El Espíritu Santo viene y nos llena, pero él desea ser pedido, buscado y llamado, diariamente.

Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia».

– Mat. 3:16-17.

Cuando el Señor Jesús se sometió al bautismo de arrepentimiento, fue visitado por el Espíritu, que descendió sobre él en forma de una paloma. Sobre los discípulos, el Espíritu descendió como un viento, con lenguas de fuego; no fue de la misma manera que él vino sobre el Señor.

La principal característica de una paloma es que ella solo se posa en lugar seguro. ¿Han visto ustedes una paloma atropellada en la calle? Es muy raro. Por eso, el Espíritu usa esa figura para descender sobre nuestro Señor. Él era plenamente seguro para esa visitación.

Jesús se humilló. Antes de subir, él descendió. Aquel bautismo de arrepentimiento, esa humillación de nuestro Señor, es el camino diario para una vida llena del Espíritu.

Simplicidad

Necesitamos comprender algunos hechos simples que están en el texto. Dios no es un Dios complicado, sino un Dios de profunda simplicidad. El Espíritu no puede llenar aquello que está ocupado; es contrario a la ley natural llenar algo que está lleno. Debe haber un vaciamiento, para que el Espíritu de Dios nos pueda visitar y llenarnos de su propia vida.

Ahora, vamos a mirar otros versículos aclaratorios. Jesús dijo: «El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama» (Mat. 12:30). Solo hay dos formas en que un hijo crezca en la carrera espiritual: oyendo, o sufriendo. No existe otra forma. O él crece por oír al Padre, o él crece sufriendo. A través de los sufrimientos, él aprenderá a oír.

El Espíritu de Dios es el gran comunicador de parte de Dios. Nosotros somos colaboradores de Dios, cooperadores con el bendito Espíritu Santo en nuestras vidas. Él es dulce, gentil, tierno y manso. Es un compañero inseparable. Paracleto significa ‘aquel que está al lado’. Él es un Consolador, un visitador diario; es un Espíritu de alianza, que renueva con nosotros una alianza de misericordia, cada mañana.

Él es un Espíritu firme, un Espíritu que tiene mente. Romanos 8, al hablar de intercesión, menciona la mente del Espíritu. El Espíritu tiene propósito, tiene determinaciones diarias para nosotros. Es en este Espíritu que nuestra vida debería ser hallada siempre. Él es aquel que nos tomará de la mano para conducirnos en este camino. Es él quien susurra en nuestro oído aquello que necesitamos saber sobre nuestros hijos.

El Espíritu habla

«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice…» (Ap. 2:7). Él es sumamente discreto. Sabemos que el Espíritu está obrando al interior de la iglesia, no cuando se habla de él, sino cuando la vida del Hijo y del Padre es revelada en medio de la iglesia. El Espíritu no habla de sí mismo. Él es la persona de la Trinidad, con total discreción, presentando al Hijo y al Padre, conduciendo nuestro corazón a la bendita realidad de nuestra filiación.

Este es el Espíritu de nuestro Padre; es un Espíritu sensible, que muchas veces se entristece con nuestras palabras. «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios» (Efesios 4:29-30).

Él sella nuestra boca, porque ésta existe para edificación. Una madre tiene que ser diariamente llena del Espíritu, para poder transmitir gracia a sus hijos. Un hombre tiene que andar a diario en este Espíritu, para que él pueda edificar a su esposa y a sus hijos.

Los líderes en la casa de Dios, aquellas ovejas que van al frente, necesitan recibir del Espíritu Santo de Dios aquello que las ovejas del rebaño necesitan. Para eso, tenemos que cooperar con este bendito Espíritu. Que el Señor alcance hoy nuestro corazón en cooperación con Él.

Aplicando la filiación

«Así también nosotros, cuando éramos niños, estábamos en esclavitud bajo los rudimentos del mundo. Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo» (Gál. 4:3-7).

Nosotros somos hijos adoptados; sin embargo, gozamos de todos los derechos de un hijo natural, porque fuimos adoptados por este bendito Padre. Ese Espíritu es aquí el Espíritu de su Hijo. ¿Cómo aprendemos a ser hijos? Mediante la obra del Espíritu de Dios en nosotros. El Espíritu es aquel que aplica la filiación a nuestro corazón, confirmando nuestra calidad de hijos de Dios.

Posiblemente todos nosotros hemos tenido a lo largo de la vida algunos momentos de ansiedad. Toda vez que mi corazón es tomado por algún momento de ansiedad, es porque en aquel instante yo no me veo como hijo. Entonces, el Espíritu viene a nuestro corazón, obrando en nuestra vida, mostrándonos que somos hijos de Dios, que todo está bajo el cuidado de este bendito Padre. El Espíritu Santo viene, aplicando esta filiación a nuestro corazón.

