Te ruego que me dejes ir al campo, y recogeré espigas».

Rut 2:2.

Abatido y turbado cristiano, ven y espiga hoy en el amplio campo de la promesa. Aquí abundan las preciosas promesas, que satisfacen precisamente tus necesidades. Considera ésta: «La caña cascada no quebrará, y el pábilo que humea no apagará». ¿No se adapta eso a tu caso?». Una caña desvalida, insignificante y débil; una caña cascada, de la cual no sale música, y que es más débil que la misma debilidad. Aunque tú seas una caña cascada, él no te quebrará, sino que te restaurará y fortalecerá. Tú eres semejante al pábilo que humea; ni luz ni calor proceden de ti; sin embargo, no te apagará. Soplará con su suave aliento de misericordia hasta transformarte en una llama.

¿Quieres recoger otra espiga? «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar». ¡Qué suaves palabras! Tu corazón es delicado, y el Maestro lo conoce; es por eso que te habla tan suavemente. ¿No quieres obedecerlo y venir a él ahora mismo?

Toma otra espiga de grano: «No temas, gusano de Jacob, yo te socorreré, dice Jehová y tu Redentor, el Santo de Israel». ¿Cómo puedes temer, teniendo una seguridad tan admirable como ésta?

Tú puedes recoger diez mil espigas de oro como ésta: «Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como a niebla tus pecados». «Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana». «El Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiere, tome del agua de la vida de balde».

El campo de nuestro Maestro es muy rico; he aquí los manojos. ¡Mira, están delante de ti, tímido creyente! Júntalos, aprópiatelos, pues Jesús te ordena tomarlos. «No temas, cree solamente». Toma estas dulces promesas, desgránalas con la meditación, y aliméntate de ellas con gozo.