El misterio de Dios reúne en sí todos los otros misterios, y los explica.

Hemos visto algunos elementos fundamentales del testimonio de la iglesia. Hoy procuraremos ampliar un poco más esta panorámica, como recogiendo flores dispersas en el Nuevo Testamento, para hacer un ramillete, y así tener una visión más general respecto del depósito de Dios confiado a la iglesia.

Somos los depositarios de una gran riqueza que Dios le dio a la iglesia, y que, lógicamente, la iglesia debe disfrutar primero ella misma, y también ella debe administrarla a los corderitos, a los que acaban de nacer. Ellos deben ser alimentados con los nutrientes de la palabra de Dios.

Y también el mundo necesita el testimonio de la iglesia. Tanto los que se han de salvar, como los que se han de perder, necesitan oír ese testimonio. Para algunos, ese testimonio será, como dice Pablo, olor de vida, porque los traerá a la vida; y para otros, será olor de muerte, porque quedarán sin excusa delante del juicio del Señor.

La consumación del misterio de Dios

Entonces, vamos a completar esa visión, con algunos pasajes de la palabra, comenzando en Apocalipsis 10.

«Y el ángel que vi en pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano al cielo, y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no sería más, sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas» (Apoc. 10:5-7).

Esas son palabras de un juramento celestial. Y aquí, en la frase que él dice, resume el quid de la cuestión. Estamos en el libro final de la Biblia. Apocalipsis significa ‘quitar el velo’. Lo que Dios había comenzado a hacer desde el Génesis, y que venía desarrollando a lo largo de toda la Palabra –que era una obra inentendida para la generalidad de las personas, con excepción del pueblo de Dios–, cuando llega el final, el Señor explica qué era lo que estaba haciendo.

Apocalipsis es para correr el velo, como el escultor que hubiera estado esculpiendo una obra de arte. Cuando uno pasaba por la casa del escultor, sólo escuchaba martillazos. A lo mejor salía polvo por la ventana, y uno no entendía qué era lo que estaba pasando. Pero el día de la inauguración, cuando se corre el velo, se ve la obra maestra que Dios estaba haciendo. Ahí cobra sentido toda la historia, cobran sentido todos los momentos. Todo cobra sentido cuando por fin se abre el velo y se ve la obra maestra del Señor.

Pero en esta frase: «…en los días de la voz del séptimo ángel, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas», nos damos cuenta que el asunto principal del misterio era Dios mismo.

¿De qué trataba el misterio? Sí, hay muchas cosas; el misterio tiene muchas partes. De hecho, con Dios está todo relacionado. Lo que existe, sólo existe en función de Dios, y sólo se explica en relación con Dios. Pero, el misterio, en última instancia, trataba de Dios mismo. «El misterio de Dios». En la Palabra aparece relacionado con el misterio, y hemos de ver muchas otras palabras; pero ninguna con la categoría de esta palabra – Dios. «El misterio de Dios se consumará».

Recordemos aquel pasaje de 1ª Corintios 15, cuando se nos habla de la resurrección, y se nos habla que el Señor Jesús, luego que todas las cosas le estén sujetas, él mismo se sujetará a aquel (el Padre) que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios –ese es el objetivo final–, Dios, sea todo en todo, Dios llene todo.

La esencia y fin de todo es Dios

La esencia de todo, es Dios mismo. Dios siendo plenamente revelado, plenamente conocido, a través de la faz gloriosa del Señor Jesús, y plenamente compartido, habitando, formando la plenitud de Cristo en su iglesia, y la esposa del Cordero teniendo la gloria de Dios. Al principio, la gloria de Dios sólo la tenía Dios; pero el Padre se la dio al Hijo. Y el Hijo ahora dijo: «La gloria que me diste, yo les he dado».

Y al final, en Apocalipsis, cuando vemos descender la esposa del Cordero, dice que ella viene con la gloria de Dios. O sea, el Padre se ha revelado y se ha donado al Hijo, y el Hijo también se ha donado, por el Espíritu, a la iglesia, y se ha formado en la iglesia. Y al final, Dios lo llena todo en todo, y Dios es conocido a través de todo. Y en ese todo hay un punto central, una capital, la nueva Jerusalén. Y en esa Jerusalén hay también un punto central, y es el trono de Dios y del Cordero.

Entonces, al final, vemos que todas las cosas confluyen en Dios. Nada se explica sin relación con Dios mismo. Por eso habla allí, en singular, de que «el misterio de Dios se consumará». Pero el Espíritu Santo agrega una frase: «…como él lo anunció a sus siervos los profetas». Entonces, ahí está, resumiendo, el asunto del cual trataban los siervos, los profetas de Dios.

¿Cuál era el asunto de la Biblia? ¿Cuál era el asunto de la historia sagrada? ¿Cuál era el asunto del trabajar de Dios a lo largo de toda la historia? La consumación del misterio de Dios. «El misterio de Dios se consumará, como él lo anunció». O sea, Dios anunció a sus siervos los profetas acerca del misterio de Dios a consumarse. Ese es el asunto de toda la Biblia, dicho de una manera sumamente sintética; mas, sumamente significativa.

