniquidad actuando, hay una mente que está detrás de todo lo que ocurre en el mundo, cuyo propósito es producir una sociedad hostil a la fe. Con esto, Satanás busca destruir a la iglesia.

«Vosotros sois la sal de la tierra» (Mat. 5:13). Si quitamos la sal de los alimentos, éstos se corrompen. Claramente, una de las funciones de la iglesia en el mundo es impedir que el mal avance en su obra de destrucción. «Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad».

Una respuesta de fe

En el Salmo 11 notamos algunas cosas interesantes con respecto a lo que estamos viviendo hoy. «Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el justo?» (Sal. 11:3). Si los justos son puestos en entredicho, y sus fundamentos son atacados, ¿qué se puede hacer? Frente a la amenaza del mundo, ¿la iglesia debe huir y ocultarse? Y, si ella se oculta, ¿qué será del mundo?

La respuesta del salmista está en el versículo 4. «Jehová está en su santo templo; Jehová tiene en el cielo su trono; sus ojos ven, sus párpados examinan a los hijos de los hombres». ¿Por qué él responde con estos dos grandes hechos? «Jehová está en su santo templo; Jehová tiene en el cielo su trono».

En Apocalipsis hallamos exactamente la misma respuesta. ¿Cómo responde el Señor a un tiempo de crisis? Cuando la iglesia es amenazada por el mundo, ¿debe esconderse? Apocalipsis responde: Cristo está en su templo, en su iglesia. La iglesia no está a merced del poder de engaño que gobierna el mundo.

No estamos indefensos, ni vamos a la deriva; al contrario, el Señor está con nosotros. Él es Rey de reyes y Señor de señores. Y aunque todos los poderes terrenales se unan contra él, no podrán vencerlo.

Apocalipsis 17:13-14, hablando de los poderes del mundo, dice. «Estos tienen un mismo propósito, y entregarán su poder y su autoridad a la bestia. Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles». Así como ellos no pueden vencer al Cordero, tampoco podrán vencer a la iglesia del Cordero.

Hay un misterio de iniquidad en el mundo. En Apocalipsis capítulo 13 hemos visto antes cómo este misterio funciona como un poder cultural, que tiene que ver con filosofías, ideologías o religiones que buscan seducir a los hombres para conducirlos a servir, a adorar y a someterse al dominio de esta bestia, este monstruo político, que surge para usurpar el lugar de Dios.

Y hemos observado que ese trabajo consiste en seducir las mentes con ideas que harán posible el advenimiento del anticristo, dando paso a una generación cuya mente y corazón estén preparados para someterse a este anticristo político. Esto ya ocurrió en la historia de la humanidad. Juan dice que no hay solo un anticristo, sino muchos. El último aparece en Apocalipsis 13, pero esa bestia, de alguna manera, ya ha estado presente en la historia, en personajes que la anticipan.

El drama de Alemania

Permítanme contarles un caso que, quizás, nos ayude a entender lo que ocurrirá en el tiempo del fin. A principios del siglo XX, Alemania era una de las naciones más evangelizadas del mundo. Allí se había iniciado la Reforma, con Martín Lutero, el primer movimiento de restauración.

Sin embargo, con el paso del tiempo, aquella iglesia apartó su corazón del Señor, y siguió siendo nominal, exteriormente cristiana, pero su corazón estaba lejos de Dios. Aquello dio pie para que surgieran ideologías y formas de pensamiento totalmente anticristianas.

A principios del siglo XX, las ideas predominantes en la sociedad alemana hicieron posible el surgimiento de un personaje como Adolfo Hitler. La gran tragedia fue que la iglesia alemana y sus pastores, casi sin excepción, apoyaron al nazismo. ¡La iglesia, que debía ser sal de la tierra y luz del mundo! ¿En qué momento se perdió la capacidad de discernir?

Solo un pastor, Dietrich Bonhöffer percibió lo que estaba ocurriendo, y se opuso a aquella ideología. Eso le costó la vida. Él anticipó que aquél hombre era la encarnación del espíritu del anticristo, porque pretendía usurpar el lugar de Dios en el corazón de los hombres.

