El principio de un «Manual de amor» para el creyente que quiere avanzar en su devoción hacia Cristo.

Quiero expresar una palabra que es continuación de lo que compartimos en otra ocasión. Y aunque es una palabra digna de ser oída por todos, creo que está especialmente dirigida a los hermanos que están recién iniciándose en la vida de Cristo. Creo que esta palabra está también dirigida a aquellos que en su autoevaluación consideran que no han podido alcanzar una estabilidad espiritual.

Y creo que también esta palabra es especialmente para los jóvenes. Algo que no dije la vez anterior es que Juan, el discípulo que llegó a ser conocido como «el discípulo al que Jesús amaba», tiene que haber tenido apenas unos veinte años cuando el Señor lo llamó. Era un joven. Si un joven de veinte años abre su corazón al amor del Señor, puede ser cautivado como Juan lo fue.

Un manual de amor

Como les dije la última vez, el Señor me dio como clave que si yo quería conocer su amor, me introdujera en «Cantares», y lo tomara como un manual de enamoramiento, de cómo ir, paso a paso transitando un camino, donde uno pudiera ir conociendo el amor de Cristo y, finalmente, ser llenos de toda la plenitud de Dios (Efesios3:19).

El Cantar de los Cantares no comienza con nosotros amando al Señor. Eso es algo fundamental: tú y yo no podemos amar al Señor, sino sólo en respuesta a su amor. Es sólo cuando conocemos su amor, que ese mismo amor que experimentamos nos faculta para responder con amor al que nos amó. No hay otra alternativa. No hay en nosotros la posibilidad de generar un amor que pueda corresponder al amor de Cristo. Dios mismo, con su amor, lo produce. Nosotros no podemos amar al Señor, sino sólo en respuesta a su amor. Como lo dijo Juan, amamos a Dios, pero porque él nos amó primero … El amor no consiste en que tú o yo hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y nos dio a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.

La historia de una mujer común

El Cantar de los Cantares comienza con la historia de una mujer. Y esto es lo que me bendice: que es una mujer común y corriente. Una mujer que no comienza amando a su amado. Es una mujer común y corriente, como tú y como yo. El Cantar comienza en un punto donde todos podemos comenzar. No parte con una medida por allá arriba, donde el noventa y nueve por ciento, por no decir todos, quedamos excluidos. Parte en un punto allí tan bajito… porque no hay otra alternativa. Dios mismo tiene que venir a tomarnos acá abajo y levantarnos.

El anhelo

El Cantar de los Cantares comienza con la historia de una mujer, y esa mujer eres tú y soy yo. Esta mujer es la iglesia, ¡ella es la iglesia! ¡La iglesia es ella! ¡Tú eres ella! ¡Ella eres tú! ¿Y con qué comienza? Versículo 2: «¡Oh, …». (Comienza con un: ¡Oh!).«¡Oh, si él me besara con besos de su boca!». Y ese «¡Oh!» es un anhelo, un deseo, una aspiración. ¿A qué cosa está aspirando? ¿qué cosa está anhelando esta mujer? «Los besos de su boca». ¿Qué es eso? ¡Su amor, quiere experimentar su amor! ¡Oh, si pudiera conocer su amor! ¡Oh, si pudiera sentir su amor! ¡Oh, si pudiera experimentar su amor!

«¡Oh, si él me besara con besos de su boca!», y esto es todo lo que necesitamos para partir. No dice: «Partan orando 24 horas, ayunen 7 días a la semana». ¿Puedes comenzar con un anhelo? ¿Cuántos, como ella, decimos: «¡Oh, si él me besara con besos de su boca! ¡Oh, si pudiera conocer su amor!»? A mí el Señor me alcanzó bien abajo y me dijo: «¿Puedes anhelarme? ¿Puedes partir con este anhelo?».

¿A cuántos de ustedes les cuesta orar? A los que les cuesta orar, podrían a lo menos, disponerse a comenzar a anhelar. No a orar, ¡a anhelar! Así comenzó conmigo el Señor, como un niñito. No me dijo: «Anda a orar»; me dijo: «Comienza a anhelar», y yo comencé a anhelar. Y durante el día, le decía: «Señor, quiero conocer tu amor. Señor, quiero experimentar; no quiero tener tu amor como información bíblica; no quiero saber de tu amor como un concepto, como un versículo aprendido de memoria. ¡Quiero experimentar tu amor!». Y él me dijo: «Parte anhelando … anhela los besos de mi boca, anhela el experimentar mi amor».