Pero fue el Señor el creador de todas las cosas, y hace a los suyos herederos de todas las cosas. Todas las cosas fueron creadas por Dios, y por su voluntad existen. Pero no existen pa-ra competir con Dios; existen solamente para hablar de Dios, para hacernos llegar a su amor, y para re-gresarnos a Dios.

No debemos perdernos en las cosas. Aunque fueron creadas por Dios, y vamos a heredar todas ellas, sólo podremos aprovechar todas las cosas si las heredamos en Cristo, las heredamos con Cristo, y si Dios, en Cristo, por el Espíritu, llena todas las cosas, y Dios es todo en todas las cosas. Ahí, todas las cosas tienen una razón de ser. Son un lenguaje del amor de Dios; revelan algo de Dios.

Las cosas no deben desvincularse de la totalidad, y principalmente de su fuente, de su sustento y de su sentido; porque la totalidad es todo lo que Dios creó, pero además de eso –y antes de eso– está el propio Dios. Dios es la fuente, el que quiso que exista, el que le dio su lugar en el contexto. Dios es el sentido de todas las cosas.

Los misterios de Dios: capítulos del misterio de Dios

Ahora sí, el misterio de Dios, co-mo es todo un programa, como viene de la eternidad y pasa por el tiempo hasta que se acaba el tiempo y continúa en la eternidad, y especialmente por la pasada por el tiempo, el misterio de Dios tiene sus capítulos. Entonces, el singular –el misterio de Dios–, se convierte en plural – los misterios de Dios.

Pero ese plural tiene una unidad esencial. Todas las cosas de esa pluralidad, de esa diversidad, de esa secuencia, todas ellas están unidas, todas tienen que ver la una con la otra. Entonces, ahora, Dios, que nos habló del misterio de Dios en singular, en 1ª Corintios capítulo 4 nos habla en plural. El singular se volvió plural, porque el uno se administra en una secuencia con varios capítulos.

Por eso, en el capítulo 4, verso 1, dice: «Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios». Ahora es plural. Versículo 2: «Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel». Fiel a la administración central, fiel al ecónomo supremo, que es el propio Señor Jesús, el Ungido, el Cristo.

El misterio de Dios en Trinidad

Ahora, el Señor nos habla de los misterios de Dios. Esa administración de Dios tiene partes, y debe descender de las alturas a los campos, a la vida cotidiana. Por eso, ahora la palabra habla en plural – los misterios de Dios. Antes ya nos detuvimos principalmente en tres: en el misterio de Dios mismo en cuanto a su ser, la Trinidad, como punto fundamental del testimonio del depósito que fue confiado a la iglesia, el ser de Dios. Dios revela su ser. Dios en Trinidad, revelado y también morando, dispensado, formándose, imprimiéndose en la iglesia suya, para llenarla de sí.

El misterio de la voluntad de Dios

Pero no sólo veíamos que existe el ser de Dios, sino que el Dios único tiene un propósito. Ahí se abre un segundo capítulo en los misterios de Dios, lo que la Biblia llama el misterio de la voluntad de Dios.

De ese misterio podemos releer en Efesios 1:6-9: «…en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad».

«…en quien tenemos redención por su sangre». Gracias a Dios, todos los que conocemos a Cristo, esto es lo primero que hemos recibido del Señor Jesús: el perdón de nuestros pecados por la sangre de Cristo. En el Amado, tenemos primeramente remisión de nuestros pecados. «…redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia…».

Pero aquí le puso una coma. Al hablar de las riquezas de la gracia relativas a la redención, y dentro de la redención, al primer capítulo –que es el perdón de los pecados– colocó después de eso una coma; es decir, que no terminó. Pero ahora dice, en el siguiente verso, «…gracia, que hizo sobreabundar…».

Ya en cuanto a perdonarnos los pecados, esa gracia ha sido muy abundante; pero la gracia continuó abundando ahora en otra dirección. Es decir, el perdón de los pecados es lo primero que recibimos de la gracia de Dios. Pero la gracia de Dios no sólo nos trae el perdón. La gracia sigue haciendo más cosas. Y es lo que continúa diciendo aquí el apóstol Pablo. Dice: «…gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros…». Y ahora dice: «…en toda sabiduría e inteligencia».

Hasta aquí era abundante la gracia en el perdón; pero dice que su gracia sobreabundó ahora en sabiduría e inteligencia, ya no sólo acerca del perdón, sino del propósito para el cual Dios nos salvó.

Porque a veces ponemos el perdón de los pecados y la salvación como si ése fuera el fin de las cosas. Pero, a los ojos de la palabra de Dios, ése es sólo el comienzo. La gracia de Dios sobreabundó ahora en otro aspecto. Es también pura gracia.

Dice: «…dándonos a conocer el misterio de su voluntad». Ahora pasó del misterio de Dios mismo –que es el ser de Dios, la Trinidad de Dios–, al propósito de Dios. Del ser, pasó al querer; y el querer de Dios, por gracia de Dios, es abierto a los santos.