La consecuencia de aquello fueron los horrores que vinieron a continuación; fue el precio que pagó esa nación por haber seguido el engaño. Pero, antes de que todo eso ocurriera, nadie lo sabía, excepto aquellos cuyos ojos fueron abiertos por el Señor. Lo que estaba ocurriendo no era una mera cuestión política; detrás, había algo espiritual, un poder demoníaco, operando.

Aquí vemos el fracaso de una iglesia que debía ser sal de la tierra en una nación, porque su corazón estaba apartado del Señor; una iglesia secularizada, que había adoptado las ideas del mundo.

Las ideas que dominaban en Alemania avalaron el surgimiento de Hitler. Una de ellas era el darwinismo social, la idea de la supervivencia del más apto. Eso llevaba, lógicamente, a la idea de que la raza más fuerte era la que debía someter a otras. Otra, la preeminencia de la ciencia como el factor final de solución de los problemas de la vida humana, cuya concretización era el nazismo.

Tales ideas también dominaron la iglesia, volviéndola impotente para responder a lo que ocurría. Cuando la sal pierde su sabor, no sirve para nada. Este es un caso histórico. Claramente, Hitler era un anticristo, y lo demostró en su intención demoníaca de exterminar al pueblo judío.

En Apocalipsis capítulos 13 al 18, aparecen los tres grandes enemigos de la iglesia, tres grandes poderes que Satanás levanta para destruirla. Ya hemos mencionado dos: el poder político, que muchas veces ha perseguido a la iglesia. Y luego la bestia, el poder cultural que acosa a la iglesia e intenta capturar la mente y el corazón de los hombres.

Una mujer vestida de púrpura

En Apocalipsis capítulos 17 y 18 aparece un tercer gran poder. Hoy nos centraremos particularmente en éste, un poder más sutil e incluso más peligroso que los anteriores.

«Vino entonces uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y habló conmigo diciéndome: Ven acá, y te mostraré la sentencia contra la gran ramera, la que está sentada sobre muchas aguas; con la cual han fornicado los reyes de la tierra, y los moradores de la tierra se han embriagado con el vino de su fornicación. Y me llevó en el Espíritu al desierto; y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos. Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación; y en su frente un nombre escrito, un misterio: Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra» (Apoc. 17:1-5).

La abominación desoladora

La palabra abominación, en el judaísmo, tiene un solo significado: idolatría. Así llamaban los judíos a cualquier ídolo: una abominación. Jesús habla de «la abominación desoladora», recordando la profecía de Daniel, ésta era la estatua de Júpiter, que Antíoco Epífanes puso en el templo (300 a. de C., aprox.).

Esta mujer es la madre de las idolatrías de la tierra. Idolatría es poner algo en el lugar de Dios. La mayor abominación del tiempo final es usurpar el lugar de Dios, poniendo al hombre en el lugar de Dios. La gran ramera es la promotora de toda forma de abominación, a semejanza de las antiguas sacerdotisas de los cultos paganos, que ejercían la prostitución con el fin de difundir la idolatría.

Esta gran ramera es la prostituta que está en la raíz de toda la idolatría del mundo. Y las herramientas que ella usa son la seducción del placer y el sexo. Cuán importante ha sido el sexo desde el principio de la historia humana como herramienta de seducción, y aún continúa siéndolo.

«Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación» (17:4).

«Otro ángel le siguió, diciendo: Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación. Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero» (Apoc. 14:8-10).

Las armas de la seducción

Esta mujer seduce a las naciones para que adoren y sirvan a la bestia. Detrás del surgimiento del «hombre de pecado», el anticristo –además del falso profeta, que promueve el ascenso del anticristo–, está también esta mujer, cuyo propósito es seducir a los hombres, ya no con ideas, sino con ofertas de placer, para que sirvan a la bestia. ¿Qué tipo de seducción promueve ella? Básicamente, la oferta de satisfacer todo lo que el corazón humano desea.

En una palabra, esta mujer representa el mundo. ¿Qué hay en el mundo? «Los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida» (1a Juan 2:16). Es ese sistema corrupto que ofrece la satisfacción de los deseos del corazón humano, ilimitadamente. Pero no lo ofrece gratis, sino a cambio de algo: a cambio de que sometas tu corazón, tu mente y tu alma, vendiendo tu alma al anticristo.

