El misterio de iniquidad busca aniquilar los fundamentos del Creador en el alma humana.

Lecturas: Sal. 11:3; Is. 59:14-16; 60:1-3; Mat. 5:13-16.

A medida que nos acercamos al fin de todas las cosas en esta dispensación de la historia, sin duda, el mundo experimentará un deterioro moral y espiritual progresivo, y la oscuridad lo cubrirá. El Señor mismo dijo que, en los últimos tiempos, la maldad se multiplicará. Hoy vemos a nuestro alrededor muchas señales de que este deterioro ya está ocurriendo.

La corrupción de la sociedad tiene que ver con la operación de un misterio de maldad. El mundo está sometido a un poder enemigo de Dios; a un adversario que se opone a los propósitos de Dios para Su creación.

Misterio opuesto

Ese propósito maligno se nos revela en la Escritura como un misterio. Un misterio es aquello que solo se puede conocer si Dios lo revela. En la Escritura, en el centro de todo, existe el misterio de Dios, que es Cristo, y el misterio de Cristo, que es la iglesia. Este es el corazón de lo que Dios nos revela sobre su propósito eterno.

El propósito divino tiene que ver fundamentalmente con el hombre. En el plan de Dios, el hombre es un ser que porta Su imagen, encarnando Su carácter y autoridad. Es el hombre en Cristo, la imagen de Dios.

Sin embargo, en oposición al misterio de Dios, hay un misterio de iniquidad que opera en la historia del mundo. Este espíritu no tiene el poder de crear nada, pero puede alterar o destruir lo que Dios ha hecho.

La voluntad de Satanás crece en el mundo en la medida que él consigue corromper la creación, y en especial, al hombre, cabeza de la creación. Por eso, en el principio, él entró al huerto para poner al hombre en oposición a Dios. Este es «el misterio de la iniquidad». La palabra iniquidad, en griego, es anomía, que significa contrario a la ley, o sin ley.

Ley moral

Dios ha establecido una ley moral para gobernar la vida humana. Ante él, todos los hombres darán cuenta de sus actos. «Del Señor es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan». Pero el misterio de iniquidad busca anular el gobierno de Dios sobre su creación.

La ley moral es expresión de la naturaleza divina. Ella traduce el carácter de Dios en preceptos, deberes y valores morales. Lo que Dios exige del hombre está basado en quien es Él, en la perfección de Su carácter. Por eso, la ley de Moisés, al enumerar sus mandatos, consigna una especie de firma que dice: «Yo Jehová». Esto quiere decir que el fundamento de todas las demandas de la ley es Dios mismo y su carácter – la santidad divina.

Ahora bien, es importante entender cómo opera este misterio de maldad en el mundo. En el pasaje de Isaías 59, el profeta describe la condición moral y espiritual de su nación. «Y el derecho se retiró, y la justicia se puso lejos; porque la verdad tropezó en la plaza, y la equidad no pudo venir» (Is. 59:14).

Pablo toma una parte de esta descripción en Romanos 3, para explicar la condición de la humanidad. Entonces, aquí el profeta no solo se refiere a Israel, sino también a la condición general de la raza humana caída.

Corrupción moral

«Y el derecho se retiró, y la justicia se puso lejos». Aquí, no se refiere a la justicia que se imparte en los tribunales. En el Antiguo Testamento, la justicia es la expresión del carácter de Dios en la vida humana. Un hombre justo es aquel que actúa según el carácter santo de Dios. «La justicia se puso lejos». En otras palabras, no hay hombres capaces de hacer lo recto a los ojos de Dios.

¿Qué llevó a la corrupción a Israel, y en general, produce toda la depravación de la vida humana? «Porque la verdad tropezó en la plaza, y la equidad no pudo venir». «Y la verdad fue detenida» (v. 15). En primer lugar, la verdad tropezó, y segundo, la verdad fue detenida. «Y el que se apartó del mal fue puesto en prisión», es decir, porque la verdad tropezó y fue detenida, los que hacían el bien fueron considerados como malhechores. Eso habla de una profunda corrupción moral.

Cuando al bien se le llama mal y al mal se le llama bien, algo grave ha ocurrido en la sociedad, una profunda degradación a los ojos de Dios.