¿Para qué fuiste salvado? ¿Por qué Dios te salvó? Dios te salvó porque él tenía un objetivo contigo. Dios te planificó, te salvó, te buscó, porque él te está reclutando para su propósito. Es el misterio de su voluntad, «según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo…».

Dios se había propuesto algo según su beneplácito. Cada criatura, según su calidad, según su excelencia, tiene sus beneplácitos. A una criatura baja le placen cosas bajas; pero a una criatura elevada le placen cosas más elevadas. Hay criaturas que les gustan cosas horrendas, y nunca suben de ahí; como aquellos peces que viven en el fondo del mar, acostumbrados a vivir bajo de millones y millones de litros. Si un día suben un poquito, y disminuye un poco la presión del agua, explotan.

Hay criaturas muy bajas, y les placen las cosas bajas. Pero en la medida que las criaturas están vibrando ‘en otra onda’, entonces les placen cosas mejores. Una paloma no puede alegrarse con lo que se alegra un buitre. Un buitre come carroña; una paloma no puede. Y así, en la medida que las criaturas van creciendo, les placen cosas más elevadas.

Ahora, imagínese, por sobre las criaturas está el Creador. Y la Biblia nos habla del beneplácito del Creador. Al Creador le placen cosas eleva-dísimas; no hay nada más elevado que pueda ser concebido, nada más noble, nada más digno, nada más excelente, que lo que le place a Dios.

Ahora, muchas criaturas tenemos deseos de esto y de aquello; a veces lo conseguimos y a veces nos quedamos frustrados. Pero Dios nunca será frustrado en cuanto a su beneplácito. Su beneplácito es excelente. El misterio de su voluntad, lo que él se propuso, es «según su beneplácito». O sea, lo que le trae placer, lo que agrada su corazón. Lo que Dios se propuso, él lo va a tener.

Y lo que él se propuso es lo siguiente: «…dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo…». ¿Qué es lo que le place a Dios? ¿Qué es lo que trae alegría y satisfacción al corazón de Dios? ¿Qué son esas cosas que a él le gustan?

Entonces dice aquí: «…reunir». La palabra en griego es anakefaleosastai, recapitular, o sea, darle a todas las cosas una cabeza y un sentido. «…reunir en…». Claro que aquí la traducción «reunir en» es simple; la palabra «recapitular» es mucho más rica. Reunir es una parte de la palabra recapitular. Entonces, dice aquí que lo que Dios se propuso es «recapitular todas las cosas…». Las cosas tienen un sentido; si no, no las hubiera creado. Por su voluntad existen, no para que sufran; existen para que sean realizadas. Pero, cuando la gente se queda sin Dios, las cosas se quedan perdidas.

Entonces, Dios se propuso recapitular, encabezar todo, darles sentido a todas las cosas, en Cristo. O sea, que Cristo sea el sentido de todo, que todo sea para Cristo, que todo exprese a Cristo, que todo obedezca a Cristo, que todo esté sometido a él. Y cuando todas las cosas giran alrededor de él, en función de él, obedeciéndole a él, ahora las cosas están felices, porque Dios sabe que aparte de él no hay felicidad.

Y luego dice más: «…en la dispen-sación…». La palabra en el original griego es economía. Una economía es un arreglo administrativo. Es el arreglo divino.

Cada presidente quiere organizar la economía de su país a su manera, y dice: ‘Vamos a poner esto, subir esto acá, bajar esto acá. Vamos a subir los impuestos; vamos a bajar la medida’. Y hacemos del país de esta manera, al estilo comunista, o al estilo capitalista. Hay varias economías, varios arreglos. Pero, el que tiene planeado un arreglo final, definitivo, de todas las cosas, que las realice a todas, sin injusticia, con paz, con equilibrio, es Dios. Y el encargado es su Cristo.

¿Cuándo? «…en la economía del cumplimiento de los tiempos». O sea, que existe una sucesión de tiempos, una sucesión de eras, de periodos; pero todo lo que acontece en cada era o en cada periodo, acontece en función de lo que va a suceder al final.

Como quien dice, para poder tener cosecha de trigo o de maíz, primero  tenemos que sembrar; tener después unas hojitas verdes, después las plantitas tienen que crecer, por fin les va a salir una mazorquita. La mazorquita, al principio, parece un niño sin dientes; no tiene sino unos granitos chiquitos. Pero, poco a poco, el grano va creciendo, hasta que hay grano lleno. Cuando el grano está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado. Es decir, todas las etapas se dan en función de la cosecha final.

Entonces, la Biblia habla aquí del «cumplimiento de los tiempos». O sea, los tiempos tienen un cumplimiento, y ese cumplimiento, esa razón de ser, hacia dónde van los tiempos, por qué pasamos por el periodo patriarcal, y el mosaico y el josueico, y el de los jueces y el de los profetas, y de los reyes y de los escribas y la restauración, y el periodo intertes-tamentario y la época de los apóstoles, y los llamados padres de la iglesia, y la Edad Media, y los prerre-formadores, y la Reforma, y por qué después vinieron las denominaciones y por qué después la visión de iglesia.