La vida del Hijo en nosotros

«Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Juan 14:26).

El Espíritu tiene la responsabilidad de edificar la vida del Hijo y del Padre en nuestros corazones. Quizás tú has tenido la experiencia de detenerte un tiempo en la Palabra por la mañana, y el Espíritu Santo, en tu lectura, destaca un versículo en tu corazón, y en el medio del día, aquel versículo viene a tu memoria, para ti o para alguien.

«Él os enseñará … y os recordará». Quien necesita dar consejo necesita ser completamente dependiente del Espíritu, porque es él quien recuerda a nuestra mente lo que necesita ser dicho a las personas.

¿Cómo podríamos edificar a un hijo, si no es mediante el Espíritu? Por más que tú conozcas a tu hijo, solo el Espíritu de Dios examina los corazones y solo él sabe lo que ocurre allí. Si no fuese por el recordar del Espíritu a nuestra mente, perderíamos el tiempo con nuestros hijos. Ellos pasan por muchas situaciones, y si nosotros no nos detenemos a oír la voz del Espíritu, no percibiremos lo que está ocurriendo.

«Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí» (Juan 15:26).

Tiempo y modo

El Espíritu dará a nuestros corazones testimonio de Cristo. Él hace todas las cosas dentro de nosotros en el tiempo de Dios y en el modo de Dios. El Espíritu de verdad va comunicando a nuestros corazones el tiempo y la forma de hacer todo. Noten la expresión «el Espíritu de verdad». Nadie es lleno del Espíritu si no es confrontado con su propia verdad. Si en un momento Dios hablase todas las verdades de mi corazón, yo no lo soportaría. Entonces, él va poco a poco lanzando luz sobre quién soy yo, y cuando yo veo esa verdad, es porque el Espíritu Santo quiere que yo lidie con aquella verdad.

De tiempo en tiempo, tú tendrás una voz dentro de ti mismo, susurrando de forma consistente y firme sobre algo de tu vida. Puede ser un negocio, un hábito, una conversación, un relacionamiento, etc. Algunos de nosotros tendremos algún recuerdo de nuestra infancia que quemará en nuestro interior. Es el Espíritu queriéndonos decir algo. Tenemos que detenernos y considerar aquello. Ese es el Espíritu de verdad.

¿Qué es lo que hace posible que alguien se humille? Cuando alguien recibe luz acerca de quién es, se humilla delante de aquella luz, reconociendo sus pecados, a medida que el Espíritu va alumbrando.

«Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir» (Juan 16:12-13). El Espíritu es enviado a nuestro corazón como Espíritu de verdad. Y en algunos momentos, él nos anunciará cosas que han de venir, no solo en nuestra trayectoria, sino también las cosas de la eternidad, hoy, en estos días que anteceden a la llegada del bendito día del Señor.

Vaso humano

Ahora, veamos algo maravilloso en Juan 3:5-8. «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu». Jesús compara al Espíritu con el viento. Tú no necesitas saber de dónde está viniendo ni hacia dónde va; solo tienes que oír su voz.

Aquí necesito detenerme un poco, para explicar cómo es esta comunicación del Espíritu con nosotros. El Espíritu es Dios, pero él se comunica con un vaso humano. Nuestro espíritu, por el nuevo nacimiento, está vivo, pero reside en un vaso humano. Entonces tenemos que entender cómo ese vaso funciona, para que entendamos cómo el Espíritu va a comunicarse con el hombre. Este vaso humano, nuestra alma, se compone de tres elementos: la mente (los pensamientos), los afectos (emociones), y la voluntad. Y el Señor la creó de tal manera que, en el alma, la mente gobierne sobre los afectos.

¿Por qué Dios no dio el gobierno de la casa ni el gobierno de la iglesia a las hermanas? Porque ellas son guiadas más por sus sentimientos. Y este no es el orden de Dios. Él quiere que la mente gobierne los afectos. El propósito de Dios es que el espíritu gobierne el alma. Cuando nuestro espíritu murió, empezó a gobernar el alma. Fue la primera inversión de las cosas. La segunda inversión es que el afecto pasó a gobernar sobre la mente.

Entonces, el Espíritu se comunica a nuestro corazón por medio de la mente, los afectos y la voluntad. Una mente llena impide que el Espíritu nos hable. Por eso, la mayor estrategia del diablo con el pueblo de Dios es ocupar la mente de ellos, porque si la mente está ocupada, el pueblo de Dios no oye la voz del Espíritu.