¿Estamos viviendo esos tiempos? Tal vez hoy no estamos bajo una persecución política, aunque hay hermanos que sí están siendo perseguidos. Pero no es la realidad nuestra aún. Estamos experimentando el surgimiento del espíritu del falso profeta y de las ideologías hostiles al cristianismo, pero sí, también, estamos viendo la oferta ilimitada de seducción del mundo, la gran Babilonia.

¡Cuántos creyentes están atrapados por aquello! Vean lo que dice la Escritura cuando habla del juicio de Babilonia. «Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas; porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades. Dadle a ella como ella os ha dado, y pagadle doble según sus obras; en el cáliz en que ella preparó bebida, preparadle a ella el doble. Cuanto ella se ha glorificado y ha vivido en deleites, tanto dadle de tormento y llanto; porque dice en su corazón: Yo estoy sentada como reina, y no soy viuda, y no veré llanto» (Apoc. 18:4-7).

¿Recuerdan quién dice palabras similares en Apocalipsis 3? Son palabras a una iglesia, donde no se esperaría jamás encontrarlas. «Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo» (Apoc. 3:17). He aquí una iglesia cautiva por el espíritu de Babilonia, que habla casi las mismas palabras, una iglesia secularizada, cautiva por el mundo, por las ideas de Babilonia y los contratos babilónicos.

El tráfico de almas humanas

Una de las características de Babi-lonia son sus contratos, sus negociaciones. En el juicio sobre Babilonia, leemos: «Y los mercaderes de la tierra lloran y hacen lamentación sobre ella, porque ninguno compra más sus mercaderías; mercadería de oro, de plata, de piedras preciosas, de perlas, de lino fino, de púrpura, de seda, de escarlata, de toda madera olorosa, de todo objeto de marfil, de todo objeto de madera preciosa, de cobre, de hierro y de mármol…» (18:11-12).

¿Quién no querría tener todas estas cosas? «Y canela, especias aromáticas, incienso, mirra, olíbano, vino, aceite, flor de harina, trigo, bestias, ovejas, caballos y carros, y esclavos, almas de hombres» (v. 13). Vean la última frase: «y almas de hombres». Ella busca, sobre todo, adueñarse y traficar con almas humanas. ¿Por qué? Porque en el alma están los deseos del corazón por las cosas materiales. Y, ¿cómo se adueña del alma? A través de aquellos deseos.

Ahora, si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha puesto Dios en el corazón humano, para impedir que estos deseos se enseñoreen del alma? La ley moral. Cuando se pierden los valores y los principios morales, solo quedan los deseos, y ellos vienen a gobernar la vida humana, de modo que las personas solo viven para satisfacer sus deseos, por haber perdido el conocimiento del bien y del mal. Eso ocurre con la generación actual, a la cual se le arrebató el conocimiento moral.

Hay todo un sistema mercantil que vive de fomentar y satisfacer los deseos, formado por empresas transnacionales, que manejan presupuestos fabulosos, y están aliadas con esta filosofía anticristiana. A ellos les conviene, pues esta ideología busca la destrucción de todo principio restrictivo, lo que significa dar rienda suelta a todos los deseos, y cuanto más cosas se busca satisfacer, más se enriquecen ellos.

Hace poco tiempo, un estado se negó a aceptar una ley de matrimonio homosexual. Y, ¿saben qué hicieron las grandes corporaciones? Amenazaron quitar todos sus productos de aquel estado si esa ley no era aprobada. Ese es el mundo en el que estamos viviendo. Grandes poderes económicos aliados con el anticristo, con la bestia, con el falso profeta. Es Babilonia.

La teología de la prosperidad

¿Ha capturado Babilonia una parte de la iglesia? Veamos cómo está funcionado esto. En primer lugar, tenemos la teología de la prosperidad. Grandes sectores de la cristiandad están cautivos de ella. La teología de la prosperidad no es sino la búsqueda de satisfacción de los deseos del corazón humano. ¿Quieres tener un auto o una casa? ¿Quieres tener vacaciones de lujo? Dios te dará todo eso. Babilonia. Por eso, dice: «Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados» (Apoc. 18:4).