¿Para dónde vamos? ¿Para dónde nos lleva Dios con todo esto? A la economía del cumplimiento de los tiempos, en la cual todas las cosas serán recapituladas en Cristo Jesús. Entonces, todo el sentido de la historia es someterle todo al Señor.

Y a veces, el Señor les da permiso a los que tienen otra propuesta. Por ahí, Mao Tse-tung tenía una propuesta. ‘Bueno, ¿cuál es tu propuesta, Mao? Tienes tantos años para que muestres tu propuesta’. ¡Y cantidad de muertos! ¡Y cantidad de locuras! Hitler tuvo su tiempo. ‘Nabucodo-nosor, tienes tantos años. A ver, ¿cuál es tu propuesta?’. Se murió, y no hizo nada bueno. ‘Bueno, les toca el turno a los persas. A ver, ¿cuál es la propuesta de los persas?’. Y los griegos… Todos tuvieron su tiempo. Subieron, y cayeron. Mientras ellos subían y caían, Dios está trabajando con un pueblito escondido, no contado entre las gentes. Primero con Israel; después, con la iglesia. ¡Porque al final, el reino será entregado a los santos del Altísimo! Y ese reino permanecerá, y nunca será quitado, ni será entregado a otro pueblo.

Las demás propuestas, fuera de Dios, suben y caen; la propuesta de Dios se gesta en el vientre del pueblo de Dios. El pueblo de Dios fue escogido para mantener en vigencia el propósito de Dios, para que el propósito de Dios avance. Ya que aquellos suben y caen, estorban, molestan al pueblo de Dios, pero ellos caen, y el propósito sigue.

Dios se propuso una economía final, en la que todas las cosas fueran recapituladas en Cristo, «así las que están en los cielos, como las que están en la tierra». Y el versículo 11 nos dice: «En él…», o sea, en este Cristo central, en este Cristo donde todo se recapitula, «asimismo». Y esta palabra me parece demasiado grande; porque si hubiera dicho cincuenta por ciento, o veinte, o noventa y nueve por ciento, pero no… «asimismo». En él, en Cristo, así como él hereda la plenitud de todo.

«En él, asimismo tuvimos herencia». La iglesia tiene un lugar central con Cristo, como coheredera de Dios y de todas las cosas. ¿No es muy alto el lugar que le dio el Señor a la iglesia? Junto con Cristo, como su esposa. ¡La Primera Dama del universo! ¿No es muy alto? En Cristo, asimismo; así como Cristo es el heredero, su esposa es la coheredera.

«En él, asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad». Este capítulo es el capítulo del querer de Dios; este es otro de los misterios de Dios, el misterio de la voluntad divina, a ser administrado por la iglesia. Porque estas cosas se le cuentan del corazón de Dios a la iglesia. Los de afuera no saben. Dios quiere que sea de muchos, pero tienen que recibir el testimonio de la iglesia, tienen que recibir al Señor.

La gracia abunda en perdón de pecados, y sobreabunda en toda sabiduría e inteligencia acerca del misterio de la voluntad de Dios, acerca del sentido de la vida. Ese es el paradigma, el tipo de pensamiento que debe gobernarnos. Sólo a través de la Palabra sabemos de dónde venimos y para dónde vamos.

El misterio de la economía divina

Ahora saltamos al capítulo 3 de Efesios, que nos habla de otro misterio, que es consecuencia del anterior. Dios, un ser tan excelente, tiene un propósito excelente. Y si él tiene un propósito excelente, él tiene una estrategia excelente para ese propósito. Un arreglo administrativo, una economía.

Ese arreglo administrativo, ahora, tiene sus etapas, pero va a haber la economía del cumplimiento; o sea, nosotros debemos trabajar ahora en función del cumplimiento final. Lo que no hacemos así, con trascendencia, es tiempo perdido. Cada cosa, la más pequeña que se haga, debe hacerse con sentido de trascendencia, en función de colaborar con el Espíritu de Dios, para aquello que Dios está haciendo.

Lo que Dios está haciendo es lo que nosotros debemos estar haciendo con él. Los demás están haciendo otra cosa; pero sus amados, sus escogidos, debemos estar en esto. Entonces, también debemos conocer el otro capítulo. Si conocemos a Dios y lo que él quiere, ahora debemos conocer cómo llegar ahí, cómo colaborar con Dios.

El capítulo 1 de Efesios nos habló del propósito; el capítulo 2 de Efesios nos habló de la provisión en Cristo para ese propósito. Primero nos habló de lo que Dios quiere, y luego de cómo toda la plenitud del Padre está en el Hijo, y el Hijo está en el cuerpo, y cómo nos dio vida estando muertos, nos resucitó con él, nos sentó en lugares celestiales, nos hizo un solo cuerpo. Y ahora, entonces, en el capítulo 2, de la provisión, continúa con el 3 – la provisión es para la estrategia para el objetivo.

