Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”.

– Colosenses 3:13.

Entre todas las virtudes que puedan encontrarse en el hombre, el perdón es, sin duda, una de las más grandes y hermosas. La capacidad de sobreponerse al odio, a la amargura, a las ofensas recibidas, y devolver amor en su lugar, enaltece al alma humana levándola a dimensiones verdaderamente celestiales.

Un extraordinario caso al respecto es el de Kim Phuc. El 8 de junio de 1972, su pueblo en Vietnam del Sur fue atacado con bombas de napalm. Ella sólo tenía nueve años de edad cuando fue cruelmente quemada. Una famosa fotografía, ganadora del premio Pulitzer de Fotoperiodismo en 1973, la muestra corriendo desnuda y desesperada mientras su piel se quemaba.

Kim fue sometida a diecisiete operaciones quirúrgicas de injertos de piel y su recuperación duró muchos años. Durante ese tiempo, un familiar suyo la llevó a una iglesia cristiana donde ella entregó su vida al Señor Jesucristo. Logró sobrevivir, aunque las marcas quedaron para siempre en su cuerpo.

Treinta años después, ella tuvo un encuentro con el piloto que dejó caer la bomba que destruyó a su familia y que le produjo tanto dolor y sufrimiento por años interminables. Ante la mirada atónita de todos los que la rodeaban, Kim lo perdonó. Le sonrió y le dio un abrazo. De este modo, le enseñó a todo el mundo que se puede vivir con marcas imborrables en el cuerpo, pero con el alma limpia.

Entonces ella se refirió al siguiente texto bíblico: “Porque has librado mi alma de la muerte, y mis pies de caída, para que ande delante de Dios en la luz de los que viven” (Salmos 56:13). Y luego pronunció las siguientes y conmovedoras palabras: “Fue el fuego de las bombas lo que quemó mi cuerpo; fue la habilidad de los doctores lo que reparó mi piel… Pero fue el poder de Dios lo que sanó mi corazón”.

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