¿Por qué tiene este anhelo ella? Porque ella dice –y eso es lo que dices tú y dice la iglesia, y yo–: «…porque tus amores son mejores que el vino». ¿Son sus amores mejores que el vino? Eso nos hace anhelar conocer su amor. ¿Y qué es el vino?

Podríamos decir que el vino es el vino del mundo, entonces los amores del Señor son mejores que lo mejor que el mundo nos pueda ofrecer. Pero también he pensado que el vino puede ser el vino del Espíritu, y en este sentido también digo que es mejor el amor de Cristo que las manifestaciones carismáticas. Que mejor que los dones es el Dador de los dones; que mejor que los carismas es el Dador de los carismas. Así que, sea que el vino represente el vino del mundo o el vino del Espíritu, ella es capaz de decir: «Yo anhelo conocer tu amor, porque tus amores son mejores que el vino».

Ella dice: «Y delicioso es el aroma de tus perfumes». ¡El Señor siempre es tan fragante! «Y tu propio nombre –dice ella–, tu propio nombre, es un perfume derramado. Por eso las doncellas te aman, por eso las que te ven te anhelan, y te desean».

Así que, punto número uno: todo comienza con un anhelo, todo comienza con un: «¡Oh!». Oremos ese «¡Oh!», digámoslo en la mañana, al mediodía, en la noche. «¡Oh, Señor, quiero conocer tu amor!» Noten que ella no partió amándolo: partió anhelándolo.

El ruego

Segunda cosa – ella rogó. Versículo 4. ¿Podrías al anhelo agregarle un ruego? Un ruego que tiene una sola oración bien cortita, una sola palabra: «Atráeme…». Esa es una palabra muy importante, porque ella reconoce con esa palabra que no tiene la capacidad para ir tras él. Ella está reconociendo en esta frase su impotencia. «A menos que tú me atraigas, Señor, yo no podré ir tras ti». Así que, junto con anhelar, comenzó a rogar: «¡Atráeme, atráeme, hazlo tú, Señor, manifiéstate a mí, aparécete, revélate, tómame tú, Señor, y condúceme».

«Atráeme, y en pos de ti correremos». Noten que el «correremos» está en plural, porque ella está diciendo: «Si tú logras atraerme, voy a ser parte del séquito, de aquellos muchos que corren tras de ti». Antes de nosotros, muchos han amado al Señor, pero ahora yo, Señor, quiero ser parte del grupo que corre tras de ti. Si tú me atraes, voy a correr, y me voy a unir a los muchos que en la historia han corrido tras de ti.

Anhelar y rogar, ¡es todo lo que necesitas para partir! ¡Qué bueno! Quedamos todos incluidos, no hay nadie que haya quedado fuera, todos podemos empezar.

Bastaron esas dos cosas, el anhelo y el ruego… Y yo lo fui haciendo así, literalmente, como un niño, como un aprendiz, anhelé… Y después, cuando entendí lo del ruego, le agregué el ruego, y anhelé y rogué, y anhelaba y rogaba, y no he dejado de anhelar y de rogar. Bastaron esas dos cosas, y el Señor comenzó a hacerlo.

Las demandas del Rey

¿Cuál es la frase que sigue? Dice ella: «El rey me ha metido en sus cámaras». Esta es la primera acción que toma él. Quiere decir que al Señor le bastó para comenzar a obrar, el que ella anhelara y rogara. Y cuando el Señor vio el anhelo y el ruego, él comenzó a manifestarse a ella. «El rey –dice ella– me ha metido en sus cámaras».

¿Qué es esto? ¿Qué experiencia es esta? Noten que ella no había dicho nada de quién era él. Había dicho que anhelaba los besos de su boca, que sus amores eran mejores que el vino, que era delicioso el aroma de sus perfumes, que su nombre era como perfume derramado, pero no había dicho quién era. ¿Es un campesino? ¿un soldado? ¿un príncipe? ¿Quién es?

Esta es la primera indicación que nos da de él: Él es Rey. ¡Él es Rey! ¡Aleluya! Así que, ¿qué es esta experiencia de que «el Rey me ha metido en sus cámaras»? ¡Ella compareció ante su autoridad! Uno anhela su amor y ruega por su amor, y lo que ve, antes de gustar su amor, es su autoridad, es su majestad.