¿Para qué fuimos resucitados y sentados con Cristo en lugares celestiales? Para edificarle casa a su plenitud; para que su plenitud, que pasó de él a Cristo, pase ahora de Cristo a la iglesia. Entonces hay el misterio de la economía divina y el misterio de Cristo. La Palabra nos habla de la economía divina y nos habla de Cristo. El misterio del Padre, vemos en Colosenses, es Cristo; y aquí en Efesios vemos que el misterio de Cristo es la iglesia. La circulación del dispensarse de Dios, del Padre al Hijo, del Padre y el Hijo al Espíritu, y del Padre al Hijo y al Espíritu, a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de aquel que todo lo llena en todos. Por medio del Espíritu y la iglesia, este llenarlo todo Dios, se va a dar.

Entonces, en el capítulo 3, en los versos 7, 8 y 9 nos habla del misterio de la economía que hemos visto con anterioridad. Dice el verso 7: «(el evangelio), del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder. A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo,».

Ya después de esa frase –inescru-tables riquezas de Cristo– era para poner punto final; pero Pablo sólo pone coma. Inescrutables riquezas de Cristo, y algo más. ¿Qué es lo otro, después de eso? «…y de aclarar a todos…». Además de predicar el evangelio, ¿hay que aclarar algo más? Sí, porque el evangelio es el medio para recuperar a la gente. Pero, ¿para qué recuperar?

«…aclarar a todos cuál sea la dispen-sación (la economía) del misterio escondido desde los siglos en Dios que creó todas las cosas; para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor…». Y todavía no le pone el punto, sigue con comas y comas.

Entonces, Pablo dice: «…aclarar … cuál sea la economía del misterio». ¿Se da cuenta? O sea que la economía del misterio es el misterio de la economía divina. Eso tiene que ser aclarado a la iglesia. Tenemos que saber no sólo cómo ser salvos, sino para qué fuimos salvados, cuál es el objetivo final de la salvación, y cómo Dios nos conducirá a ese objetivo, y cuál será la manera más práctica de colaborar con Dios para el objetivo, para ser eficaces y para no perder el tiempo. Entonces, ahí está el misterio de la economía divina.

Ahora, si hay una economía, hay un ecónomo, un encargado principal, y ese encargado principal es el Señor Jesús. Entonces, ahora pasamos al siguiente capítulo; pero el siguiente, brota de éste. El misterio de Dios se vuelve los misterios de Dios, y del ser de Dios pasa al querer de Dios, y de allí a la estrategia de Dios, y de la estrategia de Dios al estratega de Dios.

El misterio de la piedad

«E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria» (1ª Timoteo 3:16). Este es el pasaje del estratega; hasta aquí era la estrategia y el propósito.

¿Cuál es el misterio de la piedad? El misterio de la piedad es el siguiente capítulo de los misterios de Dios. Piedad significa semejanza a Dios. ¿Dónde está la semejanza de Dios? ¿Dónde podemos ver a Dios? En el Hijo. Entonces, el misterio de la piedad tiene sus sub-capítulos. Primera parte: «…manifestado en carne». La encarnación. «…justificado en el Espíritu, visto de los ángeles». Ese es el espectáculo. El primer espectáculo era la Trinidad; el segundo, la encarnación, y después la edificación de la iglesia. Mas, todos forman un gran drama, de eternidad a eternidad – el consejo de Dios.

«…visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria». Al principio, pensaba que este canto de la iglesia primitiva estaba un poco desordenado, porque si yo hubiera escrito este canto –y Dios me perdone–, hubiera puesto «recibido arriba en gloria» antes que «predicado a los gentiles». Porque, después que resucitó, él ascendió. Entonces,«recibido arriba en gloria», y después que derramó el Espíritu Santo, ahí sí que predicaron al mundo entero. «…predicado a los gentiles», y luego, pues, «creído en el mundo». Pero aquí dice «recibido arriba en gloria» después.

No se equivocó el Espíritu Santo; el que me equivoqué fui yo. Porque este «recibido arriba en gloria» incluye el cuerpo; no sólo la Cabeza. Cuando él ascendió, después de resucitar, ascendió para interceder, para abrirnos lugar a nosotros. El misterio de Cristo incluye a Cristo y la iglesia; por lo tanto, el «recibido arriba en gloria» tiene que ser completado por la iglesia. «Voy a preparar lugar, y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis». Por eso, «recibido arriba en gloria» está al final. Entonces, este es el orden correcto.

Él ascendió para ascendernos. Primero él; pero, ahora, nosotros nos alimentamos de él; él se va formando en nosotros, y lo que es de él se va reproduciendo en nosotros hasta que, como él subió, nosotros también subamos, incluso físicamente, porque en espíritu ya estamos arriba. Nuestro espíritu está arriba, pero la vida que ahora vivo en la carne la tengo que vivir en la fe del Hijo de Dios.