Mente y voluntad

Aquí hay una fortaleza. El hermano Watchman Nee dice: «Quien conquista la mente, conquista la voluntad». El diablo es un especialista en ocupar nuestra mente. Si puedo decirlo, el diablo es muy paciente. Él elige, por ejemplo, a un hombre y trama un negocio en la vida de él, y aquel negocio ocupará cinco años de la vida de ese hombre. El diablo se vale de algún amigo, para que el hermano quede encantado con aquel amigo, y de allí a dos años, tal amigo le propone una sociedad, un negocio, que le robará cinco o diez años a su vida. Es grave robar cinco o diez años a tu vida, pero es cien veces más grave robar cinco o diez años de la formación de tu hijo.

A veces, el diablo consigue ocupar nuestra mente, y nuestro corazón va siendo conquistado por otras cosas. Esta mente necesita estar liberada. En Marcos capítulo 7, cuando el Señor alude a la primera lista de pecados que brotan del corazón del hombre, el primer pecado mencionado son los malos deseos, los malos pensamientos. Un mal pensamiento es todo pensamiento que no está en conformidad con la vida de nuestro Señor. Una mente ocupada no permitirá que un hermano crezca.

¿Cómo es alimentada la mente? Ella es alimentada por el cuerpo, por los cinco sentidos: visión, audición, tacto, gusto y olfato. Los sentidos envían información a nuestra mente. Por ejemplo, las tiendas más refinadas usan un perfume muy atrayente, para enviar información a tu cerebro a través del olfato.

Viendo y oyendo

Los cinco sentidos alimentan la mente. Pero la Biblia enfatiza dos sentidos. En Mateo 13:13, nuestro Señor dice: «Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden». De los cinco sentidos, él destaca dos: la vista y la audición.

El Espíritu de Dios está en nuestro medio comunicando a todos nosotros la misma cosa. Ayer, alguien compartió sobre las trompetas. Ahora, yo tengo el mismo texto. ¿Quién está haciendo eso? Cuando Dios habla dos veces, es porque él se apresura a actuar. ¿Recuerdan el sueño de Faraón y la interpretación que José le dio? José dice: «El sueño de Faraón es uno mismo; Dios ha mostrado a Faraón lo que va a hacer».

Números 9:15-18. El pueblo comienza a caminar por el desierto. Ahora, ¿cómo es que Dios hace con ellos? «El día que el tabernáculo fue erigido, la nube cubrió el tabernáculo sobre la tienda del testimonio; y a la tarde había sobre el tabernáculo como una apariencia de fuego, hasta la mañana. Así era continuamente: la nube lo cubría de día, y de noche la apariencia de fuego. Cuando se alzaba la nube del tabernáculo, los hijos de Israel partían; y en el lugar donde la nube paraba, allí acampaban los hijos de Israel. Al mandato de Jehová los hijos de Israel partían, y al mandato de Jehová acampaban; todos los días que la nube estaba sobre el tabernáculo, permanecían acampados».

Dios comenzó a conducir al pueblo de Israel usando el sentido de la vista, porque el pueblo veía la nube. Mas observemos el capítulo 10:1-4. «Jehová habló a Moisés, diciendo: Hazte dos trompetas de plata; de obra de martillo las harás, las cuales te servirán para convocar la congregación, y para hacer mover los campamentos. Y cuando las tocaren, toda la congregación se reunirá ante ti a la puerta del tabernáculo de reunión. Mas cuando tocaren sólo una, entonces se congregarán ante ti los príncipes, los jefes de los millares de Israel». En el capítulo 9, Dios hace que el pueblo le siga, usando la vista; pero en el capítulo 10, lo hacen usando el oído.

¿Qué preferirías tú, ser ciego o ser sordo? Permítanme explicar una cosa. La comprensión viene por el lenguaje. Quien ve y no oye, está vacío. Una persona puede no ver, pero si oye, ella construye comprensión, entendimiento.

Un bebé de un mes de vida discierne sonidos, pero requiere cuatro meses de vida para comenzar a definir las manchas que él ve. Con un mes de vida, la criatura conoce la voz de sus padres. «La fe viene por el oír». No existe comprensión espiritual sin haber comunicación de Dios a nuestros oídos. El libro de Números nos muestra que Dios, en primer lugar, llama la atención de los ojos, para después ganar el oído.

Veamos Mateo 6:22. La Biblia es muy simple. «La lámpara del cuerpo es el ojo». Cuando yo estoy interesado en alguna cosa, ¿cuál es el primer sentido mío que es provocado? Los ojos. Entonces, cuando yo tengo interés en alguna cosa, mis ojos buscan aquella cosa.

