Los legítimos afectos de una madre por sus hijos pueden entrar en pugna con la voluntad de Dios.

Betty Taylor

Un día en que Betty Taylor no estaba en casa, su hijo Hudson Taylor, de apenas 17 años de edad, fue a la biblioteca de su padre en busca de algún libro con el cual entretenerse. Como nada lo atrajo, se volvió hacia un pequeño canasto con folletos y escogió entre ellos uno de evangelismo, que parecía interesante, con el siguiente pensamiento: “Debe haber una historia al principio y un sermón o moraleja al final. Me quedaré con lo primero y dejaré lo otro para aquellos a quienes les interese”.

Se sentó para leer el folleto totalmente indiferente, creyendo realmente que si hubiese salvación, ésta no sería para él. Pero él no sabía lo que pasaba por el corazón de su madre en ese momento, a 120 kilómetros de allí. Ella se había levantado de la mesa con un intenso anhelo por la conversión de su hijo. Fue a su cuarto y resolvió no salir de allí hasta que sus oraciones fuesen respondidas. Hora tras hora aquella madre rogó por Hudson Taylor hasta que ya no pudo orar más, sino que fue impulsada a alabar a Dios, con la convicción de que su oración ya había sido respondida.

En aquella misma hora, mientras leía el folleto, Hudson Taylor quedó impresionado con la frase: “La obra consumada de Cristo”. Él pensó: “¿Por qué el autor usó esta expresión? ¿Por qué él no dijo ‘la obra redentora o propiciatoria de Cristo’?”. Inmediatamente las palabras “está consumado” vinieron a su mente. ¿Qué estaba consumado? Luego él mismo se respondió: “Una expiación plena, perfecta y satisfactoria del pecado; la deuda estaba pagada por el Sustituto; Cristo murió por nuestros pecados y no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero”.

Vino entonces un pensamiento: “Si toda la obra está consumada y la cuenta completamente pagada, ¿qué resta por hacer?”. Y con eso brilló la convicción jubilosa en su alma, por medio del Espíritu Santo, de que nada había que hacer sino arrodillarse y aceptar a ese Salvador y su salvación, y alabarlo para siempre. Así, mientras aquella madre estaba alabando a Dios arrodillada en su cuarto, él alababa a Dios en aquella biblioteca a la que había ido para leer.

Pasaron varios días. Cuando su madre regresó, él fue el primero en ir a su encuentro para contarle las buenas nuevas. Su madre lo abrazó diciendo: “Lo sé, hijo; me he alegrado ya por quince días con las buenas nuevas que tienes para darme”.

Catherine Talmage

Catherine Talmage fue la madre del gran orador y predicador T. DeWitt Talmage. Junto con otras cuatro madres, ella se reunía todas las tardes de sábado en la casa de una vecina para orar por la conversión de sus hijos. Esta “conspiración santa” fue guardada en secreto por la familia hasta su muerte. Pero las oraciones ofrecidas con sinceridad por aquellas madres fueron oídas en el trono de Dios y los hijos de todas aquellas familias se convirtieron. De los once hijos de la familia de Catherine, su hijo DeWitt fue el último. Y él –la última oveja perdida– fue llevado a Dios a través de la ministración de un predicador visitante.

La familia estaba sentada alrededor de la chimenea cuando su padre se volvió hacia el ministro y le pidió que leyese un capítulo de la Biblia y orase. Él leyó la historia de la oveja perdida. Luego, el predicador preguntó a aquel padre si todos sus hijos eran salvos. “Todos, excepto DeWitt”, respondió el padre. El ministro, contemplando el fuego, contó la historia de la tempestad en las montañas, de las ovejas en el redil, de la última oveja, y del pastor que arriesgó su vida hasta encontrarla y traerla a casa.

Antes que la noche terminase, DeWitt Talmage obtuvo la bendita seguridad de que todas las ovejas –y ahora él también–, el último de la familia en convertirse, estaban en el redil.

Una pobre lavandera

Hace ya varios años, una pobre mujer fue obligada por las circunstancias a trabajar como lavandera, debido a las necesidades financieras que su familia estaba pasando. Mientras trabajaba en la artesa con agua y jabón, sus lágrimas se mezclaban con la espuma a medida que derramaba delante de Dios la carga de su corazón por la salvación de su hijo. Ella no fue rechazada en su petición, y su hijo –Edward Kimball– nació de nuevo, y llegó a ser un maestro de escuela dominical con un gran sentido de responsabilidad por sus alumnos.

