Si no hay Dios, la vida que tenemos carece de significado, valor o propósito último.

La imposibilidad práctica del ateísmo

Casi la única solución que el ateo puede  ofrecer es que enfrentemos la absurdidad de la vida y vivamos valientemente.  Por ejemplo, Bertrand Russell escribió que debemos construir nuestras vidas en  «el firme fundamento de la inflexible desesperación» (1). Solo reconociendo que el  mundo realmente es un lugar terrible podemos enfrentar exitosamente la vida.  Camus dijo que debemos reconocer la absurdidad de la vida honestamente y  entonces debemos vivir en amor el uno por el otro.

El  problema fundamental con esta solución, sin embargo, es que es imposible vivir  de forma consistente y alegre dentro de tal cosmovisión. Si uno vive de forma  consistente, no será feliz; si uno vive felizmente, es solo porque no es  consistente. Francis Schaeffer ha explicado bien este punto. El hombre moderno,  dice Schaeffer, vive en un universo de dos pisos. En el piso de abajo está el  mundo finito sin Dios; aquí la vida es absurda, como hemos visto. En el piso  superior está el significado, los valores, y el propósito. Ahora, el hombre  moderno vive en el piso de abajo porque cree que no hay Dios. Pero no puede  vivir felizmente en un mundo tan absurdo; por tanto continuamente da saltos de  fe al piso superior para afirmar el significado, valor, y propósito, aún cuando  no tiene derecho a ello, dado que no cree en Dios.

Echemos,  entonces, una nueva mirada a cada una de las tres áreas en que vimos que la  vida es absurda sin Dios, para mostrar cómo el hombre no puede vivir  consistente y alegremente con su ateísmo.

1. El significado de la vida

Primero,  el área del significado. Vimos que, sin Dios, la vida no tiene ningún  significado. Aun así, los filósofos continúan viviendo como si la vida tuviera  significado. Por ejemplo, Sartre afirmó que uno puede crear significado para su  vida escogiendo libremente seguir un cierto curso de acción. El propio Sartre  escogió el marxismo.

Ahora  esto es absolutamente incoherente. Es incoherente decir que la vida es  objetivamente absurda y después decir que uno puede crear significado para su  vida. Si la vida es realmente absurda, entonces el hombre está atrapado en el  piso inferior. Intentar crear significado en la vida representa un salto al  piso superior. Pero Sartre no tiene ninguna base para este salto. Sin Dios, no  puede haber ningún significado objetivo en la vida. El programa de Sartre  realmente es un ejercicio de autoengaño. Sartre realmente está diciendo:  «Hagamos como que el universo tiene significado». Esto es simplemente  engañarnos a nosotros mismos.

El  punto es éste: si Dios no existe, entonces la vida objetivamente carece de  sentido; pero el hombre no puede vivir de forma consistente y feliz sabiendo  que la vida no tiene sentido; así que para ser feliz simula que la vida tiene  significado. Pero esto es, claro, completamente inconsistente, porque sin Dios,  el hombre y el universo carecen de cualquier significancia real.

2. El valor de la vida

Volvámonos  ahora al problema del valor. Aquí es donde ocurren las inconsistencias más  escandalosas. En primer lugar, los humanistas ateos son totalmente incoherentes  al afirmar los valores tradicionales del amor y hermandad. Camus ha sido  correctamente criticado por sostener inconsistentemente la absurdidad de la  vida y la ética del amor y hermandad humana. Los dos son lógicamente  incompatibles. Bertrand Russell, también, fue inconsistente. Pues, aunque era  ateo, era un abierto crítico social, denunciando la guerra y las restricciones  a la libertad sexual. Russell admitió que no podía vivir como si los valores  éticos simplemente fueran una cuestión de gusto personal, y que encontraba su  propia visión, por consiguiente, «increíble.» «No sé la solución», confesó (2). El punto  es que, si no hay Dios, no puede existir un bien y mal objetivos. Como dijo  Dostoievski: «Todas las cosas están permitidas».

