El principio que gobierna la reedificación de la iglesia y la recuperación de todo de parte de Dios, es la cruz.

Lectura: Esdras 3:1-6.

El pasaje de Esdras 3:1-6 corresponde a la época de la restauración del templo, cuando un pequeño remanente judío regresó desde Babilonia, donde había estado cautivo por setenta años, a la tierra de Israel, a la ciudad de Jerusalén que estaba en ruinas, y comenzó la reedificación de la casa del Señor. Pues, el rey Ciro de Persia había emitido un decreto autorizando el regreso de los cautivos para reconstruir el templo de Dios.

Lo primero que nos llama la atención en esta historia es el hecho de que sea un pequeño remanente. Cuando Ciro emitió el decreto dando completa libertad a cualquier judío que quisiera regresar a su tierra a reedificar la casa de Dios, sólo unos pocos lo hicieron. Más de un millón de judíos vivían entonces en Babilonia, pero sólo cincuenta mil regresaron con Zorobabel. Después hubo un segundo retorno con Esdras, y luego un tercero en el tiempo de Nehemías.

El propósito de la restauración

El profeta Daniel, siendo ya anciano, comenzó a leer el libro de Jeremías, y descubrió que éste había profetizado que el tiempo en que Jerusalén iba a estar desolada y la casa de Dios en ruinas, sería de setenta años. Entonces, descubrió que los setenta años ya se habían cumplido, y por tanto comenzó a orar, pidiéndole al Señor que cumpliese la palabra que había hablado por medio de Jeremías.

Versículos 20-22, la respuesta de Dios. «Aún estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y derramaba mi ruego delante de Jehová mi Dios por el monte santo de mi Dios; aún estaba hablando en oración, cuando el varón Gabriel, a quien había visto en la visión al principio, volando con presteza, vino a mí como a la hora del sacrificio de la tarde. Y me hizo entender, y habló conmigo, diciendo: Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento».

No vamos a hablar sobre la profecía. Sólo quiero mencionar una cosa. Se le dice a Daniel (vers. 25): «Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén – desde el momento en que el rey Ciro dé la orden para que la ciudad sea reedificada y restaurada – hasta el Mesías Príncipe – que es el Señor Jesucristo –, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos». Todo lo que se menciona aquí está relacionado con lo que se dice al principio: «…desde la salida de la orden para restaurar y reedificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe…».

La única razón por la cual la ciudad de Jerusalén y la casa de Dios tenían que ser restauradas, era la venida del Mesías Príncipe. Él Señor Jesucristo tenía que venir a esa ciudad y entrar por sus puertas, predicar en sus plazas y en sus calles, y tenía que morir fuera de los muros de esa ciudad. Pero Dios le dice al profeta que la reedificación de la casa y la restauración de la ciudad de Jerusalén se iba a realizar «…en tiempos angustiosos». Notemos esto.

También nosotros estamos viviendo un tiempo de restauración. Dios está recuperando su ciudad y su casa que es la iglesia. Por supuesto, el Antiguo Testamento está lleno de figuras y tipologías, y la casa de Dios allí es figura de la iglesia, así como también lo es la ciudad de Jerusalén. Por tanto, la destrucción de la casa y su posterior recuperación y restauración en tiempos de Zorobabel, de Esdras y de Nehemías representa la restauración de la iglesia en nuestros días.

Restaurar significa recuperar algo que se ha dañado. Algo ha perdido su significado, su función, y necesita ser restaurado. La iglesia necesita ser restaurada. No por causa nuestra, no para nosotros, sino por causa del Señor Jesucristo. Porque el Mesías Príncipe tiene que venir a su Casa. El Señor viene por su iglesia; pero él viene por una iglesia recuperada, una iglesia santa, sin mancha, ni arruga. Él no viene por una iglesia en decadencia, en ruinas, avejentada y destruida; él viene por una iglesia gloriosa.

Y entonces se nos dice que esa restauración se lleva a cabo en tiempos angustiosos. Pues, el contexto en que ocurre la destrucción y la posterior restauración de la casa es de batalla y guerra, y esto conlleva angustia.

