El sentido de la autoridad y la obediencia.

El reino de Dios o el reino de los cielos, son expresiones que apuntan a una misma realidad. Mateo habla del reino de los cielos porque así evita usar el nombre de Dios, cosa que era muy delicada para los judíos – a quienes Mateo escribe su evangelio. En cambio, Marcos y Lucas hablan del reino de Dios. Pero no hay diferencia entre ambas expresiones.

El reino de los cielos en la predicación de Juan el Bautista

El reino de los cielos es anunciado por Juan el Bautista primero y luego por Jesús mismo (Mateo 3:2 y 4:17). El bautismo de Juan, fue el sello o la respuesta de los que obedecían a su mensaje de arrepentimiento; esto equivalía a decir: «Dios tiene razón; él no se ha equivocado en sus designios respecto de nosotros; debemos bautizarnos en señal de arrepentimiento para con Dios. Yo soy pecador, he vivido separado de Dios, no haciendo su voluntad, debo cambiar de actitud para con Dios y vivir como se vive en el reino de los cielos, donde todos obedecen a Dios; viviendo para mí estoy mal; en el agua, allí sumergido, diré a Dios, a mi pueblo y a mi propia conciencia, que voy a morir para el pasado pecaminoso y que voy a empezar una nueva vida cerca de Dios, considerándolo en todos mis caminos. Ahora que se acerca el reino en el Mesías ¡Qué vergüenza da, haber vivido en desobediencia a Dios! Desde ahora quiero enmendar mi camino siendo obediente a la Palabra de Dios». En síntesis, esta debió ser la respuesta del pueblo que creyó al mensaje de Juan el Bautista: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado».

Este anuncio, implicaba la venida del Mesías. Esta esperanza en Israel estaba implicada con la política contingente: La necesidad de ser libres del yugo romano y ubicarse a la cabeza de las naciones. Esto estaba en la mente del pueblo, pero, no en Dios, ni en el Mesías. La gente de Israel estaba llena de orgullo, insensible al pecado, viviendo lejos de Dios; Juan el Bautista viene como precursor del Mesías a «preparar el camino del Señor y a enderezar sus sendas» (Mateo 3:3) Antes de reinar políticamente sobre la tierra, era necesario reinar espiritualmente en el corazón de los hombres, para lo cual, primero había que efectuar la redención por el sacrificio de Cristo y la renovación del corazón por el Espíritu Santo. Los discípulos no lo entienden así. Por eso, hasta el último momento están preguntando: «¿Cuándo restaurarás el reino?» (Hechos 1:6).

Puede ser que Juan haya encontrado tropiezo en el Señor Jesús, como para creer que era el Mesías verdaderamente, ya que cuando está en la cárcel, envía mensajeros a Jesús, para preguntarle: «Eres tú aquel que había de venir o esperaremos a otro?». Jesús respondió: «Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí» (Mateo 11:3, 6). Podemos comprender la debilidad de Juan; él no entiende cómo es que el Mesías siendo el salvador y libertador de Israel, no haga algo por él que está preso. Jesús da un excelente testimonio de Juan invitando a los israelitas a recibir a Juan como «el Elías que había de venir» (Mateo 11:14). Juan ha sido el hombre más austero, fiel, y consecuente con su ministerio, pero él sabía que «es necesario que él crezca y que yo mengüe» (Juan 3:30).

Predicación del reino de Dios por el Señor Jesucristo

El Señor Jesucristo ratificó el mensaje de Juan el Bautista, colocando el énfasis en un reino espiritual, sobre el corazón del hombre, pues el mayor de todos los males es la rebelión del corazón contra Dios, esa independencia del alma del hombre, al vivir sin Dios, ‘por las suyas’, ensimismado, enajenado del cielo.

El hacha que había puesto Juan en la raíz de los árboles, era lo que Jesús continuó haciendo por la Palabra del Evangelio, la cual pone al descubierto la necesidad de apartarse del pecado y experimentar un cambio de vida. El vivir con Cristo nos torna sumisos, obedientes, humildes y mansos; si esto es así, es porque el Señor del reino de los cielos ha bajado a la tierra, está aquí y ha traído al corazón de los hombres, el estilo de vida del reino de los cielos, donde todos obedecen.