Y en esta cámara, hermanos, frente al Rey, se escucha esto: «Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu mente y con toda tu alma y con todas tus fuerzas». Y es en esta cámara donde se escucha al Rey decir: «Y el que amare padre o madre más que a mí, no es digno de mí, y el que ama a hijo o a hija más que a mí no es digno de mí y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí, y el que procura salvar su vida la pierde, pero el que la pierde por causa de mí, por amor a mí, la halla».

En esta cámara se escucha decir al Rey: «No améis al mundo ni a las cosas que están en el mundo, porque si alguno ama al mundo y las cosas que están en el mundo el amor del Padre no está en él». En esta cámara se escucha al Rey decir: «¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Todo el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios, o pensáis que la Escritura dice en vano que el Espíritu que él ha hecho morar en nosotros, os anhela celosamente?».

¿Qué es, en definitiva, este encuentro con el Rey en su cámara? Es esto: que si tú quieres experimentar a Cristo y su amor, plenamente, enteramente, tienes que entregarte a él también plena y enteramente. Todo o nada, todo por todo, todo lo tuyo por todo lo de él.

«Los besos de su boca»… Este el beso nupcial. La gente en esa época no se besaba en la boca, sino hasta que eran marido y mujer. Así que ella está diciendo, cuando anhela: «¡Yo lo quiero a él como mi esposo, yo lo quiero para mí, yo quiero ser de él y él mío!». Y el Rey entonces le dice: «Muy bien, el precio de eso es que yo también quiero que tú seas completamente mía. ¿Quieres que yo sea enteramente de ti, iglesia de Cristo?», dice el Señor, «entonces, yo quiero que tú seas enteramente de mí. Yo me doy todo a cambio de tu todo, todo mi todo por todo tu todo». Es como que el Señor sale y primero nos pone el precio de lo que estamos anhelando, de lo que estamos rogando. Y cuando eso ocurre, nos ocurre lo que le ocurrió a ella, lo que te ocurrió a ti y a mí. ¿Qué es?

Conscientes de nuestra negrura

En el versículo 5, ella hace una declaración terrible. Dice: «Morena soy». Es en la cámara del Rey, frente a estas demandas tan absolutas, donde aparece nuestra negrura. Ella no había tomado conciencia de su negrura, sino hasta que el Rey la metió en su cámara. Entonces se miró a sí misma. Frente a estas demandas, ¿quién es capaz, quién es competente por sí mismo? ¿Amar a padre y madre más que a Cristo? … ¿Amas a Cristo más que a tu papá y a tu mamá? ¿Amas a Cristo más que a tu hijo o tu hija? ¿Amas a Cristo con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma y con todas tus fuerzas?

En la cámara del Rey ella descubrió su negrura, y nosotros también allí hemos descubierto nuestra negrura. Pero no sólo descubrió su negrura, sino descubrió la causa de ella.

La causa de la negrura

Ella dice en el versículo 6: «No reparéis en que soy morena, porque el sol me miró, los hijos de mi madre se airaron contra mí; me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé». Lo que pasa, dice ella, es que yo tenía una viña que guardar y he estado ocupado en guardar tantas viñas (viñas en plural), pero la que era mía no guardé. Ahí está mi error. Y ¿cuál es esa viña? ¡Esa viña es Cristo! Él es tu prioridad, él es lo primero; no sólo es tu viña, sino es tu primera viña. Y está bien todo lo demás que hacemos y está bien trabajar, y está bien servir y está bien hacer todo lo que hacemos, pero cuando hacemos eso y descuidamos nuestra viña, la que es nuestra, la que es la prioridad, la que es la fuente de todo lo demás, la que es el motor que nos impulsa para hacer lo demás que hacemos, entonces, amados hermanos, hemos equivocado el camino, nos hemos desviado. «¡Éfeso, Éfeso, has dejado tu primer amor!».

Por eso, ella quiere de inmediato remediar su error, y dice: «Hazme saber, oh tú, a quien ama mi alma, ¿dónde apacientas?». He entendido que la causa de mi negrura es que te he descuidado a ti, que no he estado viviendo para ti, que no he estado centrado en ti, que no te he hecho mi prioridad, que mi tiempo se va en tantas cosas y nunca tengo tiempo para ti. Que todo está primero que tú.

Así que ella quiere corregir, y dice inmediatamente … (¿Quieres conocer el amor de Cristo? Entonces tienes que decir como ella): «Hazme saber, oh tú a quién ama mi alma dónde apacientas, dónde haces descansar el rebaño al mediodía. Pues ¿por qué yo había de estar como errante junto a los rebaños de tus compañeros?». No quiero andar más equivocado, no quiero andar más errando; quiero ir y centrarme en el blanco correcto. ¿Dónde estás tú, Señor, dónde te hallo?