La batalla por la restauración

En estos días hablamos acerca del ministerio de todos los santos, un aspecto esencial de lo que el Señor quiere que la iglesia sea: Que todos los hermanos se levanten a servir, a hacer su parte en el cuerpo de Cristo. Todavía no estamos viviendo plenamente esa experiencia. Es algo que aún necesita ser restaurado.

Hubo un tiempo en que todos los hermanos servían, todos trabajaban, todos hacían parte de la edificación de la casa de Dios. La época en que comenzaron todas las cosas, con la iglesia del Nuevo Testamento en Jerusalén, y a lo largo del tiempo de los apóstoles. Pero siguieron otras edades, en que los hermanos quedaron atrapados en sistemas, formas, convenciones humanas, que amarraron su servicio, y sólo unos pocos quedaron en la posición de servir y trabajar. La mayoría de los hermanos quedó fuera del ministerio; la casa de Dios perdió su función, su naturaleza, y fue deformada, y por ello, necesita ser restaurada.

Pero, la restauración ocurre en un tiempo de batalla. Dios está edificando su casa, y el propósito de esa casa es la manifestación del Señor Jesucristo en ella. Dios tiene un testimonio de sí mismo que manifestar en la tierra, y para ello necesita su casa. Esta es la casa donde se manifiesta la voluntad de Dios, el propósito de Dios y la gloria de Dios. No hay otro lugar que Dios haya escogido para este fin.

Ahora, Satanás también sabe eso. Si uno observa la historia del pueblo de Israel, verá que desde el momento en que el rey David tomó la fortaleza de Sion, comenzó una batalla constante entre la ciudad de Jerusalén, que Dios estaba edificando, y todas las otras naciones que estaban a su alrededor. Curiosamente, Jerusalén nunca fue una ciudad grande en tamaño ni en importancia económica, y sin embargo, constantemente, desde su fundación, los grandes imperios de la antigüedad vinieron contra ella, uno tras otro, para intentar tomarla y destruirla.

Hay una batalla, porque hay un enemigo de Dios que está haciendo todo lo posible para impedir que la ciudad de Dios sea edificada. Los babilonios lograron destruir la ciudad de Jerusalén y su templo. Pero, en el capítulo 14 de Isaías descubrimos que el verdadero rey de Babilonia, la verdadera cabeza espiritual del imperio babilónico, era Satanás.

Podemos ver que Satanás es quien está detrás de todo ese acoso y ese intento de impedir que exista sobre la tierra una ciudad y una casa que expresen al Señor. Es una batalla que conmueve los cielos y la tierra. Nuestro problema es que muchas veces no estamos conscientes de que estamos en una batalla. Y eso también es obra de Satanás.

El principio que gobierna todo es la Cruz

Cuando los judíos regresan para restaurar la ciudad y la casa de Dios, y reedificarla desde las ruinas, debieron partir de cero. En relación a esto, vamos a ver algunos principios básicos.

Para llegar al ministerio de todos los santos tenemos que recorrer cierto camino. La obra de Dios no es algo que nosotros podamos organizar y echar a andar. No es una máquina que podamos poner a funcionar en cualquier momento. El ministerio de todos los santos es el resultado de una obra que sólo Dios puede hacer. No es que vamos a poner a los hermanos a funcionar y a trabajar, como si fuera algo que podemos hacer nosotros. Este es un punto fundamental.

«Entonces se levantaron Jesúa hijo de Josadac y sus hermanos los sacerdotes, y Zorobabel hijo de Salatiel y sus hermanos, y edificaron el altar del Dios de Israel, para ofrecer sobre él holocaustos, como está escrito en la ley de Moisés varón de Dios» (Esdras 3:2).

Lo primero que los retornados volvieron a colocar fue el altar. Porque lo primero que se coloca es precisamente aquello que va a gobernar toda la obra de restauración y reedificación.

¿Qué es el altar? Vamos a ver: «Y colocaron el altar sobre su base, porque tenían miedo de los pueblos de las tierras, y ofrecieron sobre él holocaustos a Jehová, holocaustos por la mañana y por la tarde» (3:3).