Pero  Dostoievski también mostró que el hombre no puede vivir de esta manera. No  puede vivir como si fuera perfectamente correcto que soldados maten niños  inocentes. No puede vivir como si fuera perfectamente correcto que dictadores  como Pol Pot exterminen a millones de sus propios compatriotas. Todo en él  clama que estos actos son malvados, realmente malvados. Pero, si no hay Dios,  no puede hacerlo. Así que da un salto de fe y afirma los valores de todos  modos. Y cuando lo hace, revela la insuficiencia de un mundo sin Dios.

Horror sin precedentes

El  horror de un mundo desprovisto de valor se hizo real para mí con una nueva  intensidad hace unos pocos años atrás, cuando vi un documental televisivo de la  BBC llamado «The Gathering». Se trataba de una reunión de sobrevivientes del  Holocausto en Jerusalén donde reencontraron amistades perdidas y compartieron  sus experiencias. Una prisionera, enfermera, contó como había llegado a ser la  ginecóloga de Auschwitz. Ella observó que las mujeres embarazadas eran  agrupadas por los soldados bajo la dirección del Dr. Mengele y alojadas en los  mismos cuarteles. Pasado algún tiempo, notó que no se volvía a ver a ninguna de  estas mujeres. Hizo algunas averiguaciones. «¿Dónde están las mujeres  embarazadas que fueron alojadas en esos cuarteles?». «¿No se enteró?», fue la  respuesta, «el Dr. Mengele las usó para vivisección».

Otra  mujer contó cómo Mengele le había ligado sus pechos para que no pudiera  amamantar a su pequeño. Él quería descubrir cuánto tiempo un infante podía  sobrevivir sin nutrición. Desesperadamente esta pobre mujer intentó mantener a  su bebé vivo dándole pedazos de pan empapados en café, sin resultados. Cada  día, el bebé perdía peso, hecho que era ávidamente monitoreado por Mengele. Una  enfermera vino en secreto a esta mujer y le dijo: «He arreglado una manera para  que puedas salir de aquí, pero no puedes llevar a tu bebé contigo. Traje una  inyección de morfina que puedes darle al niño para acabar su vida». Cuando la  mujer protestó, la enfermera insistió: «Mira, tu bebé va a morir de todas maneras.  Al menos sálvate tú». Y así, esta madre le quitó la vida a su propio bebé. El  doctor se enfureció cuando se enteró de ello, porque había perdido su espécimen  de experimentación, y buscó entre los cadáveres para encontrar el cuerpo  descartado del bebé y así poder tener un último registro de peso.

Mi  corazón se rasgó por estas historias. Un rabino que sobrevivió al campo lo  resumió bien cuando dijo que «Auschwitz era como si existiera un mundo en que  todos los Diez Mandamientos hubieran sido invertidos. La humanidad nunca había  visto tal infierno».

Y  aún así, si Dios no existe, entonces en cierto sentido, nuestro mundo es  Auschwitz: no hay un bien y un mal absolutos; cualquier cosa está permitida.  Pero ningún ateo, ningún agnóstico, puede vivir de forma consistente con tal  perspectiva. El propio Nietzsche, que proclamó la necesidad de vivir más allá  del bien y del mal, rompió con su mentor Richard Wagner a causa del problema  del antisemitismo del compositor y su estridente nacionalismo alemán. Del mismo  modo, Sartre, escribiendo justo después de la Segunda Guerra Mundial, condenó  el antisemitismo, declarando que una doctrina que lleva al exterminio no es  meramente una cuestión de opinión o gusto personal, de igual valor que su  opuesto (3).  En su importante ensayo El Existencialismo Es Un Humanismo, Sartre se  esfuerza vanamente por eludir la contradicción entre su rechazo a la idea de  valores divinamente preestablecidos y su deseo urgente de afirmar el valor de  la persona humana. Como Russell, él no podía vivir con las implicaciones de su  propio rechazo de los absolutos éticos.

