Hace algún tiempo pedí a un arquitecto que me hiciera el plano de una casa, cerca del Seminario de Forth Worth. Dibujó los planos de cuatro pisos; la perspectiva de dos lados, la del frente y la del fondo también; después una larga lista de especificaciones en cuanto a materiales, diciendo cómo debía usarse aquel material, las notas de la madera, de los ladrillos y de la piedra. Todo detalle fue escrito allí.

Pues bien, cuando hice el arreglo con el contratista para que la construyera según los planos y especificaciones, si se hubiera apartado en lo más mínimo de lo que había dejado escrito el arquitecto podía haberle exigido responsabilidades.

Hago estas observaciones para corregir algunas ideas equivocadas. Hay individuos que insisten en seguir estrictamente los planes y especificaciones de Dios para el tabernáculo y el templo, y niegan que haya hecho planes y especificaciones para su sucesor, la iglesia, y sostienen que importa poco lo que se hace en una iglesia, y que pueden hacer las cosas según el orden que les convenga.

Es una de las señales más espantosas de los tiempos, que haya tanto descuido con respecto a las instrucciones positivas de Dios. Es mil veces más importante que la iglesia continúe estrictamente siguiendo los planes y especificaciones de Dios, de lo que era para este tabernáculo, y, sin embargo, no hubo la variación de la octava parte de una pulgada en las medidas de este tabernáculo.

Debe reconocerse que Dios es un Dios de orden y no de confusión. Se nos dice aquí acerca de ciertas mesas y cómo debían hacerse, de lo que había que poner sobre ellas, justamente cómo habían de ser colocadas y exactamente cómo habían de usarse. Hay individuos que toman la mesa de la iglesia fuera de sus puertas y llaman a cualquiera para que participe de la Cena; cosa que no osarían hacer en su casa.

Así como nosotros tenemos el derecho de poner lo que queramos en nuestra mesa, debemos dejar a Dios que nos diga lo que hay que poner en su mesa. Por esto nadie debe inventar cien cosas para añadirlas a lo que Dios ha ordenado.

B. H. Carroll