Observe dos cosas: En primer lugar, se dice que el altar fue reedificado para ofrecer holocaustos por la mañana y por la tarde; y en segundo lugar, porque tenían miedo de los pueblos de las tierras. Esos pueblos representan los poderes espirituales que son enemigos del pueblo de Dios, y que constantemente, a lo largo de los libros de Esdras y Nehemías, intentan estorbar e impedir que la casa de Dios sea reedificada.

Este altar que se menciona aquí primero es el altar que estaba fuera del santuario, donde los sacerdotes ofrecían sacrificios y holocaustos. Y este altar representa la cruz. Por tanto, el principio que gobierna la reedificación y la recuperación de todo, de parte de Dios, es la cruz. Sin la obra de la cruz no se puede recuperar nada.

Para que la iglesia del Señor sea recuperada y restaurada al modelo de Dios que es el Señor Jesucristo, se requiere la obra de la cruz, no sólo al principio, sino durante todo el camino y aun hasta el final. Ellos levantaron el altar para ofrecer holocaustos en la mañana y en la tarde; es decir, la obra de la cruz debe estar gobernando permanentemente todo el proceso de reedificación.

¿Por qué la cruz primero? ¿Qué significa la cruz? Ésta tiene dos grandes aspectos. Primero, la cruz tiene una dimensión particular, aplicada a cada uno de nosotros en diferentes formas. Pero también la cruz tiene una dimensión corporativa y colectiva.

Ahora nos interesa ver esta dimensión colectiva de la cruz. «Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades» (v. 14-16).

Hermanos amados, ¿qué creó Dios en la cruz de Cristo? En el aspecto negativo, como nos dice Romanos, nuestro viejo hombre –particular, individual–, ese pecador que yo era y tú eras fue crucificado juntamente con él. Ese es el aspecto individual. Pero luego de eso hay otro aspecto: No sólo tú y yo fuimos crucificados juntamente con él, sino también, cuando el Señor murió sobre la cruz, Dios hizo de todos nosotros, en él, sobre la cruz, «…un solo y nuevo hombre».

Así que la iglesia, como cuerpo de Cristo, fue creada sobre la cruz. Hay, entonces, una relación indisoluble entre la cruz y la casa de Dios que es la iglesia. La iglesia nació en la cruz. Entonces, desde su nacimiento la iglesia está unida indisolublemente a la cruz. Y si la iglesia va a ser restaurada, tenemos que volver a ese punto.

¿Qué es la cruz? Es el fin, el término de nosotros mismos. En la cruz se acabaron todas las divisiones, todas las separaciones, todo lo que viene del hombre natural, del hombre caído, todo lo que viene de la carne, de los pensamientos humanos, de la naturaleza humana, aun los buenos pensamientos, las buenas ideas, las buenas intenciones, lo mejor y lo peor de nosotros. Todo eso junto murió en la cruz.

A veces nosotros asociamos la cruz con lo malo. Pero no pensamos lo mismo sobre nuestra naturaleza humana. Aún acariciamos la idea de que hay alguna cosa buena en ella; tenemos algunos buenos pensamientos, algunas buenas ideas. Todo esto ha traído ruina y derrota a la iglesia. No es meramente que el pecado ha traído daño a la iglesia, sino que las buenas ideas, los buenos pensamientos, también han traído ruina y destrucción. Esto es tanto o más peligroso que el pecado mismo en la casa de Dios.

¿Será que nosotros tenemos derecho a crear algo en la casa de Dios según nuestras ideas? Si usted es ingeniero y sabe cómo funciona una empresa, ¿puede traer eso y crear una iglesia que funcione como una empresa?

Usted puede ser el mejor de los gerentes manejando una empresa, pero ese conocimiento no tiene utilidad en la casa de Dios. El problema es que muchas veces pensamos que nuestras ideas, nuestros conceptos, tienen valor aquí. Por eso, la obra de restauración tiene que comenzar con el fin de todo lo que es del hombre. Si no venimos al Señor y aceptamos la obra de la cruz radicalmente en nuestro ser, no estamos en condiciones de restaurar la casa de Dios. Todo el problema de la ruina espiritual en que se encuentra una gran parte de la cristiandad en nuestros días, se debe precisamente a que los hermanos y hermanas no aceptan la obra de la cruz. Por eso tenemos que partir por la cruz.