Rey, pero también pastor

Y aquí está implícito algo tan hermoso: que además de Rey, ella se da cuenta de que él es Pastor. Por eso dice: «¿Dónde apacientas?». Y eso también me bendice tanto, bendice tanto mi alma. Él no es sólo Rey, imponente, majestuoso, absoluto, y que lo demanda todo: él también es Pastor. Y revelado aquí como Pastor es tan perfecto y tan exacto.

Porque después que uno lo ha visto como Rey, que ha contemplado sus demandas absolutas, completas y perfectas, uno podría desanimarse y decir: «Esto no es para mí». Pero entonces él aparece y dice: «Yo mismo que demando, yo mismo te voy a tomar de la mano y te voy a llevar, y lo que hoy no es posible para ti, yo mismo lo voy a hacer posible; si hoy día no quieres, yo pacientemente voy a hacer que quieras; si hoy no puedes, yo paso a paso, día a día, un poquito cada vez, voy a enseñarte a hacerlo posible». Necesitamos ese Pastor. Sólo si él es Pastor además de Rey, esto será posible. Pero esta es la buena noticia: ¡Cristo es Rey, y Cristo también es Pastor! ¡Él es el Pastor y Obispo de nuestras almas! ¡Aleluya!

No es sólo un Rey implacable, es también un Pastor paciente. Dime si no, hermano, ¿cuánto te ha esperado él? ¿Ha tenido paciencia? ¿Te ha esperado? ¡Oh, cuánto me ha esperado a mí, hermanos! ¡Cuánto hemos abusado literalmente de su gracia, y él ha tenido toda la paciencia! Le hemos dicho: «Ahora sí, Señor», y le hemos dado vuelta la espalda. Y él ha seguido esperándonos: «¡Oh, dime tú, al que ama mi alma ¿dónde, dónde apacientas, Señor?». «Necesito este Pastor» – dice ella–, «necesito ser pastoreada por alguien así». Y sale buscándolo.

Siguiendo las huellas del rebaño

Entonces las doncellas le dicen: «Si tú no lo sabes, oh hermosa entre las mujeres, ve, sigue las huellas del rebaño, y apacienta tus cabritas junto a las cabañas de los pastores». Y ella salió, siguiendo las huellas del rebaño… ¿Qué es esto, hermano querido? Lo que hemos estado hablando estos días… Tú no puedes solo. ¿Qué tienes que hacer? Sigue las huellas del rebaño, sigue a los que saben dónde está él, sigue a aquellos que te pueden ayudar. No es algo que tienes que buscar tú solo. Sigue las huellas del rebaño. Hay otros que van delante de ti.

Ella lo hizo, y salió siguiendo las huellas del rebaño, llevando detrás de ella sus propias cabritas. A lo mejor tu familia, tus hijos, esa casa donde el Señor te ha puesto, los que son más pequeñitos que tú, a los cuales el Señor te ha puesto para ayudarles. Toma tus cabritas, sigue las huellas del rebaño, hasta encontrarlo a él. Y ella lo encontró.

Es Él quien sale al encuentro

Yo les digo: si uno es el que está buscando a alguien, y uno lo encuentra ¿quién se supone que debiera hablar primero: el que está buscando o el hallado? ¡El que está buscando! Ella lo salió a buscar y lo encontró, pero, ¿sabe?, no habló primero ella… ¡Él le habló primero! Porque a nosotros nos parece que nosotros hemos tomado la iniciativa, pero es él el que tomó la iniciativa. A nosotros nos parece que, ¡oh!, le vamos a dar una sorpresa porque lo encontramos, y no es así: Él nos estaba esperando hacía tiempo. En esto del amor no es uno el que toma la iniciativa: es él que lo produjo, es él que nos ha estado persuadiendo y llamando desde siempre.

En la parábola del hijo pródigo, me impresiona que cuando él dice: «He pecado contra el cielo, voy a volver a la casa de mi padre», y vuelve … Cuando se produce el encuentro, el relato no dice que fue el hijo el que vio al padre: Dice que el padre vio de lejos venir al hijo. Y no dice que fue el hijo el que corrió: Fue el padre el que corrió. Y no fue el hijo el que abrazó: Fue el padre el que abrazó al hijo. ¡Aleluya! No es el hijo el que besó al padre: Es el padre el que besó al hijo. En otras palabras, el padre lo estaba esperando; el padre estaba antes que el hijo.