Increíble brutalidad

Un  segundo problema es que, si Dios no existe y no hay inmortalidad, entonces  todos los actos malvados de los hombres quedan impunes y todos los sacrificios  de los hombres buenos quedan sin recompensa. ¿Pero quién puede vivir con tal  perspectiva? Richard Wurmbrand, quien fue torturado por su fe, dice: «La  crueldad del ateísmo es difícil de creer cuando el hombre no tiene fe en la  recompensa del bien o el castigo del mal. No hay ninguna razón para ser humano.  No hay restricción de las profundidades del mal que hay en el hombre. Los  verdugos a menudo decían: ‘No hay Dios, no hay más allá, no hay castigo para el  mal. Podemos hacer lo que queramos’. Incluso oí a un torturador decir: ‘Doy  gracias a Dios, en quien no creo, por haber vivido hasta esta hora cuando puedo  expresar todo el mal de mi corazón’. Lo expresó en la increíble brutalidad y  tortura infligidas a los prisioneros» (4).

Y  lo mismo se aplica a los actos de auto-sacrificio. Hace varios años, ocurrió un  terrible desastre aéreo en pleno invierno, en que un avión que despegaba del  aeropuerto de Washington se estrelló contra un puente sobre el río Potomac,  zambullendo a los pasajeros en las heladas aguas. Cuando los helicópteros de  rescate llegaron, la atención se enfocó en un hombre que una y otra vez empujó  la escalera de cuerda colgante hacia otros pasajeros en lugar de ser el mismo  llevado a la seguridad. Seis veces pasó la escalera. Cuando llegaron nuevamente,  había fallecido. Había dado gratuitamente su vida para que otros pudieran  vivir. La nación entera volvió sus ojos a este hombre en respeto y admiración  por el acto bueno y desinteresado que había realizado. Y aún así, si el ateo  está en lo correcto, ese hombre no fue noble, hizo la cosa más estúpida  posible. Y aún así el ateo, como el resto de nosotros, reacciona  instintivamente con alabanza para la acción generosa de este hombre. De hecho,  uno probablemente nunca encontrará a un ateo que viva de forma consistente con  su sistema. Porque un universo sin responsabilidad moral y carente de valor es  inimaginablemente terrible.

3. El propósito de la vida

Finalmente,  miremos el problema del propósito de la vida. La única manera en que la mayoría  de las personas que niegan el propósito en la vida viven felizmente es, ya sea,  inventando algún propósito, lo que es autoengaño como vimos con Sartre, o no  llevando su perspectiva a sus conclusiones lógicas. Tome el problema de la  muerte, por ejemplo. Según Ernst Bloch, la única manera en que el hombre  moderno puede vivir ante la muerte es tomando prestada subconscientemente la  creencia en la inmortalidad que sus antepasados sostuvieron, aunque él mismo no  tiene ninguna base para esta creencia, dado que no cree en Dios. Al tomar  prestados los remanentes de una creencia en la inmortalidad, escribe Bloch, «el  hombre moderno no siente el abismo que incesantemente lo rodea y que  ciertamente finalmente lo engullirá. A través de estos remanentes, salva su  sentido de identidad. A través de ellos, surge la impresión de que el hombre no  está pereciendo, sino solo que un día el mundo tiene el capricho de no  aparecerle más». Bloch concluye: «Este ánimo, bastante superficial, se alimenta  de una tarjeta de crédito prestada. Vive de esperanzas antiguas y del apoyo que  éstas una vez habían proporcionado» (5). El hombre moderno ya no tiene derecho a ese  apoyo, dado que ha rechazado a Dios. Pero, para vivir con un propósito, hace un  salto de fe al afirmar una razón por la cual vivir.

Un dios suplente

A  menudo, encontramos la misma inconsistencia entre aquellos que dicen que el  hombre y el universo llegaron a existir sin ninguna razón o propósito,  simplemente por casualidad. Incapaz de vivir en un universo impersonal en que  todo es producto del ciego azar, esta gente comienza a atribuir personalidad y  motivos a los procesos físicos mismos. Es una manera extraña de hablar y  representa un salto del piso inferior al superior.