La Cruz significa plena consagración

«…y ofrecieron sobre él holocaustos a Jehová, holocaustos por la mañana y por la tarde» (Esdras 3:3). En el altar se ofrecían varios tipos de sacrificios: de expiación, por el pecado, etc.; pero aquí particularmente se mencionan los holocaustos y las ofrendas. En Romanos 12:1, Pablo comienza a hablarnos de la edificación de la iglesia: «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional».

Cuando Pablo habla esto, está pensando precisamente en el sacrificio del holocausto. Todos los sacrificios por el pecado tipificaban el sacrificio del Señor Jesucristo sobre la cruz. Por eso no es necesario volver a presentar sacrificios por los pecados, porque el Señor ya presentó de una vez y para siempre un solo sacrificio por los pecados. Pero aquí hay un sacrificio que se puede seguir ofreciendo: este sacrificio vivo que es el holocausto del cual se habla en el Antiguo Testamento.

¿Qué era el holocausto? Ocurría cuando una persona, sin relación con el pecado, quería ofrecerse a sí misma a Dios. Como en el Antiguo Testamento no había forma de hacer eso de manera puramente espiritual, entonces se traía un animal, que representaba al oferente. Ese animal era entregado a los sacerdotes, y ellos lo ponían sobre el altar para ser quemado por completo. Ellos no podían tomar nada de ese sacrificio; podían comer de los otros sacrificios, pero del holocausto no se podía tomar nada. Era una ofrenda exclusiva para el Señor, y se dejaba allí hasta que se consumía por entero.

Cuando Pablo habla de sacrificio vivo, está empezando en el mismo punto donde se comienza en Esdras: la reedificación de la casa. Él está diciendo que para que la casa de Dios, la iglesia, sea edificada, es necesario que cada uno de nosotros se presente a sí mismo, ya no como en el Antiguo Testamento, con un animal para el holocausto, sino con su propio cuerpo como holocausto al Señor, para ser consumido en el altar de Dios.

Si nosotros no nos presentamos con holocausto para que Dios consuma por completo nuestra vida, no podemos edificar la casa de Dios. Dios no tiene siervos de medio tiempo, ni de tres cuartos de tiempo. Si no eres de tiempo completo, no puedes servir al Señor.

Nosotros tenemos una mala costumbre. Esto es parte de lo que necesita ser restaurado. Decimos: ‘Hermano, ¿usted sirve al Señor a tiempo completo?’. Y estamos preguntando si alguien se dedica totalmente al Señor, o si tiene un trabajo secular donde obtiene algún ingreso. Pero en la Escritura no existe el concepto de tiempo completo o tiempo parcial; no existe el concepto de que algunos hermanos se dedican a tiempo completo y otros se dedican parcialmente al Señor, y la mayoría de su tiempo restante lo dedican a otras cosas.

No, hermanos, aquí dice: «…hermanos, os ruego…». No dice: ‘Os ruego, apóstoles; os ruego, ancianos’. ¿Qué dice? ‘Os ruego, hermanos’. Para nosotros se dice esto. La Escritura dice: «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo…». Un holocausto continuo delante de Dios. ¿Hasta cuándo? Hasta que sea completamente consumido. Eso es lo que Pablo tiene en mente.

Ahora, para el Señor, usted no trae un animal. ¿Qué puede ofrecer usted al Señor que él acepte como holocausto? ¿Qué es lo que Dios quiere que usted traiga, según el apóstol Pablo? Su cuerpo. Porque lo que se hace y lo que no se hace en esta tierra, se hace o no se hace con el cuerpo. Esto es básico para que la iglesia se edifique: Usted tiene que estar presente, no sólo ‘en el espíritu’, sino en el cuerpo.