Es hermoso el correr hacia Cristo

Así que él le salió al encuentro, y le habló primero, ¡con un piropo tan hermoso, hermanos…, que ustedes, hermanas, se van a gozar ahora si no lo conocen! Él le dice a ella: «A yegua de los carros de Faraón te he comparado, amiga mía…». No es un insulto, hermanos, ¡no! Usted sabe, los caballos árabes son los caballos más hermosos. ¿Usted ha visto correr un caballo por la pradera? ¿Qué le está diciendo él?: «Yo te vi cuando comenzaste a correr a mí, y tu correr hacía mí era hermoso, como ver a un caballo corriendo en una pradera. No pude hacer otra cosa que compararte a los mejores caballos de Faraón».

Él la había visto desde el primer momento en que ella comenzó a correr hacia él. Recuerden que le había dicho: «Atráeme; en pos de ti correremos», y nuestro correr hacia él es hermoso. Dios le dijo a Daniel: «Daniel, desde el primer día que dispusiste tu corazón a buscarme y a humillarte delante de mí, yo oí tu oración». Ella no lo veía a él, pero él la veía a ella, y él la vio venir, y al Señor le pareció tan hermoso ese venir. ¡Es tan hermosa la disposición de tu corazón, Dios la ve, y para él es hermosa!

Un recibimiento inmerecido

«Amiga mía…». Cuando ella llega a él viene adornada con adornos que ella misma se había fabricado. Con sus propios méritos, con sus propias obras. Y el Señor dice algo extraño, porque cuando una mujer se pone bellos adornos, collares y aros, uno no dice: «¡Qué lindo es tu cuello!», uno dice: «¡Qué lindo es tu collar!». Porque para eso se ponen el collar, ¡para que resplandezca el collar! Pero como eran adornos que ella misma se había fabricado, él le dice: «Hermosas son tus mejillas entre los pendientes». No los pendientes que tú traes (que no sirven), ¡tus mejillas me son hermosas! No tus collares, ¡es tu cuello entre los collares!

Como ella ha venido vestida con sus propios méritos, él le dice: «Zarcillos de oro te haremos, con incrustaciones de plata». «Yo te voy a poner verdaderos adornos, yo te voy a vestir con verdadera gloria». Pero ella, que viene con toda su negrura, quedó impactada con un recibimiento así. ¡Díganme si uno no se deshace con un recibimiento así! «Le parezco hermosa sin serlo … yo estoy tan consciente, tan consciente de mis debilidades, de mi negrura, y resulta que él igual me ve hermosa, igual así soy para él bella».

Este recibimiento la cautivó. Cuántas veces no hemos sentido que, por nuestro pecado, el Señor va a desecharnos, o lo vamos a encontrar enojado, o nos va a apuntar con el dedo y nos va a condenar; pero el Señor una y mil veces nos ha impresionado, y no nos recibe como nosotros pensábamos que nos iba a recibir.

El nardo de la gratitud da su olor

Así que –dice ella– «mientras que el rey estaba en su reclinatorio, mi nardo dio su olor». No el nardo de él – está hablando ella … Mientras él estaba en su reclinatorio, con un recibimiento así, dice ella: «Mi nardo dio su olor». ¿Qué es nuestro nardo? ¡Nuestra gratitud! Frente a un recibimiento así, ¿qué podemos hacer? ¡Dar gracias! Brotó de ella el nardo de la gratitud, de la acción de gracias, el nardo del gozo, de la adoración, de la alabanza.

Y cuando estudié esta parte, inmediatamente me vino la figura de una mujer del Nuevo Testamento, en Lucas 7:36: «Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora…». Qué bonito que diga así, esa expresión quiere decir que era una mujer de mala fama. ¿Qué hizo esta mujer? «…al saber que Jesús estaba en la mesa en casa del fariseo…». La misma escena de Cantares, en la mesa. ¿Qué hizo ella? «…trajo un frasco de alabastro con perfume, un frasco de alabastro con nardo puro, y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies y los enjugaba con sus cabellos y besaba sus pies y los ungía con el perfume».

