Lecciones básicas sobre la vida cristiana práctica.

¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”.

Stgo. 4:4.

La amistad no es enfatizada en la Biblia

Es curioso que la Biblia no mencione el tema de los amigos en relación con los hijos de Dios, aunque la palabra amigo aparece muchas veces. Se encuentra en Génesis y Proverbios, en Mateo y Lucas. La mayoría de las veces designa a personas fuera de Cristo, y rara vez es utilizada para aludir a amigos en el Señor.

La palabra amigos se usa solo dos veces aludiendo a Pablo, ambas en Hechos: «También algunas de las autoridades de Asia, que eran sus amigos, le enviaron recado, rogándole que no se presentase en el teatro», en Éfeso (Hech. 19:31). Otra, en el camino a Roma: «Julio, tratando humanamente a Pablo, le permitió que fuese a los amigos, para ser atendido por ellos» (Hech. 27:3).

En una tercera referencia del Nuevo Testamento, Juan escribe: «Los amigos te saludan. Saluda tú a los amigos, a cada uno en particular» (3 Juan 15). El hecho de que haya tan pocas referencias a amigos cristianos indica que la Biblia no hace mayor hincapié en este asunto.

¿Por qué la amistad no es destacada en la Biblia? Es porque la palabra de Dios subraya otra relación, la de hermanos y hermanas. Cómo ser hermanos y hermanas en el Señor es de importancia básica y primordial. Esto es lo que realmente necesita ser reforzado, y no el asunto de la amistad.

Las amistades del mundo

Tan pronto como alguien cree en el Señor Jesús, Dios le demanda que renuncie a sus antiguas amistades.

  1. Enemistad con Dios

«La amistad del mundo es enemistad contra Dios» (Stgo. 4:4). El mundo, aquí, significa la gente del mundo. Si queremos ser amigos con la gente mundana porque amamos el mundo, entonces nos hacemos enemigos de Dios. «Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él» (1 Juan 2:15).

  1. Yugo desigual

«No os unáis en yugo desigual con los incrédulos» (2 Cor. 6:14). Muchas personas parecen pensar que esto apunta exclusivamente al matrimonio. Creo que incluye el matrimonio, pero aun más que eso. Comprende todo tipo de relacionamiento entre creyentes y no creyentes.

Hay total incompatibilidad entre cristianos e incrédulos; la unión desigual no es una bendición, sino un dolor. Los cristianos no deben sostener una relación estrecha con los incrédulos, sea en la esfera de la sociedad, los negocios, la amistad o el matrimonio. Los creyentes tienen un estándar, y los no creyentes otro; los creyentes tienen la guía de la fe, pero los otros viven en incredulidad; los creyentes ven todo con los ojos de la fe, y los incrédulos se aferran a su impiedad.

Al intentar conciliar ambas posiciones, el resultado no es bendición, sino dolor. Sus puntos de vista, opiniones, normas morales y juicios son tan diferentes a los nuestros que existe un forcejeo en dos direcciones. Poner estos dos bajo un yugo romperá el yugo o hará que el creyente siga al impío.

  1. La influencia de las malas conversaciones

«No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres» (1 Cor. 15:33). La expresión «malas conversaciones» se refiere a comunicaciones inadecuadas, mientras que la palabra «corromper» tiene su origen en la idea de la madera dañada por gusanos.

«Buenas costumbres» en términos más simples es «buenos modales». Las comunicaciones inapropiadas corrompen a las personas. Al principio tú eras un cristiano piadoso, pero, cuando estás en compañía de amigos incrédulos, empiezas a bromear y a reír, e incluso llegas a aceptar expresiones impropias. Luego dejas de lado tu autocontrol y, tratando de agradarles, apruebas su relajación.

Las malas comunicaciones corrompen los buenos modales. Estos dos son opuestos; uno es malo y el otro es bueno. El mal corrompe al bien, y alterará la vida del Señor en los creyentes. Ellos deben ocupar tiempo cultivando buenos hábitos delante del Señor, deben aprender a controlarse a sí mismos y a ejercitarse gradualmente para la piedad.