Cuán maravillosa es la Biblia. Cuando Dios crea a Eva para Adán, Adán se vuelve hacia ella y dice: «Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, por cuanto del varón fue tomada» (Gén. 2:23). En el original hebreo, ¿sabes lo que significan varón y varona? Aquel que mira a los ojos. ¡Qué bello matrimonio! Ellos se miraban el uno al otro.

Cuando nosotros amamos algo, nuestros ojos buscan esta cosa. Entonces, presta atención. Tus ojos, tal vez, sean inquietos. Muchas hermanas tienen debilidad por el shopping; muchos hermanos tienen debilidad por la televisión, por el fútbol, por los automóviles. Pero, ¿cuándo habla el Espíritu? Cuando tus ojos se alzan y miran al Señor. Si mis ojos están inquietos, el Espíritu no habla, porque yo no me he detenido para prestar atención.

Los ojos son ganados antes del oído. Porque la ventana del alma no es el oído, sino los ojos. Por eso, el salmista dice: «Estad quietos, y conoced que yo soy Dios» (Sal. 46:10). Satanás es experto para inquietar nuestros ojos, y uno de los grandes problemas en la edificación de nuestra vida cristiana es que nosotros estamos tan ocupados, que el Señor no tiene cómo derramar cosas en nuestros oídos.

Un hermano contaba que leyó el Nuevo Testamento en diez días. Otra persona dijo que leyó la Biblia en 61 días, dedicándole una hora por día. Si nosotros apartásemos una hora al día, leeríamos la Escritura seis veces en el año. Ahora, ¿cuántas horas ocupan dos películas y dos periódicos en la semana? Hemos de ser honestos, no amamos tanto la Palabra como decimos.

En estos días, he estado leyendo la biografía de Spurgeon. Él hizo un viaje a África, y quedó admirado de la comprensión que los hermanos africanos tenían de la palabra de Dios. Le sorprendió el entendimiento que tenían de la Palabra, sin el recurso de otros libros. Preguntó a los hermanos, ¿y saben cuál fue la respuesta? «Hermano, nosotros dedicamos a la Palabra seis horas cada día».

El Espíritu necesita aquietarnos. Para mayor comprensión, hay un texto que deja todo mucho más claro aún. Decíamos que, para que el Espíritu alimente nuestra mente, nuestros ojos y oídos tienen que ser ganados por el Espíritu. Hechos 7:30. «Pasados cuarenta años, un ángel se le apareció en el desierto del monte Sinaí, en la llama de fuego de una zarza. Entonces Moisés, mirando, se maravilló de la visión; y acercándose para observar, vino a él la voz del Señor».

Mientras Dios no aquiete tus ojos, no lograrás oír al Espíritu, porque los ojos sugieren el amor que tú tienes. Ellos son la ventana del alma. Mateo 6:21 dice: «Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón». Cuando tú amas algo, buscas aquello. Eso, para nosotros, los hombres, es desesperante, porque si tú no dedicas tiempo suficiente a tu mujer, eso tal vez delata que no la amas lo suficiente.

La Biblia dice que la iglesia es la niña de los ojos del Señor. ¿Qué significa la expresión «la niña de sus ojos»? Es que ella tiene la primacía; ella es lo que los ojos de él buscan en primer lugar. ¿Por qué los ojos del Señor buscan en primer lugar a su iglesia? Porque él la ama.

Quietud delante de Dios

Cuando amamos una cosa, buscamos esa cosa con nuestros ojos. Moisés vio la zarza ardiendo. Y porque él vio, luego consiguió oír. Moisés era poderoso en palabras y en obras, instruido en toda la ciencia de Egipto. ¿Y qué hizo Dios con él?

Como la mente de Moisés estaba muy ocupada, Dios lo llevó al desierto, para que estuviese quieto. A fin de que puedas cooperar con el Espíritu Santo, necesitarás tener quietud delante de Dios.

Una palabra especial para los líderes, con mucho temor y respeto. La estrategia de Satanás contra ellos es ocuparlos en la obra de Dios de tal forma que sirvan, no a Dios, sino apenas a la obra. Cuando servimos a Dios, el servicio no es pesado; pero cuando servimos a la obra, de forma exagerada, fuera de la medida de Dios, también perdemos la comunión con él. Por eso son considerados dignos de doble honor los ancianos que presiden bien, especialmente los que se ocupan en la Palabra, que tienen quietud delante de ella, porque así aprenden a oír mejor la voz de Dios.