«…que presentéis vuestros cuerpos…», o sea, usted tiene que estar. ¿Sabe lo importante que es que simplemente esté? Estamos hablando de cosas bien sencillas y básicas. ¿Creen que vamos a llegar a la meta, si ni siquiera estamos en el punto de partida? El punto de partida es presentarse al Señor. Tienes que estar. ¿Cuántos hermanos no están hoy día?

El Señor se está moviendo en una cierta dirección en estos días, pero hay hermanos que ni siquiera se dan cuenta de lo que Dios está haciendo, porque nunca están. En la obra de Dios, las cosas de segunda mano no sirven. Si se lo contaron y usted no estuvo, usted se lo perdió. Ah, hermanos, cuántas cosas han pasado, y nosotros no estuvimos allí, simplemente porque no presentamos nuestros cuerpos al Señor. En lo que sea que la iglesia haga, sólo que usted esté, ya es algo para el Señor. Usted no es poca cosa. Todos somos útiles al Señor.

Los que piensan en el Señor

«…que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable al Señor…». Cuando usted está, eso agrada al Señor. El Señor nos toma en cuenta. Pero si usted no está, ¿cómo cree que el Señor lo va a tomar en cuenta? En Malaquías 3:16 dice: «Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre».

Ah, hermano amado, el Señor toma nota de lo que usted piensa y de lo que usted dice. El Señor toma nota cuando usted dice: ‘No voy a ir, es tan aburrido, voy a perder el tiempo’. Pero cuando usted dice: ‘Ven y subamos a la casa del Señor…’, cuando usted dice: ‘Hermano, vamos a tener comunión con los hermanos’, el Señor lo escribe en un libro de memoria para los que piensan en su nombre, los que se acuerdan de él en la mañana y en la noche. El Señor toma nota de ellos y los usa. A veces vemos hermanos llenos de talentos. Y uno dice: ‘Ese hermano sería tan útil al Señor’. Pero no ocurre nada. Y a otro hermano que parece que no tiene ningún talento el Señor lo usa. ¿Cuál es la diferencia? Que unos piensan en el Señor y otros nunca piensan en él. ¿Y qué dice el Señor de aquéllos? «Y serán para mí especial tesoro…».

Cuando el rey Ciro dio el decreto y salió la orden, empezó a correr la voz: ‘Podemos regresar a Jerusalén’. Pero sólo cincuenta mil regresaron. Esos son los que están escritos en el libro de Dios. De los otros no hay registro, ni memoria de ellos. Hasta los salmos que los pocos cantaron llorando por Sion, quedaron escritos. «…allí nos sentábamos y aun llorábamos acordándonos de Sion». Y Dios tomó nota. «Y serán para mí especial tesoro … en el día en que yo actúe».

El Señor va a actuar, y ese día, ellos serán su especial tesoro. «…y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve. Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve». ¿Quién sirve a Dios? El que piensa primero en Dios, y el que ama a su compañero. ‘¡Ven, hermano, ya dieron la orden, podemos volver! Regresemos, vamos a reedificar el templo, volvamos a Jerusalén!’. Pues, ¿Está la casa de Dios en Babilonia? No, ¡en Jerusalén!

¡Había tanto que perder para edificar la casa y tan poco que ganar! La restauración será «…en tiempos angustiosos…». ¿A quién le gusta la angustia? A ninguno de nosotros. Pero, si el precio es esa angustia, ¿qué va a hacer usted? La Escritura dice que los hombres de Nehemías, cuando edificaban los muros, con una mano tenían la espada y con la otra edificaban, y no se sacaron sus ropas de noche ni de día, todo el tiempo, hasta que el muro fue edificado.

Entonces, la reedificación de la casa, primero pide de nosotros el holocausto continuo. Si usted quiere ser parte del ministerio de todos los santos, si quiere servir al Señor, primero preséntese a él. Y no presente una parte, presente todo. Porque él no acepta partes; o es todo, o es nada.

Recuerde siempre, la cruz es el principio que gobierna la restauración y la reedificación de la casa de Dios. Sin cruz, sin holocausto, sin sacrificio, no hay restauración.

Versión editada de un mensaje impartido en Callejones, enero de 2007.