EVANGELIO

El Señor Jesucristo vence al enemigo y da libertad y salvación a todos los que se acogen a su victoria.

Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar».

– Gén. 3:15.

Miramos a nuestro alrededor y vemos un mundo lleno de pecado. Miramos dentro de nosotros mismos y vemos corazones llenos de la misma plaga. Es un hecho terrible, y ansiosamente preguntamos cómo el mal ha podido adquirir tal dominio. Solo la Palabra de Dios puede darnos la respuesta: alguien, en forma de serpiente, engañó a nuestros primeros padres y, cautivándolos, cambió su naturaleza.

Pero, ¿quién es esta serpiente? Más adelante aprendemos que se trata del diablo, quien se disfrazó de esa manera para poder engañar. No se cierra la Biblia sin antes dejar esta verdad fuera de dudas. Dos veces se dice: «La serpiente antigua, que es el diablo y Satanás» (Apoc. 12:9; 20:2). La causa, pues, de que nazcamos y vivamos en pecado, es el diablo.

Él obtuvo primeramente el poder sobre nuestra raza mediante el engaño, y continúa este dominio engañando todavía. Sus principales maquinaciones tienden a cegarnos tanto en lo que respecta a él como en aquello que se refiere al gran Libertador. Estoy seguro de esto, pues veo a muchos creyentes cuyos días transcurren sin dedicar un solo pensamiento al adversario que, siempre cercano, busca su miseria.

Hay quienes oyen hablar del diablo, y hasta quizá ellos mismos hablan de él, pero lo hacen como si se tratara de un nombre vano, y no de un poder maligno y terriblemente eficaz. Lector, si éste es tu caso, considera estas palabras. Humildemente, te insto a que prosigas la lectura que, por la gracia de Dios, puede alumbrar tu oscuridad y puede liberar tu alma cautiva.

La naturaleza del diablo

Considera la naturaleza del diablo. Sus mismos títulos la ponen de manifiesto. Es el príncipe de este mundo (Juan 12:31). Su imperio es mundial. Todos los millones nacidos de nuestra raza humana, sin excepción, vinieron al mundo como sus esclavos. Nacieron a la vida con estas cadenas alrededor de sus manos, y con el trono del maligno erigido en sus corazones. ¿Pueden obtener la libertad por sí mismos? No. Sus guardianes son muchos, y sus grilletes demasiado fuertes.

Pero, ¿es que acaso ellos desean la libertad? No; al contrario, son servidores del maligno por su propia voluntad. Jesús afirma: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer» (Juan 8:44).

Es el dios de este mundo (2ª Cor. 4:4). Levanta los ídolos de la fama, el placer o el dinero, y los hombres se inclinan y los adoran. Abre sus templos, los adorna con toda suerte de ornamentos, y allí ministra la halagadora copa del error, y las multitudes acuden para aprender su credo.

Es el dirigente de innumerables ejércitos. No hay un solo lugar en el mundo, ni un solo hogar, que él no haya visitado. ¿Queremos huir? Nos acorrala. ¿Buscamos la soledad? Nos sigue. En las cortes de Dios, y en las asambleas de las multitudes, sus vasallos hormiguean alrededor nuestro. Leemos de alguien que estaba invadido por una legión de ellos. ¡Cuán vasto debe ser, pues, todo el ejército en conjunto!

En un sentido podemos decir que la ubicuidad le pertenece, ya que no hay sitio en que no se halle algún emisario suyo. También podemos decir que tiene omnisciencia, porque nada ocurre sin que algún oído suyo se entere. Observa todas nuestras acciones; oye todas nuestras palabras.

Es espíritu (Efesios 2:2). Como tal, tiene fácil acceso a los secretos lugares del corazón. Puede sembrar la semilla de toda maldad en nuestra mente. Aun cuando cerremos las puertas de nuestros sentidos, él hallará una entrada para ensuciar nuestros pensamientos tornando hasta la misma imaginación tan vil como él. Entró en Judas Iscariote (Luc. 22:3). Llenó el corazón de Ananías (Hech. 5:3). Querido lector, ¿no se ha albergado a menudo en tu alma? Piensa, pues, si no tienes tú también parte entre sus huestes.