Hay toda una industria de la entre-tención. ¿Saben cómo ésta afecta a la iglesia? Las personas trabajan mucho, en un sistema que las exprime; y, a cambio de eso, este sistema económico les ofrece diversión ilimitada. Si a ti no te gusta una cosa, hay otra. Pero también, si quieres, tienes cine, TV, juegos, etc. La gente está siendo atraída por estas cosas, porque convertirse a Cristo significa que el fin de semana ya no puede dedicarlo a distraerse, porque hay que reunirse. ¿Cuántos creyentes adquieren una casa en la playa y terminan olvidándose del Señor?

Este sistema corrompe a la iglesia. Todas esas cosas hacen que las personas estén dispuestas en su corazón, seducidas por el mundo y sus ofertas.

Entonces, tenemos estos tres grandes enemigos de la iglesia. Y lo que busca este tercer enemigo es la exaltación de los deseos del corazón, para satisfacerlos con una promesa ilimitada, a cambio de esta forma de idolatría suprema, la exaltación del hombre en el lugar de Dios.

La respuesta de Dios

¿Cuál es la respuesta del Señor a todo esto que ocurre, y que seguirá ocurriendo con mayor intensidad? En Apocalipsis capítulos 2 y 3, cuando el Señor habla a las iglesias, en el versículo final del mensaje a cada iglesia, la respuesta es: «Al que venciere».

En un tiempo de oscuridad, de opresión y persecución, el Señor responde levantando a sus vencedores. Éstos no son personas extraordinarias, una élite espiritual, como alguno pudiera pensar, sino hermanos que se mantienen en la normalidad, en la visión de Cristo, en lo que la iglesia realmente es, cuando otros se apartan. Con ellos, es suficiente para que el Señor responda la amenaza del enemigo.

«Después de esto vi a cuatro ángeles en pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, que detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol. Vi también a otro ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios» (Apoc. 7:1-3).

«Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente» (Apoc. 14:1).

¿Recuerdan a la bestia de la tierra, el falso profeta? Su trabajo era poner una marca en la frente y en la mano de cada hombre y mujer. Esto significa cautivar, seducir la mente y llevarla a rendirse al anticristo. Pero aquí tenemos la respuesta de Dios.

Recuerden que hay un misterio de iniquidad, que ya mencionamos; pero también hay un misterio de Dios operando en el mundo. Este misterio de Dios es la iglesia de Cristo. Eso es lo que Dios está haciendo. Y la iglesia tiene también en su mente una marca: el sello de Cristo, el sello de Dios el Padre. Eso significa que la mente de ellos está cautivada por Cristo; es una mente que le pertenece al Señor.

Corazón, alma y mente

¿Recuerdan cómo el Señor definió la ley? En este tiempo se nos ha dicho que Cristo es nuestro gran amor, el amor de los amores. Y el llamado es a amarle como nuestro primer amor. ¿Cómo se ama a Dios? Jesús, definiendo la ley, dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (Mat. 22:37).

El corazón se refiere a la voluntad, el alma se refiere a las emociones y a los sentimientos, pero también incluye la mente. «Ellos tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente». Son personas que han permitido que su mente sea conformada a la mente de Cristo. Solo si tenemos la mente de Cristo, seremos defendidos de la mente y de las mentiras del diablo. No hay otra manera.

Por eso, Pablo dice en Romanos 12:2: «No os conforméis a este siglo», a este mundo perverso, engañoso, falso, «sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento». Es decir, todas las ideas, las filosofías y los conceptos del mundo tienen que ser desarraigados de nuestra mente.

Una cosa importante es que esto no ocurre de manera automática. Es necesario participar de manera activa, decidida. ¿Cuántos de nosotros seguimos todavía pensando como lo hace el mundo, con filosofías y creencias del mundo, y las adoptamos como nuestras? No somos conscientes de ello; pero están allí.