Por  ejemplo, Francis Crick, a medio camino de su libro El Origen del Código  Genético comienza a escribir «Naturaleza» con «N» mayúscula y en otra parte  habla de selección natural como siendo «inteligente» y como «pensando» en lo  que va a hacer. Fred Hoyle, el astrónomo inglés, atribuye al propio universo  las cualidades de Dios. Para Carl Sagan el Cosmos, que él siempre  escribe con mayúscula, obviamente cumple el papel de un dios sustituto. Aunque  todos estos hombres profesan no creer en Dios, contra-bandean un Dios suplente  por la puerta trasera, porque no pueden soportar vivir en un universo en que  todo es el resultado aleatorio de fuerzas impersonales.

Y  es interesante ver a muchos pensadores traicionar sus perspectivas cuando son  llevadas a su conclusión lógica. Por ejemplo, ciertas feministas han levantado  una tormenta de protesta contra la psicología sexual freudiana porque es  chauvinista y degradante respecto de las mujeres. Y algunos psicólogos se han  sometido y han revisado sus teorías.

Ahora,  esto es totalmente inconsistente. Si la psicología freudiana es realmente  verdad, entonces no importa si es degradante para las mujeres. No se puede  cambiar la verdad porque no nos guste a lo que lleva. Pero las personas no  pueden vivir de forma consistente y feliz en un mundo donde otras personas son devaluadas.  Sin embargo, si Dios no existe, nadie tiene valor alguno. Solo si Dios existe,  puede alguien de forma consistente sostener los derechos de las mujeres. Pero  si Dios no existe, entonces la selección natural dicta que el varón de la  especie sea dominante y agresivo. Las mujeres no tendrían más derechos que los  que tiene una cabra hembra o una gallina. En la naturaleza cualquier cosa que  es, está bien. ¿Pero quién puede vivir con tal perspectiva? Al parecer, ni  siquiera los psicólogos freudianos que traicionan sus teorías cuando son  empujadas a sus conclusiones lógicas.

El  dilema del hombre moderno es así verdaderamente terrible. Y en la medida en que  niega la existencia de Dios y la objetividad de los valores y el propósito,  este dilema permanece sin resolver también para el hombre «posmoderno». De  hecho, es precisamente la conciencia de que el modernismo produce  inevitablemente la absurdidad y desesperación lo que constituye la angustia de  la posmo-dernidad. En algunos respectos, la posmodernidad es solo la conciencia  de la bancarrota de la modernidad. La cosmovisión atea es insuficiente para  mantener una vida feliz y consistente. El hombre no puede vivir de forma  consistente y feliz como si la vida careciera finalmente de significado, valor  o propósito. Si intentamos vivir de forma consistente dentro de una cosmovisión  atea, seremos profundamente infelices. Si en cambio logramos vivir felizmente,  es solo desmintiendo nuestra cosmovisión.

Un escape – la Mentira Noble

Confrontado  con este dilema, el ser humano se debate patéticamente por algún medio de  escape. En un notable discurso ante la Academia Americana para el Avance de la  Ciencia en 1991, el Dr. L. D. Rue, confrontado con el predicamento del hombre  moderno, postuló audazmente que debemos engañarnos a nosotros mismos por medio  de alguna Mentira Noble, para pensar que nosotros y el universo aún tenemos  valor (6).  Afirmando que «la lección de los últimos dos siglos es que el relativismo  intelectual y moral es profundamente la realidad», el Dr. Rue reflexiona que la  consecuencia de tal descubrimiento es que la búsqueda de la plenitud personal  (o la auto realización) y la búsqueda de la coherencia social se independizan  una de la otra. Esto porque, desde el punto de vista del relativismo, la  búsqueda de la autorrealización se privatiza radicalmente: cada uno escoge su  propio juego de valores y significado.

Si  hemos de evitar la «opción del manicomio», donde la autorrealización es  perseguida sin tener en cuenta la coherencia social, y la «opción totalitaria»  donde la coherencia social se impone a expensas de la plenitud personal, no  tenemos otra opción que abrazar alguna Mentira Noble que nos inspire a vivir  más allá de nuestros intereses egoístas y así lograr la coherencia social. Una  Mentira Noble «es una que nos engaña, nos compele más allá del propio interés,  más allá del ego, más allá de la familia, la nación, y la raza». Es una  mentira, porque nos dice que el universo esta imbuido de valor (lo que es una  gran ficción), porque tiene una pretensión de verdad universal (cuando no la  hay), y porque me dice que no viva para mi propio interés (lo que es  evidentemente falso). «Pero sin tales mentiras, no podemos vivir».