¿Por qué esta mujer de mala fama, al escuchar que Jesús estaba en esa casa, fue intrusamente y se metió a esa casa? No se encontró digna ni siquiera de ponerse delante de él, sino que estando detrás de él, se echó a sus pies, y comenzó a llorar sobre los pies de Jesús, y con sus lágrimas los lavó y con sus cabellos los secó, y sacó su perfume y ungió sus pies con el perfume.

Es la misma reacción de la mujer de Cantares. Las mujeres en la Biblia representan a la iglesia. Esta mujer pecadora eres tú y soy yo. Es la iglesia de Cristo, porque ella, siendo pecadora, no vio en Jesús a alguien que la condenaba. Siendo pecadora, no vio en Jesús a alguien que le reprochaba su pecado, sino encontró en Jesús amor, alguien que la acogía. Todos los hombres anteriores a Jesús la habían tomado para abusar de ella, y los más santos que no la tomaron, la despreciaron. Y un día Jesús la miró, y fue el primer hombre que la miró con amor. ¿Dónde hay otro como Jesús, hermanos? La miró con amor, y le dijo: «Yo no te condeno, yo he venido a dar vida a los muertos, he venido a salvar a los pecadores». Y cuando uno es recibido así, ¿qué cosa hace? Lo que ella hizo. Nuestro nardo da su olor. ¿Qué hace uno sino llorar y tener gratitud? ¡Bendito sea Dios!

Volvamos a Cantares… Entonces, véanla ahí, teniendo aferrados así los pies de él. Al Señor lo conquistamos y lo tomamos por los pies. ¿Recuerdan a Marta y María? ¿Dónde estaba María? ¡A Sus pies! ¿Quieres conquistar al Señor? Arrójate a sus pies, tómalo por los pies. Ahí el Señor es conquistado y ganado.

Requiebros de amor

Entonces ella, teniéndolo para sí, dice: «Mi amado es para mí un manojito de mirra, que reposa entre mis pechos. Racimo de flores de alheña en las viñas de En-gadi». Ahí no entiendo nada, pero lo único que sé es que debe ser algo bonito. No conozco el lugar, ni las cosas que nombran aquí. Él le dice a ella: «He aquí que tú eres hermosa, amiga mía; he aquí eres bella, tus ojos son como palomas». Ella le dice: ¡No, Señor, no!… «He aquí que tú eres hermoso, amado mío y dulce». ¿Cómo me dices esto, Señor? No soy yo la hermosa; eres tú el hermoso, «amado mío y dulce».

¿Dónde va a encontrar palabras más dulces que las del Señor? «Nuestro lecho es de flores. Las vigas de nuestra casa son de cedro, y de ciprés los artesonados». Ella le dice: «¡Señor! ¿cómo puedes decir que soy bella, si yo soy apenas una rosa de Sarón y un lirio de los valles. Yo soy una flor silvestre, una flor común; los montes están llenos de estas flores. Señor, ¿cómo puedes hallar hermosura en mí?». Él le dice: «Bueno, ya que eres tan humilde … si eres sólo como un lirio, eres un lirio entre los espinos».

¡Mire cómo la piropea el Señor! «Bueno, está bien, si eres un lirio no más, entonces eres un lirio entre los espinos, así es mi amiga entre las doncellas». ¡Como un lirio entre los espinos! Todas las otras –le dice él– son como espinos, y tú eres como un lirio entre esos espinos. Ella no se queda ¿no? (en esto no hay que quedarse). Ella le dice: «Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los jóvenes». ‘Bueno, si tú me has dicho que soy como un lirio entre los espinos, yo te digo que tú eres como un manzano entre árboles silvestres’.

Y se fueron de piropo en piropo, y la alabanza iba y venía entre ellos. Son palabras que se dicen uno a otro, muy cortitas, porque no hay mucho conocimiento uno del otro todavía. Pero si usted avanza en Cantares va a ver que el diálogo comienza a alargarse y a completarse, porque ya se conocen más, ya pueden decirse más cosas uno del otro, hasta que llegan a describirse completamente de pies a cabeza, porque la comunión y el conocimiento se profundizó, y así cómo él la conoció a ella completamente, ella también lo conoció a él completamente.

Para amar al Señor necesitamos conocerlo. Para amarlo profundamente, necesitamos conocerlo profundamente. Y para conocerlo profundamente necesitamos tener comunión con él. Pero usted puede empezar por aquí, anhelando, rogando, y sabiendo que él tiene la iniciativa y lo va a conducir y lo va a llevar de la mano, como un buen pastor, y lo va a esperar. ¡Bendito sea el Señor!