La mente de Laodicea

Laodicea pensaba que la prosperidad material era su seguridad. Esa es la mente del mundo, la mente de Babilonia. ¿Cuánta gente vive su vida sirviendo a sus sentimientos? Hoy, las personas ya no dicen: «Yo pienso», porque ya no se cree más en el pensamiento ni en la verdad. Que alguien diga que conoce la verdad, es ofensivo. Entonces, ya no dicen: «Yo pienso», sino: «Yo siento». Claro, ¡quién puede objetar un sentimiento!

Produce risa oír, en películas y series contemporáneas, una especie de máxima suprema en términos de la conducta humana. Cuando hay una crisis y se requiere decidir algo, siempre se aconseja así: «Sigue lo que dicta tu corazón». Esa es la gran sabiduría. «Sigue tus deseos, sigue tus pensamientos».

La mente de Cristo

Aquellos que son de Cristo, llevan el nombre del Cordero y el de su Padre escrito en la frente. Ellos tienen la mente de Cristo, y tendrán también los sentimientos y los deseos de Cristo. Es la confrontación de dos formas de pensamiento, uno que viene de Dios, y otro que viene del mismo infierno, de Satanás.

En términos prácticos, ¿qué podemos hacer? Se nos dice que, en el tiempo de David, entre los valientes que le ayudaron a conquistar el reino –que justamente están representados en esta figura del monte de Sion y los ciento cuarenta y cuatro mil– había algunos de la tribu de Isacar. Y, ¿saben cuál era el aporte de estos varones? Eran entendidos en los tiempos y en las sazones, y sabían lo que Israel debía hacer.

Necesitamos ser hombres y mujeres entendidos en los tiempos. Jesús dijo: «Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis!» (Mat. 16:2-3). Son palabras duras del Señor.

Predicando el evangelio

¿Entendemos los días que estamos viviendo? ¿O estamos tan entretenidos, cada cual en lo suyo, que no percibimos el tiempo que nos ha tocado vivir? Ya no existe una sociedad donde los valores cristianos sean aceptados por todos, como ocurría hace unas décadas atrás en el mundo occidental. Necesitamos aprender a predicar el evangelio a un mundo que es hostil a la fe, como ocurrió en el primer tiempo.

Cuando la iglesia comenzó su historia y entró por las calles del imperio romano, se enfrentó a un mundo ajeno a la fe, para el cual Cristo y la palabra del Señor, incluso la existencia de un Dios único, era algo simplemente impensable. Aprendieron a responder, como dice el apóstol, «para que sepáis cómo debéis responder a cada uno», con razones tomadas de la palabra de Dios, conforme a las necesidades de su tiempo. Por eso, la fe prevaleció. Hoy ne-cesitamos de nuevo asimilar esto. Que el Señor nos ayude.

Esa forma de la predicación antigua, es lo que los estudiosos del Nuevo Testamento llaman predicación apologética. Era una predicación que debía confrontar y desarmar los argumentos de los incrédulos, porque éstos venían de un mundo, de una cultura y una manera de ver la vida, totalmente distintas.

Cuando Pablo predicó en Atenas, lo primero que dijo fue: «Miren, toda esta idolatría, toda esta manera de ver al mundo poblada de dioses, no sirve, es falsa. Hay un solo Dios, un verdadero Dios». Es una predicación que confronta las ideas que gobiernan el mundo. Así ocurrió, y así ocurrirá otra vez.

En un mundo donde la gente cree que la verdad y los valores morales son relativos, tenemos que predicar el evangelio de manera persuasiva. Eso es lo primero; pero no es suficiente. Necesitamos instruir a nuestros hijos, necesitamos fortalecer la verdad de Dios respecto a la familia, el matrimonio y los hijos.

Defendiendo el proyecto divino

«Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Gén. 1:27). El propósito divino respecto a la humanidad tiene que ver, básicamente, con la identidad sexual de varón y hembra. Si esa identidad esencial es destruida, entonces también se destruye el propósito de Dios para la vida humana. Y eso es lo que está siendo atacado hoy, por la llamada ‘ideología de género’.