Entonces, el misterio de la piedad tiene que ver con quién es Cristo. La encarnación; su resurrección, porque dice que fue justificado en Espíritu, y en Romanos dice que Dios declaró a Cristo, Hijo, por medio de la resurrección. O sea que la resurrección de Jesús fue la manera en que Dios declaró: «Este era mi Hijo, que estaba conmigo. Él es mi Hijo, y el sacrificio que él hizo por ustedes, yo lo acepté. Y por eso, después que murió, resucitó, y está vivo». Entonces, sabemos que él es. Todos los demás están muertos; no eran. Pero él está vivo; él sí es.

El misterio del evangelio

Ahora, el evangelio, el misterio de la piedad, se centra principalmente en el Señor, en la persona y en la obra del Señor. Entonces, a este capítulo, a este misterio de la piedad, le sigue otro misterio, que está en Efesios capítulo 6, la otra florecita del ramillete de misterios de Dios a ser administrados en la iglesia y a partir de la iglesia.

«…a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio» (Efesios 6:19). Íntimamente relacionado con el misterio de la piedad, está el misterio del evangelio. El misterio del evangelio nos habla de la obra central de Cristo. El misterio de la piedad nos habla fundamentalmente de la persona de Cristo; pero el misterio del evangelio nos habla de lo que esta persona hizo por nosotros en la cruz y en la resurrección.

El evangelio comienza por la persona, y sigue por la muerte y resurrección. Ese es el evangelio. Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; fue sepultado y resucitó. O sea que el capítulo siguiente al misterio de la piedad es el misterio del evangelio.

El misterio de la fe

Y el siguiente está en 1ª Timoteo: «Los diáconos asimismo deben ser honestos, sin doblez, no dados a mucho vino, no codiciosos de ganancias deshonestas; que guarden el misterio de la fe con limpia conciencia» (3:8-9). Si hay el misterio del evangelio, el misterio siguiente es el de la fe. Porque la fe viene por oír el evangelio; y por la fe nos apropiamos de lo que el evangelio anuncia.

Si Cristo es anunciado pero no es creído, no es aprovechado. Pero, si Cristo vino y es anunciado, ahora es aprovechado. Por eso, primero era la fiesta de la pascua, de los ácimos, de las primicias, la resurrección, la de Pentecostés, la del Espíritu.«Quedaos en Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto» (Luc. 24:49).

Bueno, ya vino el Espíritu Santo. Ahora, ¿qué hay que hacer? «… y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Ju-dea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra». O sea, después de Pentecostés, vienen las trompetas, las trompetas que anuncian. Y después viene la expiación. La expiación; pero, ¿y la pascua? Es que la pascua fue sacrificada allá en el atrio; pero la sangre tiene que ser introducida.

Hay muchas personas a las cuales se les anuncia la sangre, pero no la introducen con la fe a la presencia de Dios; no vienen ante Dios a través de la sangre. El Señor, después que derramó el Espíritu Santo, continuó intercediendo por nosotros en base a su sacrificio. Entonces, la fiesta de la expiación nos muestra el aspecto de Cristo como abogado, como el sumo sacerdote que está a la diestra del Padre intercediendo por nosotros. Y dice en Hebreos: «El punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, que traspasó los cielos. Él es la propiciación por nuestros pecados».

«Hijitos … os escribo para que no pequéis, y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos…» (1a Juan 2:1). O sea, el que murió en la cruz ahora es abogado a la diestra del Padre, en base a su sacrificio, y el valor de su sacrificio es permanentemente aplicado, porque él intercede en base a la vigencia de su sacrificio. Y por eso aparece de nuevo la expiación; por eso, dice: «…abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo, y él es la propiciación –o sea, la expiación– por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1a Juan 2:1-2).

El Señor intercede por todos, para que los perdidos se salven, y los salvos se levanten de nuevo. «Mira, Simón, yo he rogado por ti, que tu fe no falte». «Yo he rogado por ti». Es un aspecto fundamental. De cada aspecto de la vida de Cristo recibimos beneficios. De lo que hizo en la cruz, en la resurrección, en la ascensión, en la intercesión; todos son beneficios. Pero todo eso se recibe por la fe.

El misterio de Cristo, la iglesia

Ahora sí, cuando hay fe, podemos pasar al siguiente misterio: el misterio de Cristo, la iglesia. Porque, si no hay salvos, no hay iglesia. Si hay evangelio, pero no hay quien lo crea, no hay iglesia. Pero, si hay salvos, ahora sí hay iglesia. Entonces, la Biblia habla de «el misterio de Cristo, la iglesia».

Y junto con ese misterio, él puso un misterio subsidiario, tipológico: el misterio del matrimonio. Y él entre-vera los dos misterios, y empieza a hablar del matrimonio, pero basado en el misterio de Cristo. Lo que él hace al hablar del matrimonio, es hablar del misterio de Cristo. «Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia». El misterio del matrimonio es un misterio subsidiario, explicativo del misterio de Cristo y la iglesia – el misterio del cuerpo de Cristo.

