Un tema obligado en las conversaciones de todos los jóvenes, que también suele serlo en las de los jóvenes creyentes.

Una de las características sobresalientes del mundo en el cual vivimos es la nueva moralidad. Los valores de familia, de relaciones de pareja y de crianza de los hijos han cambiado radicalmente en este mundo que se dice ser “moderno”.

En relación con los jóvenes también se han producido cambios importantes. Antiguos valores tales como la virginidad, el respeto a los padres, la fidelidad dentro de las relaciones de pareja, etc., han sido desplazados por una “revolución sexual” donde se acepta, e incluso se defienden, algunas prácticas como las relaciones sexuales prematrimoniales, la promiscuidad, el aborto, etc.

La invención de la píldora anticonceptiva en los años ‘60 intentó ofrecer la panacea del “sexo seguro”, sin embargo, muchos investigadores concluyen que esta mayor libertad ha conducido a una explosión de embarazos adolescentes, abortos y enfermedades de transmisión sexual, dentro de las cuales la más temida es el VIH-SIDA.

Esto es lo que ocurre hoy en el mundo. Pero ¿qué pasa con los creyentes? La Palabra de Dios nos exhorta a no conformarnos al mundo, es decir, a no vivir según sus cánones, sino a vivir conforme a la voluntad de Dios que es buena, agradable y perfecta.

Como jóvenes tenemos dos alternativas: o vivimos según lo que impera en el mundo, o vivimos conforme a la voluntad de Dios.

El amor del mundo y el amor de Dios

En 2 Samuel 13:1-19 se relata la historia de Amnón y Tamar, ambos hijos de David, pero de madre distinta. Se dice que Amnón se enamoró de su hermana tan intensamente que estaba angustiado y enfermo. Mediante engaño, la violó, y finalmente la despreció “con tan grande aborrecimiento, que el odio con que la aborreció fue mayor que el amor con que la había amado” (v.15).

De este pasaje podemos obtener una descripción del amor que se ve en el mundo. Se trata de un sentimiento basado en lo sexual, es impulsivo y efímero. Parece no tener reglas. Este sentimiento inspira a muchos artistas –y a muchos jóvenes que los siguen– pero sus frutos son muy bien conocidos: fornicación, adulterio, homosexualidad, familias destruidas, hijos abandonados.

Veamos los grandes creadores del mundo actual. Si analizamos sus obras, sean películas, canciones, poesías, telenovelas, quizás nos deslumbremos por este tipo de “amor”; pero si vemos tras bambalinas y consideramos sus propias vidas nos daremos cuenta que es todo una farsa, que ese sentimiento no es tan maravilloso como lo muestran.

¿Es eso amor?

La Biblia está llena de descripciones del amor de Dios. Sin duda, la mayor demostración de amor es la del Señor Jesucristo quien dio su vida para que el hombre fuera salvo (Juan 3:16).

En 1ª Corintios 13 encontramos un poema al amor: “El amor es sufrido, es benigno, no tiene envidia, no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor, no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser.” ¡Qué contraste con el amor del mundo!

Nuestra sociedad confunde amor con sensualidad. A diferencia de la sensualidad, el amor de Dios es espiritual, y se canaliza hacia otros, no hacia nosotros mismos (lo cual es egoísmo). Comparemos nuestros sentimientos con cada una de estas características del amor de Dios, así sabremos si se trata de amor genuino. Por ejemplo, si no podemos esperar, lo que sentimos no es verdadero amor.

Con toda pureza

El apóstol Pablo aconseja a un joven llamado Timoteo que trate “a las jovencitas como a hermanas, con toda pureza”. ¿Qué quiere decir “pureza”?. ¿Hasta dónde llega la pureza”. No se puede dar una ley, cada creyente aunque sea joven, debe vivir conforme al Espíritu, agradando a su Señor. Para algunos la pureza será no tener relaciones sexuales prematrimoniales, para otros será no “pololear” (término dado en Chile a una relación muy informal), o bien pololear con una sola persona por mucho tiempo. Para otros tal vez sea esperar hasta que el Señor muestre la persona idónea y con ella establecer una unión seria con vistas al matrimonio.