Ese es el principio. Pero no se detiene allí. Continuemos la lectura. «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob. Y Moisés, temblando, no se atrevía a mirar. Y le dijo el Señor: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa. Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su gemido, y he descendido para librarlos».

Antes de oír, necesitamos ver. El sentido más importante es el oído. Por eso, «la fe viene por el oír». En Juan 20:21, nuestro Señor dice a Tomás: «Bienaventurados los que no vieron, y creyeron». El oído tiene preeminencia; en tanto nuestros ojos no sean aquietados, no tendremos ocasión de oír la voz del Espíritu.

Quietud y arrepentimiento

«Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él» (Mat. 3:13). ¿Cuántos años permaneció quieto el Señor Jesús? Él vivió una vida de quietud. Mientras él vivió esa vida de quietud, ¿qué hizo el Espíritu Santo? Lo llenó. Y en esta quietud, él se sometió al bautismo de arrepentimiento. Queridos, sin el Espíritu, nosotros no vamos a conseguirlo. ¿Quién es el que mortifica la carne? El Espíritu. ¿Quién es el que da vida? El Espíritu. ¿Quién es el que nos llena de frutos? El Espíritu.

No tenemos tiempo de examinar todo esto. Solo estoy señalando cómo nosotros cooperamos. Primera cosa: quietud. Segunda: el bautismo de arrepentimiento. ¿Saben lo que significa en griego la palabra arrepentimiento? Percibir después. Qué cosa maravillosa. Tiempo atrás, fui a un estudio de un hermano, un hombre maduro, con un matrimonio muy estable, que edifica a muchos hermanos. En un momento, él confesó: «Tuve un conflicto, una riña con mi esposa, y salí de casa. Dos horas después, me di cuenta de mi falta, volví y le pedí perdón». Cuando él ministró aquello, me quedé pensando: «Señor, ¿cuánto tiempo tardaría yo?».

¿Qué es el arrepentimiento? Percibir. Cuando tú estás quieto, a través de la Palabra, el Espíritu te llevará a percibir las cosas. Vas a percibir después aquello que está ocurriendo. Sin embargo, podemos llegar al punto de no necesitar arrepentirnos, si percibimos antes y no caemos en pecado. Pero somos tan terribles, que nos vamos enredando y percibimos apenas, después.

Pidiendo, buscando

En Lucas 11:1-13, el Señor habla sobre la oración; cuenta la parábola del amigo inoportuno, y luego enseña algo que hemos oído muchas veces:

«Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá … Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?».

«Pedid… buscad… llamad». Se nos enseña a pedir, buscar y llamar en oración, porque del seno del Padre es derramado el Espíritu Santo de Dios sobre nuestro corazón. El Espíritu Santo viene y nos llena, en la quietud, en el bautismo de arrepentimiento; pero él desea ser pedido, buscado y llamado, diariamente. «Señor, derrama de tu Espíritu». Porque eso nos bastará.

«Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos» (Hech. 1:14). He aquí la misma realidad. Por diez días, ellos oraron, aguardando la promesa de una visitación. El Espíritu necesita ser buscado. «Pedid, buscad, llamad». Necesitamos ocupar tiempo en la oración.

En familia

«…se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare» (Hech. 2:37-39).

Esta visitación del Espíritu, viene en la quietud, en el arrepentimiento, y en una búsqueda. Esta promesa no es solo para nosotros – es para nosotros y para nuestros hijos. ¡Imaginen nuestras casas, nuestras asambleas, nuestras reuniones, con padres y madres llenos del Espíritu! ¡Levantaríamos una generación llena del Espíritu, un testimonio sólido en la próxima generación!

No hay mayor bendición que yo pueda dar a mis hijos que una vida llena del Espíritu de Dios, porque esta vida va a desbordar en la casa, en amor, en paz, en gozo, en benignidad, en mansedumbre, en fidelidad. Sin embargo, esto necesita ser pedido, buscado, llamado, en la misma actitud que hubo en nuestro Señor.

Que el Espíritu obre esto en medio de nosotros. Que en los próximos días, los hermanos sean llenos del Espíritu y de fe, llenos del Espíritu de sabiduría, llenos del Espíritu de consolación, llenos del Espíritu de la Palabra. Que el Espíritu Santo, en esta dulce búsqueda de él a puertas cerradas, venga sobre nosotros, sobre nuestras mujeres, sobre nuestros hijos, llenándonos de la vida de él. Que el Señor nos bendiga. Amén.

Síntesis de un mensaje oral compartido en São Lourenço, Brasil (Septiembre 2014).
Tomado de sopalavra.org