Verdad repudiada

«El que se apartó del mal fue puesto en prisión». El que se negó a hacer lo malo no solo fue objeto de rechazo social, sino que fue castigado por ello. ¡Cuán retorcida debe estar el alma de una nación para que ocurra algo así! Sin embargo, esto es lo que sucede cuando la verdad es despreciada. «Y lo vio Jehová, y desagradó a sus ojos, porque pereció el derecho». «Y vio que no había hombre, y se maravilló que no hubiera quien se interpusiese; y lo salvó su brazo, y le afirmó su misma justicia» (v. 16).

«La verdad tropezó en la plaza». En la antigüedad, la plaza era el centro de la vida pública, el lugar donde se decidían las cosas importantes para la vida de la ciudad. Los griegos la llamaban el ágora. Allí se hacían las transacciones económicas, se comunicaban las ideas, y se ejercía la justicia. Allí se sentaban, en el tiempo de Israel, los ancianos que juzgaban y aplicaban la ley.

«La verdad tropezó en la plaza», significa que la verdad ha sido excluida de la vida pública. Que los hombres la rechazan y no quieren oírla. Israel tenía un pacto con Dios de andar en la verdad revelada en Su ley. ¡Qué tragedia fue, entonces, para ellos, desechar la ley de Dios (su palabra revelada) en la conversación y la discusión pública de las cosas que afectaban la vida entera de la nación!

Rol de la iglesia

Nosotros entendemos claramente la diferencia entre la iglesia y el mundo. El mundo está bajo el Maligno, y la iglesia está bajo el Señor Jesucristo. Pero debemos recordar que la iglesia está en el mundo, no fuera de él. Ella existe «en medio de una generación maligna y perversa en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo» (Flp. 2:15).

Podemos pensar que a nosotros no nos importa si el mundo se corrompe o se entrega a la depravación. Si pertenecemos a Cristo, ¿qué nos importa el mundo? En cierta medida, podríamos concordar con esa idea; pero en otro sentido, no, porque a Dios sí le importa el mundo, y porque en otro tiempo nosotros estábamos allí, y fue allí donde el Señor nos encontró y nos salvó.

La iglesia está en el mundo y éste no es un lugar neutro respecto a ella, pues en él actúa un poder hostil, cuyo propósito es frustrar los planes de Dios; de manera que lo que ocurre aquí afecta también a la iglesia.

Alumbrar las naciones

No nos es indiferente lo que pasa en el mundo. En primer lugar, porque en él hay personas perdidas, a las cuales Dios quiere salvar. En segundo lugar, porque este sistema humano está orquestado por un poder maligno que quiere usarlo para destruir a la iglesia de Cristo. Necesitamos entender esto, para saber cómo llevar al mundo la Palabra y cumplir nuestro ministerio.

«Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento» (Is. 60:1). La luz que Dios deposita en la iglesia no solo es para que nos regocijemos en ella, sino para que la iglesia alumbre a las naciones. Por esta razón, ella está en el mundo.

En el pasaje de Mateo leído al principio, el Señor dice: «No se enciende una luz y se pone debajo de un almud». La luz es para ponerla en el candelero y alumbrar a todos los que están en casa. «En tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo», dijo el Señor Jesús (Jn. 9:5). Y nosotros, en tanto estamos en el mundo, luz somos del mundo, porque esa es la misión que él nos encomendó: «Vosotros sois la luz del mundo».

Lámparas encendidas

He aquí un asunto vital: ¿Qué pasa si no tenemos luz, o si la luz que poseemos no es verdadera? Nos volvemos incapaces de alumbrar, de ser el testimonio de Dios en el mundo. Por eso, cuando el Señor habla a las iglesias en Apocalipsis, lo hace en su función sacerdotal.

Una función del sacerdote era mantener las lámparas encendidas. Ellas no se podían apagar en el santuario; es decir, no podía desaparecer el testimonio de Dios en la tierra. Sin embargo, hubo un tiempo en la historia de Israel en que esto casi ocurrió. El sacerdocio se había corrompido y la nación se había apartado del Señor. Entonces, «antes de que la lámpara de Dios se apagase en el templo», el Señor llamó a Samuel.