Un nuevo tipo de amistad en la iglesia

Es necesario enseñar a los creyentes nuevos que, una vez que han sido salvos, deben tener especial cuidado con el tema de las amistades. Deben cambiar a sus amigos, y contarles a sus antiguas relaciones lo que les ha ocurrido. Aunque aún pueden mantener algún tipo de contacto, definitivamente no deberían proseguir con aquella relación. Más bien, deben aprender a ser hermanos y hermanas en la iglesia, sustituyendo a sus antiguos conocidos por los hermanos en la iglesia.

No debemos ser extremos. No aborrecemos a los incrédulos ni los despreciamos; pero ahora nos comunicamos con ellos en un terreno diferente, aprendiendo a darles testimonio y a traerlos al Señor.

Cristo, amigo de los pecadores

El Señor Jesús es amigo de los pecadores. Si él se hubiese aferrado a su condición divina, no podría haberse convertido en amigo de los pecadores. Se hizo amigo de ellos porque él dejó su posición exaltada. De otra manera, aunque podía ser un Salvador, pero no podría ser un amigo. Es importante visualizar lo que significa que Cristo sea un amigo.

El Señor y el pecado son irreconciliables. Él es el Juez, y nosotros somos los juzgados; él es el Salvador, y nosotros somos los salvados. Pero él puso todo esto a un lado para llegar a ser «amigo de los pecadores». Así lo llamó la gente. Como amigo, él puede guiarnos a aceptarlo como nuestro Salvador.

Los amigos del apóstol Juan

Creo que después de que un hijo de Dios ha sido un hermano durante un tiempo suficiente y ha llegado a un conocimiento más profundo en el Señor, puede llegar a cultivar la amistad con algunos en la iglesia. Esto indica que ha trascendido una posición formal. Esto es distintivo de la tercera carta de Juan.

Esta carta fue escrita cuando el apóstol era muy anciano, probablemente unos treinta años después del martirio de Pablo. Ya hacía tiempo que Pedro había muerto, y el resto de los doce apóstoles también habían partido. Él escribió, no como un apóstol, sino como un anciano (v. 1).

Juan era realmente de avanzada edad. Me gusta su tercera epístola. Es muy diferente de las anteriores. En 1 Juan, él decía: «Padres… jóvenes… hijitos», como si les hablara formalmente. Pero en el último versículo de Juan 3, él estaba en una posición muy especial. Pronto abandonaría este mundo. Era muy anciano, tal vez en la década de los noventa. Él había conocido tanto al Señor y había caminado tan lejos con él que, al escribir esta carta, en lugar de llamarlos hermanos, hermanas, hijitos, jóvenes o padres, les dice: «Los amigos te saludan. Saluda tú a los amigos, a cada uno en particular».

¿Puedes saborear esto? Si puedes entrar en el espíritu de ello, entenderás su significado. De lo contrario, no lo verás. Aquí estaba un hombre que era tan viejo que había sobrevivido a todos sus amigos. Pero él podía aún decir: «Los amigos te saludan. Saluda tú a los amigos, a cada uno en particular».

Cuán rico era él. Había llegado a la cima. Durante muchos años había seguido al Señor y había percibido muchas cosas. Ahora él estaba tan lleno de años que podría muy bien dar unas palmaditas en la cabeza de un hombre de sesenta o setenta años de edad y llamarlo: «Hijito». Pero él no hizo eso. En cambio, dice: «Mi amigo». La posición formal fue olvidada. Él hablaba desde una posición de exaltación y así podía levantar a otros. Así como el Señor se convirtió en amigo de los pecadores, así como Dios hizo a Abraham su amigo, así trata Juan a estos niños, jóvenes y padres – como amigos.

Como hermanos

Algún día los jóvenes en la iglesia podrán llegar a un lugar muy alto. Pero hoy deben aprender a permanecer en el lugar de hermanos. El asunto de la amistad en la iglesia ocupa un nivel muy elevado. Algún día, cuando seas muy maduro, podrás hacer que los hijitos sean tus amigos. Para entonces ya los habrás superado en espiritualidad, y podrás exaltarlos como amigos. Hasta que llegue aquel día, sin embargo, lo que enfatiza la iglesia no es a los amigos sino a los hermanos y hermanas.

Traducido de Spiritual Exercise, cap. 35.