La mujer, con sus características peculiares, está llamada a expresar cualidades propias de Cristo.

En la carta del apóstol Pablo a los colosenses se hace una solemne declaración respecto de nuestro Señor Jesucristo: «Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él» (Col. 1:16).

En este texto se afirman importantes verdades. En primer lugar, con la expresión «todas las cosas» Pablo se refiere a la totalidad de la creación; la que existe en los cielos y la que existe en la tierra, visible e invisible. Por lo tanto, se refiere no sólo al hombre, los animales, las plantas y las flores, sino también a los ángeles, arcángeles, querubines y serafines. Todo fue creado en Cristo.

En segundo lugar, la expresión «en él fueron creadas todas las cosas» significa que todas las cosas fueron creadas pensando en el bendito Hijo de Dios. En efecto, él es la causa de todas las cosas «y sin él, nada de lo que ha sido hecho fue hecho» (Juan 1:3b). En tercer y último lugar, el texto declara que todo fue creado «para él». En otras palabras, todo fue creado para expresar a Cristo. La multiforme gracia y la multiforme sabiduría de Cristo requerían para ser expresadas de innumerables criaturas, y creadas en las más variadas y diversas formas, colores, diseños, estilos, especies y géneros. Cada especie de árbol y cada especie de animal fue creada para expresar un aspecto de la belleza y la gloria de Cristo.

Ahora bien, esto que se predica de toda la creación visible e invisible, es también aplicable al género humano, es decir, al varón y a la mujer. Ella fue creada muy distinta al varón y la razón última de este hecho es, como todas las demás cosas, poder expresar particularidades de Cristo a través de aquellas cualidades propias de la mujer. Estas características peculiares de la mujer, a través de las cuales Cristo debe ser expresado, hacen que la mujer tenga un lugar único e insustituible en el hogar y en la iglesia.

El aporte específico de la mujer en la edificación de la iglesia

¿Cuál es entonces el aporte específico de la mujer en la edificación de la iglesia? Aquel que dice relación con las características únicas de la mujer. Nadie más podrá hacer ese aporte, porque sólo ella fue creada con esas cualidades.

La palabra griega para mujer es «guné» y aparece 214 veces en el Nuevo Testamento. Al hacer un recorrido por dichos textos podemos descubrir diversos aspectos que se repiten y que parecen corresponder a cualidades propias de la mujer.

 

Caridad y generosidad

Por ejemplo: ¿Será casualidad lo que dicen Mateo 27:55-56; Lucas 8:1-3 y Hechos 9:36-39?

«Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole, entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo».

«Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes».

«Había entonces en Jope una discípula llamada Tabita, que traducido quiere decir, Dorcas. Esta abundaba en buenas obras y en limosnas que hacía. Y aconteció que en aquellos días enfermó y murió. Después de lavada, la pusieron en una sala. Y como Lida estaba cerca de Jope, los discípulos, oyendo que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres, a rogarle: No tardes en venir a nosotros. Levantándose entonces Pedro, fue con ellos; y cuando llegó, le llevaron a la sala, donde le rodearon todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con ellas».

¿Por qué estos rasgos caritativos y de generosidad están asociados en estos versículos sólo con mujeres? En 1ª de Timoteo, Pablo, hablando de las cualidades que debe tener una viuda para ser sostenida por la iglesia, dice: «que tenga testimonio de buenas obras… si ha practicado la hospitalidad; si ha lavado los pies de los santos; si ha socorrido a los afligidos; si ha practicado toda buena obra» (5:10).

Quizás pueda llamar la atención a más de alguien que el equipo de Jesús estaba compuesto también por mujeres. Ellas, no sólo lo acompañaron por Galilea, sino también fueron con él hasta Jerusalén. Mateo dice que «habían seguido a Jesús desde Galilea,sirviéndole…». Lucas especifica que ellas «le servían de sus bienes». ¿Alguna vez te preguntaste cómo se financiaba Jesús durante su ministerio? ¿Dónde y cómo comía? ¿Quién lavaba su ropa? ¿Quién se preocupaba de estos aspectos, sin los cuales él no habría podido llevar a cabo su misión? Pues bien, a Jesús lo acompañaban muchas «Dorcas».

La mujer fue creada con la capacidad de amar entrañablemente. Así lo confirma la maternidad. Esta capacidad faculta a la mujer para donarse por los demás de manera más espontánea que los hombres. Su capacidad de amar entrañablemente la hace pensar en los otros más que en sí misma, y le permite desprenderse más fácilmente de las cosas materiales que los varones. La mujer siempre sabe cómo arreglárselas para ahorrar y para compartir aun de lo poco que pueda tener.

Por lo tanto, la misericordia y la ayuda a los necesitados será siempre una característica destacada de las mujeres. Cuando ellas fallan en ser fieles a su vocación, la iglesia pierde la sensibilidad social y la solidaridad.

Oración persistente

¿Será casualidad que Jesús, a la hora de hablar de orar siempre y no desmayar, tome a una mujer viuda como ejemplo? (Luc. 18:1). ¿Qué hay en el ser de la mujer que hace que sea precisamente una mujer la que dice: «Si tocare tan solamente su manto, seré salva»? (Mr. 5:25-28).

En este punto, sin embargo, no hay mejor ejemplo que el de la mujer cananea o sirofenicia (Mt. 15:21-28): «Saliendo Jesús de allí,  se fue a la región de Tiro y de Sidón. Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora».