La luz del Señor estaba muriendo, porque se habían apartado de la Palabra y habían perdido el conocimiento de Dios. La generación que se levantó después de Josué no conocía al Señor, y, por ello, Su lámpara se estaba apagando en Israel.

Sal que preserva

La misión de la iglesia es ser luz del mundo. Pero, antes de decir esto, el Señor nos dice: «Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres» (Mat. 5:13).

La luz debe alumbrar en medio de la oscuridad que ciega a las naciones. Cuando los hombres se apartan de la ley moral de Dios, se apartan del conocimiento de Dios. Pero acá tenemos algo más respecto a la función de la iglesia en el mundo: «Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere ¿con qué será salada?». Si la sal pierde su sabor, se vuelve completamente inútil.

La sal se usa para dar sabor a las comidas, pero en la antigüedad también tenía otra función importante: los alimentos se salaban para permitir que durasen mucho tiempo, evitando así su descomposición.

El mundo, bajo el poder del maligno, está siempre en proceso de descomposición. Hay poderes espirituales que actúan como bacterias para degradar a la sociedad. No es el propósito de Dios que la vida humana se corrompa y perezca, aunque nosotros no comprendamos Su corazón respecto al hombre.

El desprecio por la verdad

Veamos un poco más respecto a la oscuridad de las naciones. La Escritura nos dice que la verdad «tropezó en la plaza». Esto es lo que ha venido ocurriendo en la sociedad moderna, de una manera cada vez más profunda y más sistemática.

La verdad ha tropezado en la plaza, es decir, en los lugares en los que se supone debiera ser anunciada, creída, recibida, acatada, amada. Y no ha sido así. Aquí, claramente, no se refiere a cualquier verdad (de la ciencia, de las matemáticas, etc.), sino a la verdad revelada por Dios acerca de sí mismo, su propósito y su voluntad.

Esta es la verdad que los hombres han desechado y despreciado, la verdad que ha venido siendo desplazada sistemáticamente en los últimos 100 años de la vida pública del mundo, en nuestra propia nación y en las naciones que nos rodean.

En primer lugar la verdad fue reducida, acotada. Hace 150 años, los hombres dijeron: «La verdad solo está en aquello que afirma la ciencia, la única fuente de verdad; todo lo demás no es sino invención, mitología e imaginación humana». Y en esto incluyeron la fe cristiana.

Pero luego, la verdad no solo fue reducida, sino también relativizada. En nuestros días, ya no se la considera solo como algo reducido y acotado a la ciencia, sino que también ha sido relativizada. Hace poco se hizo una encuesta entre los jóvenes y se les preguntó si creían en la verdad y la gran mayoría afirmó no creer en ninguna verdad absoluta. Hace 200 años, el mundo  rechazó la verdad revelada por Dios en la Escritura y la consecuencia de ello, 200 años después, es que ya no solo rechaza la verdad revelada, sino la idea misma de la verdad. Como consecuencia, al apartarse los hombres de la verdad revelada por Dios en su palabra, «la verdad tropezó en la plaza».

Relativizar, luego negar

Y luego, no solo fue relativizada. Relativizar la verdad quiere decir que ella ya no se considera de valor universal; ya no existe una verdad que sea la misma para todos, en todo tiempo y lugar, sino que cada uno tiene, como se dice hoy, «su propia verdad».

Ahora, la pregunta que debemos hacernos no es si el mundo cree estas cosas, sino si nosotros creemos lo mismo. ¿La verdad es relativa o es absoluta? ¿Es universal o particular? ¿Es objetiva o subjetiva? ¿Qué cree usted? Porque, si la verdad es subjetiva,  relativa, particular y no universal, quiere decir que el evangelio que predicamos tampoco es una verdad universal y absoluta, sino una mera opinión o un punto de vista particular y subjetivo.

Y el paso final no es solo relativizar la verdad, sino negar su existencia. Eso ya está ocurriendo hoy. Ahora se dice que no existe algo que podamos llamar «la verdad»; que no tiene sentido buscarla, porque no existe tal cosa. Por ello, cuando alguien dice conocer la verdad, es tildado de arrogante o intolerante.