El hacha, por un lado, fue su doctrina, la que el Padre le dio para que la impartiera. Su palabra ponía en evidencia la oscuridad del alma de los hombres, descolocaba las tradiciones en que estaba anquilosada la sociedad, cortaba la tiranía de los prejuicios; su justicia era mayor que la de los escribas y fariseos; el vino nuevo de la palabra del reino rompía los odres viejos de la religión de Israel.

Por otro lado, el hacha es la obra de la cruz, donde la raza de Adán fue crucificada; allí terminó el viejo hombre y la antigua creación; allí fue talada la raza de Adán.

El reino de los cielos antes de la creación del mundo

En el reino, allá en los cielos, un ser angelical, el jefe de aquellas huestes se había rebelado creando un amotinamiento en contra de la autoridad de Dios; queriendo éste, ser superior a Dios mismo (Isaías 14:12-15; Ezequiel 28:12-19). Una gran parte de los ángeles le siguió en la rebelión, abandonando su hogar celestial.

Lo más probable es que Judas 6-7 se refiere a ellos. «Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada… como Sodoma y Gomorra… las cuales de la misma manera que aquellos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza». Estos son conocidos como: «Los ángeles caídos» (2ª Pedro 2:4; 1ª Corintios 6:3). Están reservados para ser condenados eternamente por su pecado y rebelión. «Vicios contra naturaleza»: Esto es, contrario a la naturaleza del reino. Vivir centrados en el ego, actuar independiente de la autoridad de Dios, rebelarse contra los designios de Dios, es contra naturaleza; respecto de cuyo propósito fueron creados los ángeles. Fueron creados para obedecer, y es contra su propia naturaleza que desobedezcan.

El reino de los cielos es un reino de autoridad. Dios está sentado en su trono. Él reina desde la eternidad y hasta la eternidad. Él es el Principio y el Fin. Él es soberano, suficiente, omnipotente, omnisciente y omnipresente. Él es Santo. Su santidad no es una virtud, sino la suma de todas sus virtudes. La criatura más cercana a Dios era Luzbel, el ángel principal, y con él toda la hueste angelical, rindiendo un servicio de alabanza ante el trono de Dios. Aunque Dios es autoridad, no la impone; él espera que todos obedezcan de suyo, voluntariamente y por amor. Los ángeles, igual que los hombres, no son máquinas predeterminadas por Dios para rendir un servicio mecánico. Dios es Espíritu y los que le adoran han de hacerlo en Espíritu. Sus designios expresan su voluntad y él espera que todos estén de acuerdo con él y obedezcan, porque hacen suyo lo que Dios piensa y anhela. Dios iba a hacer una obra maestra en el futuro y lo comunica a su creación. Pero sus criaturas se rebelan contra Dios, presentando resistencia a lo que Dios desea realizar.

La obra maestra de Dios es la creación del hombre. En la Deidad, se decidió la puesta en marcha del proyecto más grandioso que jamás mente alguna haya concebido, excepto Dios. Dios encarnado, Emanuel, Dios con nosotros, Dios contenido en el hombre y el hombre siendo la expresión de Dios. El Dios invisible se haría visible; llevaría la imagen del Hombre por el resto de la eternidad; plasmaría la imagen y semejanza de Dios en la criatura humana, compartiría con el hombre su reino, su vida, su gloria y la expansión del universo.

Dios invitó a los ángeles para alegrarse en este proyecto, pero ¿qué aconteció? Al ángel principal no le pareció bien; se halló maldad en su corazón, y aquí comienza el mal, aquí se origina el mal. Dios no es autor del mal, la criatura que Dios había hecho para su alabanza y servicio se rebela contra lo que Dios quiere hacer. Juzga que lo que Dios hará es injusto; piensa que él sólo debe servir a Dios, a uno que es superior, pero servir a los hombres en el futuro, lo estima como una rebaja insoportable, y se llena de envidia y celos.