Es tan ingenioso como fuerte. Raras veces son descubiertos sus verdaderos propósitos, hasta que el cebo ha atrapado sus presas. Sus trampas son apenas advertidas, hasta que nos encontramos enredados en su maraña. La fosa se extiende invisible a nuestros pies hasta que hemos caído dentro de ella. Ha estado ocupado en el mismo empleo desde hace miles de años. Por consiguiente, sabe ya cómo manejar sus armas; ha adquirido experiencia. Estudia cuidadosamente nuestros temperamentos. Y así como nosotros sabemos muy poco acerca de nosotros mismos, él nos conoce perfectamente bien. Ve nuestro punto flaco, espera la hora oportuna y tiende cautelosamente la red.

Poco pensaba Giezi que la visita de Naamán sería la trampa del tentador. Poco pensaba Ezequías que la embajada de Babilonia descubriría su vanagloria. Pedro es lanzado a la cobarde culpabilidad de su negación por la pregunta de una sirvienta. Lector, vigila siempre, ora siempre, si quieres escapar a la tentación.

Cuadro muy sombrío es éste. ¿Quién puede verlo sin temblar? Pero, con todo, y por más sombrío que pueda parecer, éste no es más que un pálido reflejo de lo que realmente es el poderoso y cruel enemigo de nuestras almas.

Buenas nuevas

Sin embargo, hay buenas nuevas que proclamar. Aunque el diablo es fuerte, hay Uno que es más fuerte que él. Aunque es grande, hay Uno aún mayor que él. Aunque es poderoso, hay todavía Uno más poderoso que él, el Omnipotente. Aunque el diablo es listo, hay Uno que es Omnisciente. Aunque es el cautivador, la sido hecho cautivo. Aunque es el esclavizador, ha sido hecho esclavo. Aunque forja cadenas, él mismo ha sido encadenado. Aunque es conquistador, él mismo ha sido conquistado; pues el bendito Señor Jesucristo vino como Conquistador, Libertador, Redentor y Salvador. Vence al diablo, y da libertad, redención, salvación a todos los hijos de los hombres que se acogen al estandarte de su victoria.

Lector, quizá tienes un espíritu ansioso y no desconoces el temor al pensar en la suerte que te espera si caes en manos del maligno, y pides, solícito, pruebas de que Jesús haya aplastado el poder de este tirano. Gracias a Dios, y a su gracia, porque las pruebas son abundantes.

Escucha la voz de Dios en el Edén: «Ésta –la Simiente de la Mujer, o sea, el Señor Jesús– te herirá en la cabeza». ¿No sabía Dios lo que iba a ocurrir? Cierto que lo sabía. ¿Hablará Dios y no se cumplirán sus palabras? Imposible. Este hecho es, pues, cierto: la cabeza de la serpiente debe ser herida por Jesús. Toma aliento y anímate. Apenas había sido arruinado el hombre, cuando aquel que le arruinó a él fue condenado a perpetua ruina. El gozo salvaje de tener encadenada a toda la Creación fue pronto convertido en rabia desesperada. Huyó del jardín, después de haber apartado su pie del cuello del hombre, con el constante eco de la voz de Dios en sus oídos: «Te herirá en la cabeza». Tal fue la segura sentencia de Dios.

El testimonio de Abel y de Enoc

Tomemos ahora un ejemplo que demuestra cómo el poder de Satán está en realidad por debajo de otro poder. Ya conoces la historia de Abel. Vino al mundo como un ser caído, igual que nosotros. Odiado por Satanás y expuesto a todas sus maquinaciones, como nosotros. Pero confió en la Simiente prometida para su salvación. Satanás no pudo nada contra él. Su temprana muerte a manos de un asesino lo llevó, no al reino de las tinieblas, sino al reino de Dios. De modo que la primera alma que dejó su cuerpo mortal en la tierra, demostró que Jesús podía arrebatar al diablo sus presas.

Conoces también la historia de Enoc. Era un hombre igual que nosotros, de la misma naturaleza: nacido en corrupción. No cabe duda que el enemigo lanzó sobre él sus flechas. Pero su alma no recibió ninguna herida fatal. Fue guardado por la fe en el Salvador que había de venir. Por su fe en la promesa divina, anduvo con Dios. Por fe subió a los cielos. Otra joya en la corona del Vencedor.

Y del mismo modo, todos los santos hombres del mundo antiguo hallaron amparo y seguridad bajo las alas del prometido Conquistador. Bastó una promesa para convencerles, y a ella entregaron sus vidas. ¡Cuántos y cuán bellos testimonios de liberación! ¡Que sus enseñanzas legadas a nosotros no sean en vano!

