El libro de Hebreos nos habla de la gloria y preeminencia de Cristo. Todo aquello que en el Antiguo Testamento era figura, hoy es realidad espiritual para los hijos de Dios. Este libro nos enseña que Jesús es el Apóstol y sumo sacerdote de nuestra confesión (Heb. 3.1). Las figuras de Moisés y el tabernáculo nos hablan del ministerio actual de nuestro sumo sacerdote, Jesús, y de la casa de Dios, la cual somos nosotros (Heb. 3.6).

Hebreos capítulo 8 nos habla del ministerio de este Sumo sacerdote sobre su propia Casa, no hecha por manos de hombre. El capítulo 9 habla de las cuatro piezas que había en el tabernáculo de Moisés, que eran una parábola para el tiempo presente (Heb. 9.9). Este tabernáculo celestial fue levantado por Dios, donde Jesús fue la propia ofrenda, sacrificado fuera de la puerta, esto es, aquí en la tierra. Después, entró él mismo en el Lugar Santísimo, es decir, el cielo, con su propia sangre, obteniendo una eterna redención (9.11-12).

Este tabernáculo, por lo tanto, toca el cielo y la tierra. Ahora somos invitados a entrar confiadamente en este santuario, a la presencia de Dios mismo, por el camino nuevo que el Señor abrió por su carne. El velo de su carne fue rasgado, y su sangre fue derramada. Cuando creemos, nuestra conciencia es purificada y recibimos vestiduras blancas; por esto, somos llamados a entrar en plena certeza de fe.

También somos llamados a ejercer allí nuestras funciones sacerdotales, nuestro servicio santo, de la misma manera que se hacía en aquel tabernáculo (Heb. 9.1). De esto nos hablan las cuatro piezas principales que había en el tabernáculo: el altar de bronce, el candelabro de oro, la mesa de los panes y el altar de oro.

Es verdad que en el tabernáculo terrestre había muchos sacrificios y servicios, mas todos ellos eran sombras de los bienes futuros. Ahora los sacrificios son espirituales. Entonces, ¿qué significan para nosotros aquellas cuatro piezas? Hechos 2.42 nos ayuda a entenderlo: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”.

Ahora, la iglesia del Dios vivo, la casa espiritual a la cual somos invitados a entrar y vivir, debe perseverar en ministrar estas cuatro cosas: la doctrina de los apóstoles, representada por el candelero de oro; la comunión, representada por la mesa de los panes; el partimiento del pan, representado por el altar de bronce, y las oraciones, representadas por el altar de oro.

Allí eran figuras, pero hoy son realidades espirituales a ser disfrutadas y ministradas, porque para esto hemos sido edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo.

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