La pureza es un asunto del corazón, algo que Dios ve en la intimidad. Sin duda, Dios no tiene una exigencia uniforme para todos los creyentes: al que más le da, más le demanda. Si queremos estar cerca de Dios, debemos santificarnos, limpiarnos de la contaminación que existe en el mundo. La pureza debe ser total (“con toda pureza”), e involucra lo que vemos, oímos y leemos. Lo bueno y lo malo que ingresan a través de los sentidos a nuestra mente y corazón repercuten en el cuerpo, alma y espíritu. Por ejemplo, las imágenes sensuales que a diario vemos en la televisión pueden taladrar nuestra conciencia e inconscientemente inducirnos a pecar.

Si amamos al Señor, sus demandas no nos parecerán gravosas, antes bien, diremos como David: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado”.

Dios no se opone a nuestros sentimientos, pero sí nos pone límites para la demostración de esos sentimientos. ¿Lo hace porque es malo?. Por supuesto que no. Lo hace porque nos conoce mejor que nadie, porque sabe lo que nos conviene, y porque nos ama.

Una joven preguntó al famoso evangelista Billy Graham si es malo acariciar. Él respondió: “Superficialmente (las caricias) pueden parecer con frecuencia inocentes e inocuas. Las caricias son el acto físico preliminar a relaciones más íntimas. Por lo tanto, si las personas comprometidas no tienen el derecho moral de cohabitar, deben renunciar a lo preliminar –las caricias. Si se entregan a ello en forma promiscua pueden dejar frustraciones a las partes comprometidas, remordimientos de conciencia, y cicatrices en el sistema nervioso y en la personalidad. Feliz aquella persona que se casa con un cónyuge que no ha sido manoseado. Si las caricias se dejaran para las últimas etapas del compromiso conyugal o para el matrimonio, no habría tantos matrimonios infelices.”

Huir de las pasiones

Pablo nos da otro consejo para los jóvenes: “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2ª Timoteo 2:22). Dios nos dice que no nos hagamos los valientes, los superespirituales. Hay peligros; hay situaciones de riesgo; hay malas compañías de las cuales tenemos que huir.

A veces escapar es considerado una cobardía. Pero las personas sabias saben que a menudo alejarse físicamente de la tentación es el acto de valentía más grande. Debemos huir de cualquier situación que estimule nuestros deseos de pecar. Lo bueno es que tenemos dónde ir, tenemos un refugio, que es la iglesia. Busquemos la compañía de otros jóvenes creyentes, la vida plena y victoriosa sólo puede vivirse en el Cuerpo de Cristo.

Saber esperar

Como jóvenes muchas veces somos impacientes, impulsivos, apasionados. Pero Dios nos dice que esperemos en Él, que vivamos cada día en Cristo, y que busquemos la compañía de otros creyentes. En Cantares 2:7 dice: “Prométanme, mujeres de Jerusalén … no interrumpir el sueño de mi amor. ¡Déjenla dormir hasta que quiera despertar!” (Biblia Dios habla hoy). Los sentimientos de amor pueden crear tal intimidad que llegan a dominar la razón. Los jóvenes a menudo tienen prisa para desarrollar una relación íntima basada en sus fuertes sentimientos. Pero los sentimientos no son suficientes para sustentar una relación duradera. Este versículo nos alienta a que no forcemos el romance, para que los sentimientos de amor no crezcan más rápido que el compromiso necesario para hacer que el amor perdure.

Finalmente, quisiera dejar en el corazón de todos los jóvenes el siguiente proverbio: “Pobreza y vergüenza tendrá el que menosprecia el consejo; mas el que guarda la corrección recibirá honra” (Proverbios 13:18). La juventud es hermosa, pero también es conflictiva y difícil. En ella se toman las decisiones más trascendentes en la vida del hombre: un trabajo, una pareja para toda la vida, también se puede decidir sobre la vida eterna al aceptar a Jesucristo como Señor y Salvador.

En síntesis, es una etapa crucial. Lo que hagamos hoy repercutirá en el mañana. Si pecamos, Dios es misericordioso y nos perdona, pero Él también es justo, y a veces las consecuencias del pecado no se pueden evitar. Lo que hacemos tanto pública como secretamente puede afectarnos a nosotros mismos, a la persona que amamos, a nuestras familias y también a la iglesia. Podemos traer vida o muerte a la casa de Dios.

¿Qué haremos como jóvenes?. ¿Cómo encauzar la energía que nos caracteriza? Deleitémonos en el Señor y Él nos concederá las peticiones de nuestro corazón (Salmos 37:4). ¡Que el Señor nos enseñe a esperar en Él!

Álvaro Soto V.