El Evangelio de Juan usa –en el griego– una palabra muy interesante referida al Señor Jesús que no ha sido debidamente traducida al español. Esta palabra está en el capítulo 1, versículo 14: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad». «Habitó» significa aquí «fijó tabernáculo», o, para usar una sola palabra, «tabernaculizó».

¿Por qué Juan utiliza esta palabra tan extraña, difícil de traducir? De hecho ningún traductor la ha utilizado. La razón es muy simple: Juan nos está llamando la atención hacia el tabernáculo en el desierto, pues el Señor Jesús es el verdadero tabernáculo de Dios con los hombres. Él dio cumplimiento a la figura del tabernáculo levantado por Moisés, de manera que al revisar los diferentes aspectos de aquél, tenemos que tener siempre en cuenta a quién apunta, y de quién nos habla.

Dios le dijo a Moisés: «Harán un santuario para mí» (Éx. 25:8). De la misma manera, Dios demandó a María que ofreciera su vientre para que, desde allí, pudiera levantar un tabernáculo para Sí en Jesucristo. Por eso cuando el Señor dijo:«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Jn. 2:19) se estaba refiriendo a esta «construcción» hecha por el Espíritu Santo en el vientre de María, es decir, al «templo de su cuerpo» (v. 21).

La doble naturaleza del Señor Jesucristo –divina y humana– está muy bien representada en el tabernáculo. Tanto en el color de las cortinas: azul, su divinidad; rojo, su humanidad; púrpura, la síntesis de su doble naturaleza divina y humana. Asimismo, gran parte del mobiliario tiene la doble naturaleza implícita en la madera y el oro. La madera, la humanidad; el oro, la divinidad. Todo el tabernáculo es un anuncio, no solo de su naturaleza, sino también de su obra.

De la misma manera como el tabernáculo tenía tres ambientes, el atrio, el Lugar Santo, y el Lugar Santísimo, así también la naturaleza del Señor –y la de todo cristiano– es tripartita: cuerpo, alma y espíritu. En el Señor estaba personificado el tabernáculo, con todo su simbolismo realizado a la perfección.

Dios pidió a Moisés que le levantaran un tabernáculo, pues él quiso habitar en medio de su pueblo. Bajó de su excelsa gloria, para estar cerca de los hombres. Así también en Cristo, Dios estaba salvando la mayor distancia –no solo física, sino moral– para venir a habitar entre los hombres: «Emanuel, Dios con nosotros». Dios se acercó al hombre, y proveyó un medio para que el hombre pudiese acercarse a Dios. (De ahí el nombre de «tabernáculo de reunión»). Había allí una amplia puerta para todo aquel que necesitara acercarse a Dios.

Cuando el tabernáculo estuvo en pie, Dios habló desde allí a Moisés. Antes había hablado desde el Monte; ahora hablaba desde el tabernáculo (Lev. 1:1). ¡Qué cercano y asequible! En Cristo, Dios ha descendido y podemos tocarle; Dios ha venido y podemos oírle. Más adelante hallaremos que el tabernáculo también representa a la iglesia, pero el punto primario y principal del que nos habla es de nuestro Señor Jesucristo.

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