La victoria de Jesús

Pero, en la plenitud de los tiempos, aparece el Conquistador en forma humana. Satanás lo conoce muy bien. Oyó la voz del cielo: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia». Intenta desesperadamente hacerse dueño de la situación, pero el bendito Salvador sabe hacer frente al conflicto. Se le dan al adversario todas las ventajas de las circunstancias externas. Saca de su aljaba sus mejores y más probados dardos. Prepara su fuerza y entrena su habilidad. Su imperio depende de aquella oportunidad. El infierno hace cuanto puede. Pero todo es en vano. Cada embate se estrella impotente ante la palabra del Señor. El diablo debe abandonar el campo de batalla humillado y abatido, atado por la cadena de palabras que resuenan en sus oídos: «Te herirá en la cabeza».

Hace todavía un esfuerzo final. Incita a hombres impíos a que prendan y claven sobre la cruz al bendito Salvador. Cuando Aquel que es la profetizada Simiente de la mujer inclina su cabeza y expira sobre la cruz del Gólgota, el enemigo parece haber triunfado. Pero el final del combate muestra de qué lado está realmente la victoria. Si Satanás es el más fuerte, que retenga a Cristo en la tumba; que la cárcel detenga a su prisionero. ¡Pero no puede! Jesús quebranta las puertas; se levanta de entre los muertos; se muestra vivo, y asciende triunfante a los cielos.

La victoria es ganada para siempre. El destructor queda destruido bajo los pies de Jesús. Y cuando el Señor mismo descienda otra vez de los cielos con poder y gran gloria, el diablo será echado en el lago de fuego y azufre y será atormentado día y noche para siempre (Apoc. 20:10). Hay un fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles (Mat. 25:41). Estaba profetizado: «Te herirá en la cabeza». Todo está claro. Dios es veraz. Jesús es el Vencedor. El Goliat del infierno ha sido vencido.

Nuestra victoria en Cristo

Lector, se ha luchado esta batalla y se ha ganado esta victoria para que los pobres pecadores puedan ser salvos. Que el Espíritu Santo te ayude a buscar tu torre de seguridad y hallar refugio en ella. Satanás no hace más que odiarte; su solo nombre ya es odio, del misma modo que Dios es amor; el diablo quiere tenerte en sus garras, para zarandearte como trigo; pero, si eres hallado en Jesús, estás mucho más allá de su alcance. Atacará, luchará, intrigará; pero Jesús será tu escudo.

Estudia las narraciones de la palabra de Dios. Es la historia de la larga guerra entre los hijos de luz y el poder de las tinieblas. Verás cómo Satanás ha probado trabajar con todas las armas del arsenal del infierno. No tiene ya otras en reserva; pero todas han fallado. No puede herir más que el calcañar, la planta de los pies; la cabeza está a salvo, con Cristo, en Dios.

Considera, asimismo, cómo una mano más poderosa vuelve sus propias embestidas contra él mismo. El mismo reino satánico es el que resulta perjudicado de los ataques del maligno. Persigue a los primitivos cristianos, y la verdad se extiende rápidamente por todo el mundo. Echa a Pablo en el calabozo de Filipos, y el carcelero se convierte junto con toda su casa. Lo envía prisionero a Roma, y sus cartas parece que tengan alas para enseñar y confortar, no sólo a su época, sino a todas las edades de la iglesia.

No temas, pues, creyente. La maldición pesa sobre tu adversario; el polvo es su alimento. Él no puede arrebatar las joyas de la corona de Cristo. Podrá tentarte con muchas cosas atractivas para los sentidos; pero, si tú miras a la Cruz, todo se desvanecerá. Te infundirá pavor con rugidos como de león, pero encárate a él y muéstrale las heridas del Cordero y huirá. Ante el trono del juicio se presentará para acusarte, pero si has sido lavado con la sangre de Jesús, no podrá hallar nada contra ti, ni podrá exigir nada de ti, pues no le perteneces.

Esta es tu seguridad: si estás unido a Cristo por la fe, el triunfo completo es tuyo y «el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies». Si este es tu caso, levanta tu voz y entona con gozo la canción santa: «Tu diestra, oh Jehová, ha sido magnificada en poder; tu diestra, oh Jehová, ha quebrantado al enemigo. Y con la grandeza de tu poder has derribado a los que se levantaron contra ti. Enviaste tu ira; los consumió como a hojarasca» (Éx. 15:6-7).

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