Pablo, en Efesios 3, habla del misterio de Cristo. ¿Cuál es? Que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, por medio del evangelio. El evangelio es el medio para que exista el cuerpo, en el cual no sólo participan los judíos creyentes, sino también los gentiles. Entonces, ¿cuál es el misterio de Cristo? El cuerpo de Cristo, la iglesia.

La iglesia es otro de los misterios de Dios, el misterio de Cristo. El misterio de Dios es Cristo, pero el misterio de Cristo es la iglesia. Pasando por todos esos misterios intermedios, relacionados, consecutivos, y ahora, cuando se habla de la iglesia, parece que podemos quedarnos por allá, hablando de la iglesia en el cielo, en el propósito de Dios. Muy bonito, pero el Señor pone a la iglesia con los pies en la tierra.

El misterio de las iglesias locales

Y después de que habló del misterio de Cristo, la iglesia, ahora dice: «El misterio de las siete estrellas que están en mi diestra y de los siete candeleros de oro, entre los cuales se mueve el Hijo del Hombre». Apocalipsis 1:20 habla del misterio de los siete ángeles y de las siete iglesias, de la iglesia en cada localidad, la vida práctica de la iglesia. No algo sólo místico, sino práctico y cotidiano. Vemos cómo se va encarnando, cómo Dios se va dispensando; y en la medida que él se dispensa, aparece la iglesia en cada lugar: en Éfeso, en Pérga-mo, en Esmirna, en Tiatira, etc. En Temuco, ¡qué maravilla!

El dispensarse divino –Dios saliendo hacia el Hijo, y el Padre y el Hijo saliendo por el Espíritu al espíritu de los hermanos–, para regenerarlos e introducirlos primero en la iglesia, y también en el reino.

Los misterios del reino de Dios

Porque después del misterio de Cristo y la iglesia, y del misterio de la sabiduría oculta predestinada para la gloria de la iglesia, el Señor Jesús predestinó para la gloria de la iglesia, para los de adentro, y dijo en Mateo 13: «A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los que están fuera, sólo por parábolas». Los de afuera se enredan en las parábolas, y no las entienden; pero los de adentro, detrás del velo, entienden el sentido del reino de los cielos.

Mateo habla de los misterios del reino de los cielos; Lucas, de los misterios del reino de Dios; Marcos, de el misterio del reino de Dios. Cada uno de los tres evangelistas lo dice de manera diferente, pero los tres fueron inspirados por el mismo Espíritu Santo. No hay contradicción entre ellos. Porque los misterios del reino de los cielos de que habla Mateo son una parte de los misterios de Dios.

Los misterios de Dios son más que los misterios del reino de los cielos; pero los misterios del reino de los cielos son algunos de los misterios de Dios. Y los misterios de Dios, todos juntos, son partes de el misterio del reino de Dios. Sólo que Mateo presenta la parte por arriba, unida, y Lucas presenta la parte por debajo, en sus partes. Pero, entre las partes de los misterios del reino de Dios, algunas, no todas, corresponden a los misterios del reino de los cielos.

Para ver esa diferencia, veamos Mateo capítulo 21. Mateo es el único que hace mención a los misterios del reino de los cielos. Pero mire lo que dice Mateo 21:43: «Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él». Tantas veces que se refiere Mateo al reino de los cielos, pero aquí no dijo el reino de los cielos, sino el reino de Dios.

Entonces, cuando decimos en singular, como Marcos, «el reino de Dios», éste abarca de eternidad a eternidad, porque el reino es siempre. Hay muchos versículos en los Salmos, en Daniel, en muchas otras partes que nos hablan de «el reino de Dios» y que Dios es el rey eterno. Entonces, cuando la expresión es singular, «el reino de Dios», va de eternidad a eternidad. Pero, entre eternidad y eternidad, hay etapas.

En el jardín del Edén, las cosas eran de una manera; pero después de la caída ya empezó la conciencia a funcionar diferente; después del diluvio, vino el gobierno humano, aquel pacto con Noé, la pena de muerte, comer carne, y otras cosas. Después vino Abraham, y después Moisés. Todos esos eran capítulos del reino de Dios, porque Dios está reinando desde todas esas etapas.

Entonces, lo que Dios hacía con Israel, era una parte del reino de Dios. Pero luego viene Juan el Bautista, justo antes de esto, y dice: «El reino de los cielos se ha acercado». O sea que el reino de Dios ya estaba. Los capítulos del reino de Dios estaban con Israel; pero el reino de los cielos, que es otra parte del reino de Dios, pero no la misma de Israel, estaba por venir. Entonces, ellos tenían el reino de Dios, pero fue quitado de ellos, para ser dado a otros.

Pero viene Juan, en ese ínterin, a anunciar que el reino de los cielos está cerca, y viene el Señor Jesús y dice: «El reino de Dios está entre vosotros». O sea, el Señor Jesús introdujo el reino de los cielos. El reino de los cielos es un capítulo del reino de Dios. El reino de Dios abarca de eternidad a eternidad, tiene varias partes, y una de ellas es el reino de los cielos; mejor, dos partes, es el reino de los cielos.