Hoy se habla el siguiente lenguaje: «Estamos en la era de la post-verdad». Algo difícil de entender. Post-verdad, más allá de la verdad. ¿Qué está más allá de la verdad? La mentira, me imagino. Esta es otra manera de hablar de la mentira usurpando el lugar de la verdad. Estamos viviendo una era en que se afirma que cada uno define lo que es su verdad, cada uno tiene  derecho a sostener su propia verdad.

Gran peligro

Claro, usted puede creer lo que quiera, ¡pero también debe asumir los riesgos! Si usted va al médico y éste le dice: «Usted tiene una enfermedad seria y debe operarse con urgencia», y le responde: «Esa es su verdad; pero mi verdad es que viviré hasta los cien años», no por eso el hecho de que está enfermo cambiará. Solo se engañaría a sí mismo con consecuencias desastrosas. La mentira sigue siendo mentira, por más que se le cambie el nombre («post-verdad»). Este es el gran peligro.

Vivimos en un mundo creado por Dios, regido por las leyes naturales y morales que él estableció. Y, aunque se quiera negarlas en el lenguaje, seguirá siendo verdad que Dios gobierna el universo y que, si no nos conducimos según sus leyes, cosecharemos todas las amargas consecuencias de nuestros actos.

Esto le pasará a la sociedad contemporánea. ¿Cuál es el peligro para nosotros? La influencia que el mundo puede ejercer sobre la iglesia. El propósito de Dios es que ella influya al mundo para preservación, pero muchas veces ocurre lo contrario: el mundo entra a la iglesia. En las cartas de Apocalipsis 2 y 3 se descubre que precisamente esto ha comenzado a ocurrir.

Una batalla en la mente

Es importante entender qué quiere decir la Escritura con el término «el mundo». No se refiere solo a las cosas que consideramos típicamente mundanas: los placeres y  pecados evidentes. Por supuesto, eso es el mundo; pero éste es mucho más extenso, sutil y engañoso.

La batalla contra el mundo se libra siempre primero en la mente, en el ámbito de las ideas que gobiernan la vida humana. Esto es muy  importante: La puerta de entrada del alma (pues lo que está en juego aquí es el alma humana) es la mente, porque es allí donde se libra la batalla por el alma de los hombres.

Ustedes recuerdan dónde comenzó la batalla, allá en el principio. Es el conflicto retratado de una manera tan grandiosa en el capítulo 12 de Apocalipsis, entre la mujer y el dragón. Éste comenzó allá en el huerto, cuando Satanás se acercó a la mujer y le habló, sembrando un pensamiento en su mente.

La batalla comenzó cuando la mujer acogió aquel pensamiento: una idea sutilmente errada, porque la mentira no siempre es evidentemente falsa, ni siempre está categóricamente errada; puede ser solo una leve distorsión de la verdad. Una pequeña deformación es suficiente para que tenga los mismos efectos des-tructivos de una mentira evidente.

Satanás sembró una mentira, una idea errada acerca de Dios. Por eso es el diablo. Lo primero que hizo fue calumniar a Dios. Así comenzó la batalla. En consecuencia, el mundo entra en la iglesia a través de las ideas y los pensamientos.

Por eso Pablo, en Romanos 12, nos dice que nos transformemos por medio de la renovación de nuestro entendimiento. La mente debe ser renovada por un esfuerzo y una cooperación consciente con el Señor, por el Espíritu y su palabra. Si no ocurre esta renovación, nuestra mente seguirá regida por las viejas ideas que son una puerta de entrada abierta para el mundo y su príncipe en el corazón de los hombres.

Relativización de los valores

Vamos a tratar de entender lo que está pasando hoy en relación a la relativización de la verdad, que produce, como efecto, la relativización de los valores y principios morales.

En días pasados se nos hablaba de lo que ocurre hoy en las escuelas: la difusión de la llamada «ideología de género», esto es, la idea de que el género (masculino y femenino) y la sexualidad son cosas separadas. La sexualidad, se nos dice, es un hecho biológico, pero el género es una construcción cultural. Esto se enseña hoy en las escuelas; por ello debemos prestar atención, ya que hay una nueva generación gestándose.