Autoengaño

Este  es el espantoso veredicto pronunciado sobre el hombre moderno. Para sobrevivir,  debe vivir en el autoengaño. Pero incluso la opción de la Mentira Noble es  finalmente impracticable. Para ser feliz, uno debe creer en un significado,  valor y propósito objetivos. ¿Pero cómo puede alguien creer en esas Mentiras  Nobles y al mismo tiempo en el ateísmo y el relativismo? Mientras más  convencido se esté de la necesidad de una Mentira Noble, menos se puede creer  en ella. Como un placebo, una Mentira Noble opera solo en aquéllos que la creen  verdad. Una vez que hemos visto a través de la ficción, la Mentira pierde su  poder sobre nosotros.

La  opción de la Mentira Noble lleva por consiguiente, en el mejor de los casos, a  una sociedad en que un grupo elitista de illuminatis engaña a las masas para su  propio bien, perpetuando la Mentira Noble. Pero, entonces, ¿por qué aquéllos de  nosotros que estamos bien informados debemos seguir a las masas en su ilusión?  ¿Por qué debemos sacrificar nuestro interés propio por una ficción? Si alguien  contesta, «en beneficio de la coherencia social», uno puede legítimamente  preguntar por qué debo sacrificar mi interés propio en beneficio de la  coherencia social. La única respuesta que el relativista puede dar es que la  coherencia social es en mi propio interés, pero el problema de esta respuesta  es que el interés propio y el interés de la manada no siempre coinciden. La  opción de la Mentira Noble afirma lo que niega y así se refuta a sí misma.

El éxito del cristianismo bíblico

Pero,  si el ateísmo falla a este respecto, ¿qué pasa con el cristianismo bíblico? Según  la cosmovisión cristiana, Dios sí existe, y la vida de hombre no acaba en la  tumba. En el cuerpo de resurrección, el ser humano puede disfrutar de vida  eterna y comunión con Dios. El cristianismo bíblico, por lo tanto, provee las  dos condiciones necesarias para una vida significativa, valiosa, y con  propósito para el hombre: Dios e inmortalidad. Debido a esto, podemos vivir de  forma consistente y feliz. Así, el cristianismo bíblico tiene éxito  precisamente donde el ateísmo colapsa.

Conclusión

Ahora,  quiero dejar claro que no he demostrado aún que el cristianismo bíblico sea  verdad. Lo que he hecho es exponer claramente las alternativas. Si Dios no  existe, la vida es fútil. Si el Dios de la Biblia existe, entonces la vida es  significativa. Solo la segunda de estas dos alternativas nos permite vivir de  forma feliz y consistente. Por consiguiente, me parece que, aun cuando la  evidencia para estas dos opciones sea completamente igual, una persona racional  debiera escoger el cristianismo bíblico. Me parece positivamente irracional  preferir la muerte, la futilidad y la destrucción, y desechar la vida, el  significado y la felicidad. Como dijo Pascal, no tenemos nada que perder y el  infinito que ganar.

Notas

(1) Bertrand Russell, «A  Free Man’s Worship,» in Why I Am Not a Christian, ed. P. Edwards (New York:  Simon & Schuster, 1957), 107.
(2) Bertrand Russell,  Letter to the Observer, 6 October, 1957.
(3) Jean Paul Sartre,  «Portrait of the Antisemite,» in Existentialism from Dostoyevsky to Satre, rev.  ed., ed. Walter Kaufmann (New York: New Meridian Library, 1975), p. 330.
(4) Richard Wurmbrand,  Tortured for Christ (London: Hodder & Stoughton, 1967), 34.
(5) Ernst Bloch, Das  Prinzip Hoffnung, 2d ed., 2 vols. (Frankfurt am Main: Suhrkamp Verlag, 1959),  2:360-1.
(6) Loyal D. Rue, «The Saving Grace of Noble  Lies,» address to the American Academy for the Advancement of Science,  February, 1991.

William Lane Craig
Tomado  de: http://www.reasonablefaith.org/