Considera que el servir es algo de poca monta, y con esto menosprecia una cualidad del carácter de Dios, pues Cristo –quien es la imagen de Dios– nos mostró esta cualidad del servir como una de las virtudes constituyentes de Dios. Jesús mismo, siendo Dios, lavó los pies de sus discípulos. El servicio, es un rasgo del carácter de Dios y él quiere que los hombres y los ángeles tengan este rasgo de su carácter.

Luzbel se rebela contra Dios, menospreciando esta cualidad. Entonces decide amotinar a los que eran sus compañeros de servicio. Éstos le compran sus contrataciones – esto era parte de su actividad en el reino, era un administrador al servicio del Rey y estaba acostumbrado a realizar contrataciones en los lugares de la creación que estaban a su cuidado. Un tercio de la hueste angelical lo siguió en su locura, el resto, permaneció fiel a Dios hasta el día de hoy.

Satanás, Diablo, Adversario, Enemigo de Dios, Belcebú (rey de las moscas) Dragón, Serpiente Antigua, son algunos de los nombres con que se conoce al ángel caído. No contento con rebelarse y arrastrar a algunos de sus congéneres, éste se rebela contra Dios y su trono, queriendo ser superior a Dios para quedarse con el reino.

Pretende subir por encima de Dios, tomar el poder, hacer a un lado a Dios, despojarlo y robarle, y matarle. Dios, que es la cabeza del universo, desde su trono, no hace nada por defenderse, porque el creador no contiende con la criatura. Dios tiene poder para hacer desaparecer al rebelde, pero su ética, su naturaleza ética no se lo permite. Entonces deja que otro lo defienda, en este caso, Cristo, a quien confiere y delega toda autoridad en el cielo y en la tierra, para que ejecute todo juicio de la mano de Dios, para que reivindique, restaure y ordene el caos producido por la criatura. Lo constituye cabeza del cielo y de la tierra, y ordena que todas las cosas se resuman en él.

Destituido del reino, Satanás, es enviado a la tierra, donde Dios tiene pensado realizar su obra maestra: La creación del hombre a su imagen y semejanza. Todo se decide en aquel consejo anticipado y determinado por la Deidad.

En Génesis 1:2, tenemos que «la tierra se volvió desordenada y vacía». Si se volvió así, es porque primero estaba ordenada. De acuerdo a una antigua tradición judía, Satanás era el lugarteniente de la tierra; este era el lugar de su jurisdicción; así, después de la caída en el reino de los cielos, hace estragos aquí en la tierra, indignado y frustrado, desordena todo lo creado por Dios. La creación de los seis días de Génesis es una restauración de aquella primera creación de Dios. Cuando el hombre es creado, Satanás ya estaba aquí.

El Adversario provoca un caos en la tierra, entonces aquella creación se desordena. Se desproporciona el tamaño de las criaturas, aerolitos caen a la tierra provocando el exterminio de aquella creación. Son juicios de Dios que caen sobre aquella creación de las grandes bestias, las que también, seguramente fueron contaminadas con la caída del ángel principal.

El plan de Dios para reivindicar su autoridad

Es en este escenario, la tierra, donde Dios pone al primer Adán para reinar sobre todo lo creado, incluyendo al «…animal que se arrastra» (Génesis 1:25). Dios quiere utilizar al hombre, para proporcionar a Satanás el juicio y el castigo por su rebelión. Sabemos que el hombre le falló a Dios, cayendo en el engaño de la contratación del diablo, cuando éste calumnió a Dios, diciéndole a Eva: «No moriréis… sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios , sabiendo el bien y el mal» (Génesis 3:5). El pecado del hombre fue admitir la palabra del diablo en desmedro de la Palabra de Dios. Esto fue un adulterio «espiritual», una concomitancia del alma humana con Satanás. El enemigo está atento; algo sabe de lo que Dios pretende hacer, sabe que este proyecto lo dejará fuera a él. Su celo y odio es tan grande que quiere destruir todo lo que venga de Dios.