La Escritura declara: «La verdad tropezó». ¿Dónde? En la plaza, es decir, en las instituciones públicas mediadoras de conocimiento: la escuela, las universidades y los medios de comunicación (diarios, revistas, Internet, TV, cine, publicidad, etc.). Es aquí donde la verdad tropieza. Nuestros hijos pequeños están expuestos. Nosotros los entregamos al Estado para que los eduque; pero con ello, le entregamos el poder de formar sus mentes. La mente es como un papel en blanco y, créanme, éstas son las ideas (ideología de género, por ej.) que se intenta hoy inculcar en nuestros hijos.

¿Qué pasará, entonces, con las generaciones siguientes? Recuerden lo que le ocurrió a Israel. Esto es muy serio, porque lo que está en juego es el alma de las nuevas generaciones. Israel, guiado por Josué, entró en la tierra prometida y tomó posesión de ella; pero luego, toda aquella generación que había visto lo que el Señor hizo, murió, y se levantó una nueva generación que no conocía al Señor.

¿Qué le pasó a esa nueva generación? Cuando los israelitas entraron en Canaán, recibieron la misión de destruir toda traza de las naciones  que habían habitado antes la tierra, porque la idolatría y la corrupción moral de ellas debía ser erradicada. Sin embargo, los israelitas las dejaron allí y el resultado fue que, con el tiempo, corrompieron a Israel.

Lo que dejamos entrar en el corazón de nuestros hijos no es irrelevante. Es urgente vigilar lo que entra y lo que afecta el corazón de la iglesia, porque estamos en una batalla donde las ideas del mundo buscan corromper a los creyentes.

Bestias apocalípticas

Veamos algo más en relación con la acción de este misterio de iniquidad en el mundo. Apocalipsis 13  retrata la historia de la bestia y del falso profeta que suben del mar y de la tierra respectivamente. Vamos a prestar atención a la segunda bestia, aquella que sube de la tierra.

La primera bestia es claramente un poder que intenta dominar el mundo entero y que señala al anticristo en su dimensión política. Un poder político que domina y se impone al mundo, y recibe su autoridad del mismo Satanás. Pero junto con él, aparece un segundo poder, una segunda bestia. Estas no son bestias literales, sino simbólicas.

«Después vi otra bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragón. Y ejerce toda la autoridad de la primera bestia en presencia de ella, y hace que la tierra y los moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada. También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con las señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a los moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de espada, y vivió. Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase» (Apoc. 13:11-15).

Ahora presten atención: «Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre. Aquí hay sabiduría. El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis» (vv. 16-18).

Esta bestia segunda tiene rasgos que la hacen muy relevante para entender lo que está ocurriendo hoy. El hermano Austin-Sparks dice que el anticristo tiene varias fases; en primer lugar, es un espíritu; luego, una persona. Pero primero viene como un espíritu que opera en la sociedad y que ataca la iglesia.

La segunda bestia, de alguna manera, encarna al espíritu maligno del anticristo. Tenemos, luego, un anticristo en dos partes: una parte política visible en un imperio, y una parte mucho más sutil e influyente, que trabaja para establecer el gobierno del anticristo en el corazón de las naciones de todo el mundo.

La segunda bestia es un falso profeta, que se sirve principalmente de la palabra y del lenguaje, de la comunicación de ideas y del pensamiento. No es un poder político, sino cultural, religioso e ideológico. Esto lo hace tremendamente efectivo y terrible. Trabaja a nivel del pensamiento y las ideas. Cuando se nos dice: «Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres», se indica que es capaz de seducir a todas las clases sociales, sin importar sus tendencias políticas.

Todos los estamentos de la sociedad son engañados por la capacidad de persuasión de las ideas que esta bestia transmite. Entonces, ella hace que a las personas se las marque con una marca que se coloca en primer lugar en la mano derecha y luego en la frente. ¿Qué quiere decir esa marca en la frente y en la mano? Algunos creen que es un chip de computadora, otros dicen que es una marca física; pero no es eso lo importante.