Necesitamos prepararnos para defender el proyecto divino respecto al varón y la mujer, la familia y los hijos. Es algo que debemos abordar. En los colegios, en la universidad, nuestros hijos serán expuestos a esta ideología, cuyo fin es preparar las mentes para el cambio que se pretende imponer.

El Señor nos socorra, porque es evidente la intencionalidad de cambiar la mente y el corazón de una generación entera. Los hermanos que trabajan en educación saben muy bien que esto ya está en proceso, para arrancar de la sociedad los valores morales cristianos, e implantar un nuevo sistema, de valores anticristianos, contrarios al Señor y a la fe.

Conocimiento del Señor

Necesitamos que el Señor nos ayude en eso. Y, lo más importante, necesitamos, por sobre todas las cosas, ver al Señor, conocer al Señor Jesucristo. El profeta Oseas dice: «Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento», conocimiento de la palabra de Dios (4:6). Isaías dice: «Mi pueblo fue llevado cautivo, porque no tuvo conocimiento» (Is. 5:13). Y se refiere al cautiverio de Babilonia.

Esa es la tragedia, la falta de conocimiento del Señor. Cuando no le conocemos, estamos expuestos. Lo que nos salva es conocerle a él profundamente. Por eso, cuando el Señor habla a las iglesias de Asia Menor, ¿cómo él las limpia y restaura? Revelándose a sí mismo, más allá de lo que ellas tienen en ese momento. A cada iglesia le revela algo de sí mismo que responde a la necesidad particular de ellas.

A unos, él se presenta como «el que tiene ojos como llama de fuego». A otros, «el que anda en medio de los siete candeleros». A otros se les manifiesta como «el que tiene la espada aguda de dos filos». A cada uno le revela algo de su naturaleza, restaurando así la condición de cada iglesia.

Conocer al Señor, es nuestra principal necesidad. Él nos está alertando porque nos ama, así como alertó a las iglesias en el tiempo de Juan. Apocalipsis es un libro de alerta.

El Señor promete que viene, pero nos alerta. «Este peligro viene en camino. Esto está ocurriendo; esto es lo que vendrá pronto. ¡Prepárense!». El Señor nos está preparando en su amor, en su gracia, en su compasión.

Preocupémonos de instruir a nuestros hijos, a nuestros jóvenes, en el conocimiento del Señor. Los jóvenes hoy son el blanco de todo el cambio cultural que se pretende imponer a la sociedad. Que el Señor nos dé gracia, como iglesia, para hablar la verdad, para no escondernos entre cuatro paredes.

Obedeciendo a nuestra vocación

¿Saben lo que dice la Ley de Culto? La iglesia debe permanecer en la privacidad de sus cuatro paredes. Allí, sus miembros pueden hablar lo que quieran; pero, fuera, no tienen derecho a decir nada. Sin embargo, el mandamiento del Señor dice: «Lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas» (Mat. 10:27).

El Señor nos encomienda hacer pública la fe, nos manda a proclamar a todo el mundo quién es Él, cuán grande y glorioso es Él, a predicar su salvación. Es Dios mismo quien nos manda vivir nuestra fe públicamente, no en secreto.

No podemos desobedecer al Señor. Por más que vivamos en una sociedad que quiere privatizar la fe, no lo podemos aceptar. Necesitamos que el Señor nos haga valientes.

Cada uno de nosotros hoy día es un misionero, un enviado del Señor allí donde esté, en un mundo extremadamente oscurecido. Allí cada uno debe hacer pública su fe. «Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder» (Mat. 5:14).

¿Saben lo que hizo Pablo, el apóstol de Jesucristo? Él fue a predicar al centro del pensamiento cultural de su tiempo, el ágora de Atenas. En aquel lugar público era posible encontrar a todos los grandes pensadores y filósofos de la época; era el espacio donde se definía el pensamiento que regía la sociedad de aquel entonces. Allí se puso en pie Pablo, siervo de Jesucristo, y dio testimonio de su fe, sin temor.

Así debemos hacer hoy, continuar ese camino. No tenemos de qué avergonzarnos. Tenemos que ser testigos de Jesucristo, hasta el final. Que el Señor nos socorra a todos.

Síntesis de un mensaje oral impartido en El Trébol (Chile), en enero de 2017.