Ha logrado estorbar la obra de Dios, pero no sabe todo los detalles del plan, sólo algunas cosas generales. Piensa que ha vencido, que ha derrotado a Dios, que se ha interpuesto entre Dios y su obra, pero no sabe que Dios tiene un plan con el que restaurará todas las cosas. El plan es el postrer Adán, Cristo el Señor, el segundo hombre. El primero falló, pero Cristo vino para recuperar el reino al Dios y Padre.

Al respecto, Pablo dice: «Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria» (1ª Corintios 2:7-8). Si Satanás y sus emisarios hubiesen conocido completamente el plan de Dios, nunca habrían crucificado a Cristo. Dios reservó este plan en términos de un misterio.

El hombre fue puesto para reinar sobre toda la tierra: «Todo lo pusiste debajo de sus pies» (Salmo 8). El Salmo 8 no contempla la caída del hombre –no se dice nada respecto de pecado alguno– y esto es porque se canta al hombre creado según el propósito de Dios, el cual fue que reinase sobre todo lo creado.

Como el hombre pecó, se convirtió en esclavo de Satanás y así se perdió el reino sobre lo creado. Pero el Hijo de Dios vino a deshacer las obras del diablo. Ahora él es el hombre del salmo 8, sin caída, perfecto, sin mancha, en el cual se cumple el propósito de Dios. Es por esto que el Hijo de Dios se llama a sí mismo como el Hijo del Hombre, pues tenía suma importancia en el plan de Dios que la obra encomendada por el Padre la realizara como hombre y no como Dios. En este punto debía someterse a Dios en obediencia y ser probado en ella, pues el Hijo siempre había obedecido al Padre participando de la Deidad; pero ahora, como hombre, ha de aprender la obediencia (Hebreos 5:8), ya que precisamente la obra del diablo se caracterizó por la desobediencia.

Jesús: Vencedor por la obediencia como Hombre

En el reino de los cielos, todos obedecen y hacen la voluntad de nuestro Padre (Mateo 6:10) Es por eso que Jesús, como hombre, se mostró obediente en todo. Esto lo vemos en la tentación en el desierto, donde Jesús fue tentado por el diablo a reaccionar como Dios, pero las tres veces que fue tentado por el diablo, Jesús responde como hombre. El diablo dice: «Si eres el Hijo de Dios..»; Jesús dice: «No sólo de pan vive el hombre…». El diablo dice la segunda vez: «A ti te daré toda esta potestad… si postrado me adorares…»; Jesús dice: «Al Señor tu Dios adorarás…». Con esto le está diciendo: “Yo estoy aquí como hombre, y como tal, me postro sólo ante Dios”.

Por tercera vez el diablo tienta para provocar la naturaleza divina del Hijo de Dios: “Si eres Hijo de Dios…”; Jesús dice: «No tentarás al Señor tu Dios…»; es decir, “Estoy aquí como hombre y, como tal, no voy a tentar al Señor mi Dios (Lucas 4:1-13); está claro, Satanás, que tú eres apenas una criatura”. Era vital que el diablo fuese vencido por una criatura (no que Jesús sea una criatura, sino como hombre nacido de mujer), y no por Dios, el creador. El primer hombre falló, pero el Segundo Hombre venció y vindicó a toda la humanidad, siendo nuestro representante en la gestión de gobierno sobre la criatura rebelde. Toda la obra que Cristo hizo, la llevó a cabo como hombre por el poder del Espíritu Santo, desde su nacimiento hasta la resurrección y exaltación a los cielos.

La tentación de Satanás al Señor Jesús, consistió en hacer que éste respondiera con su naturaleza divina. La tentación que hoy nos hace Satanás a los creyentes, consiste en hacernos reaccionar como hombres, sólo con nuestras fuerzas y habilidades. La victoria de Jesús fue responderle siempre como hombre; pero nosotros hemos de responder como hijos de Dios, revestidos de la gracia divina.