A la luz de estos textos podemos decir que la constancia, la perseverancia y la longanimidad (ánimo largo), son cualidades preponderantemente femeninas. Aun más. Estas mujeres mostraron una determinación a toda prueba, capaz de sobrepasar toda barrera y vencer todo obstáculo.

La viuda de la parábola brilla por su insistencia y tenacidad. El juez de la parábola, como era injusto, no tenía la más mínima intención de hacer justicia a la viuda. Sin embargo, la molestia que le producía ella al «venir de continuo» delante de él, movió al juez a hacerle justicia. La mujer que padecía de flujo de sangre tuvo que abrirse paso entre una gran multitud que apretaba a Jesús (Mr. 5:24). La mujer cananea, por su parte, tuvo que sobreponerse a la aparente apatía y negativa de Jesús. Él no pretendía menospreciar a la mujer ni menos rechazarla, sino, por el contrario, Jesús buscaba hacer que la fe de esta mujer brillara. Para ello, Jesús la trató en una primera instancia de manera muy indiferente y, luego, fue duro con ella. Así ella tuvo la gloriosa oportunidad de mostrar la clase de fe que poseía: Una fe férrea, que no se rinde y que no ceja hasta obtener lo que necesita. Hermanas, así son las mujeres, así son ustedes.

La mujer sirofenicia alcanzó algo que, dispensacionalmente, aún no le correspondía. En efecto, la era de la salvación de los gentiles todavía no se inauguraba y, no obstante, ella alcanzó anticipadamente aquello que hasta ese momento pertenecía solamente a los hijos de Israel. ¿Pueden entender esto, hermanas? Sólo una tenacidad, propia de las mujeres, puede llevar a la iglesia a nuevas dimensiones, a nuevas alturas. Este es el aporte específico de las mujeres a la edificación de la iglesia. Si ustedes no lo hacen, nadie lo hará. Dios cuenta con ello, porque así fueron creadas por él. No sólo la misericordia es algo a lo que ustedes no pueden renunciar, sino tampoco a la oración.

Adoración

¿Será casualidad que las tres veces que el Nuevo Testamento menciona que alguien ungió a Jesús con un perfume, sean mujeres? (Mr. 14:3-9; Luc. 7:36-50; Jn. 12:1-8).

«Pero estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa,  vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho precio;  y quebrando el vaso de alabastro, se lo derramó sobre su cabeza. Y hubo algunos que se enojaron dentro de sí, y dijeron: ¿Para qué se ha hecho este desperdicio de perfume? Porque podía haberse vendido por más de trescientos denarios, y haberse dado a los pobres. Y murmuraban contra ella. Pero Jesús dijo: Dejadla, ¿por qué la molestáis? Buena obra me ha hecho. Siempre tendréis a los pobres con vosotros, y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis. Esta ha hecho lo que podía; porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella» (Mr. 14:3-9).

¿Quién les enseñó a estas mujeres que debían adorar de esta manera? ¿Dónde estaba escrito que así se adoraba al Señor? ¿Fue una casualidad? No, no es casualidad, porque las mujeres, por su forma de ser, son capaces de adoración espontánea, creativa e innovadora. Aun más, son capaces de adoración sin reservas. Los varones que presenciaron la escena, los discípulos, no habrían tenido ninguna crítica hacia la mujer si ella hubiese derramado un poco del perfume sobre Jesús; pero, quebrarel vaso de alabastro y derramar completamente el perfume sobre la cabeza de Jesús, fue demasiado para ellos. El varón es más «racional» que la mujer, así que los discípulos consideraron un desperdicio la acción de ella. «Podía haberse vendido por más de trescientos denarios, y haberse dado a los pobres», dijeron enojados. Esto indica que el costo del perfume equivalía casi al sueldo de un año de un jornalero.

Sí, el varón es más ‘racional’, pero también es más frío, más calculador, más formal; difícilmente saldrá de su compostura para, por ejemplo, danzar delante del Señor. La mujer, en cambio, es más emocional, y en buena hora que así sea, porque son ustedes, hermanas, las que, más espontáneamente que ellos, pueden hacer más cálida, más diversa, más creativa y más innovadora la adoración. Son ustedes las que generalmente riegan con lágrimas la alabanza y la adoración a nuestro Señor Jesucristo.

Según palabras del propio Señor, esta mujer, al salir de la formalidad establecida para adorar espontáneamente a su Señor, «se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura». ¿Qué te parece? En definitiva, ella fue la única que pudo ungir el cuerpo de Jesús. Otras mujeres intentaron posteriormente ungir su cuerpo, pero no pudieron. Cuando llegaron al sepulcro, Jesús ya había resucitado. ¿Cómo es que entonces aquella mujer fue la única que pudo hacerlo? Porque lo hizo anticipadamente. Y al igual que en el caso de la mujer cananea, son las mujeres las que más fácilmente pueden, por su espontaneidad y creatividad, actuar  anticipadamente y alcanzar cosas que de otra manera no se lograrían.

¿Será por estas razones que la iglesia es de género femenino y está tipificada, en las Escrituras, por mujeres y no por varones? Ellas ilustran lo que es la iglesia y, especialmente en los asuntos del servicio generoso, la oración y la adoración, ellas llevan la delantera. ¡Benditas mujeres! Gracias al Señor por ustedes.