«… no hay otro como él en la tierra…».

– Job 1:8.

Todo lo que fue registrado en las Escrituras es para nuestra enseñanza (Rom. 15:4), y nunca podemos olvidarnos que ellas testifican de Jesucristo, para que yendo a él tengamos vida (Jn. 5:39-40).

Es interesante como al principio siempre vemos al hombre, y después el Espíritu nos lleva a ver a Cristo. El libro de Job fue puesto en las Escrituras por algo muy importante para la vida cristiana. Job era un hombre especial, un hijo de Dios, íntegro, recto, temeroso de Dios y apartado del mal (v. 8). Un hombre protegido por Dios de todos los lados; bendecido en todo lo que ponía las manos y sus bienes se multiplicaban sobre la tierra (v. 10).

Job era un creyente con un testimonio intocable, amado por sus amigos, un hombre que se ponía en la entrada de la ciudad, donde se reunían los ancianos, y los príncipes oían sus palabras. Un creyente que libraba al miserable que clamaba y al huérfano que no tenía quien lo socorriese. Un creyente que era un canal de las bendiciones de Dios para otros y que daba alegría al corazón de la viuda (Job 29).

¿Por qué un hombre con un testimonio como éste fue entregado a Satanás? Recordemos que fue Dios quien llamó la atención de Satanás y que le permitió tocarlo en todo, menos en la vida de Job (Job 2:6). En el capítulo 42 Job reconoce que Dios tuvo un propósito bendito en todo lo que permitió que le aconteciese; que él hablaba de lo que no conocía, y que con eso encubría el consejo de Dios a los otros; que el propósito de Dios no podría ser impedido, y proclamó un arrepentimiento genuino. ¿Pero dónde está la clave de todo? ¿Cuál es el propósito de Dios que no puede ser impedido?

Dios entregó a Job a Satanás para destruir su testimonio. Todos admiraban a Job, lo miraban a él y se reflejaban en él. Job era el referencial y no Cristo. Job no podría hacer vano todo el propósito de Dios para el hombre: reflejar a Cristo. El Señor no quiere de nosotros el testimonio de un súper cristiano o de un súper creyente, sino de Cristo mismo. No quiere que nosotros seamos vistos y reconocidos en la tierra, sino Cristo. Si nos estamos expresando a nosotros mismos como excelentes cristianos, estamos prontos a ser entregados a Satanás. El apóstol Pablo reconoció esto cuando le fue enviado un aguijón en la carne.

Desde su arrepentimiento, Job empezó a expresar a Cristo volviéndose intercesor de sus amigos. Después pudo expresar el reino de Cristo, cuando Dios le duplicó lo que antes poseía, como Jesús enseña en la parábola de los talentos. Todo después del arrepentimiento expresa a Cristo, da testimonio de Cristo y no más de Job. El testimonio de aquel gran hombre terminó en polvo y ceniza, y el nuestro también tiene que terminar así.

Cualquier cosa para el testimonio y para la edificación de la vida cristiana tiene que venir del propio Cristo. Porque de él, y por él y para él son todas las cosas, a él sea gloria eternamente.

242