Uno de esos alumnos fue D.L. Moody, el hombre que alcanzó multitudes. Edward Kimball, nacido de la oración, sentía igualmente una gran preocupación por aquel estudiante de 17 años de edad de su clase. Desechando toda resistencia, visitó la zapatería donde Moody trabajaba. Como resultado de ese encuentro, aquel día Moody fue convertido. ¡Cuán poco fue alabada aquella humilde lavandera por la parte que le cupo en el ministerio de Moody! Pero los registros eternos infaliblemente incluirán todos los vínculos en la corriente de la providencia. ¡Cuán interesante será trazar la fuente de todas las obras de Dios con esta poderosa arma que es la oración!

Huo-Ping

Watchman Nee nació el 4 de noviembre de 1903, en Fuchow, China. Su nacimiento fue una respuesta a la oración. Su madre, Huo-Ping, temía seguir el mismo camino que su cuñada, la cual tuvo seis hijas, pues de acuerdo a la costumbre china, los varoncitos eran preferidos. Ella ya había tenido dos hijas y, aunque en esa época era sólo una cristiana de nombre, oró por un hijo, prometiendo dedicarlo al servicio de Dios. El año siguiente, ella dio a luz el hijo solicitado.

En 1916, a los trece años, Nee entró en una escuela cristiana en Fuchow para recibir una educación al estilo occidental. Por ser un alumno brillante él no necesitaba estudiar mucho para estar entre los mejores de su clase. Aunque había observado algunas tradiciones cristianas como el bautismo, la comunión y la escuela dominical, hasta entonces no había aceptado a Jesús como su Salvador. Él amaba el mundo y anhelaba la gloria terrena. Gustaba de leer novelas románticas e ir al cine; escribía artículos para revistas y con el dinero ganado jugaba a la lotería.

Durante este período, China estaba pasando por grandes agitaciones. Naturalmente, por ser joven, Nee fue afectado por los movimientos políticos a su alrededor. Al mismo tiempo, desarrolló una fuerte aversión a la iglesia y a los predicadores. Cuando su padre le habló que él había sido consagrado a Dios para ser un predicador, su reacción fue la más negativa imaginable. “¡De ninguna manera!”, fue su firme respuesta, dejando en claro que él había planificado su propio futuro en una dirección completamente diferente. El joven prometió que nunca sería un predicador.

A fines de febrero de 1920, Dora Yu, una de las primeras evangelistas chinas, fue a Fuchow para realizar reuniones de avivamiento en una capilla metodista. Huo-Ping, que la conocía de antes, acudió a las reuniones y fue salva. Por su parte, Nee, aunque fue invitado por su madre, no asistió a las reuniones. En realidad, en aquella época él odiaba a su madre, por haberlo acusado injustamente de la quiebra de un jarrón valioso en su casa. Ella había descubierto más tarde su error, pero nunca se disculpó.

Ahora, sin embargo, Huo Ping había sido salva. Comenzó, entonces, a hacer devocionales con su familia. En una de esas ocasiones, cuando ella comenzó a tocar al piano el primer himno, fue profundamente tocada por el Espíritu de Dios. Ella sintió que debía hacer una confesión a su hijo antes de que pudiese adorar al Señor públicamente. Para sorpresa de la familia, ella repentinamente se levantó, fue hasta su hijo, y envolviéndolo en sus brazos, le pidió: “Por amor de Jesús, por favor, perdóneme por haberlo castigado injustamente y con ira”.

Esto tocó a Watchman Nee profundamente. Él nunca había oído de un padre chino que asumiera una culpa ante su hijo. Si su propia madre fue así transformada, debería haber algo poderoso en la predicación de la evangelista visitante. “El cristianismo”, pensó, “debe ser más que un simple credo. Esa predicadora es digna de ser oída”. Entonces, a la mañana siguiente él dijo a su madre que estaba dispuesto a oír a Dora Yu.

El joven Nee fue a la reunión aquella noche, como lo había prometido, y su corazón fue tocado por el evangelio. Sin embargo, él sintió una gran lucha porque sabía que no sólo debería aceptar la salvación, sino también consagrar su vida entera al Señor. Después de varios días de desazón interior, por fin, la noche del 29 de abril él se arrodilló en su cuarto e hizo una decisión radical. Él mismo lo diría después: “Yo sabía que Él había muerto y que ahora vivía en mí – así también yo debería morir y vivir para Él. Yo debería servirlo por toda mi vida”.

Así se cumplió el deseo de su madre cuando ella lo ofreció al Señor aun antes de nacer. ¡Maravilla de los caminos de Dios!

Adaptado de «À Maturidade».