Robert Robinson, un pobre huérfano, vagaba de un lugar a otro sin que pudiera llamar ‘hogar’ a ninguno de ellos.

Una noche, el Espíritu Santo lo condujo a una reunión en una carpa. El famoso evangelista George Whitefield hablaba sobre el amor de Jesús por los pobres y perdidos pecadores.

El corazón de Robert fue tocado. Él fue bautizado, y se matriculó en un seminario donde se graduó como ministro metodista. En 1758, a los 23 años, Robert escribió la letra de un himno: «Come, Thou Fount of Every Blessing» (conocido en español como «Fuente de la vida eterna»), inicialmente publicado como poema.

Los años pasaron y Robert perdió su comunión con el Señor. Gradualmente se apartó de su llamamiento como ministro. Cierto día, él viajaba en una diligencia con una mujer cristiana que insistía en hablar con él sobre Dios. Robert se sentía muy deprimido y por eso intentó evitar hablar con ella. Pero la mujer prosiguió hablando entusiasmada sobre el poema y su maravilloso mensaje.

Exasperado, finalmente Robert le espetó: «Mi señora, conozco muy bien las palabras de ese poema. Soy el pobre hombre infeliz que compuso ese himno hace muchos años. Daría mil mundos, si los tuviera, para poder disfrutar del mismo sentimiento que tenía en esa época».

Asombrada con la confesión de Robert, la mujer no se atrevió a hablar nuevamente durante el resto del viaje. Cuando el carruaje llegó a destino, el Espíritu Santo ya operaba en el corazón de Robert. Él confesó su pecado, fue purificado, volvió al ministerio, sirviendo al Señor desde aquel día en adelante hasta su muerte en 1790.