Luego comienza el Señor a explicar y a decir: «El reino de los cielos es semejante a…». Y nosotros pensamos que es a las nubes, los angelitos con arpa y nosotros volando. Pero él dice: «No, no, no. El reino de los cielos es como un sembrador que salió a sembrar, y había buena tierra…». Es en la tierra, no en las nubes. Y luego dice: «El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró trigo, y vino el enemigo mientras dormía, y sembró cizaña, y luego crecieron la cizaña y el trigo juntos…».

Eso es el reino de los cielos. El reino de los cielos será semejante a la parábola del sembrador. Es la historia de la iglesia. La parábola del trigo y la cizaña, es durante la historia de la iglesia y a la venida de Cristo, para comenzar el milenio. «El reino de los cielos es semejante a aquel que sembró una semilla chiquita de mostaza y creció, y luego vinieron las aves». Todo eso es durante la historia de la iglesia. «El reino de los cielos es semejante a una gran red que es echada en el mar y recoge toda clase de peces». No aparecen nubes por acá, ni angelitos, ni arpas; sino redes y pescados en el mar. Ese es el reino de los cielos.

Todas las parábolas del reino de los cielos se refieren a la historia de la iglesia, a la venida de Cristo y al reino de Cristo en su segunda venida, o sea, al milenio. O sea que el reino de los cielos tiene dos partes: desde que vino el Sembrador, la historia de la iglesia, esa es la primera parte; y la segunda venida y el milenio. El reino de Dios tiene varios capítulos; por eso Lucas habla de«los misterios del reino de Dios». Pero, dentro de los misterios del reino de Dios, una parte de ellos –los que tienen que ver con la historia de la iglesia y el milenio–, son los misterios del reino de los cielos.

El misterio de Israel

Israel tenía parte en el reino de Dios, pero le fue quitado y le fue pasado a otra gente. Después, dice Romanos, cuando haya entrado la plenitud de los gentiles, cuando Dios haya tomado un pueblo de entre los gentiles, Dios volverá a reinsertar en el olivo a Israel, y volverá a trabajar con Israel, e Israel recibirá al Mesías. Entonces, después de los misterios del reino de Dios, viene el misterio de Israel.

Pablo habló mucho de la iglesia. Pero, hablando de Cristo y la iglesia, el apóstol nos dice: «Amados, no quiero que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos. Le ha acontecido a Israel endurecimiento en parte. Y no es para siempre, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles, y luego, todo Israel –no todo israelita, Israel es la nación– será salvo». Y habla del plan de Dios para con Israel, y Pablo, por el Espíritu Santo, no quiere que la iglesia ignore el misterio de Israel.

No vamos a hacernos judaizantes, ni a estudiar la Torá, ni a encender velitas, ponernos kipá o rezar en hebreo. No estoy hablando de esas cosas. Pero está Romanos 11 y toda la cantidad de capítulos que hay en Isaías, en Jeremías, en Ezequiel, en Daniel, en Zacarías, etc., hablando del misterio de Israel. Ahora, cuando recuperaron su tierra, cuando se hizo realidad el retorno a Israel, la iglesia no lo debe ignorar. «No quiero que ignoréis este misterio». No es el único, no es el centro; pero es uno de ellos.

El misterio de las naciones

En aquel ramillete de flores que son los misterios de Dios, uno de ellos es el misterio de Israel. Y también se complementa con el misterio de las naciones, que aparece en el sueño de Nabucodonosor. Dios es quien reveló esos misterios de la estatua con cabeza de oro, pecho de plata, vientre de bronce, piernas de hierro, pies de hierro mezclado con barro. Y eso es la historia de la humanidad.

Lo que ha de acontecer en los postreros días, son también misterios de Dios relativos a las naciones. Hay misterios relativos a la iglesia y al reino, como los hay relativos a Dios y a Cristo. Y el lado negativo, también: el misterio de la iniquidad, el misterio de Babilonia, el misterio de la mujer y de la bestia que la trae y que tiene siete cabezas y diez cuernos.

El misterio de la trompeta final

Y, por último, el misterio de la final trompeta. «No todos dormiremos, pero todos –no algunos, sino todos los hijos verdaderos de Dios– seremos transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta». Ese es el tiempo de dar el galardón a sus siervos los profetas, dice ahí en la última, la séptima. Eso abarca el comienzo de la conclusión, la venida del Señor a establecer el milenio. El trono blanco, el juicio de las naciones, el mile-nio. Luego, aquella rebelión, el juicio final, cielo nuevo y tierra nueva, nueva Jerusalén.

Cuando tú lees el misterio de la final trompeta, en Apocalipsis, ves que la trompeta abarca hasta la eternidad, porque en ella se consuma el misterio. La séptima trompeta incluye las siete copas, la ira de las naciones, el Armagedón, los juicios y la eternidad, porque en ella se consuma el misterio de Dios.

Gino Iafrancesco
Síntesis de un mensaje impartido en Temuco, en agosto de 2008.