Tanto en el Nuevo Testamento como en el Antiguo hay un pecado que se destaca en forma especial. Sin embargo, este pecado no es el que comúnmente se piensa que es el más grave. El pecado sobresaliente en el Antiguo Testamento es dejar de amar a Dios; en el Nuevo, es rehusar creer en el Señor.

Cuando la Biblia dice que el hombre está condenado y se ha convertido en un pecador a los ojos de Dios, no significa que ha cometido un montón de pecados de tales o cuales características. Lo que la Escritura considera más serio es el problema que se ha levantado entre el hombre y Dios. El primer mandamiento es amar a Dios con todo el corazón, el alma, la mente y las fuerzas. Por tanto, infringir este mandamiento es el principal pecado.

El pecado entró en el mundo a través de un hombre. ¿Y cuál fue aquel pecado? Adán no asesinó, ni fornicó, ni cometió ninguno de los pecados del mundo de hoy. Adán no creyó que lo que Dios le había dado le fuera provechoso. Él empezó a dudar del amor de Dios. Luego, a ese pecado, siguieron todos los demás.

En el Nuevo Testamento se nos dice que aquel que cree, tiene vida eterna. ¿Quiénes, entonces, perecerán? El evangelio reitera que aquellos que no creen son los que serán condenados (Jn. 3:16, 18); ellos son los que caen bajo la ira de Dios (Jn. 3:36). El Señor dijo que el Espíritu Santo vino para convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Jn. 16:8). ¿De qué pecado los vino a convencer? «De pecado, por cuanto no creen en mí» (Jn. 16:9).

La razón por la que el hombre comete toda clase de pecados es porque él no tiene una relación apropiada con Dios. En esto consiste todo el problema. La relación con Dios se restaura cuando se cree a lo que él dice. Hoy Dios está dando testimonio acerca de su Hijo y, de nuevo, el hombre no lo está creyendo. El apóstol Juan dice: «El que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo». Y agrega: «Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1 Juan 5:10-12).

Dudar de la palabra de alguien es dudar de la persona misma. Dios es veraz, y eso significa que entre él y su palabra no hay ninguna contradicción. Si lo que él ha dicho respecto de su Hijo no es creído, entonces la ofensa es mayor y esa incredulidad es el mayor pecado, tan grave, que es capaz de mandar al hombre al infierno.

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