Un modo de pensar

La marca de la bestia tiene que ver con una forma de pensar y de hacer. La frente alude al pensamiento, y la mano, a las obras del hombre. El pensamiento rige las obras. Si Satanás cautiva el pensamiento, luego se adueña de nuestra conducta. Los pensamientos generan sentimientos, y éstos, a su vez, generan conductas recurrentes. La bestia se apodera de la mente y de los sentimientos, es decir, del alma de las personas, y luego se apodera de sus obras. Su fin es producir una generación que se postre y adore al anticristo.

Cuando surja la bestia, ¿cómo será posible que todas las naciones la adoren y la sigan? Aquí hay un trabajo sutil, de engaño y de seducción, creando una manera de pensar y sentir que predisponga a todo el mundo a servir al anticristo. Por eso es una batalla por la mente y por el corazón de los hombres.

¿Recuerdan lo que advierte Pablo a Timoteo? «…en los postreros días vendrán tiempos peligrosos». ¿Para quién? Para la iglesia. ¿Por qué? Porque habrá una generación de hombres amadores de sí mismos, que solo viven para satisfacer sus deseos y se exaltan a sí mismos, impetuosos, soberbios, implacables y desleales; en suma, una generación co-rrupta que terminará postrándose ante el anticristo.

Créame, si estamos llegando al final de los tiempos, esa generación ya está siendo preparada. La apostasía consiste en crear una generación entera que saque de sus caminos todo pensamiento de Dios, erradi-cando a Dios y a la ley moral de Dios de su corazón y de su alma, para postrarse ante el anticristo.

Dicho espíritu busca destruir los fundamentos puestos por el Creador, no solo en el discurso público, sino en el alma humana. Esta es la batalla que se libra hoy. El único poder que puede enfrentar a este espíritu, a este misterio de iniquidad, es la iglesia del Señor Jesucristo. No lo harán los gobiernos, ni los legisladores. No nos equivoquemos; no podemos poner nuestra confianza en los poderes seculares, porque ellos ya están dominados por ideas rebeldes y anticristianas.

La batalla que enfrentamos

Esta confrontación ya está en camino. Es la confrontación final entre la luz y las tinieblas, entre la verdad y el error, entre el misterio de Dios que es Cristo y su iglesia, y el misterio de Satanás, que es una anti-iglesia, una humanidad corrompida. Así como Dios tiene una iglesia a imagen de su Hijo, Satanás busca crear un hombre a su semejanza, en su ambición de usurpar el lugar de Dios. Un hombre rebelde, que desecha el conocimiento de Dios y que se ama a sí mismo por sobre todas las cosas.

«El que tiene sabiduría cuente el número de la bestia, porque es número de hombre». Ese número representa el carácter esencial de la bestia: la exaltación del hombre. Es 666, porque 6 es el número del hombre y tres veces 6 significa el hombre en lugar de Dios, dado que 3 es el número de Dios. El hombre, usurpando el lugar de Dios, es la suprema abominación, «la abominación desoladora».

Esta es la batalla que enfrentamos. La verdad tropezó en la plaza, y aquel que hace el bien es puesto en prisión. Así vendrá una inversión total de los valores, al punto en que ser cristiano será considerado una inmoralidad. En muchos lugares, ya hoy, actuar como cristianos es considerado contrario a los ‘verdaderos valores morales’ del progreso humano. Es una inversión completa del modo de pensar. A esto nos enfrentamos.

Finalmente, lo que se requiere hoy es conocer al Señor Jesucristo profundamente. Nosotros somos la luz del mundo, y esa luz –el testimonio de Cristo en nosotros– puede definirse en tres grandes aspectos. En primer lugar, la iglesia es depositaria de la verdad de Dios. Una señal de la apostasía es cuando la iglesia abandona la palabra de Dios y la sustituye por la palabra de los hombres. Eso ya está ocurriendo en muchas asambleas. En segundo lugar, el amor, la compasión y el carácter de Cristo deben estar encarnados en la iglesia. Una iglesia que no tiene el carácter de Cristo, ha perdido el testimonio de Dios en la tierra. Y el tercer elemento es el poder, las señales, la vida, la autoridad del Espíritu Santo en ella. Estos son los únicos elementos que la iglesia necesita para enfrentar al mundo y vencerlo.

¡Que el Señor nos socorra a todos! Amén.

Síntesis de un mensaje oral impartido en El Trébol (Chile), en enero de 2017.