Pues la ley produce ira … Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer…».

– Rom. 4:15; 15:13.

La ley produce ira. Este es un asombroso «subproducto» de la ley, aparte de otros muchos que Pablo enumera en Romanos, como el conocimiento del pecado (3:20), la propagación del pecado (5:20), el revivir del pecado (7:9), etc.

¿Cómo es que la ley produce ira? La forma como opera la ley puede resumirse en estas palabras de Pablo en Gálatas: «El que hiciere estas cosas vivirá por ellas» (3:12). Ahora, hacer «estas cosas» no es poca cosa. Millones de israelitas lo intentaron durante largos siglos (y tal vez lo siguen intentando aún), y nunca lo han conseguido. A ellos se han añadido otros, que sin ser israelitas pretenden serlo, y tampoco lo han conseguido. ¿Cuál será, entonces, la única reacción posible ante la impotencia y el fracaso de no poder cumplir? ¿Cuál será la triste reacción al no poder erguirse delante de Dios con la satisfacción de la tarea cumplida?

La ley produce ira. Y de esto nos muestra un botón el mismísimo Moisés en aquel episodio de las aguas de Meriba (Núm. 20). El hombre más manso que pisaba la tierra (Núm. 12:3), no pudo evitar caer en la ira, porque él mismo estaba bajo la ley. Él vio con desazón que el pueblo era incrédulo y reaccionó con celo. Sin embargo, su celo no era mejor que la incredulidad del pueblo, porque no supo santificar a Dios. La ira de Moisés en aquel episodio fue profética de la ira que habría de producir la ley en todos los demás.

¿Por qué hay tantos cristianos malhumorados? No es un asunto solo de carácter, sino de incredulidad. Ellos han abandonado el ejercicio de la fe, y por tanto, la paz y el gozo que Pablo desea para los romanos (15:13) se ha esfumado. Ellos se miran a sí mismos y se sumen en la impotencia. Intentan agradar a Dios y fracasan. No entienden por qué, si ellos no creen ser tan malos como los demás, no pueden ser tan buenos como Dios quiere. Y entonces surge la ira. Los arrebatos se suceden unos tras otros, y contra todos. El corazón está turbado. La ley ha cumplido su misión.

El objetivo de la ley es mostrarnos lo malos que somos, y lo mal que estamos, para que nos refugiemos en la gracia de Dios en Cristo mediante la fe. Cuando le creemos a Dios, y nos sabemos justificados por la fe, santificados por la fe y libres de la ley por la fe, entonces sube la alabanza como un incienso grato a Dios. De nuestro corazón ha desaparecido la ira, y en su lugar hay ahora gozo y paz abundantes.

Por eso Pablo, casi al terminar su epístola, desea para los hermanos de Roma, que «el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer» (15:13). Esto es la consecuencia natural del oír con fe, es decir, de creer, la exposición anterior de Pablo tocante al evangelio.

El escritor de Hebreos nos dice que Israel no pudo entrar en el reposo por incredulidad. A ellos «no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron» (4:2). ¿Qué es el reposo, sino el estado de paz y gozo en el corazón cuando nos apropiamos de lo que Dios nos ofrece gratuitamente en Cristo, por la fe? El reposo es el producto de ver la suficiencia de Cristo para todas nuestras necesidades, y de saber que mediante la fe –y no mediante las obras– es como agradamos a Dios.

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